Llegado de Europa para combatir en la guerra de la Triple Alianza. Soldado de méritos, curtidor y carnicero de profesión, barbero por vocación. Médico, hacendado y perseguido político. La que sigue es la historia de un hábil estafador, ladrón de poca monta y escurridizo personaje que por años cautivó la atención de la prensa y las autoridades. Presunto asesino, tanto aquí como en Londres cometió el mismo tipo de crímenes y poco antes de morir con un deslucido título de conde, se convirtió en otro de los sospechosos de Whitechapel.
Hacía mas de un año que Alois Szemeredy había recorrido por última vez las calles de Buenos Aires. Desde aquella noche invernal en que, semidesnudo y presuroso, lo vieron dejar su hotel y su equipaje, fue imposible dar con su paradero. La policía envió pesquisas a varios puntos de la ciudad y siendo inhallable en bares, fondas, tugurios del hampa, estaciones de trenes y el propio puerto, se lo comenzó a buscar en decenas de pueblos de las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos, Cuyo y más de veinte localidades de Uruguay. Cada acción de la autoridad parecía un cerco que se cerraba sobre el fugitivo pero este, hábil y escurridizo, siempre encontraba un hueco por el que escabullirse.
El espanto y las profusas huellas de un alevoso crimen que lo tenían como sospechoso no se habían borrado aun cuando un telegrama de la policía de Bahía confirmaba su detención en Brasil.
Ahora, a media mañana del 8 de agosto, el barco que lo trae de regreso se acerca al muelle de Las Catalinas.
Como la metáfora de un recuerdo lejano o de un futuro incierto, la bruma y la distancia a la costa mantienen borrosas las siluetas de la ciudad que lo recibirá una vez más.
En el puerto espera impaciente una multitud que se ha reunido para conocer el rostro del bárbaro asesino.
Dos veces ha querido Szemeredy suicidarse durante el viaje. Para el sargento Antonio Augusto Almeida Navarro, que lo conduce desde Río de Janeiro, el reo está totalmente loco y es un alivio entregarlo a las autoridades locales. Producto del azar o juego macabro del conductor que lo lleva a la penitenciaría, el coche pasa por el lugar de la calle Corrientes que lo tuviera como protagonista. Según reproducen los diarios de la época: Cuando se le mostró aquella casa y se le recordó a la mujer que la habitaba dijo que: “Había sido su querida encontrándose él ausente cuando se cometió el crimen.”1
El comienzo de la trama
La Nación 27/7/1876 – “Anteanoche a las 10, ha sido horriblemente degollada una joven que vivía en compañía de una amiga en la calle de Corrientes número 35, entre Reconquista y 25 de Mayo. Esta joven se llamaba Carolina Metz y no tenía aún 20 años de edad. Carolina vivía con un hombre que no era su esposo. Anteanoche, a la hora mencionada la compañera de Carolina salió a la calle pidiendo auxilio. Algunos vigilantes acudieron y tras ellos otros agentes superiores de policía. Estos encontraron a Carolina tendida en su lecho, casi desnuda y completamente degollada.
Allí, al lado del lecho, estaba el amante de la joven. Reducido a prisión inmediatamente, declaró lo que sigue: Que momentos antes, hallándose en otras habitaciones de la casa, un hombre, conocido de él y de Carolina, habíale pedido permiso para pasar a la pieza donde esta se hallaba.
Que transcurridos algunos instantes, oyó los gritos pidiendo auxilio y acudió entonces a la habitación de la joven, donde encontró a esta ya degollada sin que apareciese el hombre que momentos antes había entrado.
Sobre el lecho mismo de Carolina se encontró, toda ensangrentada, el arma con que se la había degollado, un puñal de una tercia de largo que parecía recién salido de la armería.
Puesto sobre una silla, estaba un sobretodo en uno de cuyos bolsillos se encontró dos retratos. Uno de ellos era de Carolina y el otro… precisamente del individuo que había entrado momentos antes…
El presunto asesino no ha sido hasta ahora capturado por nuestra policía, como es de práctica que suceda en la época presente.”
Si bien el periódico de los Mitre no lo dice abiertamente y tan solo lo insinúa, desde la década anterior un conocido prostíbulo venía funcionando en Corrientes 35. Este dato, más el hecho de que Carolina trabajara en él, los debe haber llevado al error de publicar esta dirección, ya que el resto de los periódicos y la misma policía hablan de la calle Corrientes 36.2
El eufemísticamente llamado amante de Carolina no era más que su explotador, Bautista Castagnet, quien había traído a aquella desde el puerto de Marsella en 1874. A Szemeredy lo conoce en una partida de naipes en Montevideo en uno de sus frecuentes viajes y llegado a esta ciudad le ofrece su interesada amistad y los servicios de su pupila.
En los partes de la policía podemos encontrar otros datos interesantes, dice el oficial a cargo: “Como a las diez y media de la noche de día 25 del corriente tuve aviso de que en la calle Corrientes número 36 había sido asesinada una mujer. Traslademe allí en el momento, encontré que en la pieza que da a la calle de la casa mencionada estaba tirado el cadáver de la mujer Carolina Metz que me dijo llamarse así Bautista Castañet. Practiqué una requisitoria en el mencionado cuarto encontrándose en la cama bastante sangre, sus cobijas en desorden y un cuchillo de cabo negro sobre ellas con sangre. En un sillón las ropas de Carolina y sobre estas un sobretodo gris, un chaleco del mismo color y un reloj y cadena al parecer de oro y dos sortijas una con piedra blanca y otra con piedra verde colgadas de ella, un paraguas con puño de acero y un sombrero negro de castor. Encontré en el bolsillo interior del sobretodo la vaina perteneciente al cuchillo que estaba en la cama, dos retratos, un pañuelo blanco con las iniciales A. S. y una mancha de sangre y una llave.
El autor de este crimen es Alejo Szemeredi húngaro o austriaco de 35 años de edad, alto, corpulento, trigueño, pelo negro lacio, usa actualmente la pera y el bigote que son muy poblados unidos completamente, habla bien español y se titula Doctor en medicina. Este mismo individuo es conocido en esta comisaría porque con fecha 16 del actual estuvo a quejarse de un robo que decía la habían hecho en el ‘Hotel de Provence’ del valor de diez mil pesos m/c poco más o menos y figurando entre los objetos robados los dos anillos que ahora aparecen pendientes de la cadena del reloj que dejó en su fuga en la casa de Carolina.
…Ayer se supo que Szemeredi paraba en el Hotel de Roma cuarto Nº 72 y allí espuso el capataz Luis Soler que la misma noche del asesinato de Carolina estuvo aquel como a las diez y medias pasadas y le dijo: ‘Me acaban de robar el sombrero y la ropa que tenía puesta voy a mudarme otra para dar cuenta a la policía pero necesito forzar la cerradura de la puerta del cuarto porque la llave ha quedado en el sobretodo.’ Que creyéndole cierto lo que decía lo hizo entrar por una puerta contigua a la de su cuarto, tomando aquel en el momento un poncho y un sombrero negro blando se lo puso y volvió a salir precipitadamente.
Ahora se sabe que el reloj y cadena que ha dejado en su fuga Szemeredi pertenecen al Teniente Coronel Domingo Jerez que para en el Hotel de Roma y a quien le fue robado hace pocos días junto con algún dinero.
Hasta este momento se ignora la causa que indujo a Szemeredi a cometer este crimen. El cadáver de Carolina fue sepultado por su querido Castañet.
Carolina Metz es alsaciana de 20 años, soltera. Vino a esta ciudad el 13 de octubre de 1874 y estuvo primeramente en el antiguo lupanar de calle Corrientes 35, de allí pasó al Nº 509 de la misma calle de donde se salió en concubinato con Bautista Castañet y con quien mantenía relación desde su viaje de Marsella. La familia de esta mujer reside en Strasburgo y tiene un hermano en Digón.”3
Luego del feroz homicidio y en especial arribado el presunto asesino en 1877, los diarios de la ciudad comienzan a publicar gran cantidad de notas hasta algunos años después de terminado el juicio en 1881.
Pero veamos quien era Aloisio Szemeredy, tal su verdadero nombre, nacido en el condado de Pesth, Hungría, el 7 de julio de 1840, las causas de su viaje y las andanzas desde su llegada a la Argentina.
A la edad de 23 años se enroló en la Legión Auxiliar Húngara de la ciudad de Ancona. Durante el tiempo que sirvió lo hizo irreprochablemente mereciendo varios ascensos hasta el grado de cabo y un certificado de buena conducta en el que figura con la profesión de curtidor. Al cumplirse su año de servicio obtuvo la baja y otro certificado de buena conducta esta vez a nombre de Luis Szemeredy de profesión carnicero. Obtuvo un tercer certificado en Turín y en octubre 1865 visitó al cónsul argentino en Génova firmando un contrato de enganche con el Ejército Argentino por el término de cuatro años para tomar parte en la guerra contra el Paraguay.
Incorporado el 17 de marzo de 1866 se lo destinó al Regimiento de Artillería. Allí permaneció por un tiempo hasta que en mayo del mismo año se lo internó en el Hospicio de Las Mercedes con pronóstico de locura. El 17 de septiembre se fugó de la institución y lo volvemos a encontrar para el año siguiente trabajando en una barbería de la calle Victoria al lado del Congreso.
Al poco tiempo de ganada la confianza del dueño del local, huyó a Mercedes robando útiles de trabajo, algún dinero y un caballo. Desde allí, escribió arrepentido a su patrón que lo perdonó. Retornado a Buenos Aires le manifestó su deseo de viajar a Europa y gracias a las buenas gestiones de un conocido consiguió un pasaje gratis.
Lamentablemente para la señora del capitán del barco, dos días antes de zarpar, Szemeredy escapó robando sus joyas. Al poco tiempo fue reconocido por el dueño de aquel caballo en el que fuera a Mercedes y terminó por seis meses en la cárcel.
Una vez en libertad se puso a trabajar en otra barbería de la calle de Mayo y más tarde en otra del pueblo de Saladillo. Poco tiempo duró aquí ya que a través de engaños logró robar al dueño de una joyería.
A principios de los ‘70 llegó a Villa Mercedes, San Luis. Era por entonces jefe de las fronteras de Cuyo el general Arredondo. No había en aquel paraje ni peluquero ni barbero y el general sufría las penas del mundo cada vez que se veía obligado a hacerse afeitar por la mano pesada de un soldado. El recién llegado propuso al general abrir una peluquería si lo habilitaba para ello. Este le dio los fondos necesarios e influyó en un pariente suyo para que le otorgara la habilitación correspondiente. Szemeredy cortaba el pelo con bastante habilidad y afeitaba con reconocida maestría. Pronto toda la población se confió a su arte. Así conoció a un compatriota suyo establecido con taller de fotos. El fotógrafo estaba pronto a casarse y tuvo la mala idea de comentar con su amigo que había reunido 1.000 pesos fuertes para los gastos de la boda. Una noche en que los dos fueron a tomar unas cervezas, Szemeredy aprovechó la oportunidad para escabullirse por un rato y hacerse con aquella pequeña fortuna escondida en un baúl.
Regresó al bar y siguieron brindando hasta que en el momento en que el fotógrafo volvió a su casa se percató del robo y se armó gran revuelo.
Una comisión de la policía se movilizó con dos rastreadores y al poco rato cayeron sobre los pasos de quien había cargado con el baúl hasta un terreno no muy distante. Szemeredy, que con toda impudicia formaba parte de la comitiva, fue prendido en el acto.
Se lo envió detenido a San Luis pero el 19 de abril de 1871 se lo sobreseyó por falta de pruebas y el dinero jamás apareció. En esta ciudad trabajó durante algún tiempo y luego, convertido en caballero, se lo vio en la vecina Mendoza asistiendo a bailes oficiales.
En los primeros meses del ‘73 llegó a Victoria, Entre Ríos, en estado de pobreza y se asoció con el barbero Jayme Bojorje quedando como dueño del negocio, cuando a mediados de año, Bojorje se retiró al Estado Oriental. En agosto del mismo año fue preso por intentar dar muerte al comendador Guido Benonati y tal pronto recuperó su libertad pasó a servir en las filas de López Jordán. Allí se titulaba médico, aunque mas que esta profesión, ejercía la de curandero.
El 8 de diciembre cayó prisionero por el hecho de armas del Talita y a principios de 1874, cuando a bordo del vapor Pampa era conducido a Martín García, logró escaparse arrojándose al agua frente a las costas uruguayas. Luego de recorrer varios puntos del país vecino llegó a Mercedes donde se reencontró con Bojorje. La idea de abrir otro local no cuajó y es así como continuó su periplo llegando a Salto en donde cometió otro robo de joyas y dinero.
El 28 de mayo de 1874, en el consulado austro-húngaro de Buenos Aires, consiguió pasaporte para Europa pero abandonó el viaje en Río de Janeiro. En el mismo consulado, pero de esta ciudad, denunció haber sido robado sin que esa historia fuera creída por las autoridades.
Partió a Bahía y en el consulado de esta ciudad se presentó, en octubre, como propietario de grandes extensiones de tierras en Entre Ríos. Denunció por segunda vez otro robo a manos de una mujer y dos hombres que hablaban en polaco y si bien presentaba una herida en el brazo izquierdo, el médico que lo revisó, Dr. Wissman, sospechó que fue él mismo quien se la había causado para despertar la beneficencia y conseguir los objetos y el dinero imaginariamente robados.
Mientras la policía y las autoridades austro-húngaras investigaban a los 800 colonos polacos de la zona, sin poder dar con los supuestos ladrones, algunos pensaron la forma de socorrer a Szemeredy. En esos momentos llegó la noticia de que en el mes de agosto un tal Alejo Szemeredy había secuestrado a una joven de la colonia San Francisco, provincia de Santa Catalina, para venderla en turbios negocios de Río. A causa de estas noticias y para desembarazarse de nuestro pillo, el consulado le consiguió un viaje en segunda clase a Buenos Aires, en donde el húngaro decía tener bienes. Partió desde Bahía en el mes de octubre a bordo del vapor alemán “Montevideo” pero durante el viaje fue desembarcado por sospechas de un robo de relojes y alhajas.4
Se cree que a su regreso, con el nombre de Carlos Pinto, tuvo la osadía de escribir una carta al consulado de Brasil quejándose por el trato que se le había dado a (él mismo) Szemeredy. Ya en enero del año ‘75 lo encontramos en Junín donde oficiaba de médico con tarjeta que lo presentaba como: Dr. Elois Szemeredy. Como siempre, pocos dias permaneció en el mismo lugar ya que huyó con una cartera de cirugía del Dr. Caballero y dinero de un comerciante de Bragado.
Se lo llegó a conocer como Luis, Enrique, Alejo Szemeredy, Julio Somegyi, Carlos Pinto o Carlos Temperley. Siguió su periplo criminal por Rojas, Pergamino, San Nicolás y Rosario.
Consta en los informes policiales que en mayo del mismo año partió a Milán y permaneció en Europa hasta fin de año. A su regreso recorrió el sur de la provincia de Buenos Aires, Chascomús y el Tuyú, donde estafó a un Juez de Paz.
Sus correrías continuaron en Uruguay hasta mediados de año. Allí, en Montevideo conoció a Bautista Castagnet con quien se reencontraría, ocasionalmente, unas semanas después en Buenos Aires.
A su arribo a esta ciudad se hospedó en el Hotel Provence. Pronto partió en otro de sus recorridos para regresar a los pocos días. El 18 de julio de 1876 salió del hotel referido manifestando que se le habían robado varios objetos que poseía en su cuarto. Este ardid era comúnmente usado para evitar pagar la cuenta de los hoteles en los que se alojaba. El día 22 se trasladó al Hotel Roma en donde se alojó hasta su precipitada huida después del crimen de Carolina Metz.5
Qué tenemos aquí
En este resumen, salpicado por algunos lugares en donde este personaje hacía de las suyas, podemos ver ciertas características del investigado.
Algunas cosas difíciles de probar y otras magnificadas por la prensa no impiden darnos una idea sobre su personalidad. Dice un diario de la época que al ser aprehendido en Brasil se encontraron en su equipaje: un puñal bien afilado, un frasco con 18 gramos de cloroformo, una cajita con 14 gramos de opio en polvo, barbas y bigotes postizos, además de alguna joya falsa.6
Consta en los libros de la comisaría 1º que, el 15 de julio, Szemeredi (sic) alojado en el Hotel Provence, cuarto número 22, se presenta a denunciar un robo consistente en: Un cinto con veitiuna onzas de oro, dos anillos del mismo metal y un reloj de plata con cadena de seda.7
Estos anillos, son los mismos que diez días después diría encontrar en la habitación de Carolina y por los cuales tendría una fuerte discusión con Castagnet, quien, según el húngaro, sería el verdadero asesino. Faltaría probar el móvil del hecho y para ello el fiscal, Dr. Pondal, tendría varios años en la causa. Finalmente, en noviembre de 1880, el juez de primera instancia, Dr. Insiarte, lo condenó a presidio por tiempo indeterminado.
Mientras esto ocurría y para agregar mayores curiosidades al caso, el ministro austro-húngaro entregaba una nota a la Cancillería en la que informaba que los Tribunales de Hungría hacían saber que: El súbdito Alejo Szemeredy había recibido, de parte de un familiar suyo muy cercano, una cuantiosa fortuna.8
Para el año ‘81 aun era tema convocante. Veamos que decía la prensa en el día en que fue llevado a la Cámara de Apelaciones que, para ese entonces, funcionaba en el edificio del Cabildo.
“A las dos de la tarde había reunidas más de 500 personas atraídas allí por la celebridad del personage (sic) y lo ruidoso de su causa. Fue así ayer, Szmeredy, (sic) el héroe del día, el objeto de la conversación de los corrillos de la gente del cabildo…”9
“Desde mucho antes de la hora señalada para dar principio a la vista, una gran multitud de gente llenaba las galerías inmediatas a la sala de audiencias… otra multitud no menos compacta, se escalonaba a lo largo de las escaleras y galerías del piso bajo, a la mira de la llegada del reo, para verlo pasar y examinarlo detenidamente.
Szmeredy, que representa unos 40 años de edad, estaba vestido de negro, con ropa usada pero limpia y su actitud era la de un hombre que se hallaba en plena y tranquila posesión de todas sus facultades. Con la mano izquierda alisaba de rato en rato su larga pera negra salpicada de una que otra cana, mientras que con la derecha llevaba a cabo la misma operación con los cabellos, haciendo enseguida descender la mano por sobre el rostro hasta la altura de la boca, cual si quisiera borrar de él toda expresión forzada o contraria a su idea de la actitud que debía asumir en tan solemne circunstancia.”10
Dámaso Centeno, ahora abogado de la defensa, solo necesitó dos días para demostrarle al tribunal las graves faltas en la instrucción del caso. Descargó responsabilidades en Castagnet, que para esta fecha estaba en Europa y en las contradicciones de los policías que participaron del hecho.
Si bien era imposible recomponer la imagen del acusado como la de un hombre honesto, hizo cuanto pudo para demostrar que no había pruebas suficientes para acusarlo de aquel crimen. Consiguió que le creyeran, pues, ante el asombro de la sociedad, Szemeredy fue absuelto el 12 de septiembre de 1881.
Curiosamente, se lo condenó a dos años y medio de prisión por el robo del reloj perteneciente al comandante Domingo Jerez. La pena se declaró agotada dados los años que llevaba detenido y el acusado recuperó la libertad.11
Jack el Destripador
Psicosis, violencia extrema, sexo, misterio y la posibilidad de burlar a todas las instituciones. Estos ingredientes básicos de las más taquilleras películas policiales explican perfectamente el motivo por el cual la historia de Jack el Destripador sigue despertando curiosidad y vive en la fantasía popular, tan fácil de recrear, como la misma niebla en la que imaginamos a Londres en las noches de 1888.
Durante la madrugada del 8 de agosto de dicho año, el cadáver de una vieja prostituta apareció degollado y con sus órganos sexuales cercenados. La mala vida reinante en aquel barrio de obreros e inmigrantes y el hecho de haber sido encontrado cerca de un pub hicieron que esta muerte casi no fuera investigada.
A los pocos días, en la madrugada del 31 de agosto, Mary Ann Nicholls murió de manera casi instantánea después que un misterioso asesino cortara con toda precisión y limpieza su tráquea, esófago, médula espinal y abriera su vientre exponiendo órganos y vísceras.
Una semana después, el cuerpo de Annie Chapman fue encontrado con el mismo tipo de mutilaciones que las sufridas en los casos anteriores.
Las tres eran prostitutas, pobres, alcohólicas y se encontraban en las cercanías de Whitechapel, calle renombrada de un barrio bajo de la ciudad.
Se practicaron numerosas detenciones. Los pocos y dudosos testigos hablaban de un hombre como de 40 años, elegantemente vestido y con acento extranjero.
Hacia fin de septiembre, el supuesto asesino, se dio a conocer por intermedio de dos cartas que dirigió a una agencia de noticias y a la propia policía. En ellas hablaba del odio que sentía por las mujeres de la calle y alertaba sobre futuros crímenes. Las cartas estaban escritas con tinta roja y las firmaba Jack the Ripper. Con la intención de que alguien reconociera la letra y aportara datos sobre el criminal, la policía tuvo la idea de hacer miles de copias de las cartas y pegarlas por toda la ciudad. Lo que consiguió con esto, además de promocionar al criminal, fue sembrar el pánico y, de alguna manera, ayudar a la difusión del seudónimo del más conocido asesino serial de la historia.
Tal vez impulsado por este reconocimiento implícito, el 29 de septiembre, con diferencia de minutos, eligió a dos nuevas emisarias de su crueldad: Elizabeth Stride y Catherine Eddowes. Mientras que la primera solo fue degollada, con la segunda dispuso de más tiempo para mutilarla a su estilo.
Unos días después, George Lusk, presidente del comité de vigilancia, recibió una encomienda con la mitad del riñón de una de las víctimas y una nota en la que El Destripador decía haberse comido frita la otra parte.
Para el cierre de esta perversa lista, el misterioso Jack decidió modificar algunos elementos. Buscó a Mary Jane Kelly. Esta vez, la víctima era joven y hermosa y, a diferencia de los casos anteriores, no fue sorprendida en la calle, sino visitada en su cuarto de Miller’s Court 13 donde atendía a sus clientes.
Con la misma impunidad que antes y gozando del reparo de las inmundas y húmedas paredes, el morboso criminal se tomó su tiempo para despedazar con precisión quirúrgica el cuerpo inerte de aquella mujer. Desmembró su anatomía, separó vísceras y órganos, desparramó fragmentos irreconocibles de sus pechos y mutiló su rostro al quitarle la nariz y las orejas.
En búsqueda de algún faltante, a los médicos les tomaría más de un día integrar todas las partes del macabro rompecabezas.
Y así se fue, de la misma misteriosa manera en que llegó. Todas las pistas y sospechosos fueron investigados o tenidos en cuenta. Desde el zapatero judío del East End de Londres hasta los mismos policías de ronda. Desde abogados y hombres de negocio hasta el propio nieto de la reina Victoria.
Nadie fue condenado o formalmente acusado. El misterio se fue con él y continúa en la maldita tumba donde hoy ni polvo han de ser sus huesos.
En la lista de sospechosos
El rastro de Szemeredy se pierde con su llegada a Europa pero sabemos que en 1885 fue internado en un asilo para dementes de Viena.
Trabajos de los investigadores Eduardo Zinna y Adam Wood, que rastrean los pasos del escurridizo húngaro, logran ubicarlo en Londres como una caballero de negocios llegado de la Argentina.12
Con el alias Alonzo Maduro, se presentó Szemeredy en la firma Gresham House. Mientras intentaba colocar acciones de una compañía argentina conoció a Griffith S. Salway que, para aquellos años, era un joven empleado financiero y con quien trabó una breve amistad.
Durante el tiempo que Szemeredy/ Maduro vivió en Londres, se alojó en el Anderton’s Hotel y varias fueron las veces que recibió visitas y compartió cenas con Salway.
Una tarde este se encontró con Szemeredy, dieron un paseo por Whitechapel y regresaron al hotel a las 22:30 hs. A la mañana siguiente, cuando los diarios hablaban de un brutal asesinato, Szemeredy llegó a la oficina dos horas después de lo usual. Su extraño comportamiento y las actitudes poco sociales hicieron que sus compañeros se fueran separando de él.
En otra ocasión Salway descubrió un doble fondo en un maletín de Szemeredy y escondido en este un largo cuchillo junto con otros instrumentos quirúrgicos y rastros de sangre.
Tan pronto como el supuesto argentino dejó la ciudad los crímenes terminaron.
Años después, regresado a Hungría, caería preso al intentar robar una joyería y dar muerte a su dueño. Evidenciando los mismos problemas nerviosos que en otros encierros, esta vez no esperó el juicio y decidió quitarse la vida a fines de septiembre de 1892. La muerte habría pasado inadvertida y solo llenaría una estadística, si no fuera porque la policía de Presburgo, hoy Bratislava, informó que Szemeredy y Jack el Destripador eran el mismo hombre. Diarios de todo el mundo difundieron la noticia sin que Scotland Yard aceptara las pruebas como concluyentes.
Durante mucho tiempo, cada vez que se cometía un grave asesinato en Argentina, los diarios recordaban el paso del Destripador por estas tierras y relataban la historia a los nuevos lectores.
Conde Luis Alejo Torsianj Szemeredy. Con este título nobiliario y nombre completo lo presenta La Nación, muchos años después, al comparar su accionar con un sangriento asesinato cometido en Rosario. “Szemeredy, supuesto Jack y asesino y ladrón en Viena, cometió en Buenos Aires el asesinato de Carolina Metz… pasó casi cinco años en la penitenciaría para salir absuelto, sin mancha para su nombre, lo que no impidió que se creyera que él era el verdadero Jack el Destripador, pues alejado de Londres reapareció en Viena, cometió los mismos crímenes y, mezclado en un robo a una joyería, fue preso. Desde entonces no se oyó hablar más del destripador Jack.”13
El misterio que envuelve todos estos hechos está vigente y cada tanto aparece algún dato o documento que aviva las discusiones sobre antiguos y nuevos sospechosos. Una historia absolutamente real que el tiempo ha convertido en leyenda popular y novela con final abierto.
Notas
1 – La Pampa, 9/8/1877, pág. 2.
2 – La Libertad, 26/7/1876 y La Pampa, 27/7/1876.
3 – Comisaría 1º Libro Copiador de Notas Nº 25, pág. 404. El subrayado es propio del original.
4 – La Pampa, 27/7/1877, pág. 2.
5 – La Libertad, 10/8/1877 De la investigación que el Jefe de Policía dirige al Juez de Primera Instancia.
6 – La Pampa, 28/8/1877, pág. 2.
7 – Comisaría 1º Libro Copiador de Notas Nº 25, pág. 376.
8 – La Nación, 25/8/1880, pág. 1.
9 – La Pampa, 28/8/1881, pág. 1.
10- La Nación, 28/8/1881, pág. 1.
11- La Tribuna Nacional, 14/9/1881, pág. 2.
12- www.casebook.org Jack the Ripper.
13- La Nación, 21/10/1889, pág. 5.
Información adicional
Año VI – N° 31 – junio de 2005
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Categorías: ECONOMIA Y SEGURIDAD, Ejército, Policía y fuerza pública, PERSONALIDADES, Vecinos y personajes, Historia
Palabras claves: Crimen, trama, asesinato, polícia,
Año de referencia del artículo: 1876
Historias de la Ciudad – Año VI Nro 31