E l Maestre de Campo despreció sus tierras. Y no era para menos. Lo que actualmente es el barrio de la Boca, a principios del siglo XVII, era una zona miserable, anegadiza, poblada de juncos y sauces, a punto tal que no participó originariamente en el reparto de Hernandarias, pues en realidad no eran verdaderas “tierras”.
En cambio hacia el oeste, donde comenzaban las “barracas” y se pisaba firme, estaban las tierras altas que habían permanecido desocupadas, o “vacas” como se decía entonces. En efecto, el primer beneficiario, Alonso de Vera, alias “el tupí” a quien se las había donado don Juan de Garay, nunca había tomado posesión de ellas. Por ello, en 1609, el gobernador criollo procedió a repartirlas en “mercedes” ó “suertes”, que así se llamaban las donaciones, a diversos capitanes y funcionarios interesados. Estas propiedades que circundaban a la ciudad eran denominadas simplemente chacras o chácaras, voces de origen quichua que identificaban a los terrenos dedicados exclusivamente a la agricultura. Si eran más pequeñas, recibían el simpático diminutivo de chacaritas.
Las tierras altas de este reparto, fueron divididas en suertes de chacras que abarcaban desde Barracas hacia el oeste pasando la meseta de los Corrales, actual Parque Patricios, para culminar en el centro de lo que es hoy San José de Flores.
Algunos llegaron tarde, como el Maestre de Campo Ome Pessoa de Sa y Figueroa, pero hizo también su pedido en lo que sobraba. ¿Y qué eran estas sobras de tierras? Nada más ni nada menos que bañados y juncales anegadizos, de ésta y de la otra banda del Riachuelo. El gobernador, que lo era a la sazón don Mendo de la Cueva y Benavídez, especificó su ubicación ante un escribano señalando, que se trataba de las: “demasías tierras que hay y hoviere dentro del bañado que corre y está desde la boca del Riachuelo, donde surjen los navíos, hasta la chacara y obraje del general Juan de Tapia y por dos costados el dicho Riachuelo y las barranqueras de tierra firme, que van corriendo desde enfrente del dicho surjidero de navíos hasta la chacara del dicho general…”.1
En mérito a sus importantes servicios, el gobernador Don Mendo no tuvo inconvenientes en extenderle títulos el 12 de septiembre de 1639, pero los límites de estas tierras inundables y pantanosas, como vemos por los linderos citados, eran bastante imprecisos y siempre se otorgaban “sin perjuicio de tercero” que exhibiera mejores títulos. Y parte de estos bañados ya habían sido entregados a un modesto artesano portugués.
La toma de posesión era siempre un acto formal del que tomaba debida nota un escribano. El nuevo dueño debía pisar el terreno, caminar por él, arrancar hierbas, cortar árboles, cavar y hacer inequívocas señales de dominio, como por ejemplo, mandar salir a los acompañantes, de forma tal que no quedase duda de que era el propietario. Pero un antiguo informe, señalaba que la tierra de ambas riberas estaba “llena de pajonales y pantanosa” e “inútil de poder andar” y el orgulloso Maestre de Campo debióse sentir muy disminuido en sus fueros, cuando vio que sólo recibía bañados poco confiables para asentarse en ellos y menos para hacer esas “inequívocas señales de posesión”. Nunca volvió siquiera a observar su merced desde lejos, ni hablar para nada de ella.
Un arcabucero llamado Antonio del Pino
Más audaz y menos pretencioso había sido un tal Antonio Suárez del Pinho, mencionado en los documentos como Antonio de Piño y erróneamente como Antonio del Pino. Por meras razones fonéticas, nosotros utilizaremos esta última versión para identificar tanto a él, como a su descendencia.
Nacido en Coimbra en 1578, don Antonio había emigrado en busca de fortuna al Brasil donde casó con María Leal, natural de Pernambuco y luego a Buenos Aires, donde se radicó definitivamente en 1608. Venía al Río de la Plata con su mujer y su pequeño hijo Manuel y con su oficio sobrevivió bastante bien durante los primeros tiempos, al amparo que le brindaba la confianza del gobernador.
En efecto, Hernandarias andaba por entonces buscando un oficial arcabucero y el nuevo vecino portugués le sirvió lealmente, pues además de herrero, era ducho en el manejo y reparación de este tipo de armas y no tenía ninguna competencia que le hiciera sombra.
Treinta años después, ya era un vecino importante y de buena posición económica. Ello no le impidió presentar, en febrero de 1636, un largo escrito con su “curriculum” al gobernador Pedro Esteban Dávila, solicitando le hiciera merced de unas sobras de tierras sobre el río de las Conchas para apacentar sus ganados, caballos y bueyes y hacer otras labores y de los bañados de ambas bandas del Riachuelo, señalando: “que habrá tiempo de veintiocho años he venido a esta con mi muger, hijos y familia a ruego del Gobernador que entonces era Hernan Darias de Saavedra y del Cabildo y regimiento de ella, por ser oficial de arcabucero, mandándome tierras para chacras y solares para casas, lo cual hasta ahora no se me ha dado nada, ni yo lo he pedido…”
Por esta razón solicitaba “me haga merced de las tierras y bañados que están de la otra parte del Riachuelo de los Navíos, que corren por la banda del nordeste por la orilla de este Rio Grande hasta la suerte que fue de Agustín Pérez y ahora es de Montes de Oca, y por banda del oeste por el Riachuelo de los Navíos hasta la chacra y suerte de Doña Inés Davalos, muger que fue de Juan Ortiz de Mendoza y de allí hasta la tierra firme de la banda del dicho Agustín Pérez de la otra banda del Este y de esta parte del dicho Riachuelo de los Navíos hasta el exido desta ciudad hasta la chacra de la dicha Doña Ines, que en ello recibiré merced, pues siempre he servido con mucha puntualidad en lo que es servicio de su Magestad.”2
El gobernador hizo lugar al pedido expidiéndole título el 23 de junio de ese año, por considerarlo justo, después de haber repartido entre otros funcionarios principales tierras mucho más valiosas y de mayor calidad que las solicitadas, aunque nuestro arcabucero, debió pagar los correspondientes derechos, como estaba prescrito en las ordenanzas. Para ello se designó tasador al ayudante Gaspar de Acedo, vecino “de experiencia y antiguo”, quien señaló, “le parece valdrán las tierras del río de las Conchas cincuenta pesos y las del Riachuelo como está señalado cien pesos”. Eran en verdad, al decir de este perito, “tierras y bañados de poca importancia”, por lo que don Antonio abonó tasas irrisorias.
Se trataba de terrenos tan malos que, aunque ya repartidos, nunca habían sido efectivamente ocupados, informándonos un documento de 1685, que constituían un continuo pantano “que impide echar por allí gente en tierra”. Y si bien los títulos se otorgaban, “sin perjuicio de quien mejor derecho oviera” y en los papeles seguían perteneciendo al Maestre de Campo Ome Pessoa de Sa y Figueroa, esta zona inhabitable y anegadiza, tenía límites impredecibles y fluctuantes y este funcionario se había desentendido totalmente de ella.
Por esta razón y para asegurarse la propiedad definitiva, don Manuel del Pino, hijo de don Antonio, las pidió nuevamente en merced en 1637, detallando los servicios que había prestado su padre a la Corona, condición sine qua non para acceder a lo solicitado. Aunque debemos convenir que casi siempre estas “fojas de méritos y servicios” deben ser tomadas con beneficio de inventario, pues los interesados se encargaban de inflarlas sobremanera.
Decía don Manuel refiriéndose a su progenitor, vecino de esta ciudad de Buenos Aires: “Antonio de Piño mi padre ha mas tiempo de treinta años que se avecindó en ella, y en el dicho tiempo en todas las ocasiones que se han ofrecido del real servicio ha acudido con su persona, armas y caballos a su costa y mención sin salario ni sueldo de su Magestad”,3 y cuando era ya viejo y no podía participar por estar impedido, ayudaba económicamente al pertrechamiento de los soldados que se enviaban a la ciudad y su frontera.
Afirmaba del Pino, que su padre había venido a estas tierras desde el Brasil por pedido de Hernandarias como experto arcabucero y con promesa de darle tierras de chacras y solares, lo que no se había verificado. En atención a estos y otros antecedentes, el gobernador Mendo de la Cueva y Benavídez le otorgó en propiedad una estancia en Luján el 21 de noviembre de 1637 y le confirmó la posesión de los bañados del Riachuelo que mencionaba.
Años más tarde, cuando don Manuel entró al seminario y tomó estado sacerdotal, estas tierras le fueron donadas por don Antonio, por escritura del 21 de octubre de 1643.
El licenciado del Pino se salva de ser extraditado
Seis años después, don Antonio del Pino moría en esta ciudad sobreviviéndole su viuda y tres hijos: el mencionado Manuel, Antonia y Catalina Leal. Esta última casada con un tal Francisco de Pedrosa, residía en Jujuy y fue excluida de la herencia por haber recibido su parte como dote al momento de su casamiento.5 No debe extrañarnos la variación de los apellidos entre los hermanos; en esa época no existía ninguna regla fija sobre el particular; se podían heredar o no y hasta elegir el de algún antepasado que más se hubiera destacado.
Los portugueses que se radicaron en el Río de la Plata fueron casi siempre un factor de progreso en todo orden de actividades y a mediados del siglo XVII, se calculaba que integraban casi un 25 % de la población urbana de Buenos Aires. Todos estaban en buena posición económica y los del Pino-Leal, conformaban una familia acaudalada.
Don Antonio les había dejado una estancia en Luján poblada con numerosas cabezas de ganado, una chacra en Las Conchas y “otra chacara despoblada —decía en su testamento—, que tengo en el pago de la Magdalena desta otra banda del Riachuelo linde con tierras de doña María de Vega y con tierras del Alguacil Mayor Pacheco”.
Por esta época, Portugal había sido incorporado a la corona de España y los portugueses gozaban aquí de los mismos privilegios que los españoles. Luego sobrevino el levantamiento lusitano en la península y Portugal recobró su independencia. Este acontecimiento fue desastroso para los portugueses de las colonias americanas, que cayeron en desgracia al punto tal que una provisión real dispuso su expulsión.
Manuel del Pino, hijo de don Antonio, que era diácono en 1651 y se había ordenado presbítero en 1655 en Tucumán, fue incluido en esta dura y cruel medida. Así lo informaba el obispo Mancha en queja al rey: “A éste ha echado el gobernador porque dice nació en Portugal, y que vino de edad de un año, donde se ha criado con cuatro hermanas casadas, con más de doce sobrinos, y todos se quedan y él solo porque vino de un año lo ha echado”.6
Pero las influencias fueron valederas; en este caso los argumentos a su favor eran bastante sólidos y por ello, el licenciado del Pino zafó de partir hacia el exilio. Años después, por su propia voluntad se radicó definitivamente en Pernambuco donde habitaban sus familiares maternos, ciudad donde falleció en 1687 no sin antes designar heredera de todos sus bienes a su hermana Antonia.
Doña Isabel de Torres Briceño y sus sucesores
Es curioso señalar cómo la propiedad de las tierras que estudiamos, bañados y juncales por un lado y barrancas altas por el otro, fue pasando de padres a hijos y nietos y en este caso en particular, siempre por vía femenina. Así, vimos como las propiedades de Antonio del Pino pasaron a su viuda María Leal en 1636 y luego a sus hijos Manuel e Isabel Leal. Esta última casó con Francisco del Ribero y al fallecer en 1652, heredó sus tierras su hija Ana del Ribero. Ella desposó al capitán Luis de Torres Briceño7 y doña Isabel, hija de ambos, contrajo matrimonio con el capitán Diego Morón el 27 de noviembre de 1681.
Este último, natural de la Villa de Madrid, había servido durante seis años en los famosos tercios españoles de Flandes y pasó luego a Buenos Aires como Capitán de una de las Compañías de Infantería del presidio. Familia económicamente acomodada, una de las estancias inmortalizó su nombre en la actual ciudad de Morón.
Dos años después, en 1683, el licenciado del Pino y su hermana María Leal, resuelven donar estas propiedades a su sobrina, mencionando en la escritura que cedían a la joven señora de Morón, las “tierras del Riachuelo en el paraje donde por consentimiento nuestro y paga que se nos a hecho, han acostumbrado los capitanes de los navíos de registro hacer barracas para su corambre las quales tierras heredamos de nuestro padre”.8 El texto de este documento constituye un antecedente importante del nombre de “Barracas”, con que hoy se conoce buena parte de la zona aledaña.
La hija del matrimonio, Dionisia Morón, casó en noviembre de 1727 con Martín de Gamboa, natural del reino de Navarra, donde había nacido en 1701. Ellos engendraron a Dionisia y Martín Mariano, nacido este último en 1730 y padre a su vez de don Fermín de Gamboa, quien inició la última parcelación en el siglo XIX.Por arreglos hechos entre los herederos de doña Isabel de Torres Briceño tocó la mitad de esta suerte a su nieta Dionisia; un cuarto, por derecho hereditario y otro cuarto por cesión de doña Catalina Morón su tía; parte de las tierras que pertenecen hoy al barrio de Barracas. La mitad restante, que incluía unas ciento veinte cuadras cuadradas de tierras bajas y pantanosas de la Boca del Riachuelo, pasó en donación al Convento de Religiosos Dominicos como legatarios de doña Josefa María Morón, hija de doña Isabel.
Tenemos así dividida en dos partes la merced original de Antonio del Pino, compuesta por tierras casi abandonadas por sus legítimos dueños que residían permanentemente en la ciudad. Por ello, no pudieron impedir que a partir del último tercio del siglo XVIII, buena parte de la zona alta fuera invadida por intrusos pobres que zanjeaban los terrenos, establecían quintas y se transmitían sus posesiones por escritura pública. Estos ocupantes ilegales constituyeron graves obstáculos para definir equitativamente, lo que correspondía a cada parte, cuando por fin, los verdaderos propietarios decidieron deslindar y amojonar sus posesiones.
Los dominicos pleitean por la posesión de las tierras
Había llegado el momento de sacar algún fruto de tierras que con los años se habían valorizado sobremanera y finalmente concretar la división de los terrenos entre el Convento de Santo Domingo y la familia de Gamboa. Pero no fue fácil; los frailes dominicos demoraban las cosas y se diluían los arreglos en largas discusiones. Sucesivas mensuras realizadas para deslindar ambas posesiones no conformaron a ninguna de las dos partes.
El pleito llegó finalmente a la justicia y en octubre de 1789 el Oidor Lorenzo Blanco y Cicerón comisionó a un alguacil de la Real Audiencia para practicar la división y asignación de esas tierras que se realizó de la siguiente forma: “Para el Convento de Santo Domingo, todo el bañado y terreno que hay desde la Guardia del Riachuelo, hasta la Barraca del Oficio de Misiones corriendo por los cercos y quintas que llaman de Montaner, vendidas por S.M., y con inclusión de la antedicha Barraca contigua al cerco y quinta de Benito Serantes, como también todo el terreno que hay (con esclusión de la chacarita sita arriba de la barranca donde los reverendos padres han edificado y plantado) desde la quinta de D. Francisco Mesa, hasta dar con el Río, y las enunciadas Barracas, para repartir en iguales partes los expresados terrenos”.
La mensura se comenzó tirando los peritos una línea recta de este a oeste por la quinta de Antonio Rocha, contigua al Riachuelo, hasta dar con los cercos y quintas de Montaner, donde se pusieron los respectivos mojones y se dieron al Convento, dos quintas que incluían, además del bañado que corría hacia la ciudad, una cañada conocida en el siglo pasado, como arroyo del Piojo.
A Fermín Gamboa se le adjudicó la quinta de Antonio Rocha y las barracas, quedando la línea mencionada como divisoria de ambos terrenos. Luego de reconocer las tierras existentes hasta el Riachuelo y las barracas, encontraron 45 cuadras, que se dividieron equitativamente tirando una línea de este a oeste. Cortaron una cuadra y media la quinta de un tal Suárez y se asignaron al Convento, 22 cuadras y media contiguas a la chacra principal y otras 22 y media, a la familia de Gamboa.
Valorización y fraccionamiento de la ribera del Riachuelo
Mientras tanto, a principios del siglo pasado, esta zona pasó a denominarse “pago del Riachuelo” en numerosos documentos. Fue la época en que comenzó la valorización de estas tierras y los propietarios de las riberas se beneficiaron considerablemente con el tráfico existente sobre los caminos de acceso a la ciudad. Muchos eran entonces los que querían establecerse en terrenos vecinos al cada vez más frecuentado puerto del Riachuelo, por donde entraban y salían todos los productos del comercio de la ciudad y su campaña. Había tal demanda de predios que su valor aumentaba periódicamente, lo que aseguraba un fraccionamiento ventajoso y rápido.
Ya en 1797, Don Fermín Gamboa había iniciado la parcelación vendiendo algunas quintas a sus ocupantes. El 18 de septiembre, Ramón Ugarteche, le adquirió una gran fracción lindera por el sur con el Riachuelo y por el oeste con la quinta de Mateo Ramón de Alzaga.
Este mismo terreno, a su vez, se subdividió a partir de 1805, estableciéndose allí, sobre el río y en sus inmediaciones, diversas firmas de comerciantes. Aparecen así los nombres de Tomás Gowland, Manuel J. de Guerrico, J. Farington, Kelsey y Klappenbach, Santa María y Llambí, Antonino Cambaceres, Tomás García de Zúñiga, Juan Duguid, Vicente Casares y otros negociantes, en su mayoría importadores, exportadores y saladeristas. Muchas de estas propiedades, loteadas años más tarde, cuando el puerto del Riachuelo había perdido su preponderancia, integran hoy el barrio porteño de la Boca.
Otra parte de los terrenos de Gamboa, fue ocupada por el Gobierno con autorización verbal de la familia, que edificó en ellos el Muelle y Casa de Resguardo. Años después, se hizo una mensura y se extendió escritura de cesión en dos fracciones, una sobre la casa “Resguardo” y la otra sobre la denominada “Guardia Vieja”. En 1863, los herederos de Fermín Gamboa todavía seguían en posesión de tierras en la zona que liquidaron poco tiempo después.
Los dominicos venden los bañados a “un inglés”
Mientras tanto ¿qué había pasado con los juncales anegadizos de los dominicos? El 11 de mayo de 1817, fray José Román Grela, superior de la orden, reunió a toda la comunidad para comunicarles una importante novedad. Expuso que: “un comerciante ynglés solicitaba con insistencia, que el Convento le vendiese los terrenos que poseía en el Bañado a esta parte del Riachuelo, ofreciendo dar en dinero de contado la cantidad a que ascendiese su valor, prebia tasación formal. Los M.RR.PP. de consejo procedieron inmediatamente a deliberar sobre el particular, y después de reflexionar sobre la ninguna utilidad que reportaba el Convento de tener en su poder unos terrenos que, sobre ser de poco mérito estaban abandonados, y nada le producían, resolvieron de común acuerdo se admitiese la solicitud que arriba se expresa”, autorizando la venta del “enunciado terreno con aquel individuo o qualquiera otro que en su defecto hiciese igual propuesta, realizándose antes la tasación que era de necesidad y todos los demás pasos de formalidad que corresponden”.9
Así fue como las tierras bajas de los dominicos que en la primitiva donación se mencionaban como juncales anegadizos, en un total de 120 cuadras cuadradas, fueron vendidas el 5 de diciembre de 1817 por el Convento de Predicadores de Santo Domingo, a un casi ignoto comerciante inglés apellidado Brittain; míster James Brittain.
El escribano Iranzuaga inició la escritura con un detallado resumen de los títulos, que por su importancia para la historia del barrio, decidimos transcribir textualmente, permitiéndonos sólo modernizar en parte su escritura. El vendedor, fray José Ignacio Grela, afirmaba que su convento poseía: “unas tierras valdías en el Paraje nombrado el Bañado a extramuros de esta ciudad e inmediaciones del Riachuelo… por donación que en mayor porción hizo a dicha fábrica Doña Josefa Morón que las hubo de su madre Doña Isabel de Torres Briseño, procedente de donación echa a Don Antonio del Pino por el Governador y Capitán General de las Provincias del Río de la Plata Don Pedro Dávila según titulo expedido en veinte de junio de mil seiscientos treinta y seis autorizado por el Escribano Mayor de Gobierno Don Alonso Agreda de Vergara, cuyo testimonio doy fe tengo a la vista siendo el título por que ha poseído desde tiempo inmemorial pacíficamente y sin contradicción de persona alguna la expresa comunidad”
Continuaba luego señalando, que el mencionado Convento: “después de meditado y conferesiosado largamente ha resuelto facultar a su P.R. para que conviniere en la venta de dichas tierras tratando su precio con Don Diego Brittain, del Comercio de esta plaza, que había solicitado su compra; y en efecto lo ha hecho así en cantidad de quatro mil ochocientos pesos a dinero de contado; lo qual ha merecido la aprobación de los RR. PP. de Consejo facultándolo para la extensión de esta escritura. Por tanto, a su nombre y de los futuros religiosos otorga que vende desde ahora para en todo tiempo y para siempre jamas al citado Don Diego Brittain, para sí, sus hijos, herederos y sucesores o quien le represente las referidas tierras que según medición que al efecto se ha hecho componen ciento veinte quadras de a cien varas cada una, situadas a distintos vientos, y lindan según plano que se ha formado con tierras de Don Cayetano Soto, con casa y Quinta que fue del General Brown, con tierras de los herederos del finado Don Francisco Salbia Marull; con las nombradas de Rocha y con el Riachuelo antiguo en que estaba la Guardia vieja, y una Calera conocida por del Inglés”.10
Después de firmada esta escritura, algunos dominicos seguramente se habrán quedado pensando: ¿para qué querrá el gringo, estos bañados?
¿Quien era míster James Brittain?
Poco se ha publicado sobre este personaje que, en nuestro país, había castellanizado su nombre por Diego. Dice un historiador boquense que, “según una versión corriente vino con el ejército invasor deBeresford”y había nacido en Sherfield, Inglaterra.
En realidad, arribó algunos años después, hacia 1809, época en que se afincaron en Buenos Aires muchos comerciantes británicos. Aquí, en la iglesia de San Telmo casó con su compatriota Francis Kendall,11 quien había embarcado en Inglaterra en el “George Canning”, en el mismo viaje en que lo hizo el general San Martín.12
Consideró conveniente para sus intereses la Revolución de Mayo y la apoyó desde sus inicios, mientras incrementaba notablemente su actuación comercial en nuestro país. Fue accionista y formó parte del directorio del Banco Nacional, emprendiendo diversas empresas rentables, entre ellas la fundación en Buenos Aires del primer jardín de recreación denominado “Parque Argentino Vauxhall”, en sociedad con Santiago Wilde. Se dedicó con éxito a los negocios y su nombre figura casi siempre en los documentos con el agregado “del comercio inglés de Buenos Aires”.
Aparece mencionado muchas veces como consignatario de barcos de diversas banderas, especialmente ingleses, en los cuales exportaba frutos del país en gran escala hacia Europa y las Antillas. Algunas remesas incluían entre 10 y 15.000 cueros al pelo o salados, pieles de chinchillas, nutrias, carneros, leones criollos o pumas, venados, cisnes, aspas, marquetas de sebo, bolsas de cacao, cajones de plumas, etcétera. A su vez importaba de Europa, Estados Unidos y hasta de la India y China, cristales, lozas, lencería, sedas, libros, espejos, sal, ginebra, aceite, papel, tabaco, barriles de cerveza, cristales y armas, en algunas ocasiones.
Aunque Brittain reunió de esta forma una considerable fortuna, sus donaciones al gobierno patrio siempre fueron hechas cuando las hacían los otros comerciantes ingleses. “La Gazeta” sólo consigna que en septiembre de 1813 aportó 50 pesos para las viudas de los desaparecidos en Salta y en 1819, 34 pesos (2 onzas de oro) para la viudas e inválidos de guerra.
Socio de Samuel Winter, que residía en
Inglaterra, la razón social giraba en Buenos Aires bajo el nombre de Winter Brittain y Compañía y estaba ubicada en 1819, frente a Santo Domingo. En 1821, lo encontramos en la calle de San Francisco para el Colegio y más tarde en la de la Biblioteca N° 34. Su socio en Buenos Aires era, al momento de su fallecimiento, don José Templeman.
Su casa particular sobre la barranca del río, adquirida en 1812, lindaba con la Ranchería de San Francisco y la familia anglo-argentina de los Wright y poseía además una arbolada quinta en Barracas denominada “Waterloo”, donde finalmente se radicó en forma definitiva.
Brittain comienza a invertir en la zona
Además de esos pantanos, cuya utilidad no alcanzaban a vislumbrar los padres dominicos, el desconocido comerciante inglés adquirió otros terrenos de quinta linderos ya ubicados en la zona alta de las barrancas. Así, por un documento simple fechado el 14 de febrero de 1818, el Dr. Feliciano José de Pueyrredón, sacerdote hermano del general, le vende una quinta en la banda interior del Riachuelo “en el paraje que llaman la Voca”, que había sido otorgada en merced por el gobernador Bucareli el 19 de junio de 1772 al primer poblador Baltasar Pasos, previa mensura del agrimensor Cristóbal Barrientos.
También por documento simple, compra a Cayetano Soto en 1818 unos terrenos que por su orden fueron mensurados por el Maestro Mayor de Alarife Don Juan de San Martín, quien señaló que afectaban la forma de un trapecio con 135 varas al norte, 113 al este y 155 al oeste. Y al año siguiente Soto agrega a su venta 20 varas más.
El 24 de abril de ese año, Angeles Gamboa, Marcelo Fulgencio Gamboa y Juana Piñero de Gamboa, todos descendientes y herederos de aquel primigenio herrero del Pino, le venden otro terreno contiguo al Riachuelo de los Navíos de figura triangular con 36.774 varas cuadradas y lindero con tierras que el propio comprador había adquirido al Convento de Santo Domingo.
Don Diego pasó a ser así el más importante inversionista en esa zona de pantanos alternados con barrancas, a los que trató por todos los medios de valorizar, como veremos más adelante. ¿Qué tenía en mente míster Brittain?
De cómo se “abrió” el primer Camino de la Boca
Nuestro inglés, era más comerciante que filántropo. En los primeros meses de 1821, mostró sus cartas: propuso al gobierno la construcción de un camino bien conservado “que empezando frente a la Pólvora que llaman de San Pedro, en terrenos de mi propiedad, concluyera en la boca del Riachuelo”, donde se construiría un muelle para facilitar a los buques de carga y descarga “sin el penoso trabajo que demandaba la entrada de las carretillas en el agua y sin estar expuestos a averías los frutos y mercaderías”. Se trataba de abrir la hoy avenida Almirante Brown.
Hasta entonces el ingreso a la zona se hacía casi exclusivamente por otra calle transversal que recibió diversas denominaciones a través del tiempo. Varios documentos antiguos la mencionan como “camino real que llaman de Barracas”, “camino que va a las Barracas del Riachuelo” y también, “calle que va al Puente del Riachuelo de Barracas”. En el siglo pasado se impuso el nombre de “calle Larga de Barracas”, que corresponde hoy a la avenida Montes de Oca.
La novedosa propuesta de Brittain tenía como fin aligerar el tránsito en la zona, al mismo tiempo que constituía una nada despreciable fuente de entradas para el proponente. Así, el 22 de noviembre de 1821 se aprobó el nuevo proyecto, firmándose el respectivo contrato entre don Diego Brittain y don Juan de Bernabé y Madero, representante del gobierno.
El primero se obligaba a “construir por terrenos de su propiedad un camino cómodo de más de ocho varas de ancho desde frente de la Pólvora de San Pedro hasta el margen del Riachuelo de Barracas no muy distante de la voca” y un muelle con una o dos cabrias y sus aparejos correspondientes, “bastante grande para permitir que por ese medio, dos o tres lanchas reciban o entreguen carga a un tiempo”.13
El nuevo camino comenzó a construirse inmediatamente y era transitable para carruajes de todo tipo comprometiéndose el contratista a tenerlo bien conservado y en buen estado, salvo cuando lo destruyera alguna fuerte tormenta, en cuyo caso debería lamentablemente para él, repararlo totalmente a su costa.
Nace el peaje para el muelle de la Boca y su camino de acceso
Hasta aquí la obra era de interés público; veamos cuál era el interés de Brittain. Por el artículo séptimo del contrato, el gobierno le otorgaba, “en justa compensación de los gastos que debe necesariamente hacer en la construcción y buena conservación de dicho camino”, el derecho de “cobrar de las carretas de bueyes y de las de caballos que entren o salgan cargados, dos reales para las primeras y un real para las segundas”, siendo el tránsito libre para los coches, carruajes y gente de a caballo que sólo pasen por diligencias o paseo. Nacía el peaje, que en estos últimos años como un Ave Fénix, renació vigoroso en nuestro país.
El muelle o plancha, con sus cabrias y aparejos para la carga y descarga, se comenzó a construir en marzo de ese año y se terminó en octubre y aquí también Brittain llevaba su parte. Se convino que cobrara 20 reales por cada mil cueros vacunos o por cada cien carretillas de leña, 10 reales por cada mil cueros de caballos, 2 reales por cada fardo de pieles, efectos, cajones grandes, pipas de líquidos o bulto de igual tamaño y 1 real cada cajón o bulto de poca entidad.
Esta concesión se le otorgó por treinta años y considerando que el inglés era un hombre mayor, terminaría beneficiando hasta su finalización en 1852, a sus hijos y sus nietos, quedando facultado el gobierno al cabo de ellos, para adquirir el viejo muelle por lo que se estime entonces su valor.
Para no decir que los ingleses no regalaban nada, Brittain cedía gratuitamente el terreno del camino a favor del gobierno. Más aún, al segundo año de establecido el muelle y habilitado el camino, abonaría al gobierno el 10 por ciento de su renta. Considerando el buen negocio que había realizado, hasta se sentía generoso afirmando que: “será un honor en ceder en adelante voluntariamente el 15 % en lugar del 10 si el comercio aumentare en proporción”.
Las obras se realizaron satisfactoriamente, para lo cual don Diego se encargó de adquirir en Inglaterra dos cilindros para terraplenar caminos “del modo que usan en Londres”, que abonados por el gobierno, fueron desembarcados en el Riachuelo el 5 de noviembre de 1822.
El inglés pierde la concesión y un francés la solicita
Poco tiempo duró el contrato leonino de Brittain; nuestro inglés no pudo impedir que el gobierno, aconsejado quién sabe por qué envidiosos del negocio, cuestionara la validez de la concesión. Como en las negociaciones no se llegó a un acuerdo con el adjudicatario, las autoridades unilateralmente decidieron su cancelación.
A fines de 1829, Brittain cansado de protestar, decidió olvidarse de esta malísima inversión y regresar a Inglaterra para disfrutar en su residencia de Black Healt de la cuantiosa fortuna que le habían deparado los otros negocios que había hecho en nuestro país.
Mientras tanto, era necesario realizar en forma urgente obras de conservación en el “camino del Riachuelo y muelle de la Boca” que había devenido propiedad del estado por donación forzada de Brittain. Volvían a ofrecer el cobro de un derecho de peaje y en años siguientes se presentaron diversos proyectos.
Así fue como en marzo de 1833, un comerciante francés, Teodoro Aimé Duportail se tentó para ofrecer una interesante propuesta, que una minuta oficial resumió de la siguiente forma:
“Dice que presenciando todos los días las quejas que hacen los dueños de buques por sus gastos y demoras, los carreteros por la pérdida de tiempo y dificultades que experimentan, por la falta de tránsito que hay del camino que conduce de esta ciudad al puerto de la Boca: propone el modo más económico de mejorar el tránsito del camino y bajo las mismas condiciones que fueron otorgadas a la casa de Brittain; el Gobierno apoyará con su poder el cobro del derecho de peaje que se fijará al cambio por la razón que los conchavos de mantención, pastoreos y demás desembolsos… cuya contrata se hará por el término que queda que correr, sea por un traspaso que le haga la casa de Brittain o directamente con el Superior Gobierno bajo las condiciones que los puentes existentes buenos y malos, así como el muelle queden a beneficio y uso del camino, quedando el empresario obligado a hacer a su costa los que falten y mantenerlos en buen uso todo el tiempo que dure la contrata.”14
Proponía Duportail, se lo autorizara para cobrar a todos los dueños de buques que descargasen en el puerto de la Boca, 4 reales moneda corriente por cada tonelada, en vez de los dos reales plata que se pagaba por carretas a Brittain. El derecho se cobraría sobre la patente de cada buque que efectúe su salida, mientras el tránsito de carretas vacías y la carga quedaba libre. Se comprometía, además, a dar a los dueños de barcos una estacada de ñandubay a continuación del muelle para facilitar la carga y descarga sin necesidad de changadores.
El empresario consideraba que los primeros cinco años la obra no costearía sus gastos, pues el desembolso que debería hacer sería muy grande. Acompañaba un presupuesto de los trabajos, pero la propuesta quien sabe por qué, no fue aprobada.
El Gobierno se hace cargo del acceso al Puerto de la Boca
En enero de 1834, comenzó a funcionar una denominada Comisión Central de Vías Públicas con jurisdicción para ocuparse del tema. Informaba la flamante repartición sobre los trabajos a realizar en las calles y barrancas que conducían al Riachuelo, incluyendo: “el allanamiento y recomposición de la barranca de los mixtos, al concluir la calle de la Universidad, calle antigua al costado de la quinta del Gral. Brown, calle nueva que conduce a la Boca y barranca y calle que conducen del puente de Barracas a la Convalescencia llamada calle sola”.15
Pedro Trapani, en junio de ese año, fue comisionado por el gobierno para realizar diversos trabajos, informando que: “para allanar la Barranca denominada de los Mixtos en la Calle de la Universidad, y practicar las reparaciones que fuesen necesarias en dicha calle en su largo; se pusieron en planta dichos trabajos aprovechando todos los intervalos de buen tiempo, de suerte, que la operación de la Barranca, que era la que demandaba más cuidado, está al concluirse.”
En octubre pedía 2.500 pesos para continuar los trabajos señalando que el Departamento Topográfico no había hecho las delineaciones necesarias “en la quadra de la calle transversal que sale al frente de la Quinta de Mr. Makilein” (Mackinlay), habiendo por su parte dado desagüe para destruir la ciénaga que se había formado y las inundaciones que con las lluvias soportaban las quintas colaterales.
En noviembre, Felipe Senillosa informa que no debe adelantarse suma alguna antes de que “se arregle al Reglamento que presentará la nueva Comisión Central que creara el Gobierno el 12 del diciembre pasado conforme al decreto de mayo próximo pasado. Sólo la nueva expresa Comisión podrá dictaminar sobre este particular”. Se archivó el expediente en mayo de 1835.
Brown arregla los caminos, pero le niegan el peaje
No obstante, en abril de 1834 se presentaron tres nuevas propuestas por parte de los señores Juan Baratta, Tomás Whitfield y Juan Malcolm. El primero ofrecía recomponer el “camino nuevo o calle sola”, que va desde lo de Brittain al Puerto de los Tachos y acompañaba un plano. Pedía 15.500 pesos pagaderos a medida que avanzaran las obras. Se comprometía a conservarlo a su costa en estado de libre tránsito para carretas por un año y libre de las crecientes ordinarias.
Por su parte, Whitfield proponía “dejar transitable la barranca detrás de la Residencia y la de Marcó, dando curso a las aguas”, por la cantidad de 12.800 pesos, ofreciendo concluir la obra dentro de los dos meses, mientras Malcolm pedía por similares tareas, la suma de 15.000 pesos.
La Comisión de Vías Públicas, aconsejó sacar a remate público las obras y los expedientes fueron archivados. La licitación se realizó al año siguiente y el Almirante Brown se las adjudicó en la suma de 35.000 pesos, firmando con el Jefe de Policía General Lucio Mansilla, el respectivo contrato.
El 20 de mayo de 1835, señalaba Brown “estar concluida la obra del Camino del Riachuelo de que estaba encargado” y reclamaba un reajuste de 3.130 pesos por los gastos extras que había demandado el “correr una estacada sobre el río del Riachuelo y levantar el piso en la parte que forma el descampado entre el muelle de madera y las líneas de la sanja del camino”, acotando que “de nada serviría un camino fácil si al desembocadero de las aguas pasadas, se formasen pantanos que hiciesen difícil el tránsito de los carruages”.
Solicitaba además se le entregaran 14.000 pesos extras a fin de “conservar en buen estado el precitado camino del Riachuelo, siempre que se le ceda por cinco años el derecho de peaje, pues aunque por la contrata está comprometido a dicha conservación pasándosele anualmente la cantidad de 4.000 pesos, esto es embarazoso al Erario, por el estado afligente en que se halla que podría ocasionar alguna diferencia perjudicial a una u otra de las partes contratantes”.16
Aunque ese año Doña Isabel Chittry de Brown en ausencia del Almirante se presenta reclamando el cumplimento del contrato y de los pagos a su esposo, en junio de 1838 el expediente se encontraba todavía a consideración de la Contaduría General.
El Gobierno decide explotar el filón por su cuenta
Mientras tanto se iban realizando por cuenta del gobierno diversas obras de mantenimiento y en 1849 se debió reparar totalmente el muelle que se hallaba en gran parte hundido. Se construyó una explanada de madera sobre la ribera y varios puentes para facilitar “el camino carril hasta Barracas”, según informaba el Capitán Interino del Puerto don Pedro Ximeno.
Pocos días después de Caseros, en febrero de 1852, se nombró a Mariano Casares y José Garay para arreglar el camino y muelle de Barracas, quienes en marzo solicitaron, se “les autorice la recaudación del derecho de peaje y el de muelle para ayudar a los 20.000 pesos que se le dieron y continuar los trabajos” hasta terminar las obras.
Por su parte, el Ministro de Hacienda aconsejaba al Gobierno que tanto el Camino de la Boca como el muelle del Riachuelo “se saquen a remate, porque el rematador por su interés particular mantendrá el camino y el muelle en el mejor estado de servicio sin que el erario renuncie completamente a la renta que percibe”.
Mientras tanto, a lo largo de Almirante Brown se fueron estableciendo poco a poco diversos pobladores, aprovechando el relleno del lugar y el hecho de no pagar arrendamiento alguno, pues las tierras ganadas a los bañados parecían abandonadas por su propietario. Pero no era así.
Los sucesores del comerciante inglés
Habíamos dejado a James Brittain en el momento en que se radicaba en Inglaterra. Allí disfrutó muy poco tiempo de su fortuna; el 12 de febrero de 1830 fallecía en Black Healt, un suburbio elegante y arbolado de Londres. De su esposa Francis había tenido ocho hijos, cinco mujeres y tres varones, la mayoría nacidos en Buenos Aires, aunque casados y residentes casi todos en Gran Bretaña.
Su testamento del 7 de febrero de ese año, disponía que se vendieran todos sus bienes; legaba una parte a su hermano Guillermo y el resto lo repartía entre sus hijos. Su viuda, que falleció el 16 de abril de 1838, debía recibir sólo una pensión de 750 libras al año.
Como exitoso comerciante, sus bienes en la Argentina eran múltiples y tenía intereses en variados rubros. Mientras vivía en nuestro país, integró el denominado “comercio inglés de Buenos Aires”, un consorcio de ese origen y algunos norteamericanos, que acaparaba los negocios más rentables. Brittain había diversificado sus inversiones, especialmente las inmobiliarias, que abarcaban tierras y casas. Ya hemos mencionado algunas de sus propiedades en Barracas. Señalaremos otras importantes y no tan conocidas, para dar una imagen de quien era el fundador del barrio de la Boca.
Así, en enero de 1824 vendió al acaudalado comerciante gallego don Juan Antonio Rodríguez, dos quintas linderas con la de don Nicolás Rodríguez Peña, situadas entre Córdoba, Callao, Charcas y Montevideo, antigua propiedad de la familia Merlo, donde el comprador erigió la actual Capilla del Carmen, cuya interesante historia es digna de un relato especial.
En 1825, Brittain era propietario de dos estancias en Entre Ríos sobre los arroyos Ibicuy y Yuqueri con frente al río Uruguay y una cantera para extraer conchilla denominada “Conchera de las Flores” sobre el río Gualeguay. Una de sus estancias, adquirida a Carlos Wright, tenía 4 leguas de frente y 13 de fondo. A su fallecimiento, quedaron varias propiedades en nuestro país, además de los potreros de la Boca, su residencia del alto llamada “Waterloo”, la “Casa de Filipinas”, que había sido antes la antigua “Cautivería” de los negreros ingleses y una casa en la calle de Belgrano.
Pero no se agotaban aquí sus inversiones; en sociedad con Tomás Fair, Miguel Riglos, Tomás Armstrong y Mariano Fragueiro participó también en la explotación minera, adquiriendo en Chilecito de Famatina, la mina denominada “Nuestra Señora del Carmen”.
Los herederos venden a los intrusos y nace el barrio de la Boca
Con la muerte de Brittain, la familia tomó diversas medidas para salvaguardar sus pertenencias. La primera fue designar a la sociedad formada por Federico Plowes y Carlos Atkinson, de Buenos Aires, administradores de los bienes que don Diego poseía en la Argentina. La situación se mantuvo sin variantes durante varios años, hasta que en 1856 los herederos llegaron a un acuerdo sobre las medidas a seguir y nombraron liquidadores de los bienes del difunto a sus hijos Jorge Alfredo y Diego Winter Brittain y al yerno Enrique Tomás Curry, esposo de su hija Elena.
Era imprescindible que estos últimos viajaran a la Argentina y así lo hicieron. Los tres se trasladaron a Buenos Aires con el fin de realizar las propiedades del padre común. Una de ellas, eran las tierras de la Boca del Riachuelo.
Desde la época del fallecimiento de don Diego, la zona había evolucionado notablemente. A la vera del Camino Nuevo abierto por Brittain, bordeado de árboles y más tarde denominado Avenida Almirante Brown, se habían establecido numerosos pobladores.
Así, en 1852, Mariano Casares y José Garay acotaban que “con una notable rapidez se encuentra en aquel lugar formada una nueva y no corta población, valiosa por el local y por los intereses que se encuentran en depósito”.
Todos los frutos del país pasaban por esa calle rumbo al puerto del Riachuelo y “desde la Casa Amarilla que habita ahora el Señor Gordon hasta el muelle y en la ramificación de éste que se extiende por la rivera hasta Barracas por delante de esa calle existe hoy una población muy importante y que paga igualmente el peage del camino”.
Este fue el panorama que encontraron los hermanos Brittain; la gente había poblado esos terrenos de su propiedad, abriendo calles y edificando esquinas. La única solución posible fue venderles los predios a los ocupantes ilegales. Para ello convocaron a una reunión y llegaron a un acuerdo.
En los años 1857 y 1858 ante la escribanía de Fernando Segade, Jorge Alfredo y Diego Winter Brittain vendieron el mayor número de lotes, que continuaron en los años siguientes hasta 1888. Compraron entre otros: Mariano Pastor, Manuel Pintos, Julio Arraga, Torres y Currás, Francisco Antonio Rodríguez, Santiago Filiberto (padre del autor de “Caminito”), Manuel Gómez, José Antonio Millán, Juan Sendra, Francisco Brunazzo, José Campis, Jacinto Castelar, Juan Robledo, Pedro Casares, Tomas Taylor, Francisco Fau, Juan Cruz Sierra, Rafael Vernengo, Cadret y Rabazzini, etcétera, dando origen con el afincamiento de comerciantes y vecinos al que con los años sería el barrio de la Boca.
No obstante, gran parte de estas tierras siguieron siendo anegadizas por la mala calidad de su suelo y, por estar más bajas que las altas mareas ordinarias del Río de la Plata, expuestas frecuentemente a serias inundaciones. Estas se hacían más dramáticas cuando a la penetración de las aguas se le combinaba el viento y las fuertes lluvias.
En el plano de la testamentaria de Brittain levantado por Feliciano Chiclana en 1849, que en transcripción nuestra reproducimos, pueden observarse los juncales anegadizos, separados de la tierra más firme por un “camino cubierto de agua”, el “Camino al Muelle del Riachuelo”, hoy Almirante Brown, la antigua vuelta de Rocha con su trazo primitivo, propiedad de Paula Estrada viuda de Ballester, el “camino al Puerto de los Tachos”, actual avenida Patricios y las quintas de Horne, después de José Gregorio Lezama, sobre la calle Defensa, la del almirante Brown, en la “calle Larga de Barracas”, hoy Montes de Oca, la de don Antonio Modolell denominada “Santa Lucía”, las tierras de la testamentaria de Félix de Alzaga y otras propiedades importantes. Aparece también trazado el antiguo muelle y la plazuela de acceso al mismo. Todo con muy escasas edificaciones, construidas sobre pilotes a la altura de las mayores crecientes, para resguardarse de las inundaciones.
Podemos afirmar que el barrio de la Boca surge oficialmente a partir del fraccionamiento realizado por los herederos de Brittain en 1857 y 1858, que al regularizar la situación de los pobladores ilegales, dio lugar a un afincamiento estable de familias, surgiendo esas típicas construcciones en gran parte de madera y chapas que por muchos años dieron una fisonomía propia a esta zona tan especial de Buenos Aires.
Imagen: Proyecto de puerto sobre la ribera sur del Riachuelo. Obsérvense los juncales anegadizos de La Boca. Plano década de 1870.
NOTAS
1 Trelles, “Registro Estadístico”. Buenos Aires, 1863. Tomo I, pág. 7.
2 Gammalsson, Hialmar E., “Los pobladores de Buenos Aires y su descendencia”. Buenos Aires, 1980, pág. 125, da esta versión portuguesa del apellido original de Antonio de Piño.
3 Archivo Histórico de la Pcia. “Dr. Ricardo Levene”, Libro de Mercedes de Tierras. Folio 74 y 74v.
4 Ibidem. Folio 28v y siguientes.
5 Su yerno Francisco de Pedrosa se ausentaba periódicamente al Alto Perú y don Antonio recién pudo conseguir en febrero de 1649 que le diera recibo por la dote de su hija, pidiendo a las autoridades que no le permitieran salir de Buenos Aires sin haber otorgado antes este documento. Nos enteramos que en casas, negros y plata labrada, había recibido la nada despreciable suma de 5.410 y medio pesos de a ocho reales. Documento en A.G.N. Sala 9 48-5-1. Folio 223v.
6 Avellá Cháfer, Francisco, “Diccionario biográfico del clero secular de Buenos Aires”. Tomo I, pág. 61.
7 Fueron hijos de este matrimonio, además de Isabel que casó con Diego Morón, el Cap. Juan de Torres Briceño, radicado en Oruro, y tres religiosos, José Francisco del clero secular que actuó en el Perú, Fray Fernando, religioso dominico y el Dr. Dionisio de Torres Briceño. Este último, después de actuar en el Alto Perú, pasó a España donde obtuvo autorización para fundar en Bs. As. un monasterio dedicado a Santa Catalina, durante cuyo establecimiento falleció legándole todos sus bienes.
8 A.G.N. Protocolos Antiguos. Tomo 47. Sala 9 48-4-6. 1684-85. Folio 644v.
9 Documento citado por Bucich como perteneciente al Libro de Consejos del Archivo de Santo Domingo. Volumen I. 1774-1895, pág. 59v.
10 A.G.N. Registro 4. Año 1817. Folio 414 v.
11 J.P. y G.P. Robertson ,”Cartas de Sud-América”. Tomo III. Carta LV.
12 Ibidem. Doña Francisca llegó en compañía de sus dos hermanas; una de ellas casó con Mr. Fair y la otra con John Ludlam, quienes pasaron a ser concuñados de Brittain.
13 A.G.N. Sala X 15-6-3.
14 A.G.N. Departamento Topográfico. Sala X 16-2-6.
15 A.G.N. Departamento Topográfico. Sala X 16-5-4. Informe del 24 enero de 1834.
16 A.G.N. Sala X 16-7-2.
Información adicional
Año I – N° 2 – 1ra. edición – diciembre 1999
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Año de referencia del artículo: 2020
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