Es difícil encuadrar la vida de este polifacético personaje y compatibilizar sus actividades profesionales, su actuación política y deportiva y su personalidad mundana con su vocación artística. Se especializó en una actividad caída casi en el olvido: la producción de medallas y tuvo la responsabillidad de ejecutar con gran maestría los encargos que recuerdan momentos cumbres de la historia de Buenos Aires y del país.
Hablar de la vida del Dr. Jorge María Lubary, es evocar la época de una Argentina próspera. En 1880 asumía la presidencia de la República el general Roca, anunciando que adoptaba como lema, “Paz y Administración”. Se inició entonces un período de estabilidad institucional y el país, poco acostumbrado, se desarrolló de forma tal que su nivel asombró a propios y extraños. Las transformaciones alcanzaron a la misma Buenos Aires, donde una Comisión Municipal encabezada por Torcuato de Alvear se propuso imprimirle un moderno y novedoso sello europeo.
El país se expandía y la ciudad se embellecía, nada parecía ser más promisorio. En estas circunstancias el Dr. Carlos Pellegrini, con un grupo de invitados, fundó el 15 de abril de 1882, el Jockey Club y se designó la primera Comisión Directiva. Tuvo varias sedes provisorias: la imprenta La Minerva, en la calle Florida; la confitería “Del Águila”, en Florida entre Cangallo y Piedad (Bartolomé Mitre); la casa de Rodríguez, en Florida esquina Cuyo (Sarmiento) y, en 1888, la casa de Elía en Cuyo entre Florida y Maipú.
Fue justamente en este último año, cuando Jorge María Lubary, joven abogado de 26 años, fue aceptado como nuevo socio de este club exclusivo y, en medio de las grandes fortunas, los apellidos ilustres, los “haras” y los “pur-sang”, se vinculó con la elite argentina de la que formaba parte y ello le permitió realizar algunas de sus más logradas obras artísticas.
Los mandatarios extranjeros que visitaban nuestro país tenían cita obligada —banquete, velada o gala— en el Jockey. Las carreras en el hipódromo formaban parte de la temporada social. Muchos eran los hombres vinculados al gobierno, la industria, la actividad agro-ganadera y las altas finanzas que pertenecían a este club. Y varias fueron las medallas encargadas a Lubary que tuvieron como tema esta centenaria institución.
Porque Jorge María Lubary, o J.M.L. como también firmaba muchas de sus obras, adelantándose en décadas a ciertos modismos actuales, además de actuar en su profesión y realizar diversas actividades, dedicaba buena parte de su tiempo al cincelado de medallas y esculturas y amaba lo que hacía. A estas cualidades de artista, unía un buen pasar económico, lo que le permitió dedicarse, entre otras cosas, a aquello que más le gustaba y lo hizo con excelencia.
Había nacido en Buenos Aires en 1862 y se inició en el modelado de medallas en el taller del grabador italiano Claudio Massa, de quien se consideró discípulo. De sus manos salieron algunas de las más importantes y bellas medallas argentinas. Miembro de una familia tradicional, frecuentaba los ambientes distinguidos y era socio de clubes exclusivos. Su obra de artista plástico fue reconocida por sus contemporáneos y los elogios periodísticos fueron frecuentes. Y aunque fue autor de varias esculturas, su mayor mérito residió en el arte de la medalla.
Sus otras aficiones: el campeón de tiro
El Jockey no era el único reducto distinguido que había en la ciudad, un año antes se había creado el que después sería conocido como Círculo Militar y, para la misma época, el Tiro Federal Argentino congregaba a los apasionados por este deporte y el país tuvo el privilegio de ser la sede de importantes campeonatos internacionales. Jorge María Lubary, campeón de tiro, fue uno de los participantes. Su actuación ya había sido premiada en 1895 por el Círculo de Armas con una medalla de “Premio de Revólver”, que lleva grabado su nombre.
La organización del primero, a fines de mayo de 1897, provocó no poco nerviosismo. La reputación del país y la fama de la ciudad tenían que estar a la altura de las expectativas, que no eran pocas. Ya se habían recibido los premios enviados por países extranjeros incluyendo casi todas las monarquías europeas, que junto con los valiosos aportes de Presidencia, Intendencia, Cámara de Diputados, bancos, sociedades y particulares serían entregados a los campeones de las diferentes destrezas. Incluían esculturas de bronce, vajillas de cristal, porcelanas diversas, objetos de oro y armas de diseño exclusivo, piezas más que tentadoras como para esforzarse en demostrar todo el espíritu, la capacidad y —sobre todo— precisión, frente a adversarios varias veces campeones.
Había también otras motivaciones: el Tiro Federal esperaba inscribir los nombres de sus campeones por tercera vez en la Copa de Honor. Demás está decir que fue el acontecimiento del año y la concurrencia fue tanta que se hizo difícil circular por el pabellón de tiro. A lo largo de más de una semana los mejores del mundo compitieron en las distintas categorías con fusiles y revólveres en diferentes blancos.
Lubary se inscribió para el Campeonato de Revólver con tiradores como Marcelo T. de Alvear, Andrés del Pino, Pedro Achával, Eduardo Lavarello, Pablo Amespil, Juan B. Rigal, Alberto Casares y Fermín Warneck, éste último intendente de Río de Janeiro que vino sólo con este fin.
A medida que transcurrían los días era evidente entre quiénes iban a definirse las primeras posiciones y la jornada del 31 de mayo, no pudo tener mayor suspenso. “Cuando le tocó el turno a los dos grandes campeones de revólver, Marcelo T. de Alvear y Jorge M. Lubary, el interés aumentó”. En la primera prueba, tiro a maniquí y circular, sucedió lo que pocas veces pasa, la repetición por cuatro veces consecutivas de los empates. Finalmente el Campeonato de Revólver concluyó con la victoria absoluta del Dr. Alvear que recibió una corona de plata, varias medallas de oro y diplomas.
Lubary, que resultó segundo, lo secundó prácticamente en toda la serie, habiendo ganado cuatro “Gran medalla de plata” por alcanzar la 1° posición en circular, la 2° en maniquí, la 4° en velocidad y la 3° en destreza. Estos dos últimos también con diploma.
No perdió la oportunidad de demostrar allí su talento artístico; el gobierno de la provincia de Santa Fe (de la cual era legislador provincial) le encomendó una medalla que como recuerdo de este triunfo le sería entregada al Tiro Federal Argentino de Buenos Aires. Esta pieza, acuñada por la casa Gottuzzo y Costa, presenta en el anverso la imagen de la Victoria y se lee como leyenda a ambos lados: “VICTORIBUS GLORIA”. Tiene fecha de 1897, pero esta firmada “J.M. Lubary, Mod. 96”.
La medalla oficial de Campos Salles
Mientras Buenos Aires mostraba su mejor rostro, la Nación intentaba resolver los serios problemas que había con los países limítrofes, Chile y Brasil. Las negociaciones con este último país finalizaron con la firma del tratado del 6 de octubre de 1898, dando feliz término a una situación que parecía no querer definirse nunca y que provocaba no poca zozobra entre ambos pueblos.
Al año siguiente y para estrechar aún más los lazos, Roca realizó una visita protocolar a Río de Janeiro acompañado por numerosas personalidades: ministros, legisladores y militares. El cálido recibimiento permitió a la brillante comitiva comprobar que el conflicto estaba definitiva y pacíficamente superado. La visita fue retribuida por su par brasileño, Dr. Manuel Ferraz de Campos Salles, que el 25 de octubre de 1900 llegó a bordo del acorazado “Riachuelo” al puerto de Buenos Aires.
Se hospedó en el Palacio Devoto (esquina de Callao y Charcas) y se le preparó una agenda semanal que no daba respiro; dio comienzo con un banquete en la Casa de Gobierno, seguido por un baile en el Jockey Club, para continuar con una serie de actividades que alcanzó ribetes maratónicos: Centro Naval, Ministerio de Relaciones Exteriores, Arsenal de Marina, Casa de los Pacheco (en el Talar), Casa de Carlos Casares, Café de París, del Comercio Argentino, Congreso, función de gala en el Teatro de la Opera… Exposición Rural, Museo Histórico, Jardines de Palermo, Palacio de las Aguas Corrientes, Escuela Normal N° 1, Mercado de Frutos de Barracas al Norte, Puerto y buques de guerra, Suprema Corte de Justicia, Arsenales de Guerra, compañías “Matte Larangeira” y “La Martona”… Además de rendir homenaje a las víctimas de la Guerra del Paraguay.
Aunque las reglas de protocolo impedían a los Jefes de Estado hacer visitas a simples particulares, ello no impidió que el propio Presidente del Brasil le solicitara a su par argentino acompañarlo a la casa del Gral. Mitre como homenaje de su país, sugerencia que fue muy bien recibida.
De acuerdo con la costumbre, con motivo de esta visita fueron acuñadas diversas medallas. En primer lugar, el propio Presidente le encomendó a Jorge María Lubary diseñar el anverso de la pieza que se le entregaría al ilustre huésped en nombre de la Nación. Y aunque Roca no fue su mecenas, el respeto y el voto de confianza que le profesó tan notable personaje se vieron brillantemente traducidos en los trabajos que le encomendó.
Y fue así como el 27 de octubre en la comida ofrecida a las damas de la Comisión de festejos en el Palacio Devoto, el propio Roca “obsequió al Doctor Campos Salles —como recuerdo personal de su visita a la Argentina— una medalla de oro que tiene esculpido en el anverso el busto del mandatario brasileño y, en el reverso, una alegoría representando la unión de las dos repúblicas”. Es importante señalar que el reverso fue obra del escultor Torcuato Tasso.
Otras medallas del presidente brasileño
La jornada anterior, Lubary había recibido del ilustre visitante un elogio por su trabajo cuando, en oportunidad del desfile de animales en Palermo, se organizó un torneo hípico de salto. Allí, el Presidente de la Sociedad Rural, Dr. Ezequiel Ramos Mejía, invitó a ambos presidentes a entregar los premios “a los vencedores en aquel certamen del progreso, de la civilización y de la industria más poderosa de la República”.
La Nación informa que: “La gran medalla de oro de la Sociedad Rural que obtuvo el Sr. Agustín de Elía y que fue admirada por el Dr. Campos Salles, la ideó y ejecutó también el Sr. Lubary.”
Pero todavía no se habían visto todos los trabajos que le habían sido encargados, el Jockey Club le encomendó una medalla con motivo de las fiestas en las que había tomado parte, las que fueron profusamente repartidas el día de la Gran Carrera Internacional en el Hipódromo de Palermo.
El diario El País lo cuenta así: “Medallas conmemorativas. En el Hipódromo Argentino se distribuirán hoy a la concurrencia cinco mil medallas de cobre plateado, conmemorando la visita del Dr. Campos Salles. El cuño, que es realmente artístico pertenece al señor Jorge M. Lubary.”
Esta medalla, que estaba pendiente de una cinta con los colores amarillo y verde, fue ejecutada en su totalidad por nuestro biografiado, tanto el busto de Roca del anverso como el de Campos Salles en el reverso. Parece que fue una idea muy popular, si cabe el término, aunque ahora el orgullo del artista tiene otro matiz: “debió sentir gran emoción el Presidente del Brasil, cuando, algunos momentos más tarde, al incorporarse al corso en Palermo, pudo ver luciendo esa medalla, que tiene su busto, en el pecho de muchas damas y caballeros que concurrían al paseo de moda, después de terminadas las grandes carreras”.
Las crónicas no pudieron ser más halagadoras para nuestro personaje. Así, La Nación del 30 de octubre expresaba: “Un artista argentino. La visita del Dr. Campos Salles nos ha traído, entre otros muchos beneficios, el de revelarnos en todo su valer a un verdadero artista. Nos referimos al Sr. Jorge M. Lubary, diputado provincial de Santa Fe y persona que ocupa un puesto distinguido en nuestra sociedad. El Sr. Lubary cultiva el arte por pasión y por placer. En los últimos días todos hemos podido admirar varias medallas primorosamente cinceladas y que son obra suya. Merecen citarse entre ellas las distribuidas el domingo en las carreras del Jockey y las dos grandes medallas de oro hechas como recuerdo de la visita…”.
También informan que los menúes acuñados en artísticas tarjetas de plata de la cena del gran baile del Jockey Club, fueron obra suya. Este mismo trabajo lo volverá a ejecutar para la visita de la delegación chilena en 1903. El Dr. Campos Salles retornó a su país el 1° de noviembre, quedando sellada la paz definitiva entre ambos países.
La medalla de Sarmiento
Los diarios no escatimaron reconocimientos diversos, incluso recordaron las medallas en oro, plata y cobre que Lubary había acuñado con motivo de la inauguración de la estatua de Sarmiento y por la cual obtuvo más elogios que el propio escultor Rodin. Y no es exagerado.
En efecto, algunos meses antes —más precisamente en mayo— había sido emplazada la escultura en el Parque 3 de Febrero. Varias circunstancias penosas tuvieron lugar antes de la llegada de la obra a Buenos Aires, entre otras, el robo por parte de un oscuro personaje del dinero recaudado para la realización de la misma.
Situación tan desagradable como la que sucedió después, cuando nadie le encontraba el menor parecido con el prócer sanjuanino, lo que trajo no pocas polémicas. Rodin prometió una segunda cabeza, aunque sabían que no la cumpliría nunca porque repudiaba los retratos burgueses.
Es verdaderamente impensable comparar el logro de un parecido realizado en un monumento con respecto al de una medalla, pero sucedió. Al rechazo popular de uno le siguió el conceptuoso elogio para el otro: “la medalla acuñada para conmemorar la estatua de Sarmiento basta para fundar una reputación de artista, y como tal debemos considerar en adelante al Sr. Lubary”. Curiosamente, esta medalla no está firmada, sólo algunos ejemplares llevan sus iniciales J.M.L. en el canto.
Muchos años más tarde, al opinar que el rostro de Sarmiento se prestaba para la medalla, sus fuertes facciones, marcadas mejillas y gruesos labios, se recuerda la obra de Lubary. Varios escultores lo tuvieron como tema y Belisario Otamendi opinaba “que realmente existen algunas muy bien tratadas, pudiendo citar entre ellas las ejecutadas por artistas como Víctor de Pol, Torcuato Tasso, Jorge Lubary…”.
La medalla para la delegación chilena
Con respecto al conflicto de límites con Chile, la solución armada estaba latente y faltó poco para que se llegara a esa instancia de guerra, especialmente cuando los peritos Moreno y Barros Arana no pudieron llegar a un acuerdo, debiendo enviar todos los antecedentes al gobierno británico para un laudo arbitral.
La despedida de un siglo y la bienvenida de otro se hizo con augurios de paz. El 21 de enero de 1899 el Gral. Roca se embarcó en el acorazado “Belgrano” y el 15 de febrero tuvo lugar la Entrevista del Estrecho en la que se acordó respetar todas las instancias en pro de las relaciones fraternales y armónicas entre ambos países.
Sin embargo, debieron pasar un par de años para que se dictara la sentencia que, con fecha 20 de noviembre de 1902, hizo prevalecer como límite las altas cumbres divisorias de las aguas. Meses antes se habían firmado los Pactos de Mayo, tratado general por el cual se aceptaba el arbitraje y la limitación de armamentos. Finalmente fueron adjudicados a la Argentina 42.000 km sobre los 90.000 en litigio.
Una vez sancionados y canjeados los pactos, una delegación integrada por diversas personalidades civiles y militares argentinas viajó en el acorazado “San Martín” a Santiago de Chile donde fueron cordialmente recibidos. Visita retribuida en mayo de 1903 en Buenos Aires, y que dio motivo para homenajes y festejos que sellaron la amistad entre ambos países.
Para Lubary el encargo de la medalla que como recuerdo de la visita se le entregaría a la delegación chilena, provino del Ministro de Relaciones Exteriores, Dr. Luis María Drago. Esta bella medalla lleva en su anverso una mujer con los brazos abiertos (alegoría de la Argentina) sobre el río y a lo lejos una vista panorámica de Buenos Aires. A pesar de que la visita no tuvo el mismo despliegue que la del presidente brasileño, su trabajo fue elogiado por La Ilustración Sud-Americana, que decía que Lubary “bien conocido en los círculos sociales, quien más bien merece el título de artista por la belleza y brío con que piensa y ejecuta sus obras (…) de verdadero mérito para los entendidos en la ciencia numismática, nos es grato felicitarle por el talento artístico que con los mismos ha demostrado.”
Y en marzo del año siguiente, cinceló la medalla conmemorativa de la erección de la estatua del Cristo Redentor en la Cordillera de los Andes, con la leyenda: A CRISTO REDENTOR SÍMBOLO DE AMOR Y PAZ LAS REPÚBLICAS VECINAS, firmada con sus iniciales J.M.L.
Hacia la misma época (1902) acuñó otra con motivo de la inauguración del mausoleo al General Manuel Belgrano en la Iglesia de Santo Domingo, que se realizó el 20 de junio de 1903, ejemplar raro por la reducida cantidad que se repartió.
Ese mismo año trajo para Buenos Aires otro motivo de orgullo al celebrarse el “Concurso Internacional de Tiro al Blanco”; las expectativas fueron las mismas que en su primera versión, aunque sin el despliegue faraónico de premios que había alcanzado aquella.
Aparentemente la cantidad de asistentes no fue la esperada, las crónicas lamentan lo alejados que estamos del resto del mundo “la distancia que nos separa de Europa, ha sido la causa de que la concurrencia de tiradores no fuera tan grande como la que tuvo el último concurso internacional que se celebró en Roma, al que concurrieron nuestros campeones y ganaron varios premios importantes.”
Diversas actividades del artista
Desgraciadamente, Lubary no tuvo en el Tiro la misma suerte de otros años, aunque los conceptos de la prensa fueron elogiosos. “El match de revólver cuenta con tiradores tan excelentes como los señores Jorge Lubary, ganador de varios concursos, Severo Lubary…” etc. Este último, hermano del artista, tuvo muy buena actuación alcanzando los 1470 puntos. En esta oportunidad al Dr. Jorge la suerte le fue esquiva —el ganador fue Benjamín Segura—; ello no le impidió continuar con su obra artística, ya que motivos inspiradores tenía de sobra.
Su dilecto amigo, el dibujante Ramón Columba, lo evoca así: “Espíritu culto, legislador en Santa Fe, distinguido clubman porteño, deportista destacado —campeón de revólver en pruebas europeas internacionales— cultivó también el periodismo, escribiendo interesantísimas crónicas”.
En esta última actividad, popularizó el seudónimo de Viator, narrando el derrotero y alternativas de sus viajes en forma amena y movida, o risueña cuando hacía comentarios con agudas observaciones sobre la gente y el mundo. En efecto, en sus viajes a Europa no sólo perfeccionó sus estudios escultóricos, sino que trabó amistad con artistas como Renoir o Degas y otras personalidades de la época. Era proverbial en Lubary su gran sentido del humor y sus entretenidas conversaciones.
Se aventuró en el diseño de monogramas para diversas figuras y personalidades, siendo su mayor logro el que hizo para “el zorro” Roca, que fue muy comentado por la intención y la elegancia de sus líneas.
Como litógrafo, diseñó las láminas que ilustraron el libro del Coronel Luis Jorge Fontana referente al Río Pilcomayo.
Dicen que pasaba casi todas las mañanas en su casa-taller-museo de la calle Ecuador 1526, casi esquina Beruti, cincelando, diseñando y modelando y que en la misma había una galería cuyas paredes se hallaban tachonadas con sus moldes en yeso.
En una nota acerca de su obra, la revista Fray Mocho en su número 89 de enero de 1914 dice, refiriéndose a un juicio del diputado Julio A. Roca: “Lubary hace arte para él. Diariamente emplea la mañana en modelar o cincelar. No lucra con su arte. Posee lo suficiente para vivir sin necesidad de esclavizar su temperamento artístico”.
En ese año ya llevaba producidas unas 50 medallas y el artista consideraba entonces como su obra maestra, la dedicada al general Urquiza, cuyo cuño conservaba celosamente.
Sara Bernhardt, Anatole France y otros personajes
Años más tarde tuvo otros logros muy comentados en su época. Uno fue cuando en 1905, hizo su tercera visita a Buenos Aires quien era la cumbre de la jerarquía dramática: Sarah Bernhardt. La “Divina Sarah”, ya sexagenaria, se presentó, como siempre en forma exitosa, en la antigua Opera y Lubary le rindió homenaje con una moderna medalla que presenta la efigie de perfil de la eximia artista, reflejando en su diseño la cultura francesa que estaba en boga en nuestro país en los más variados campos.
También realizó una medalla recordatoria por otro hecho cultural trascendente en el ambito porteño: la visita del célebre literato Anatole France que durante los meses de mayo y
junio de 1909 desarrolló un ciclo de conferencias. El personaje se prestaba para un modelado de excelencia y la medalla, —de reducida edición y numerada en el canto—, que lleva la inscripción “Homenaje al maestro” es tal vez, junto con la de Urquiza, una de las más altas expresiones artísticas alcanzadas por el escultor porteño.
Los retratos fueron su especialidad. En 1916 otra soberbia medalla recuerda la visita de la bailarina Felyne Verbist, cuya cabeza cubierta con un ala de ave, la identifica en la “Muerte del Cisne” de Saint Saens, representada en el Teatro Colón.
Lubary tampoco desaprovechó la llegada a Buenos Aires del Príncipe Humberto de Saboya en 1924 para acuñar una pieza en su homenaje y, en agosto de 1925, otra de superior calidad, dedicada al Príncipe de Gales, cuya visita —parecía ser costumbre— tuvo carácter de prueba de resistencia. Años antes, en 1920, había realizado un medallón en nácar del rey Jorge V, por lo cual el jefe de la Legación Británica le envió una carta de felicitación por tener “el retrato un parecido tan exacto al Rey” (sic). Y luego se le encargó el cuño con el retrato de Eduardo VIII, para las monedas inglesas de un chelín, que no se llegaron a acuñar por la abdicación del soberano.
En el Aero Club con los pioneros de la aviación
Fue a principios de siglo cuando comenzaron a llegar noticias de algunos aventureros, que desafiando las leyes de gravedad, remontaban vuelo y surcaban el espacio. Esas máquinas satánicas abrían enormes posibilidades y gracias a personas con visión de futuro, se fundó el primer Aero Club Argentino el 13 de enero de 1908. Jorge María Lubary era uno de sus integrantes.
El gobierno no permaneció indiferente y apoyó de inmediato la iniciativa realizando gestiones para traer al país a los precursores, a los efectos de capacitar y entrenar a los que se animaran en esta nueva actividad. Entre el grupo de aviadores invitados que arribaron a nuestro puerto a fines del año 1909, se encontraban Ricardo Ponzelli, italiano, y Enrique Brégi, francés; quienes traían aeroplanos Voisin de 60 C.V.
Con mucho entusiasmo se esperó el vuelo de Ponzelli, quien después de varios incidentes, culminó a los 200 m. de estar en el aire. Pero esto no provocó otra cosa que mayor interés en el público. El Aero Club Argentino creó un premio estímulo de 10.000 francos para el piloto que recorriera nuestro territorio por lo menos 30 km. en vuelo, sin descender.
Y fue así como el 6 de febrero de 1910, Brégi se trasladó con su aeroplano a un campo de aviación improvisado en Longchamps y en presencia de una Comisión Oficial del Aero Club, integrada por Jorge Newbery, Alberto R. Macías, Gervasio Videla Dorna y Jorge M. Lubary, efectuó cuatro vueltas de pista en 2 vuelos; uno por la mañana y otro por la tarde, con una permanencia total de 16 minutos y 45 segundos, a una altura de 60 metros y una velocidad de 50 kilometros por hora. La hazaña se había cumplido… y una estruendosa salva de aplausos rubricó el acontecimiento.
De esta forma, Lubary tuvo el privilegio de ser uno de los testigos del primer vuelo del “mas pesado que el aire” que, oficialmente verificado, quedó como un hito en las páginas de oro de nuestras gloriosas Alas Argentinas.
Dos años después, Jorge Newbery y Antonio Demarchi iniciaron una cruzada en pro de la aviación militar que fue alentada en forma unánime. La Comisión Directiva del Aeroclub Argentino cooperó en las múltiples tareas que iban surgiendo con motivo de la creación de nuestro primer instituto aeromilitar, y gracias a una importantísima contribución de la “Compañía Argentina de Tabacos”, mientras la fabrica de Tabacos Picardo y Cía., respondía al llamado donando un aeroplano militar que debería llamarse “Argentina”, formándose la “Comisión Central Recolectora de Fondos Pro Flotilla Aeromilitar Argentina”.
Para la presidencia de la comisión fueron elegidos el propio Newbery y Demarchi, quienes eran los hombres ideales para hacer frente al “compromiso moral contraído ante la Nación”, figurando como vocal entre diversas personalidades civiles y militares el propio Lubary.
En 1913, los alumnos que aspiraran al título de aviador militar debían someterse no sólo a las pruebas de examen de la Federación Aeronáutica Internacional y del Ministerio de Guerra; además era necesario haber satisfecho los requisitos de piloto de globo libre y otros establecidos en el “Reglamento Provisorio”.
El 10 de noviembre de ese año se determinó el emblema para los aviadores militares, adoptándose el ideado por Lubary, quien hizo donación al Ministerio de Guerra del modelo y cuño del mismo.
En 1914, la trágica muerte de su amigo Newbery lo tocó de cerca y modeló una medalla evocativa donde, al perfil del anverso, le sigue una alegoría de la muerte en el reverso, con inscripciones griegas.
Cinco años más tarde, en diciembre de 1920, Lubary no sólo participó como espectador en el primer viaje a Sud América del dirigible italiano “El Plata”, sino que inmortalizó este acontecimiento fundiendo una artística placa de bronce que se colocó en el mismo.
Este plato le sirvió para modelo de las medallas recordatorias de plata, que se entregaron en esa oportunidad. Este aparato fue comprado por el gobierno argentino para su aviación militar y terminó al poco tiempo su vida útil con un lamentable incendio.
El perito Lubary
Mientras tanto a Buenos Aires se la seguía embelleciendo; se hacían mausoleos y monumentos “por suscripción pública” y “se formaban comisiones” que aceptaban o rechazaban los trabajos que se emplazaban en la ciudad.
Esto último trajo no pocos conflictos. Una anécdota con ribetes risueños lo tuvo como protagonista en 1914, cuando por su reconocida trayectoria artística y un gran sentido de la caballerosidad, llevó a Lubary a ser perito de parte de una escultora francesa: Margarita Bonnet, en un confuso episodio con otro artista, Alejo Joris, inmigrante suizo que trabajaba en un taller de la calle Malabia, quien a su vez, había nombrado perito al escultor Torcuato Tasso.
El asunto se refería a la maquette del mausoleo de Alsina en la Recoleta, ganada por concurso por la Srta. Bonnet, aunque la ejecución de la obra había sido hecha en el taller de Joris, quien después de conocer que el premio era de 80.000 pesos, reclamó su autoría. El escándalo siguió cuando el Juez Arturo Seeber ordenó el secuestro de la obra y puso como tercer perito al reconocido escultor Hernán Cullen Ayerza.
Algo parecido sucedió con el monumento de homenaje al Dr. Aristóbulo del Valle que, emplazado primero en el Parque 3 de Febrero, se encuentra actualmente en Figueroa Alcorta y Tagle. Su ejecución dio mucho que hablar y le trajo no pocos sufrimientos a la tucumana Lola Mora. La Comisión se negó aceptar su obra y los diarios le hicieron críticas con adjetivos por demás hirientes. El monumento terminó siendo encargado en Francia al escultor E. Peynot.
En forma más silenciosa, aunque no por eso menos lograda, Lubary realizó una medalla en bronce que presenta en el anverso el perfil derecho del Dr. Del Valle y en el reverso el monumento que lo representa. La firma es clara, simple y directa, la base alargada de la letra “L” sostiene al resto de las letras del apellido y la pieza no lleva fecha.
Prolífica creación de medallas
Mientras tanto, a nivel nacional, las incipientes líneas férreas se iban transformando en las venas de un país pujante donde se necesitaban brazos para extraer de la tierra toda la riqueza que haría de ésta una nación próspera.
Lubary realizó con este tema lo que los comentarios dicen fueron sus trabajos más logrados: “Ferrocarriles Chaqueños”, donde en una perspectiva de avanzado diseño aparece una locomotora abriéndose paso en medio de la selva, “Ferrocarriles Patagónicos”, “Inauguración del primer túnel a través de los Andes” y la “Iniciación de los trabajos de la red Subterránea Anglo Argentina”, todas de 1910.
La terminación de la primera Guerra Mundial le dio oportunidad de lucirse con una soberbia medalla de plata de 70 mm. dedicada por LA CIUDAD DE BUENOS AIRES A LOS GLORIOSOS FUNDADORES DE LA PAZ. Tiene fecha de 1919.
Realizó numerosos premios anuales para la Sociedad Rural Argentina a partir de 1903 que, por la calidad de sus anversos se repetían anualmente y entre 1917 y 1921 de su buril salieron las piezas de plata y oro otorgadas por el Ministerio de Agricultura para las exposiciones más diversas. También ejecutó varias piezas para el Cercle de L’Epée, el Círculo de Armas y el Club de Gimnasia y Esgrima.
Fue el autor de las credenciales anuales de los socios del Jockey Club entre los años 1923 y 1932, institución para la que cinceló en diciembre de 1913 la artística medalla que dedicó a su primer presidente, el Dr. Carlos Pellegrini con motivo de la inauguración de su mausoleo en la Recoleta. Para el perfil del tribuno, Lubary se inspiró en una fotografía de Witcomb.
Además continuó con los retratos de gente de la sociedad, algunos de los cuales habían ocupado importantes cargos a nivel nacional: Eudoro J. Balsa (1922), Rufino de Elizalde (1922), Ernesto Tornquist (1923) y Emilio Mitre. Y una serie muy lograda de presidentes que inició con la de Justo José de Urquiza (1901), y continuó con las de Manuel Quintana (1904), Carlos Pellegrini (1906), Roque Sáenz Peña (1910), Victorino de la Plaza (1910) y Marcelo T. de Alvear (1922).
El movimiento de la ciudad le dio siempre motivos de inspiración: la colocación de la piedra fundamental del edificio del Colegio Nacional de Buenos Aires (1910), las terrazas y defensas del balneario, la Av. Parral (1926) y la iniciación de los trabajos de la avenida de norte a sur (1928).
Con fecha 23 de noviembre de 1923 diseñó una rara plaqueta sumamente emotiva para la Municipalidad de Buenos Aires, sobre la “Asistencia Maternal Gratuita a Domicilio” mientras era director de la Asistencia Pública el Dr. Abel Zubizarreta.
Su escultura más famosa, aunque muchos ignoran el nombre de su autor, es la estatua y reloj de sol que se encuentra en el Jardín Zoológico. De 2 metros de altura, lleva una leyenda latina en el cuadrante: “Horas non numero nisi serenas”, o sea “No cuento otras horas que las felices”. Esta obra juvenil del artista fue adquirida por la Municipalidad en 1914. Ese mismo año también estaba en curso una estampilla postal con su diseño y había realizado un proyecto de reforma de las manos, el gorro y los laureles del escudo nacional.
Fue autor también de otras pequeñas obras escultóricas en mármol que se encuentran hoy en colecciones privadas y, entre ellas, una humorística caricatura del actor Guitry, con motivo de su visita a Buenos Aires.
Juicio sobre su obra
Es difícil encuadrar a Jorge María Lubary y compatibilizar sus actividades profesionales de abogado, su actuación política y su personalidad mundana con su vocación artística. Tuvo la estrella que le dio talento y magníficas oportunidades para demostrarlo. Por su cultura, sus aficiones y curiosidad, es una figura de singular interés; todas sus medallas son importantes y de instituciones prestigiosas. No hay medallas mediocres de Lubary ni realizadas fuera de los círculos sociales en los que actuó.
Se especializó en una actividad caída casi en el olvido: la producción de medallas, donde alcanzó su gran maestría y tuvo la responsabilidad de ejecutar los encargos que recuerdan ahora momentos cumbres de la vida del país. Tuvo grandes aciertos, muchos elogios y era muy conocido en los círculos sociales, pero siempre actúo con perfil bajo. Tanto, que nos fue difícil componer su biografía con los escasos datos dispersos en diversas publicaciones. Fue un espectador que dejó pequeños testimonios en metal de hechos y personas trascendentes para nuestro país, pero su rica personalidad no se agota con ello.
Su nombre y producción han perdurado hoy por las magníficas piezas que llevan su firma o sus iniciales, pues “rechazaba con sinceridad todo intento de mostrarle en la popularidad de su vida. Se ocultaba al renombre callejero y prefería trabajar silencioso en su gabinete”, aunque en su época, según comentaba La Nación en su necrología: “¿Quién no lo conocía? En los salones, en los clubs, en las salas de conferencias, como expositor de esculturas, como periodista, legislador, colonizador, deportista o filólogo, hizo conocer su nombre en el interior y en los ambientes porteños”. En fin, era un curioso intelectual a quien nada le era ajeno; actuó y lo hizo bien en los más diversos ramos del saber.
“Si hubiera vivido en el siglo XV —decía uno de sus admiradores—, habría sido seguramente uno de esos humanistas capaces de dividir sus afanes entre los asuntos de Estado, las aventuras de la guerra, la navegación o el comercio y las especulaciones filosóficas o la serenidad del arte”.
Sin embargo, entre todas sus actividades predominó siempre su vocación de artista y lo era, dice La Nación, “hasta cuando no hacía obra de arte, pues se adivinaba en un gesto, en una palabra, en un rasgo, la sensibilidad correspondiente a esa condición. Particularizó sus afanes en el grabado de medallas y logró grandes aciertos, hasta merecer que alguien autorizado lo comparara con un cincelador florentino del siglo XV”.
Falleció soltero, a los 75 años tras soportar una larga enfermedad, el 25 de julio de 1938, “retirado de los centros que le vieron activo y laborioso, pero dejando un recuerdo amable de su múltiple capacidad y de su ingenio”. Sus restos fueron inhumados en el Cementerio del Oeste. ss
Bibliografía
-Catálogo General del Museo Mitre. Sección Numismática. Buenos Aires. 1923.
-Museo Mitre. Serie Catálogos. 1. Medallística. Asoc. Amigos Museo Mitre. s/fecha.
-Boletín del Instituto Bonaerense de Numismática y Antigüedades. Nros 14 y 15.
-Burzio, H.F., Buenos Aires en la medalla. Bs. As. 1980.
-Homenaje al Presidente Dr. Campos Salles. El Brasil y la Argentina. Confraternidad Sud-Americana, Ed. Peuser, Buenos Aires, 1901.
-Album Jockey Club Buenos Aires (1882-1924), Ed. Juan F. Tuduri, Buenos Aires, s/fecha.
-Saenz Hayes, Ricardo, Miguel Cané y su tiempo (1851-1905). Kraft, Buenos Aires, 1955.
-Otamendi, Belisario Jorge, Sarmiento en la Medalla, Ed.Kraft, Buenos Aires,1939.
-Zuloaga, Angel María, La victoria de las alas. Historia de la aviación argentina. Ed. El Ateneo, Buenos Aires, 1948.
-Cagliari, Martín, La Página del conocimiento y del saber,s/ed, s/fecha.
-La Nación, Un siglo en sus columnas, Buenos Aires, Domingo 4 de enero de 1970.
Fuentes
Gabinete Numismático del Museo Mitre.
Archivo General de La Nación.
Biblioteca del Congreso.
Diarios La Nación, La Prensa y El País.
Revistas Caras y Caretas, La Ilustración Sud-Americana, Fray Mocho y Plus Ultra.
Stella Maris De Lellis
Lic. en Museología.
Ex Directora de la Revista de Numismática.
Información adicional
HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año IV – N° 17 – Septiembre de 2002
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Categorías: PERSONALIDADES, Artistas plásticos y escultores, Historia
Palabras claves: Jorge María Lubary, obra, medalla, premio
Año de referencia del artículo: 1890
Historias de la Ciudad. Año 4 Nro17