Todavía circula a media voz el infundio con el que se intentó descalificar al autor del “Martín Fierro”.
Mucho se lleva escrito e investigado acerca de José Hernández, de su vida, de su actividad política y, en particular, de su Martín Fierro, el poema nacional traducido a gran cantidad de idiomas que se hablan en el mundo, incluido el chino.
Pero así como ya nadie cuestiona o retacea a la gran creación literaria —elogiada por eruditos de la talla de Miguel de Unamuno y de Marcelino Menéndez y Pelayo— todavía se persiste en disminuir la personalidad de su autor por esto o por aquello, en lo que mucho tienen que ver las posiciones políticas que asumió a lo largo de su existencia. Y como una forma de descalificación a su defensa del paisano (“Gaucho quiere decir patria”, sostiene José Manuel Estrada) se echó a correr tras su muerte una versión que volvería a tomar cuerpo de tanto en tanto, quizá para empañar su lucha de reivindicación popular: era dueño de conventillos, de esas casas de inquilinato que surgieron en Buenos Aires en la segunda mitad del siglo XIX para dar precarias viviendas a las familias inmigrantes. Algunas de sus notas características eran el hacinamiento, la falta de servicios sanitarios, la pobreza cuando no miseria y, en muchas ocasiones, la promiscuidad.
Para destruir el infundio nos ceñiremos a su juicio sucesorio, conservado en el Archivo General de la Nación (Legajo Tribunales Nº 6351. Testamentería de José Hernández) y conocido en parte por haber sido consultado por varios estudiosos, entre ellos el profesor Rafael Berruti y don Alberto Octavio Córdoba. Mas no nos limitaremos a lo relativo al conocido infundio, sino también a los bienes que poseía al morir “el senador Martín Fierro”, como lo denominó un diario de la época, y el destino que corrieron a lo largo del procedimiento judicial.
La atenta lectura del expediente nos permitirá también confirmar algo tantas veces ocurrido: la inesperada muerte del jefe de familia —formada por la esposa y siete vástagos— determina que la viuda deba enfrentar momentos difíciles, como son los que tienen relación con obligaciones financieras que la acosarán apenas ocurrida la muerte de su cónyuge. A un hombre público entregado a la política —y José Hernández lo era— los acreedores lo esperan, le dan nuevos plazos, y los bancos le renuevan préstamos e hipotecas, pero todo tipo de contemplaciones suele convertirse en exigencia perentoria a partir de su deceso.
El final de un poeta
Hernández falleció el 21 de octubre de 1886 en la Quinta San José, situada en el antiguo partido de Belgrano. Su hermano Rafael —autonomista como él— lo escuchó murmurar quedamente mientras lo abrazaba: “…esto está concluido… Buenos Aires… Buenos Aires…”. El certificado médico firmado por Melitón González del Solar da como causa del deceso una miocarditis y el acta de denuncia de la defunción, hecha en la Sección Segunda del Registro Civil de la Capital de la República Argentina, cuyo jefe era Manuel Victorica, dejó asentado que la muerte se produjo a la una de la tarde en su casa de la calle Santa Fe (hoy Cabildo) 468 y que no testó.
Sin esposo, sin padre y con deudas
Hernández se casó con Carolina González del Solar el 8 de junio de 1863, en la Catedral de Paraná. Fueron padres de siete hijos: Isabel, casada con su primo José González del Solar, Manuel, Mercedes, Margarita, María Teresa, María Josefa y Carolina, todos estos menores de edad, que con su madre continuarán viviendo en la Quinta San José, salvo Isabel, quien lo hace con su esposo en Entre Ríos.
Doña Carolina deberá atender a la prole, erigir un sepulcro en la Recoleta para su esposo, iniciar el juicio sucesorio, afrontar gastos, pagar deudas, levantar hipotecas y abonar préstamos bancarios, amén de otros asuntos que irán surgiendo a medida que se sustancie la acción judicial. El juicio lo inicia en diciembre de 1886 en el Juzgado de Primera Instancia en lo Civil a cargo del Dr. Benjamín Basualdo, al que pide se la designe administradora de los bienes de su difunto esposo, lo que es acordado. Durante la tramitación se sucederán varios letrados apoderados, primero don Luis Goenaga, al que reemplazarán sucesivamente Benigno Ferreira y Máximo Dadín.
El haber sucesorio
En autos se hace la siguiente manifestación de bienes dejados por el causante: 1) Estancia “La Merced”, en el Partido de Carmen de Areco y terreno de estancia “La Isabel”, en el Partido de San Vicente, ambos con sendas hipotecas a favor del Banco de la Provincia. 2) Dos propiedades urbanas, también hipotecadas en la calle Santa Fe n° 963 y 1043, en la ciudad de Buenos Aires. 3) Estancia “Martín Fierro”, con unos mil novillos y quinta en el pueblo de Belgrano, las dos con hipotecas en el mencionado banco. 4) 30.000 cédulas provinciales en el Banco Nacional y 5) Dos lotes de terreno en Rosario de Santa Fe, en inmediaciones del Saladillo. También se hace mención de una deuda con el Banco de la Provincia de Buenos Aires, cuyo monto no se expresa por no ser conocido hasta el momento de la presentación. Avanzado el sucesorio se hará referencia a unos terrenos donados a Hernández por el gobierno de Entre Ríos con ubicación imprecisa.
“La Merced”, “La Isabel” y las dos propiedades porteñas serán subastadas por cuenta y orden del Banco Hipotecario de la Provincia para satisfacer el capital adeudado, intereses y amortizaciones atrasadas. Con igual finalidad se venderán las 30.000 cédulas por $25.195, quedando por satisfacer una suma cercana a los $5.000.
Pasado más de un año del deceso de Hernández, de sus bienes sucesorios sólo quedan la estancia “Martín Fierro”, los dos lotes de Rosario y la quinta San José, que doña Carolina había comprado a Enrique Hocker con venia de su esposo y dinero de la sociedad conyugal. Y sigue habiendo deudas.
Una estancia y dos conventillos
La administradora de la sucesión, por medio del apoderado, que ahora es Adolfo Cordero, pide al juez que ordene la venta en remate público de la estancia “Martín Fierro” porque se carece de fondos para saldar su deuda hipotecaria. Más no se llegará a la subasta: Adrián y Rodolfo Taurel, por una parte, y doña Carolina por la otra, manifiestan en autos que han convenido lo siguiente: la sucesión vende a aquéllos el establecimiento de campo situado en el Partido de Exaltación de la Cruz, cuya superficie, según títulos agregados al expediente, es de 16.724,972 m2, comprendiéndose dentro de ella las áreas cedidas gratuitamente al Tranway Rural de don Federico Lacroze.
El precio de venta se fija en 285.000 pesos moneda nacional, cuyo pago realizarán los adquirentes de la siguiente manera: se harán cargo de las deudas que el campo reconoce al Banco Hipotecario, una por 100.000 pesos y otra por 30.000, ambas en cédulas, cuyo valor al efecto del pago estipulado como precio han convenido las partes contratantes en 70.000 pesos; también asumen la deuda que la sucesión tiene con el Banco de la Provincia por la suma de 65.000 pesos; entregan a doña Carolina en propiedad una casa que poseen en la calle Liniers Nº 166, de 2.249,86 m2 de superficie, cotizada en 50.000 pesos, suma de la que se deducirá la deuda de $ 15.000 que la finca reconoce al Banco Hipotecario Nacional; también entregarán una segunda casa, sita en Cangallo 3473, tasada en 27.000 pesos y deducida la deuda de 12.000 en cédulas, representada al efecto de la presente operación en 15.000 pesos; abonarán al firmarse las escrituras 30.000 pesos; suscribirán en el mismo acto a favor de la sucesión tres pagarés hipotecarios sobre el campo que se compra por un total de 70.000 pesos. Para satisfacer las exigencias legales —no olvidemos que hay herederos menores de edad— se designa al ingeniero Ignacio Oyuela para que verifique la tasación de las dos propiedades, como así lo hace. Dicho señor manifiesta en su informe que ambas fueron edificadas con el objeto de obtener la mayor renta posible y son —con palabras textuales— las que se designan con el nombre de conventillos. La finca de la calle Cangallo es valuada en 14.776 pesos y la de la calle Liniers en 35.250, o sea un total de 50.025 pesos.
La precisión del ingeniero Oyuela nos permite llegar al meollo del asunto. Doña Carolina tiene que aceptar las dos casas, los dos conventillos, para terminar con todos los problemas financieros emergentes de la muerte de su esposo. O sea que éste nunca fue propietario de los tan meneados inquilinatos.
La quinta en Belgrano
La Quinta San José —otrora propiedad de don José Borches, uno de los fundadores del pueblo— será el único bien inmueble que quede para la viuda y sus hijos. Poco representan a estos efectos los terrenos de Rosario y los no bien determinados de Entre Ríos.
La tasación de la quinta fue hecha por el ingeniero Félix Amoretti, quien en su informe la ubica en la ciudad de Buenos Aires, con frente a la calle todavía llamada Santa Fe, en el antiguo Partido de Belgrano ya parte de la Capital Federal desde el 6 de febrero de 1888.
En su informe dice que el terreno tiene, según los títulos: 221,70 metros de frente al Nor-Este, sobre el Camino de las Cañitas (hoy avenida Luis María Campos); 606,20 de frente al Sud-Este, lindando con Manuel González; 497,50 al Nor-Oeste, lindando con Piaggio, y 71,87 al Sud-Oeste, sobre la calle Santa Fe (desde 1883, Cabildo). La superficie total que le asignan los títulos es de 141.150 varas, equivalente a 105.862 m2. Amoretti valúa el terreno, comprendiendo las construcciones, plantíos y cercos existentes, en 300.000 pesos y fija sus honorarios en 150 pesos.
Cabe señalar que el apoderado Benigno Ferreira manifiesta en autos que José Hernández celebró un contrato de permuta con don Ernesto Tornquist por el que éste le cedía una fracción de terreno de 5 metros de frente sobre la calle Santa Fe y 8,40 por el contrafrente del fondo por 108,25 metros de largo, con una superficie de 727,981 m2, representada en un croquis que se agrega al sucesorio. Hernández, por su parte, cedió a Tornquist en cambio otra fracción de terreno con frente a la calle denominada Luro (hoy Teodoro García) de 16,30 metros de frente por 78,15 de fondo, o sea una superficie de 1.273,842 m2. Ésta está comprendida en el cuadrilátero del croquis antes mencionado. La permuta fue convenida privadamente, sin que se la formalizara en ningún instrumento por escrito, pero ambos entraron a poseer las fracciones de terrenos que habían permutado. Eran otros tiempos y otros hombres, sin duda. La sucesión manifiesta que desea llevar a escritura pública el convenio celebrado por su causante y el juez da la autorización necesaria. La escritura será otorgada por el escribano Adolfo Pueyrredón.
También el magistrado accederá a otro pedido de la sucesión, que desea vender un retazo de la quinta para afrontar el pago de deudas y gastos realizados. La superficie que se vende a don Juan Moncayo tiene veinte varas de frente a la calle Luro por cincuenta varas de fondo, o sea 17,23 m por 43,300 m. También en esta operación interviene el escribano Pueyrredón. Tanto la permuta hecha con Tornquist como la venta a Moncayo son tomadas en cuenta por el ingeniero Amoretti al realizar la tasación.
Ya estamos en 1893. Como se considera concluido el sucesorio, se procede a la participación de los bienes heredados por la viuda y sus hijos. Con el correr del tiempo, la antigua quinta ahora fraccionada irá desapareciendo por obra de varios loteos.
Final de una historia
El último de esos loteos lo realiza el martillero Alvaro Barros el 4 de febrero de 1900. El folleto de propaganda dice así en su portada: “En la quinta de Hernández últimos 39 loteos de terreno con frente a las calles Colegiales (actual Federico Lacroze), 11 de Setiembre, 3 de Febrero y otras. Estas son la antigua Calle de los Ombúes (ahora Olleros) y Luro (Teodoro García). Se informa que están rodeados de edificación, a pocas varas de la estación Colegiales del Ferrocarril Buenos Aires y Rosario, amén de estar situados entre las dos líneas del tranway eléctrico a Belgrano. La “venta liquidación” (sic) comenzará a las 4 p.m.”.
Así pasó a la historia la Quinta San José, como años más, años menos, sucedió otro tanto con los meneados conventillos, de los que también se desprendieron los vástagos del vate que los recibieron como parte de sus respectivas hijuelas. Sólo quedó, más allá de las fojas judiciales, el poema inmortal.
Información adicional
HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año VI – N° 29 – Octubre de 2004
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Categorías: PERSONALIDADES, Escritores y periodistas, Conventillos, Biografías, Hitos sociales
Palabras claves: Jose Hernandez, Martin Fierro, poeta
Año de referencia del artículo: 1900
Historias de la Ciudad. Año 6 Nro29