Las décadas de 1920 y 1930 vieron los primeros pasos de dos autores fundamentales de la literatura tanguera en el San José, colegio tradicional de Balvanera.
Si se hiciese una compulsa entre especialistas para determinar quiénes son los diez o doce letristas fundamentales del tango, casi con seguridad no podrían faltar de tal nómina José María Contursi1 y Homero Expósito,2 autores de distintas, aunque no muy distantes generaciones y de estilos —aquí sí hay distancias— marcadamente diversos. Existe un aspecto de la vida de ambos que establece un denominador común, nada azaroso por cierto. Los dos cursaron sus estudios secundarios en el histórico Colegio San José de Buenos Aires y, en ese establecimiento, participaron de las actividades de su Academia Literaria. Detrás de esta pomposa denominación se hallaba una entidad en la que se canalizaban prácticas de lectura y producción de textos como así también representaciones teatrales.
En ese espacio, Contursi y Expósito tuvieron su primera experiencia con la palabra escrita con pretensión estética y frecuentaron de manera sistemática a autores del canon de la literatura. Vale la pena recorrer este bautismo de fuego de sus respectivas poéticas, revisando los testimonios —pocos, por cierto, pero elocuentes— de sus escrituras e infiriendo la marca que dejó en su porvenir de letristas populares la frecuentación en la adolescencia de textos clásicos.
El colegio San José y su Academia Literaria
Fundado en 1858 por el padre Diego Barbé, perteneciente a la Orden del Sagrado Corazón de Jesús de Betharram,3 el Colegio San José fue el primer instituto de educación privada incorporado a la enseñanza oficial. La intención original con la que estos sacerdotes llegaron al país, que fue la de educar a hijos de inmigrantes vascos, se vio prontamente desbordada y la escuela pasó a ser referente de otros sectores sociales, desde familias tradicionales hasta las nuevas capas medias que iba incorporando la Argentina aluvional de fines del siglo XIX y principios del XX.
Ya en los tiempos de Contursi y de Expósito, el colegio vivía el orgullo de haber educado, entre otros muchos, a Hipólito Yrigoyen. Por esa época el San José ya contaba con casi toda una manzana (Azcuénaga, Bartolomé Mitre, Larrea y Cangallo, hoy Perón), compartida con la iglesia de Balvanera, parroquia que le da nombre al barrio, a muy pocas cuadras de la estación Once y de la Plaza Miserere.
En 1868 se fundó, dentro del colegio, la Academia Literaria, dirigida por el padre Magendie, para canalizar y promover las inquietudes de los alumnos de los años superiores.
La lectura de los trabajos producidos en el seno de la Academia en las décadas de 1920 y 1930 nos muestra a las claras la perseverancia en los moldes establecidos por el ya decadente modernismo y un previsible romanticismo adolescente, sin que se perciban rastros de las audacias generadas en la literatura argentina de la época por los jóvenes irreverentes del movimiento martinfierrista (Borges, Girondo, Marechal, entre otros) ni —menos que menos— de la vertiente testimonial del Grupo de Boedo (Castelnuovo y Barletta, por citar sólo a dos). En ese ámbito, Contursi y Expósito expusieron por primera vez, en un entorno de formalidad sus escritos adolescentes. Allí abrevaron, también, en las letras consagradas y en los autores de reconocimiento académico universal.
Vale aclarar que para ingresar a la Academia Literaria había que postularse, es decir, querer estar. No era, por lo tanto, fruto de una decisión arbitraria de la autoridad escolar. Además, y esto sí era resorte de la conducción, debía ser aceptado, habiendo un número limitado de vacantes, a imagen y semejanza de las academias de “gente grande”. Estipulado este punto, es evidente que los “señores académicos”, como se llamaba a los jóvenes en las actas, tenían la voluntad de estar y el reconocimiento del sacerdote asesor de la Academia para ser admitido. Es claro, entonces, que tanto Contursi como Expósito ya sentían el llamado de la pluma y contaban con la suficiente consideración, entre religiosos y docentes, para haber ingresado al selecto cuerpo juvenil.
La colección de la revista interna del Colegio San José, F.V.D. (iniciales de la expresión latina Fiat Voluntas Dei: hágase la voluntad de Dios), que se publicó desde 1921, permite acercarse a parte de las actividades de la Academia y tener testimonios de los primeros pasos literarios de José María Contursi y Homero Expósito. Más allá de lo que puedan haber escrito en secretos cuadernos adolescentes, esta es la producción que se sabe sometida a un conocimiento previo de cierta preceptiva y que, además, tuvo el visto bueno de un juicio estético, más o menos imparcial, ya sea que proviniese de un profesor, de sus compañeros o de ambos.
Antes de Gricel
José María Contursi cursó estudios como pupilo entre 1926 y 1928, esto es de tercero a quinto año. La revisión de los anuarios del colegio de ese período, en los que constan los premios que se daban en cada materia, lo muestra como un buen alumno. Particularmente, al cursar cuarto año, cuando tuvo un primer premio en Inglés y un segundo en Literatura. Asimismo, se destacó en esgrima en la especialidad florete.
En 1928 fue designado bibliotecario de la Academia Literaria y participó como actor en varias representaciones teatrales, entre ellas El enfermo imaginario, de Molière, y El Padre Nuestro, de François Coppée. Con motivo del cuarto centenario del nacimiento de Fray Luis de León, presentó su poema de homenaje al poeta del Siglo de Oro español, bajo la denominación El espectáculo del universo. Este texto no se publicó, pero el título es indicativo del conocimiento que Contursi tenía de uno de los temas centrales en la literatura del fraile español: el orden cósmico —entre platónico y pitagórico— expuesto en poemas como Oda a Salinas y Noche serena.
En el número 924 de la revista F.V.D., se encuentra la única publicación del alumno Contursi. Un breve relato, ambientado en la guerra de la independencia, más precisamente en las filas del ejército que San Martín comandaba en el Perú. El argumento es por demás sencillo: se presenta al general Arenales un jovencito peruano que quiere pelear en las filas patriotas. Le relata al oficial una penosa historia de su vida y, luego de incorporado a la tropa, en una refriega con los realistas, muere, por lo que Arenales se conmueve y eleva una plegaria por su alma. El futuro poeta tanguero ensaya una prosa histórica, a la manera de los cuentos de La Guerra Gaucha de Lugones, pero sin el rebuscamiento léxico que cultivó el cordobés en esta obra.
El protagonista de esta historia minimalista en medio de la otra gran Historia, la épica de los libertadores del continente, parece reflejar una característica que supo notar Horacio Ferrer en lo que luego sería su letrística: “Un sereno clima de melancolía envuelve a sus personajes, de Más allá, Angustia, La lluvia y yo, Manos vacías, Toda mi vida, Vieja amiga; son las criaturas eternamente recogidas junto a un ventanal que guarda brumas, desentierra pequeños recuerdos, refleja dulces alucinaciones afectivas y ampara sus largas esperas.”5
El lenguaje de este Contursi ya muestra la sobriedad que iba a diferenciarlo de los lunfardismos empleados por su padre, Pascual Contursi. Alterna en este relato unos muy formales, poco rioplatenses y para nada coloquiales pronombres enclíticos (“mirólo”, “agradóle”[sic]) con un fresco voseo (“–Quién sos vos, muchacho…”).
Como expresó Gobello, “José María Contursi cultivó un lenguaje culto, anticipándose, por cierto, a la interdicción del lunfardo resuelta en 1943, por la Dirección de Radiocomunicaciones; interdicción que habría de prolongarse hasta 1946… Catunga6 fue un romántico. Su padre había cantado, en el lenguaje propio del ambiente en el que el tango se iba formando, las penas del amor perdido. El hijo cantó para una ciudad más culta —y lo hizo en el lenguaje, si no de los salones, por lo menos de cierta clase media lectora de los poetas románticos y posrománticos— el amor buscado.”7
Esta referencia lleva a pensar, sin forzar demasiado las cosas, que en ese ámbito escolar en el que se valoraba su actividad literaria, Contursi encontró una base de sustentación segura para avanzar en una retórica convencional para la literatura mayor, pero no muy frecuentada hasta ese momento por la letra de tango. Sin duda que los “tú” y los “ti” a los que con tanta asiduidad recurrió, le eran por demás familiares al momento de escribir, por la disciplina adquirida en su educación formal.
Otra línea que puede tenderse entre el adolescente aspirante a escritor y el letrista profesional es el ejercicio de la nostalgia apócrifa como señalaron algunos,8 casi obligatoria para el género. Esta es una nostalgia “vicaria”, es decir evocativa de acontecimientos no vividos, sino mediatizados a través de la cultura. En este caso, el sentimentalismo de Contursi se conmueve al ficcionalizar un acontecimiento en el entorno de la historia patria.
El de Dios es otro aspecto que se puede encontrar en la obra de Contursi, el joven, y que habrá tenido su marco de aprendizaje riguroso en las aulas del San José. Desde “…el Cristo aquel” que demandaba la rima de Gricel, al “Tal vez me esperarás, junto a Dios, más allá” de Cristal, o al “Yo también como vos/me he arrastrado sin Dios” de Culpable.
Se dice que José María Contursi tuvo una mala relación con su padre, Pascual,9 quien se separó de su madre cuando tenía dos años. Esta situación afectiva marca una tensión: por un lado José María fue un hombre de tango como su padre, como si el peso de ser hijo de Pascual Contursi se impusiera a pesar de los conflictos entre padre e hijo. Sin embargo, tomó distancia del estilo arrabalero del autor de Mi noche triste y para esto, para no ser una segunda versión de su padre, le sirvió su prolija formación en los clásicos de la literatura, en los años de su bachillerato, los años de la Academia Literaria.
No sería aventurado pensar que en su condición de bibliotecario de la Academia se haya encontrado con el Romancero de Leopoldo Lugones, publicado en 1924, en uno de cuyos poemas, “Chicas de octubre”, se lee: “Chicas que arrastran en el tango/ con languidez un tanto cursi,/la desdicha de Flor de fango/ trovada en letra de Contursi.”
¿Cuál habrá sido la reacción de José María ante la rima más o menos humillante de su apellido, al mencionarse un tango de su padre?
Lo evidente es que en ese entorno con pretensiones sociales y culturales de un colegio privado y severo en muchos aspectos, su presencia era apreciada y valorada. Es decir, no se marginó al hijo del autor de tangos reos.
Cuando el padre Basilio Sarthou escribió la Historia Centenaria del Colegio San José, en 1958, Contursi no resultó el ex-alumno que se menciona con orgullo. Sarthou no lo nombra entre los alumnos que luego se destacaron, aunque en el tango ya estaba largamente consagrado. Solo se desliza su presencia y su nombre en una foto de la Academia Literaria que se publica en el libro como si fuese un mensaje en clave para buenos entendedores.10
La misma lectura ambivalente de Contursi hijo con su padre cabe al establecer una relación con el Colegio San José.
Contursi, por un lado, elige el rumbo censurado socialmente: no será un profesional universitario distinguido, ni un alto funcionario, ni un próspero hacendado, ni un hombre de empresa. Será, en cambio, un artista popular. Pero en el ejercicio de su lírica aflorará, tal como lo reconocen los críticos, una sólida veta cultural que lo llevará a ser “tal vez el mayor poeta sentimental del tango”11
Raíces de un naranjo en flor
Si bien no ocupó cargos directivos en la Academia Literaria, el alumno Homero Aldo Expósito parece haber sido uno de los miembros más valorados del cuerpo. “Vate veterano” se lo llama alguna vez en la revista F.V.D.
Pupilo del San José entre 1934 y 1936, esto es de tercero a quinto año, el adolescente que provenía de la bonaerense ciudad de Zárate, se lució no solo con la palabra escrita sino también en los torneos de oratoria. El repaso de los premios concedidos en el trienio mencionado lo muestra consagrándose con muy buenas calificaciones en su año de egreso (1936). Una materia bastante original del currículum de esa época de la escuela religiosa, y en la que Expósito obtuvo un premio, es Apologética. Para la historia de la Teología —o tal vez, mejor de la Filosofía— ésta es la disciplina con la que se argumenta en defensa de la fe. No sería aventurado presumir que el mayor retórico de los letristas de tango haya abrevado en estos cursos, por primera vez de manera sistemática, en el complejo universo de los tropos y las figuras. En este aspecto, vale aclarar que Expósito, una vez egresado, cursó sin concluirlos, estudios en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.
En 1934, cuando nuestro autor comenzaba su estadía en el colegio de Buenos Aires, egresaba quien luego sería un poeta por demás reconocido en el ámbito de la literatura regional, el jujeño Jorge Calvetti, fundador en la década del cincuenta de la revista Tarja, un hito en la cultura del noroeste. No es aventurado imaginar un encuentro de los dos alumnos pupilos en las tertulias académicas.
En la misma promoción de Homero y, también participando de la Academia, se encontraba Gerónimo Podestá, controvertida figura de la Iglesia Católica y personalidad de indudable estatura intelectual, quien años después sería obispo de Avellaneda.
El joven Expósito, llegado del interior bonaerense, no tardó en lucirse como recitador gauchesco. Como Contursi, también mostró destrezas con el florete y practicó ajedrez.
En una reunión académica, leyó los poemas titulados “Ahí va comesario” y “El lingera” [sic], lo que muestra un uso dialectal popular que va de los gauchesco al lunfardo. Comparado con los demás textos editados en la publicación escolar resulta, desde este aspecto léxico, una transgresión; modesta, si se quiere, pero transgresión al fin. Hay dos trabajos por los que se puede inferir la búsqueda de su lenguaje en planos diversos. Un tríptico de elegantes sonetos en torno al tema de la muerte y un cuento corto de carácter humorístico rural.
El conjunto de sonetos12 está dedicado a un ignoto poeta fallecido, Julio César Venzano, amigo de Expósito, y ahí se lo ve exhibiendo su vocación de metaforizar con imágenes de la naturaleza. Así en una breve introducción al primer poema, señalaba: “… he deseado marcar mi afecto hacia los poetas que viven ignorados, no sin dejar de ser grandes, como la misma flor de ceibo, que es grande dentro de su sublimidad y en medio de los juncos salvajes de nuestros ríos.” Aquí está el embrión del autor ciudadano que siempre recurrió a lo campero: Flor de lino, Naranjo en flor, Yuyo verde; o en aquello de “¿adónde fue tu amor de flor silvestre?”, del tango Trenzas, o el sorprendente “arco de violín clavado en un gorrión” de Óyeme.
Dentro de la ampulosidad metálica de los tres sonetos agrupados, se lee en un cuarteto: “y el poeta nació: brilló la aurora/ sobre los campos floridas galas,/ pichón de cóndor con brillantes alas/que sufre un mundo y que jamás se llora.”
Es claro que Expósito tenía mucho cielo por delante para que este luminoso cóndor adolescente se convirtiera en el “pájaro sin luz” de Naranjo en flor. Pero se insinúa ya una temática, la de la muerte, que años después construiría con atrevidas perífrasis literarias: “…un día al despertar/sin fe ni maquillaje,/ya lista para el viaje/que desciende hasta el color/final..” (Maquillaje). O a través de un filoso trazo dramático: “¡Dan ganas de balearse en un rincón!” (Afiches). Quedó en proyecto un tango evocativo de otro poeta muerto: Réquiem para una barba, que se conjugaría sobre la espléndida melodía de Responso de Aníbal Troilo, dedicado al otro gran Homero del tango, Manzi.13
En este sentido, el crítico Juan Sasturaín ha resaltado el campo semántico de muchas de sus letras en las que “predomina lo exterior —natural, río, flores, pájaro, arboleda, agua— y se suman elementos culturales —trenzas, yugo, mate amargo, cuero crudo— asociados tradicionalmente a una realidad pre-urbana o limítrofe entre lo pueblerino y lo barrial, pero no es nunca la ciudad vivida sino una síntesis, un clima natural, limpio, anterior.”
El otro texto publicado en la revista escolar14 es un breve cuento de temática, lengua y hasta ortografía gauchesca (“prototipo e´l crioyo e´lay”), denominado “¡Quién sabe!” Como aclaración, debajo del título y entre paréntesis, se lee: “(Composición declamada en la función del 23 de Mayo por el señor académico Homero A. Expósito).” Se trata de una descripción de folclore humorístico de lo que podríamos llamar un opa.
En la lectura, salta una comparación: “el rozillo, más crioyo que el mate amargo…”. Años después lo que de muy joven utilizó con el llano recurso sintáctico de un segundo término de comparación, sería motivo de una de las más elaboradas sinestesias15 de las letras de tango: “trenzas del color del mate amargo”. El futuro letrista hacía, entonces, sus palotes de retórica y garabateaba tropos. Abundan en este cuento las comparaciones propias del género gauchesco: “raíces como patas”, “el arroyo… que corría como una franca sonrisa”, “las horas se habían juido como la hacienda baguala”, “ya caiban unas gotas que le pegaron en la cara, como ponchazo e´maula”.
En el camino a la concentración de la metáfora, el jovencito Homero logra algunas imágenes valiosas: “el sol no era más que unos rayos que venían del horizonte y los pialaba una nube”.
De la cultura popular y de la otra también
Para aproximarnos a una evaluación de estos escritos adolescentes es bueno considerar que, más allá de la voluntad de los autores, estaba la autoridad escolar que, tanto en la Academia Literaria, como en la revista F.V.D., impulsaba la publicación de cada trabajo. Es atendible pensar que esta literatura se producía buscando cierta complacencia para su publicación, por lo que, tal vez, estemos ante un registro condicionado.
A pesar de esta salvedad, puede decirse que se trata de piezas decorosas que han soportado el embate del tiempo sin perder dignidad. Basta ver el estilo periodístico obsoleto de algunos párrafos de F.V.D. para percibir esta circunstancia:“Apresuradamente fué [sic] entonces transformado el salón de la Academia en lugar de alegre expansión, y en medio de plácemes y felicitaciones, levantáronse las copas en francos y expresivos brindis por el engrandecimiento de la querida Sociedad y la salud de todos sus componentes.” O bien: “Discretamente después de un momento de culta algazara, reunióse el jurado compuesto por los exalumnos presentes…”. Con este entorno textual envejecido, puede medirse el valor de lo escrito por los estudiantes Contursi y Expósito.
Esta instancia formal en la educación literaria de los futuros letristas tangueros abre un campo de reflexión sobre los conceptos de alta cultura y cultura popular, y sobre cómo estas se fracturan, descomponen y recomponen.
José María Contursi era hijo de un letrista lunfardo y, más allá de desavenencias familiares, tenía incorporado ese bagaje cuando componía versos en homenaje a Fray Luis de León o representaba a Molière.El padre de Homero Expósito era un panadero huérfano (el apellido Expósito se lo pusieron en un orfanato) que se radicó en Zárate. Según contó el ilustre hijo, “Mi padre, que era anarquista, me mandó a un colegio de curas, porque a las disciplinas había que cumplirlas según la capacidad de enseñanza que había; en ese momento no había ningún lugar como ese para la enseñanza y para las necesidades que tenía un pibe”.16
En esa alquimia, en la que ambos parecen estar marcados por una raigambre popular, pero con pretensiones, tuvieron su contacto severo con las letras mayores.
Recuerda Beatriz Sarlo que en la Buenos Aires de “los años veinte se inicia una doble experiencia literaria: el ingreso al campo intelectual de escritores que vienen del margen, y la tematización del margen en las obras que ellos producen. La literatura entra en un proceso de expansión tópica que se traducirá también en un sistema nuevo de cruces formales entre diferentes niveles de lengua y diferentes estéticas”.17
En el espacio, más o menos esterilizado de las contingencias mundanas que se puede suponer en un pupilaje católico de la ciudad de Buenos Aires, se producían cruzamientos relativamente análogos.
Es oportuno recordar que por las aulas del San José habían pasado dos escritores que para esos años ya revistaban con patente de literatos cultos: Roberto Payró (alumno a fines del siglo XIX) y el salteño Juan Carlos Dávalos (alumno a principios del siglo XX). Ambos con una obra relacionada en muchos aspectos con la cultura popular.18
La ciudad cosmopolita operaba, entonces, como un laboratorio de productos simbólicos entreverados en un tejido complejo del cual surgirán, entre otras muchas expresiones, las letras de tango de la década del cuarenta, con su marca cultural evolucionada respecto de la generación anterior.19
Contursi y Expósito, jóvenes inquietos con muchísimo futuro (y, tal como se ha podido ver, algo de pasado) tuvieron en el riguroso ámbito del Colegio San José y, en especial en el de su Academia Literaria, una base de sistematización fecunda para iniciar sus respectivos crecimientos como artistas dentro de una estética que, andando el tiempo, los tendría entre sus referentes mayores. ttt
Notas
1.- José María Contursi (Lanús, 1911-Capilla del Monte, 1972). Como letrista aportó lo suyo a tangos que fueron musicalizados por los compositores de mayor renombre. Vayan a guisa de resumidísimo muestrario estos títulos: con Aníbal Troilo: Toda mi vida, Mi tango triste; con Pedro Láurenz: Como dos extraños, Vieja Amiga; Con Carlos Di Sarli: Verdemar; con Mariano Mores: Gricel, Cristal, En esta tarde gris, Cada vez que me recuerdes. Su padre, Pascual Contursi, fue un letrista fundacional que escribió Mi noche triste (musicalizada por Samuel Castriota), el primer tango grabado por Carlos Gardel.
2.- Homero Expósito (Campana, 1918-Buenos Aires, 1987). Letrista que se consolida a fines de los años cuarenta como uno de los más audaces y de mayor vuelo literario. Escribió, entre otras muchas letras, Trenzas (música de Armando Pontier), Tristezas de la calle Corrientes (música de Domingo Federico), Qué me van a hablar de amor y Flor de lino (música de Héctor Stamponi), Naranjo en flor (música de su hermano Virgilio Expósito), Pigmalión (música de Astor Piazzola).
3.- La Orden del Sagrado Corazón de Jesús de Betharram es más conocida en la Argentina como la de los padres bayoneses por provenir de la diócesis francesa de Bayona.
4.- Contursi, José María, “¡Mocito guapo!” En revista F.V.D., N° 92, 1928.
5.- Ferrer, Horacio, El libro del tango, Galerna, Buenos Aires, 1977, pág. 345.
6.- Catunga o Katunga, según qué autor lo cite. El apodo se originó cuando de muy chico vivió un tiempo con su madre en Brasil. Ver Gálvez, Lucía y Espina Rawson, Enrique, Romance de tango, Norma, Buenos Aires, 2002.
7.- Gobello, José, Tangos, letras y letristas – tomo 2, Plus Ultra, Buenos Aires, 1991, págs. 40 y 41.
8.- Goldar, Ernesto, “José María Contursi” en La historia del tango – Los poetas (3) – tomo 19, Corregidor, Buenos Aires, 1987.
9.- Gálvez, Lucía y Espina Rawson, Enrique, op. cit.
10.- Sarthou, Basilio, Historia Centenaria del Colegio San José; Ed. F.V.D., Buenos Aires, 1960. La foto en la que se nombra a José M. Contursi está en la pág. 548.
11.- Salas, Horacio, “Los otros grandes”, en revista La Maga, N° 16, diciembre de 1995.
12.- Expósito, Homero, “Vida poeta”, en revista F.V.D., N° 184, Buenos Aires, agosto de 1936.
13.- Sasturain, Juan, “Homero Expósito: letrista del cuarenta” en La historia del tango – Los poetas (3) – tomo 19, Corregidor, Buenos Aires, 1987, pág. 3.758.
14.- Expósito, Homero, “Quién sabe”, en revista F.V.D., N° 182, Buenos Aires, junio de 1936.
15.- Sinestesia: figura retórica consistente en el cruce de sensaciones. Atribuirle a un sentido lo que se percibe con otro: “un sonido oscuro”, “una mirada fría”, “una melodía dulce”.
16.- Expósito, Homero, “Perfume de naranjo en flor”, en La Maga, N° 16, diciembre de 1995.
17.- Sarlo, Beatriz, Una modernidad periférica: Buenos Aires, 1920 y 1930, Nueva Visión, Buenos Aires, 1996, pág. 17.
18.- Roberto Payró (1867-1928): fue un escritor costumbrista que volcó en el periodismo buena parte de su caudal creativo. En su producción narrativa se destacan El casamiento del laucha (1906), Cuentos de Pago Chico (1908) y Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira (1910).
Juan Carlos Dávalos (1887-1959): es uno de los nombres más representativos de la literatura regional argentina. Si bien escribió varios libros de poemas y obras teatrales, sobresale su tarea como cuentista, en particular en un célebre relato, “El viento blanco”. Uno de sus hijos fue el destacado poeta y folclorista Jaime Dávalos.
19.- Sobre la importancia de la formación cultural en la escuela secundaria de estos años y su relación con el tango hay que destacar que otros dos notables de la letrística culta, Enrique Cadícamo y Homero Manzi, estudiaron en un importante colegio estatal, el Nacional Mariano Moreno. Manzi, inclusive, obtuvo una habilitación para dictar clases de castellano y literatura, cosa que hizo en el propio Moreno y en el Colegio Sarmiento.
Daniel Antoniotti
Información adicional
HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año IV N° 19 – Febrero de 2003
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Categorías: Escritores y periodistas, Biografías, Tango
Palabras claves: Letristas, revista, cancionero, Contursi
Año de referencia del artículo: 1918
Historias de la Ciudad. Año 4 Nro19