Reproducimos en este número un interesante y casi desconocido trabajo de Raúl H. Castagnino, publicado en la revista “Aquí Está” del 22 de julio de 1943, donde perfila la biografía de un curioso.
Jalonando la historia del teatro porteño —desde la colonia hasta nuestros días— hay un desfile de tipos y sucesos pintorescos que ilumina cada momento, remarcando caracteres y dando lugar a crónicas amables. Tal, por ejemplo, el caso de Julio Pasquier, súbdito francés ubicado, en 1828, como peluquero en el primitivo y único teatro que por entonces contaba nuestra ciudad.
En su cuchitril de París, mientras rasuraba barbas y rizaba pelucas, oyó decir Pasquier que éstas eran tierras fabulosas en las cuales la fortuna, pródiga, volcaba su cuerno de oro. De natural ambicioso, dispuesto a enriquecerse rápidamente por cualquier medio, medita largas horas el proyecto y, al fin, decidido, lía sus navajas y peines; cierra el humilde negocio y con algún dinero, penosamente ahorrado, se traslada a un puerto meridional de Francia, embarcando allí hacia la tierra de promisión.
Peluquero en el coliseo porteño
No es pequeño el desencanto que sufre Pasquier al pisar las costas del Plata. La Argentina, convulsionada por las guerras civiles, no ofrece un horizonte promisorio, y el pobre barbero de París, desilusionado, a duras penas consigue ubicarse en un derruido salón de los suburbios, propiedad de Pedro Gimeno (a) “el Pardo”.
Al cabo de algún tiempo, cierto mulato, conocido actor del coliseo, que frecuentaba la barbería de Gimeno, facilita a Pasquier la plaza de peluquero teatral. Pero la mala estrella le persigue. Las actividades escénicas, a consecuencia de la situación política por que atraviesa el país, andan de capa caída, y la empresa del único teatro, no muy al día en los pagos al personal y artistas. A éstos, periódicamente, los recompensa con beneficios, funciones extraordinarias en las que les asigna un porcentaje sobre el aumento de precio de las localidades. Y, como cada vez resulta más difícil al empresario abonar los sueldos al resto del personal, debe extenderle la concesión de beneficios, en las mismas condiciones que a los artistas. Así, el 15 de octubre de 1830, obtiene el suyo Julio Pasquier.
Autor de comedias
Ya Pasquier, en su corta actuación en el teatro, se ha acreditado como coiffeur pour dames, especialidad peluqueril que los barberos criollos —pardos y mulatos en su mayoría— no practicaban y que, desde los tiempos de los virreyes, no tenía cultores. Coiffeur pour dames: su extranjería le hace anunciar, asegurando superioridad entre los del gremio; y su habilidad en rizos y pelucas le concede cierto ascendiente entre el personal del teatro. Por ello en su beneficio se le permite elegir las piezas a representar; y Pasquier piensa que, en honor del peluquero, nada mejor que traer las obras por los cabellos o por las barbas. Así, dispone como plato fuerte del espectáculo una comedia de magia titulada La princesa cabellos de oro o sea El incógnito de la Roca fuerte, de la que es autor; y un sainete: El barbero que afeita al burro, en el cual un inocente jumento sube a escena para ser afeitado.
¿De dónde saca el barbero su arresto literario? ¿Cómo se mete a componer comedias? ¿Dónde y cuándo ha hecho el aprendizaje? Ante el asombro de los espectadores, Pasquier adereza una composición dramática y, con el mismo desparpajo, se atreve a presentar la parodia del burro. Indignado, un aficionado porteño escribe en la Gaceta Mercantil N° 2028 (20/10/1830), entre otras cosas: “Estamos dispuestos a disculpar al señor Pasquier por haber sido el órgano de que se aumenten en nuestro teatro las absurdidades de que está tan atascado, pues lo creemos con mayores derechos para ejercer su gusto en los adornos de un peinado que en la elección de una composición dramática. Vemos con dolor la degradación de nuestro teatro…”
El “Moussion” de la época
A Pasquier, una vez liquidados sus emolumentos, poco le importan las críticas. Ser peluquero teatral o autor dramático sólo significa aspectos mínimos de su ambición. Por el momento la escena es —para quien aspira a convertirse en el peluquero preferido de la sociedad porteña— un lugar donde anticipa la exhibición de sus habilidades. Cuanto sirva para destacarlas o darles publicidad, bien empleado está.
Sigue Pasquier en el teatro ese año y el de 1831. Mientras tanto, consigue instalarse por su cuenta como peluquero de París, ofreciendo sus servicios a los porteños de “Moussion” de la época. El 26 de noviembre de 1832 obtiene otro beneficio en el coliseo, representándose en esta ocasión el melodrama romántico La batalla de Nancy o Eloísa y el hombre salvaje.
Empresario teatral
En 1833, el teatro sufre una nueva crisis por causas estrechamente relacionadas con los acontecimientos políticos y el malestar social consiguiente. Rosas no ha aceptado reasumir la primera magistratura, iniciando, en cambio, su expedición al sur. Balcarce, que se hiciera cargo del poder, es exonerado por la Legislatura que, en su reemplazo, coloca interinamente a Viamonte. El contínuo cambio de gobernantes trae una inquietud, reflejada en todas las actividades del país. En el teatro la incertidumbre se agrava con la emigración de los mejores artistas. La empresa también abandona la sala, que es clausurada por la policía.
Ya en ese año de 1833, con su trabajo y sobre todo, con habilidades al margen de él (algunas inconfesables), Julio Pasquier ha redondeado un pequeño capital, y se siente tentado por negocios mayores. Audaces fortuna juvat, piensa, y en unión de su compatriota el bailarín Felipe Caton se lanza a la formación de una empresa teatral, según da cuenta un Manifiesto firmado por ambos en el Diario de la Tarde, N° 711 (12/10/1833). Las actividades de Pasquier empresario fueron de corta duración, y sólo cabe recordar de ellas la contratación de una compañía de Montevideo, la inclusión de una serie de obras francesas de dudoso buen gusto en los repertorios del teatro y algunos bailes-pantomimas en torno a la figura de Napoleón.
“Peluquería de París”
En 1835, volvemos a tener noticias del inquieto peluquero. La empresa no le ha procurado ganancias, pero retirándose a tiempo, ha podido salvar su capital instalándose luego, como discípulo verdadero de los principales peluqueros de París en un salón de la calle de la Florida N° 70, negocio modesto que debe compartir la clientela con un colega, Julio Jardel, también francés, instalado en el N° 40 de la misma calle. A comienzos de 1835, Jardel se muda a la calle de La Plata N° 89, “de la plaza, cuadra y media para el campo”. Libre del competidor, Pasquier amplía su local. Coloca, además, un aviso en los periódicos solicitando costureras, e inicia la confección de trajes y disfraces para los comparsas del teatro. El carnaval le ofrece otra oportunidad para aumentar por este medio sus entradas.
Su nueva situación no lo separa del coliseo, y encontramos que el 8 de enero de 1835 le es adjudicado un nuevo beneficio. En esta oportunidad, Pasquier tiene el poco tacto de insistir en los espectáculos desagradables de sus anteriores programas y los escasos concurrentes presencian esa noche una función catastrófica. Una lluvia de crítica, en todos los tonos, cae sobre el peluquero, al punto de obligarle a dar explicaciones al público. Y, entre otras cosas para su descargo, publica en el Diario de la Tarde el “bordereau” del beneficio, demostrando que le ha reportado $ 521 de pérdidas.
El inventor
Aquí se pierden las noticias sobre la actuación posterior de Pasquier. Sólo sabemos que, a mediados de 1835, llega al país otro peluquero francés que habría de cobrar fama: Carlos Gorsse, quien, tanto en los anuncios como en sus trabajos sienta plaza de “inventor” de peinados e innovador de los viejos sistemas de postizos. Pasquier, ante la llegada de este rival, siente que su prestigio se oscurece. Reinicia entonces la reclame de su salón e inserta en los diarios, durante el mes de mayo de 1835, este curioso anuncio:
JULIO PASQUIER
Peluquero, discípulo verdadero de los principales maestros de París, y maestro de dicha capital residente en la calle de la Florida N° 70, con la insignia de “Peluquería de París”.
Tiene el honor de anunciar al respetable público de esta capital que se ha dignado favorecerlo con su confianza, que acaba de recibir un gran surtido de pelo de superior calidad y de varios tamaños.
Tiene pelos rizados para fabricar rizos de su “invención”, tiene bueno para hacer bucles del largo que se le ordene, otros para añadidos sin cordón, otros con cordón (muy barato) en fin, tiene pelo que no se halla en otra peluquería, sólo en su casa, pues tiene pelo rizado por naturaleza que siempre se conserva en su estado primitivo, lo tiene para rizos, pelucas y casquetes, hace casquetes con resortes mui suaves, que no incomodan a los que las usan, no queriendo de nueva invención porque no hay, y también resortes propios “de su invención”.
Fabrica igualmente a la última moda toda especie de peinados; y cuanto se le exija, con gusto, primor y brevedad posible.”
Estos son los datos que se tienen sobre tan despierto personaje que, en menos de cinco años, fue barbero en París, peluquero de teatro en Buenos Aires, autor de comedias, empresario teatral, árbitro en modas y peinados, “inventor”, etc., etc. Sin duda, por su espíritu inquieto y ambicioso, por la situación incómoda en que se hallaron los franceses de Buenos Aires en los años siguientes durante el bloqueo del puerto por la escuadra de Francia, debió ausentarse del país.
Información adicional
HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año IV N° 22 – Agosto de 2003
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Categorías: Comercios, Oficios, PERFIL PERSONAS, Teatro,
Palabras claves: 1er teatro porteño, peluquero
Año de referencia del artículo: 1830
Historias de la Ciudad. Año 4 Nro22