Una nueva playa de estacionamiento
En estos últimos meses, distintos medios periodísticos se hicieron eco del inminente proyecto de demolición de la casa de Antonio Millán en Juan Bautista Alberdi 2476 del barrio de Flores, luego de su compra por un particular interesado, al parecer, en aprovechar únicamente su terreno. Pocos sin embargo, sabían de qué se trataba; se nos ocurrió que, dentro de la incontrolable especulación inmobiliaria, un terreno con casi 12 metros de frente, se destinaría a construir allí un imponente edificio con varios pisos de lujosas cocheras. Pero nuestra capacidad de asombro se vio ampliamente superada por una triste, tristísima realidad; el nuevo propietario tenía previsto otro destino más prosaico. De ahora en adelante podrá decir con satisfacción que hizo un brillante negocio: convertir un vetusto edificio de 1825, en ¡una playa de estacionamiento!
Contribución original y relevante al progreso de Flores, pudo por fin demoler esa “casa vieja” que, en medio de tantos edificios modernos, desentonaba totalmente. ¡Gloria y loor a estos “filántropos” benefactores del barrio!
El nuevo propietario de la que fuera la casa más antigua de todo el oeste porteño, decidió prescindir por completo de su envidiable historia. Y como es un hombre práctico, para evitar mayores problemas con algunos “locos” que días antes se habían movilizado para salvaguardar el histórico edificio, procedió a demolerla con una topadora, entre gallos y medianoche, a escondidas, como los ladrones de gallinas. Y la orden de “clausura” municipal, como es habitual, llegó tarde; la casa de Millán ya no existía más.
Su valor histórico era muy alto, nada menos que la casa del fundador del pueblo de San José de Flores, hoy barrio de la capital, pero pudo comprarla pagando nada más que el precio del terreno. Y además darse el lujo de convertirla en un estacionamiento y hasta adosarle un lavadero. Como si fuera el único terreno en Flores apto para ese fin, pero para ello lo ampara nuestra Constitución, que le garantiza un derecho absoluto sobre la propiedad, haciendo pito catalán a su función social y al bien común. Me recuerda una noticia aparecida en nuestros diarios hace muchos años: el asombro de un buscador extranjero de autos de colección, cuando encontró que alguien que había comprado aquí un antiguo Rolls-Royce, destruyó su parte posterior, para convertirlo en una chatita…
En su lugar, nosotros hubiéramos demolido las partes nuevas, la hubiéramos restaurado en su estructura original y bien explotada como monumento histórico, —pues historia no le faltaba— podía rendir económicamente muchísimo más, si de rendimiento económico se trata.
Pero en el caso de la residencia de Antonio Millán, además de esa “inteligente” visión de futuro, al nuevo propietario el pasado no lo “molesta” y puede afirmar con propiedad, que la historia y sobre todo la historia de Flores, “me ne frega”. Y más aún, con un toque típicamente porteño agregar, acompañándolo con un gesto obsceno dirigido a los conservacionistas obsesivos en preservar los últimos vestigios de un barrio que se queda sin historia: ¡Andá a cantarle a Gardel!…
Porque algo parecido nos sucedió con la inmobiliaria, cuando después de vendida la casa, no nos permitió siquiera entrar para fotografiarla o filmarla y por lo menos documentar dónde vivía el fundador del pueblo de San José de Flores. No podía desconocer que la zona es APH, o sea “Area de Protección Histórica”. Mejor dicho, por eso…
Estos personajes, abundan en muchos países pero especialmente en la Argentina degradada de los últimos años, la Argentina donde se tiran abajo estaciones de ferrocarril de maravilloso diseño, donde se destruyen todos los tranvías hasta tener que importar uno de Portugal para que las nuevas generaciones supieran como era ese medio de transporte, donde cientos de antiguas locomotoras se desguazan y se venden como chatarra, donde reina la destrucción del patrimonio nacional por la destrucción misma, como informa un reciente documento de ICOMOS. En fin, hagamos un poco de historia.
¿Quién era Antonio Millán?
Antes de continuar, confesamos que se impone una información previa, pues no todos tienen la obligación de saber quién era Antonio Millán. Bien, lo intentaremos una vez más, en la menor cantidad de líneas posibles. Para ello tenemos que retrotraernos en el tiempo y pensar que allá por 1776, año de la creación del Virreinato, Flores era simplemente campo. Y si bien lo cruzaba el Camino Real del Oeste, hoy Rivadavia, saliendo desde Plaza Miserere hasta la posta de Aguilera, actual estación Ciudadela, se atravesaban varias chacras sembradas de trigo, alfalfa y durazneros salvajes, matizando el paisaje, alguno que otro rancho detectable muchas veces por la arboleda que lo rodeaba.
La historia comienza cuando allí, en esa zona, un prestigioso vecino de Buenos Aires llamado Juan Diego Flores, compró unas tierras despobladas y semi abandonadas por su antiguo propietario; hizo algunas mejoras antes de morir en 1801 y dejó la propiedad por testamento, a su hijo Ramón Francisco, recomendándole se asesorase en el futuro con su incondicional amigo, un hacendado de nombre Antonio Millán. Y aquí entra en escena nuestro personaje.
Ramón Flores, por su parte, joven casi imberbe de poco más de 25 años, no tenía ningún interés en trabajar esas tierras que le caían “del cielo” y como hacen generalmente los herederos, lo único que deseaba era desprenderse de ellas lo más pronto posible.
Millán tenía mayor visión de futuro y lo ayudó desinteresadamente. En primer lugar, le sugirió que si no deseaba conservar las tierras y venderlas “por lo que le den”, podía lotear la fracción que atravesaba el camino real y fundar allí un pueblo en la campaña a dos leguas aproximadamente de la ciudad, obteniendo una renta más productiva.
El lugar se convertiría en punto obligado de parada de los viajeros que se dirigían a Buenos Aires y un lugar de inversión para descanso de quienes anhelaban respirar los aires del campo sin alejarse demasiado del centro de poder, que era entonces la capital del virreinato.
Luego de mucho conversar el tema, lo convenció. Lo primero que le sugirió fue donar una manzana a la Curia para erigir la iglesia y otra al Cabildo, para destinarla a plaza, con lo cual se aseguraba a corto o largo plazo un próspero futuro para el nuevo pueblo. Del trazado de calles se ocuparía él, y así lo hizo, delineando manzanas de 120 varas de frente y 16 lotes cada una.
Por su parte, el obispo Lué, aquel acérrimo defensor de la causa española durante los días de 1810, había aceptado la donación y el 31 de mayo de 1806 con el visto bueno del virrey Liniers, erigió al nuevo pueblo en cabecera de un curato, luego convertido en partido, que denominó San José de Flores.
Muy pronto el joven Flores desapareció del lugar y Millán, con un poder especial, comenzó las ventas en el año de 1808, procediendo como si fuese el verdadero propietario de las tierras y en 1810 consiguió atraer una verdadera avalancha de compradores, que abonaron un promedio de treinta pesos de plata por los lotes más pequeños, sin discriminar si estaban sobre Rivadavia o en calles interiores. En su afán de urbanizar la zona, dio amplias facilidades de pago y al poco tiempo comenzaron a emerger algunas humildes construcciones: nacía el poblado de Flores.
O sea que Antonio Millán, a pesar de que las tierras eran de Flores y su familia, fue en realidad el verdadero fundador del pueblo. Estuvo presente en todas las iniciativas de bien público, en las gestiones para erigir la primera escuela, en la construcción de la capilla o en el arreglo de los caminos que en invierno se ponían muy pantanosos. En 1812, don Antonio fue candidato a la asamblea provisional de ese año y luego Regidor del Cabildo. Hizo una gran carrera política y en 1822 llegó a ser vicepresidente de la Junta de Representantes. Falleció de un ataque de presión el 29 de junio de 1830 provocando grandes muestras de pesar entre sus amigos y vecinos. Sus restos fueron trasladados años después, al actual cementerio de Flores y una plazoleta del barrio lleva su nombre. En resumen: Antonio Millán fue el fundador del pueblo de San José de Flores, convertido hoy en barrio de la capital.
El valor histórico de la casa de Antonio Millán
El 7 de julio de 1825, ante el escribano Marcos Leonardo Agrelo, Millán adquiría a los herederos de Ramón Flores, el terreno donde edificó la casa que nos ocupa que, en 1829, ya aparece por primera vez en un plano de la zona. Poco después, la cedió a su hija Tomasa que acababa de contraer enlace con Antonio Pereyra, un terrateniente de Floresta y él, don Antonio Millán, edificó otra en la actual esquina de Juan Bautista Alberdi y Pedernera, identificada en su sucesión como la “casa paterna”, donde falleció.
En 1832 la finca se vio afectada por la nueva traza del pueblo, quedando un poco más hacia el este de su ubicación anterior. Ella le fue adjudicada a su hija Tomasa Millán, por escritura del 28 de enero de 1834 y al fallecer la heredó su hijo Antonio Luis Pereyra, de acuerdo a la hijuela de reparto del 11 de agosto de 1869. Tenía 23 metros de frente al Norte por 118 metros de fondo al Sur y dos frentes, uno a la entonces calle 9 de Julio, hoy José Bonifacio y otro a Flores, actual Juan Bautista Alberdi. Por entonces se hizo la primera remodelación de su frente para adaptarlo a la delineación municipal.
Aunque no existen planos, se conserva una bastante aceptable descripción de la casa. Dice así: “Su edificio se compone de tres piezas y un zaguán al frente de la calle y siete piezas que forman dos departamentos, un comedor y ante comedor y un pasadizo que cuadra el primer patio, cocina y galpón en el segundo patio, un aljibe de ochenta pipas, pozo de agua medianero, letrina con su correspondiente pieza. Todo el edificio fue construido en barro, los techos tienen tirantes y alfajías de quebracho, las puertas de un departamento son nuevas y las del otro, usadas en regular estado, los pisos de once piezas son de baldosa y lo demás es de ladrillo”.
El nieto de Millán la habitó con su familia varios años y luego la dio en garantía de un préstamo bancario que no pudo levantar. Así fue como el Banco de la Provincia dispuso su ejecución hipotecaria. La casa fue adjudicada en pública subasta a don Mariano Rodríguez por 132.000 pesos corrientes, quien la escrituró el 5 de septiembre de 1878 ante el escribano Vicente Rodríguez. Por entonces estaba ubicada en la calle Flores 44 entre San José y Necochea.
Fue tal vez por esta época que se debió acondicionar la parte posterior y la entrada con su puerta cancel y zaguán. Las verjas del frente, en cambio, eran las originales del primitivo edificio y un informe de hace algunos años consignó que eran las más antiguas encontradas en Flores con sus barrotes de hierro cuadrado, al estilo colonial, colocados en diagonal y atravesados por cinco planchuelas horizontales. Ellas fueron arrasadas por la topadora y pasaron a integrar la pila de escombros en que quedó reducida la casa.
Diez años más tarde, el 5 de julio de 1888, la propiedad volvió a traspasarse, esta vez a don Hernán Vivot quien la revendió un mes después a don Pascual del Valle.
Destacado vecino, con extensas propiedades en el partido, entre ellas una amplia quinta en Caballito frente a la de Lezica donde con los años se edificó el palacio Videla Dorna, don Pascual fue uno de los grandes benefactores de la iglesia de Flores. En 1903, haciéndose eco de los reiterados esfuerzos del cura párroco por erigir una escuela-taller para niños pobres, donó generosamente los fondos que daban a José Bonifacio, la entrada de las cocheras y el 19 de marzo de 1904 se colocó allí la piedra fundamental del colegio que hoy se llama San José.
Pascual del Valle falleció en su casa de Flores el 14 de agosto de 1905; había casado con Wenceslada Carballo y le sucedió su hija Cayetana del Valle de Morris. La finca se escrituró a su favor el 4 de octubre de ese año ante el notario Juan Francisco Vázquez. Lindaba por el oeste con José Mussio y por el este con un ingeniero del ferrocarril, don Santiago Brian. La calle Flores pasó luego a denominarse Provincias Unidas y, finalmente, Juan Bautista Alberdi.
Con los años la heredó su única hija, doña María Justa Morris, casada con Daniel Lorenzo Lauro. Esta señora, que falleció el 8 de noviembre de 1963, vendió el lote lindero por el oeste y la casona, con su gran patio central rodeado de habitaciones, quedó reducida a la mitad. Por su parte, los Lauro cerraron el patio del frente, edificando un baño y una cocina y alquilando las dos habitaciones a la calle.
Como vemos, con un poco de sensibilidad y buena voluntad, estaban dadas todas las condiciones para demoler las construcciones modernas, comprar el lote lindero (hoy un baldío también en venta) y restaurar la antigua casona en su forma original; podría haber sido el gran museo del barrio de Flores y aún de todo el oeste porteño.
Por qué no se declaró “Monumento Histórico Nacional”
“El sentido común es la cosa mejor repartida del mundo”, decía Descartes, pero en la Argentina es al revés y la estupidez humana no conoce límites. La demolición de la casa de Millán, si bien considerada de interés histórico, pudo consumarse porque curiosamente, nunca fue declarada “Monumento Histórico Nacional”, como hubiera correspondido.
Había acuerdo para ello, pero un pequeño inconveniente, retrasó años el trámite y pudo destruirse con toda impunidad. En efecto, la familia Lauro tenía en su poder todas las escrituras desde Millán hasta la última adjudicación. Tomamos nota de ellas para ubicar las escrituras matrices en los protocolos originales y nos encontramos que en el Archivo General de la Nación, faltaba un tomo. De tal forma, no se podía probar la continuidad desde Millán a nuestros días y hubiera sido desleal, pedir los títulos a los propietarios con alguna excusa y fotografiarlos, dado que se oponían —quien sabe por qué prejuicios— a su declaración de Monumento Histórico. La inquietud era ¿quién compraría luego un monumento histórico?
Pero las ancianas señoritas Lauro, sabían bien su valor y estaban orgullosas de habitar la casa del fundador de Flores, dando por descontado su conservación. Más aún, en nuestro libro “San José de Flores. Un pueblo a dos leguas de la ciudad” le dedicamos todo un capítulo.
Cuando el año pasado se puso en venta, la Junta de Estudios Históricos de San José de Flores, se movilizó ante el Gobierno de la Ciudad para proveer a su conservación, pero nada se hizo para revertir su inexorable destino.
Una conclusión final
El desastre se consumó. La casa de Millán no existe más, pese a la movilización de los vecinos que abrazaron el edificio en un acto simbólico para llamar la atención y revertir su cruel destino. Pero no estamos en el Barrio Norte ni en Palermo Chico ni en Belgrano, sino en el barrio de Flores y a nadie parece interesarle Flores.
El subterráneo hace décadas que finaliza en Primera Junta, mientras se siguen planificando nuevas extensiones en Belgrano, donde habitan los empresarios, profesionales y políticos; es decir, lo que se ha constituido en la clase “conspicua” de la sociedad.
Treinta vecinos que peticionan y se movilizan allí, consiguen mucho más que todo un barrio en la zona oeste, donde la indiferencia de los responsables, lo ha vuelto cada vez más marginal y degradado. Treinta años debió luchar la Junta de Estudios Históricos de San José de Flores para conseguir salvar y restaurar la casona Marcó del Pont y todavía no tiene presupuesto y se trata de un “Monumento Histórico Nacional”…
La destrucción de la casa de Millán, estúpida destrucción producto de la ignorancia y del desinterés del propietario y autoridades, es irreversible. Sólo conservamos algunas fotografías, únicos testimonios que tomamos precariamente allá por 1978 y que brindamos al lector a falta de documentos gráficos de mayor valor.
Nos queda la satisfacción de haber luchado para salvar la casa del fundador de Flores. Ilusos idealistas, dirán algunos y otros agregarán: los idealistas irán al cielo, pero no pasan a la historia sin dinero ni poder, mueren en el más completo anonimato.
Pero sugerimos algo que si se aplica de aquí en más puede llegar a ser muy efectivo. Terminemos con la impunidad. Hay personas que por otros motivos pasarán a la historia, proponemos inmortalizar sus nombres en una detallada placa: el propietario y el martillero cómplice. Para que algún día cuando las generaciones futuras lloren la destrucción de la casa del fundador de Flores, sepan quienes fueron, con nombre y apellido, los que la consumaron impune y alevosamente.
Información adicional
HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año II – N° 8 – Marzo de 2001
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Categorías: Palacios, Quintas, Casas, Cosas que ya no están
Palabras claves: Antonio Millán, antigua, demolición
Año de referencia del artículo: 2020
Historias de la Ciudad. Año 2 Nro8