Buenos Aires en la época colonial estaba precariamente edificada. La mayoría de las viviendas era de estructura plana, con fachadas lisas, sin atractivos. Los materiales más usados eran el adobe y la paja. Sobresalían determinados edificios públicos —el Fuerte, el Cabildo— que constituían las excepciones dentro del uniforme panorama urbano.
La influencia de esta modesta y simple estructura arquitectónica —con las excepciones indicadas—, prevaleció hasta 1850; al menos en ese año hubo un intento de cambio.
“Poco antes de la caída de Rosas —dice un Boletín de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires— llegaron a esta ciudad algunos maestros de obras de origen italiano, quienes comenzaron a edificar con el estilo de la arquitectura italiana. Pero sólo después de 1852 puede decirse que empezó a cambiar la fisonomía genuinamente española que hasta entonces había presentado la ciudad, al surgir edificaciones de órdenes toscano, dórico, jónico, corintio y compuesto, aplicados a terrenos de pocas dimensiones por simples albañiles y, en la mayoría de los casos, con un criterio equivocado.”1
En el Primer Censo Municipal de Buenos Aires, realizado en 1887, el total de casas de todo el municipio (incluidos Flores y Belgrano) era de 33.804, lo que significó un sensible aumento sobre las registradas en 1869; es decir que había comenzado lo que se denominó “la fiebre de la construcción”.
Esa verdadera “revolución urbana”, como también se la llamó, involucró obras de relevancia; entre ellas la primera estación ferroviaria en la Plaza del Parque (hoy plaza Lavalle) en 1857; la iluminación a gas, cuya fábrica central funcionó en Retiro; el comienzo de las aguas corrientes. La Primera Exposición Ganadera, realizada en Palermo en 1858, tuvo asimismo un significado progresista. Y algunos años después descollan la Aduana nueva, la Bolsa de Comercio, la Facultad de Medicina, el Banco de la Provincia de Buenos Aires y muchos más sobre los que ya nos ocuparemos.
Fundamentalmente, la fiebre de la construcción que comenzó a latir en las postrimerías de la década del 50 del siglo pasado, se proyectó hacia el progreso integral del país. De todos modos, el crecimiento de Buenos Aires puede determinarse en tres etapas. La primera es la de una ciudad estancada, ceñida a su lugar geográfico de capital de un virreinato, sin poder sustraerse al fatalismo histórico de su condición colonial. La época de Rosas es conservadora; no está en el cambio, al menos hasta 1850. Y cuando se notan atisbos de transformaciones cae el gobierno de don Juan Manuel.
Es a partir de Caseros —segunda etapa— cuando las cosas toman otro color. Comienzan a perfilarse las grandes realizaciones, reina una nueva mentalidad. Emerge la línea ferroviaria, se abren las puertas a la inmigración y sus contingentes coadyuvan a construir casas, estaciones ferroviarias, puertos, usinas, puentes, calles, veredas. Hay que tener en cuenta también el sentido creativo que se le incorporó a la arquitectura por aquellos años. Emimentes arquitectos, como Pueyrredón o Pellegrini, por citar algunos, aportaron sus vastos conocimientos, sumados a sus concepciones artísticas. La influencia del estilo “renacimiento italiano” hizo lo suyo, puesto que, como lo manifestó el arquitecto Alberto S. J. de Paula:
“El estilo neorrenacentista italiano se adecuaba a la simbiosis con las formas de la arquitectura poscolonial argentina.”2
También se impondrían otros estilos: neogótico, las escuelas inglesas y francesas y el eclecticismo.
Esta segunda etapa es transformadora. Ha adoptado la comunicación rápida por medio de la vía férrea, la iluminación progresista, la construcción de servicios sanitarios. Junto a todo ello, el embellecimiento de la ciudad, brindándole edificios y mejoras de sus calles. Traduce, en síntesis, un proyecto hacia el futuro, afín con la evolución de los países más adelantados. Una sola palabra determina a esta etapa: crecimiento.3
La tercera etapa nos comprende: es la actual. Involucra la incorporación de nuevos elementos en los trabajos de construcción, tales como el acero y el vidrio; facilita el auge de la electrónica, el aval de invisibles redes que surcan la ciudad llevando el fluido eléctrico; la radiofonía, el cine y la televisión. Es una etapa sobre la cual hay mucho por decir. Pero a su debido tiempo.
La construcción y sus proyecciones
Con la introducción del ladrillo en los trabajos de construcción se lograron casas más sólidas y de mejores condiciones. La expansión urbana alcanzó a muchos barrios periféricos. Por aquel tiempo fueron creadas sociedades para la construcción de viviendas, muchas de ellas denominadas “casas baratas” por los largos plazos que se otorgaban para su compra; entre ellas “La Edificadora de Floresta S.A.”, fundada el 12 de febrero de 1889, que establecía: “Edificar casas económicas y obreras para ser vendidas entre los socios a largos y fáciles plazos o dados en locación a los mismos.”
En tales construcciones, la piedra y la arena tuvieron gran importancia. La argamasa, por ejemplo, que es una mezcla compuesta de arena y cal con trozos pequeños de ladrillo y, eventualmente, algo de cemento, fue en Buenos Aires el material ornamental por excelencia de la segunda mitad del siglo XIX, en particular de sus décadas finales. Así lo consignaron los arquitectos José María Peña y José Xavier Martini en un trabajo de difusión en el que, además, señalan:
“Entre los años 50 y 80 la argamasa, moldeada en obra en el grueso de las casas formaba ménsulas, frontones, frisos y molduras de un diseño más sujeto a las líneas tradicionales o clásicas italianas.”4
El mármol, a diferencia del granito, empleábase particularmente en los interiores. Luego sería parte de las fachadas a modo de revestimiento; también en pisos (fueron muy comunes en cierta época los de cuadros blancos y negros). El mármol de procedencia nacional llegó a Buenos Aires cuando se conquistó el desierto y se trazó el ferrocarril. Provino de Olavarría y luego de Córdoba.
Con el correr de los años se adoptaría la tierra romana, el cemento Portland, el revoque, elementos indisolublemente unidos a la arena, y el hormigón armado, relacionados con la piedra triturada. Vale decir que arena, piedra y construcción vienen a ser una misma cosa.
Más adelantos
Es oportuno citar algunos avisos publicitarios de la época sobre venta de terrenos y casas, para obtener una idea sobre precios y condiciones.
1.- “Para pobres y ricos” terrenos en Floresta “a los que nunca llegarán ni el cólera ni la fiebre amarilla” (diario “La Nación” – 4 de marzo de 1871).
2.- “Para pobres: a inmediación de los mataderos nuevos, a pocas varas de la gran estación de tranway nacional (La Prensa-2 de setiembre de 1873).
3.- “Un peso por mes el lote”, 400 lotes y 44 esquinas en villa de Voto a una cuadra de la estación Devoto del Ferrocarril Pacífico” (La Prensa – 1 de abril de 1900).
4.- “Alsina 2969-2971. Rodeada de tranvías, con afirmados de primer orden, obras de salubridad, aguas corrientes, gas, base $ 24.000” (La Prensa – 1 de abril de 1903).5
Junto con todas estas transformaciones crecen los medios de comunicación. Buenos Aires es atravesada por numerosos ramales ferroviarios; por otra parte rieles de tranvías de tracción a sangre cubren casi totalmente las calles del tablero urbano. La industria de la construcción avanza. Un registro de 1869 da en tal año 33 arquitectos, 121 ingenieros, 61 agrimensores, 3.258 albañiles, 3.094 carpinteros, 104 marmolistas, 804 pintores, 50 vidrieros y 27 yeseros.
Por ese entonces se comenzaron a fabricar tejas y se crean otras industrias, como la de medallones y baldosas de cerámica y puertas y ventanas.
La demanda de obreros encontraría su solución en los inmigrantes. Puede afirmarse que Italia fue la nación más proveedora de albañiles. Aparte de la experiencia, venían con ansias de trabajar, por lo cual su participación en la nueva era de la construcción resultó muy beneficiosa.
La ciudad crece en diversas direcciones. Son sus actividades dominantes: la mercantil, la portuaria y la industria saladeril; y dos actividades emergentes: la industrial y la administrativa.
El material humano creador
Los que hicieron posibles las construcciones de grandes edificios fueron arquitectos formados en Europa. Citamos entre ellos a Prilidiano Pueyrredón, graduado en el Instituto Politécnico de París en 1846; Jonás Larguía, en la Pontificia Academia de San Lucas de Roma, en 1862; Ernesto Bunge, en la Real Academia de Arquitectura de Berlín, en 1862.
Según Alberto S. J. de Paula, este primer grupo de arquitectos argentinos no presentó homogeneidad de lenguaje estilístico ni de criterios compositivos o de implantación, “lo cual es bien comprensible, ya que a las diferencias generacionales, familiares y provinciales, se suma el hecho de haberse formado en distintos puntos de Europa.”6
La obra de Prilidiano Pueyrredón estuvo influida por el pintorequismo y paisajismo románticos, como lo evidencia la Quinta de Azcuénaga (1853, hoy Residencia Presidencial de Olivos), la galería-columnata con vista al río que adosó a uno de los frentes de su casa-quinta familiar en San Isidro, o los parques que formó sobre las antiguas áreas secas de la Plaza de Mayo, perímetro del Fuerte.
Jonás Larguía fue más academicista; su mejor obra es el antiguo Congreso Nacional (1866, hoy sede de la Academia Nacional de la Historia), con fachada de arquería cerrada con portones de reja que aúnan sobriedad y armonía.
Ernesto Bunge vino al país luego de trabajar en Alemania. En 1869 empezó su labor profesional en Buenos Aires, manifestándose como un ecléctico. Su primera obra fue la iglesia de Santa Felicitas en 1870. Luego haría la Penitenciaría Nacional y la Escuela Normal de Maestras N° 1 (Córdoba 1951).
También son merecedores de ser recordados Juan Martín Burgos, que regresó al país después de graduarse en Roma y obtener sucesivos premios en países europeos, y el agrimensor Pedro Benoit (hijo), quien aprendió junto a su padre, destacado proyectista francés, el oficio de arquitectura que ejerció en el Departamento Topográfico de Buenos Aires.
La piedra en la ornamentación
Muchas de las casonas de Buenos Aires de ese tiempo presentan infinidad de figuras alegóricas en sus fachadas y hasta algunas en el interior. Hay muchísimos motivos: frisos con figuras de niños, vistosas cariátides, ángeles, búcaros, doncellas, dioses del Olimpo, etc. Son parte de la constelación escultórica que el tiempo arrasó implacablemente dejando algunos como pálido recuerdo. Hay también otro tipo de ornamentación más moderno, que comenzó a utilizarse a fines del siglo pasado. Nos referimos al mármol en sus muchas variaciones, el granito, a lo cual se refirió el arquitecto Mario J. Buschiazzo:
“Como es sabido, la piedra no es un material que se utilizó para construir en Buenos Aires, salvo como revestimiento o para ejecutar ciertas terminaciones. No obstante su ausencia física, podemos decir que tuvo una amplia presencia visual, ya que el grueso de los edificios académicos ostenta fachadas cuyo revoque imita piedra, de la cual efectivamente estaban hechos los modelos originales que sirvieron para inspirar los detalles estilísticos de aquéllos; pero, por supuesto no se trataba en última instancia de piedra sino de argamasa. La auténtica piedra se colocaba en placas de pequeño espesor adheridas al muro de ladrillos, y eso sólo en ciertos lugares, por ejemplo en los zócalos ejecutados de granito martelinado, que fueron frecuentes a principios de siglo, tanto en obras de importancia como en aquellas carentes de especial lujo…”.7
La aplicación de la piedra en fachadas de grandes edificios se hizo común a medida que avanzaba la construcción. La mayoría posee este tipo especial de revestimiento, que da suntuosidad y un toque de embellecimiento. Un caso particular es la portada del Banco de Boston, ejemplo único, pues se la talló por completo en piedra calcárea en los Estados Unidos y se la envió para su armado y colocación.
La apertura de la avenida de Mayo
Todo indica que la dinámica impuesta por el Intendente, don Torcuato de Alvear, fue un impulso vital al progreso que ya se perfilaba en la Reina del Plata. Don Torcuato poseía visión, entusiasmo y gran capacidad. Como se dejó escrito, su acción significó:
“El despertar de la aldea que adormecía aún entoldada bajo el cielo colonial y, como si se despojara repentinamente de su envejecido ropaje, dejó invadir sus calles por el ruido febril de los picos y el rodar de las zorras y carretones que, cargados de escombros, formaron verdaderas caravanas; demoliéronse los primitivos adobes de las casonas, construyéndose afirmados de asfalto y madera; delineáronse nuevas plazas, y desolados eriales trocáronse en parques públicos y jardines, para mejora y solaz de la población…”.8
La Avenida de Mayo constituyó un hito en la era de la construcción. Además involucró cambios sustanciales en la fisonomía edilicia de la Plaza de Mayo, incluido el Cabildo. Alvear rompió con viejos esquemas a los que seguían aferrados los porteños de entonces y, como todo renovador, se vio asediado por las críticas de los quedantistas. Ello no lo arredró, ya que su obra siguió su curso ascendente. Sobre ello explica Scobie:
“Muchos ciudadanos, por supuesto, criticaban la política de Alvear, y también sus gustos, en particular su predilección por esparcir masas de cemento, piedra, arbustos y hierro forjado…”.9
El mismo autor nos da un panorama del ritmo de la edificación desde esos años hasta 1914:
“El número de edificios en el centro disminuyó de 8.000 a 7.000 entre 1869 y 1914. No obstante, las casas de más de dos pisos aumentaron enormemente en el mismo período de 162 a 1.678.”10
El ritmo de la construcción de casas y edificios se mantiene estable en Buenos Aires hasta determinado año. En la “Revista de Estadística de la Municipalidad de Buenos Aires” (N° 631) se lee:
“El año 1929 constituyó un máximo cíclico de la edificación, al efectuarse obras de una superficie total de 2.831.516 metros cuadrados. Los números índices con base 100 en 1929 y los porcientos de aumento o merma anual, demuestran la repercusión de la última crisis de la industria de la edificación, que vuelve a manifestarse en 1940; en este año la superficie cubierta en los permisos de edificación solicitados representa el 52 por ciento de la correspondiente a 1929″.
“Durante el año 1940 el valor total de los permisos de construcción de obras solicitadas (excluídos cercos y aceras) asciende a $ 137.297.248 m/n., o sea 18 por ciento menos que en 1939″.
“Igual descenso porcentual corresponde, si se compara el valor de las obras sujetas a derechos, incluídos los cercos y aceras, que en el año 1940 asciende a $ 136.469, 243 m/n. y en 1939 a $ 166.523.012 m/n.”
“El valor de las obras sujetas a derechos corresponde a los permisos solicitados durante el año 1940 y señala una disminución del 21 por ciento con respecto a igual cifra del año 1939. En tanto, el valor de las obras libres de derechos en iguales comparaciones, presenta un aumento del 181 por ciento.” 11
El año 1930 inicia un período de otro tipo de edificios. El academicismo clasista había concluido con el edificio del Concejo Deliberante, proyectado por el arquitecto Héctor Ayerza e inaugurado en 1931. Le seguirían el Comega en 1932, el Safico en 1933 y el Kavanagh en 1935. El hormigón armado y su progreso técnico permitieron la construcción de los grandes estadios futbolísticos, Boca Juniors y River Plate, los más espectaculares. Y no debemos soslayar el obelisco por incidir en el cambio fisonómico de un importante radio del centro de la ciudad.
La construcción entre los años 40 y 50 tiene un sentido más comercial. Es la época de las grandes galerías, de las casas con muchos departamentos, oficinas. Además se construye con una concepción impersonal, tal el caso de los “monoblocks”, la propiedad horizontal, etc. La ciudad ha entrado en otra era pero mantiene en sus entrañas muchos de los signos de antaño. Hay barrios que atesoran mansiones que son testigos de una época de esplendor, menos apegada a las urgencias temporales. Nos recuerdan las preocupaciones y los afanes de las mentes creativas; también el valor del trabajo fecundo. Nos hablan, asimismo, de una Buenos Aires que añoramos, pese a que aplaudimos la evolución, porque está consustanciada con la nostalgia que es afín al alma porteña.
Obras de pavimentación
Hicimos ya algunas referencias sobre el mal estado de las calles, verdaderos lodazales sin necesidad de lluvias copiosas. La gran mayoría carecía del rústico empedrado de la época, la “piedra bola”; sólo algunas de las situadas en la parte céntrica —es decir en las cercanías de la Plaza Mayor— lo poseían.
En 1854 se trajeron de la isla Martín García alrededor de 20.000 toneladas de piedra para activar el empedrado de las calles. Existe de esa época un plano municipal constituido por una cuadrícula; en su parte central un grueso trazo señala el área que debía concluirse de empedrar; comprende desde Independencia y Temple (la Viamonte actual) hasta Salta – Libertad y de ahí hacia el oeste, en forma escalonada, hasta Entre Ríos – Callao, desde Alsina a Cangallo.12
Pese a las buenas intenciones de las autoridades municipales, el arreglo de las calles parece haber sido un proceso lento y sujeto a cambios. Pero siempre fueron la piedra y la arena los materiales únicos, insustituibles.
En 1871 se empezó a ensayar el afirmado de granito, “cortado en panes grandes”, y en vista del buen resultado se implantó desde entonces en lugar del antiguo empedrado “de bola”.
En 1880, el afirmado no había llegado más allá del perímetro formado por las calles México, Tucumán, Callao y Entre Ríos. Y no mucho se debió haber avanzado en los años posteriores, porque Latzina en su “Geografía de la República Argentina” dejó asentado refiriéndose a 1888:
“El empedrado es, en general, pésimo. Los inverosímiles pozos imprimen a los rodados tales barquinazos, que los conductores son despedidos de sus asientos, como fardos inertes, sucediendo entonces generalmente que la víctima cae bajo las ruedas de su propio carro, coche, o lo que sea, para quedar muerto o estropeado.”13
El Ferrocarril Sud se inauguró en 1865; en su primer tramo llegaba hasta Jeppener. Cuando fue posible su expansión y alcanzó puntos más alejados de la capital, comenzó la explotación de canteras situadas, entre otras lugares, en Sierra Chica, Olavarría, Tandil; fue entonces que se dejó de depender exclusivamente de la piedra de Martín García o del extranjero.
La importancia que revistió la necesidad de obtener piedra nacional en grandes cantidades puede ser aquilatada en que la Penitenciaría de Sierra Chica fue instalada en ese lugar con tal fin, es decir para la explotación del cerro granítico fiscal que da nombre al paraje.
En 1883 llegaron al penal los primeros internos condenados a trabajos forzados, los que fueron sometidos a largas jornadas diarias que exigían prolongados esfuerzos físicos. Recién en 1930 se introdujeron maquinarias adelantadas para la extracción.
En otros puntos del país, el trabajo de las canteras era realizado por obreros que, en su gran mayoría, provenían de la inmigración. Hubo abusos; la paga era insuficiente y, en algunos casos, se utilizaron vales y fichas. Pero, en definitiva, la producción se mantuvo alta y demostró la buena calidad del material local.
Cabe recordar que el Intendente Alvear había hecho traer grandes cantidades de adoquines de Inglaterra con el fin de realizar un ensayo. Fueron empleados en la calle del Parque (hoy Lavalle), entre Florida y San Martín. Una comisión nombrada “ad-hoc” informó que los adoquines ingleses no eran superiores a los del país, pues por su excesiva dureza se pulían con mayor rapidez, quedando en consecuencia el pavimento excesivamente resbaladizo.
Entre las innovaciones practicadas con el correr de los años, puntualizamos: en 1893 se construyeron los primeros adoquinados de granito con base de hormigón, formados por una mezcla de 2/3 partes de metro cúbico de piedra quebrada; 1/3 de arena oriental (Uruguay) y 200 kilos de cemento Portland.
Los adoquines se asentaban sobre una capa de 15 cm. de concreto de arena, pedregullo y portland, sobre el cual se tendía una fina capa de arena. Tales cimientos fueron sometidos a mejoras pero siempre con arena y piedra como materiales principales. Los cambios comprendieron el macadam en diversos tipos, el asfalto, la base de hormigón y el concreto asfáltico. Las calles de Buenos Aires fueron pavimentadas de diversas formas, con distintos materiales. Sustancialmente predominaron la piedra y la arena, pero conocieron también la madera en tarugos de algarrobo y el asfalto, derivado bituminoso del petróleo mezclado en diversas proporciones con cal y arena.
De todo ese amplio espectro quedan aún algunos rastros, como el solitario fragmento de la calle Lavadero, junto al Riachuelo. El adoquín aún mantiene su tosca presencia en numerosas cuadras de algunos barrios. La madera, en cambio, ha sido cancelada visualmente bajo carpeta asfáltica, cuyo desgaste permite, a veces, un desvaído asomo a la superficie.
Torcuato de Alvear y el impulso renovador
Ricardo M. Llanes en su obra “La Avenida de Mayo” afirma: “El progreso urbano de la ciudad de Buenos Aires, se inicia con la vibración de un carácter que denuncia poseer fibras de acerada decisión: don Torcuato de Alvear.”14
No estamos del todo de acuerdo; creemos que el cambio urbanístico comenzó antes de que don Torcuato se hiciera cargo de la Intendencia. Pero así y todo, le reconocemos su imponderable aporte.
Bucich Escobar, en un encendido elogio de su obra, habla del plan de pavimentación que llevó a cabo:
“Durante su gobierno, las cuadrillas de obreros trabajaban constantemente hacia todos los rumbos de la Ciudad empeñadas en una mejora tan importante. Transformó casi todas las avenidas del municipio, rectificando sus líneas, pavimentándolas y dotándolas de arbolado. En esa forma se convirtieron en verdaderas arterias de la vida urbana las avenidas Alvear, Callao, Entre Ríos, Santa Fe, Córdoba, Corrientes, Rivadavia, Independencia, Caseros, San Juan, Paseo de Julio, Paseo Colón, Belgrano, Las Heras, Almirante Brown, etc.”15
En la pavimentación de la Avenida de Mayo efectuáronse distintos ensayos. En las primeras cuadras libradas al tránsito tuvo lugar el empleo de las denominadas “trotadoras”, empedrado común, con dos filas formadas por losas de granito de 0,50 m. de ancho por 1,30 m. de largo. También el afirmado de madera —pino de Suecia— con base de hormigón de piedra y portland. Ya en 1900 se utilizó el asfalto Trinidad, sistema Barber.
“Esto fue —acota Bucich— por los días en que se impuso la moda del asfalto. Ya andaba por ella (la avenida) el automóvil, y las “victorias placeras” acababan de canjear sus yantas de hierro, viejas de ruidos largos y molestos.”16
Además de las numerosas obras de adoquinado de calles, construcción de nuevas arterias y edificios, durante la gestión municipal de Alvear se rectificaron trazados urbanísticos y se implantó la obligatoriedad de ochavas en las esquinas. Gran parte de su obra la vemos reflejada en el plano levantado en 1915 por el Departamento de Obras Públicas municipal. Allí se señala que se habían edificado 495.000 metros cuadrados de calles, en su casi totalidad de adoquín de granito, en tanto que una porción más pequeña estaba cubierta con macadam, asfalto, madera o empedrado bruto.
Hacia el pavimento liso
Una idea de la actividad desplegada en la pavimentación, la da el Anuario Municipal 1929-1930 que, en su página 49, presenta un cuadro de la superficie pavimentada en Buenos Aires (1919-1929), aclarando que abarca pavimentos provisorios, de granito y lisos:
Año Totales en m2
1919 11.867.457
1921 12.065.532
1923 12.231.089
1925 13.495.030
1927 14.133.015
1929 15.109.251
Con el fin de ofrecer una mayor información sobre la actitud del gobierno municipal con respecto a las futuras pavimentaciones, transcribimos algunos conceptos volcados en un folleto de edición oficial, que vio la luz en 1931, titulado “Un año de gobierno”. Dice:
“Se efectuará la contratación de más de mil cuadras de pavimentos, cuya ejecución significará no sólo la transformación de barrios enteros, sino que también servirá para dar trabajo a miles de desocupados, contribuyendo así a aliviar la crisis reinante.
“Otro aspecto de este problema es la adopción de un tipo de pavimento económico, tanto en la ejecución de las obras por contratos de vecinos como en la ejecución de pavimentos contratados por la Municipalidad mediante la emisión de los bonos respectivos. Por una inexplicable rutina, hasta hace poco tiempo, la casi totalidad de los pavimentos de barrios suburbanos se hacía con adoquines de granito, pavimento caro y, en muchos casos, el menos indicado, por ser calles de tráfico rápido y en las cuales los medios de locomoción que más abundan son los vehículos automotores, para los cuales se impone el pavimento liso, que en ciertas condiciones, resulta de una economía evidente. Por ello, la Intendencia dictó un decreto por el cual se ordena a las oficinas respectivas la adopción de pavimentos lisos en todos aquellos casos en que, por el tráfico pesado o por otras razones, no fuera indispensable la adopción de pavimento de granito. Con esta medida se ha conseguido extender considerablemente el número de cuadras pavimentadas, por el menor costo unitario”.
Entre 1930 y 1950 tienen lugar numerosas obras de pavimentación que abarcan la casi totalidad de Buenos Aires. Quedaron aún calles de tierra, en la mayoría de los barrios de la periferia, a concretar en los años siguientes.
Conclusiones
Las nuevas obras edilicias emprendidas a mitad del siglo pasado se llevaron a cabo de acuerdo con los adelantos de la época. Era necesario desprenderse del arcaísmo del adobe, la casa “chorizo”, el aljibe y el alumbrado precario, elementos primitivos que ya habían sido abandonados en otros países.
En el cambio de mentalidad hay influencias del exterior. Los historiadores de nuestra evolución arquitectónica aseveran que después de 1850, afianzada la revolución industrial, las posibilidades migratorias hacia América aflojaron las tensiones sociales europeas. Así, la arquitectura enriqueció su lenguaje con mayor pluralidad temática al incorporar los estilos del neorrenacimiento en todas sus variantes nacionales, del clasicismo francés de todos sus “luises” y del neorromanticismo y el neogótico en todas sus fases.
Entran en escena la arena y la piedra. La primera se utiliza como árido para la fabricación de morteros, agregándola a la cal o al cemento. El mortero es la argamasa de cal o cemento, mezclado con arena y agua, utilizado en albañilería para ligar las hiladas de ladrillos y para revoques. El revoque es un revestimiento compuesto por una capa de mortero de cierta calidad, que se tiende por encima del enfoscado para terminar el guarnecido de la pared.
La piedra es el elemento mineral para la construcción, también utilizada en revestimientos, ornamentaciones decorativas, pisos, etc. Hay piedra artificial, moldeada formando bloques de hormigón, esto es compuesta de cal, piedra y arena, grava o gravilla; y piedra labrada de cantera, trabajada a mano.
Resta agregar sus muchos derivados: granito, mármol, etc. También es indispensable recordar el hormigón, el cemento, la masa plástica que es parte del asfalto, la caliza, etc., es decir, una serie de materiales entrelazados con la arena y la piedra triturada.
Por supuesto, la necesidad de tales elementos originó nuevas actividades comerciales y laborales. Llegó el momento en que los aprovisionamientos tradicionales resultaron insuficientes, particularmente en lo atinente a la piedra.
Fue entonces que se comenzaron a explotar las canteras existentes en el país, lo que motivó la consolidación de una nueva industria, apoyada por el ferrocarril, cuyos trenes de carga transportaron los mármoles, los bloques de granito, los cordones y adoquines que se utilizaron en la erección de edificios y la pavimentación de las calles porteñas.
Mientras esto ocurría, se creaban empresas afines, que se ocupaban de los florecientes negocios inmobiliarios, la venta de terrenos, de casas, la construcción de unidades destinadas a sectores humildes, con pago en muchas cuotas. Asimismo crecían los locales de venta de materiales para la construcción, los grandes corralones y las empresas pavimentadoras, que trabajaban bajo contrato con los entes municipales y que cumplían, también, con la provisión de los elementos requeridos.
Todo ello convergió hacia el incremento de la necesidad de la mano de obra. No hemos hallado constancias, puesto que los registros censales no se ocuparon de ello, sobre la incidencia en los jornales. Pero todo hace inferir que el pago no fue el adecuado ya que abundan las referencias sobre las precariedades sociales de la época, la existencia de conventillos y otros elementos de juicio que denotan salarios magros o insuficientes.
De todos modos, queda el saldo positivo. Gobernantes, funcionarios, arquitectos, empresarios, obreros constituyeron un conjunto humano al cual la historia le ha asignado un lugar preponderante en el progreso alcanzado por nuestra ciudad; progreso en auge en el Centenario y consolidado en el período inmediatamente posterior con otras obras de similar envergadura. Progreso indisolublemente unido a la arena y a la piedra, en sus muchas aplicaciones.
Información adicional
HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año I – N° 5 – 2da. reimpr. – Mayo de 2009
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Categorías: ARQUITECTURA, Congreso-Av Mayo-Casa Rosada, Edificios destacados, Edificios Públicos, Palacios, Quintas, Casas,
Palabras claves: colonial, censo, urbano
Año de referencia del artículo: 1850
Historias de la Ciudad. Año 1 Nro5