Gran cantidad de historiadores, cronistas y memoriosos han reflejado con certeza la vida de las distintas clases sociales en el antiguo Buenos Aires. Muchos han publicado sus investigaciones y alguno que otro protagonista nos ha dejado sus impresiones en hermosos volúmenes que frecuentemente son fuente de consulta para el estudio de un determinado momento histórico. Este modesto trabajo se basa, precisamente, en dichas publicaciones.
En 1905, de acuerdo con una guía social de la época,1 el 38% de la elite de Buenos Aires vivía en el sector limitado por el Río de la Plata y las avenidas Córdoba y Pueyrredón. Un porcentaje también alto lo hacía en lo que hoy es la zona comercial y financiera del norte de la Plaza de Mayo, mientras que sólo el 12% continuaba residiendo en los barrio del sur, zona de prestigio desde la Colonia.
Santiago Calzadilla, quien publicó sus recuerdos en 1891, escribió con ironía: “Así como ahora todo el mundo se viene a vivir al norte, entonces la flor de la canela estábamos en el sur.”2 La evocación cargada de nostalgias se suma a la de muchos otros miembros de la aristocracia, que contemplaron la transformación de la sociedad argentina en las últimas décadas del siglo XIX y gozaron del esplendor de los principios del XX. “Buenos Aires no llegaba a 800.000 habitantes”, cuenta Manuel Gálvez en 1900. Y prosigue: “Como gran parte de ellos eran extranjeros, la población constituía realmente una gran aldea. No había grandes fortunas pero todos tenían dinero. Por la calle Florida todas las tardes pasaban y repasaban en sus lujosos carruajes tirados por magníficos troncos las lindas porteñas reclinadas con aire displicente, que era de rigor, sin hablar ni reír ni mirar a la fila de hombres que las contemplaban, sino con el rabo del ojo, disimulo exigido por la dignidad, el señorío y la pudibundez de las costumbres. ¡Hermosa época aquella de mil novecientos! Todavía circulaban algunos tranvías arrastrados por caballos y todavía oíase, sobre todo en las primeras horas de la noche y hasta en barrios del centro, el melancólico organito, con su vals ‘Sobre las olas’ o el Delirio de Lucía o tal o cual vieja milonga. Las mujeres llevaban largos los cabellos y los vestidos y no se embadurnaban el rostro ni se pintaban las uñas. Se vivía mucho en familia y éramos sentimentales y corteses.”3
Otro contemporáneo, Adolfo Bioy Casares, se confiesa: “Ninguna desgracia me había alcanzado personalmente. Todavía, ni los hechos graves, capaces de lastimar mi patriotismo, se habían producido, y estábamos todos ajenos a la proximidad de los grandes cataclismos y violencias que empezaron a conmover la humanidad diez años después”.4
En 1858, en la calle Florida “aún se freía pescado en sus veredas y a las 8 de la noche se instalaban mercaderes negros en las principales esquinas”, cuenta Zelmira Garrigós.5 Lejos estaba de ser la calle de paseo del 900, ocupando el lugar de las antiguas Rivadavia y Victoria y como antecesora de la actual Santa Fe. En 1875 esta última era de tierra. Callao era utilizada para traslado de ganado, principalmente vacuno, y nos la describen como “un pantano prolongado”, en 1882.
De aquellos mismo años, Carlos Ibarguren trae en “La historia que he vivido” sus tiempos de niñez. Rememora “haber visto en la calle Paraguay, entre Maipú y Florida, y en la del Temple (hoy Viamonte), en cada una de esas cuadras, sendos puentes de hierro pintados de rojo para que la gente pudiera atravesar de una acera a la otra, sobre todo cuando las copiosas lluvias convertían esas calles en arroyos”.6 De allí en adelante, “eran barrios mal habitados”, concluye.
“Saliendo de la ciudad —relata Emilio Delpech—, llegando a ‘5 esquinas’, se tomaba la que hoy es calle Quintana, en dirección a la Recoleta, la única que existía; porque al Este, salvo una que otra quinta, todo era campo hasta el río.” Y “la iglesia del Socorro estaba rodeada de terrenos baldíos, con sus manzanas delineadas, donde apenas se empezaban algunas construcciones”. 7
Ya por entonces, el paseo preferido de la elite era Palermo. “El río se veía muy cerca. Siempre dábamos una vuelta por la orilla y cuando estaba bajo paseábamos con el coche por la playa”, comenta la ya citada Zelmira Garrigós. Luego continúa con una estampa que parece calcada del pasado colonial: “Me divertía mucho ver a las lavanderas, un enjambre de mujeres bulliciosas lavando la ropa en los charcos de la orilla, entre toscas y yuyos.”
José A. Wilde, que publica su “Buenos Aires desde 70 años atrás” en 1881, observa diferencias con relación al pasado: “Ver en aquellos tiempos una mujer blanca entre lavanderas, era ver un lunar blanco, como es hoy un lunar negro, ver una negra entre tanta mujer blanca, de todas las nacionalidades del mundo, que cubren el inmenso espacio a orillas del río desde la Recoleta y aún más allá, hasta cerca del Riachuelo.”8
Diez años más tarde, comenzando la década del 90, Calzadilla ya podía hablar del “espléndido paseo” de la Recoleta, “cuyo solo nombre pocos años ha, era un objeto de tétricas y penosas impresiones” y reconocer que “el barrio del norte debe todas sus mejoras a tres entidades concurrentes, de las cuales sólo una ha obrado con voluntad e inteligencia personal. A la fiebre amarilla, a los tranvías y al intendente Alvear”.9
Los cambios que experimentaba el país motivaban voces entusiastas. Vicente Quesada afirmaba por aquellos años: “La inmigración llega en proporciones crecientes; el país inculto ayer se convierte en óptimas producciones agrícolas; el desierto de los antiguos indios lo surcan ferrovías y telégrafos; lo que fue en mis mocedades fronteras, está lleno de poblaciones y las empresas colonizadoras, dentro del propio país, atraen todos los días nuevos brazos, nuevos productos, más consumidores: riquezas.”10
El modo de vida europeo
En 1895, los primeros tranvías eléctricos comenzaron a dejar atrás a los tirados por caballos. Cuatro años más tarde —cuando desaparecía el Caserón de Rosas en Palermo— la luz eléctrica era instalada en los barrios centrales, antes alumbrados a gas. Desde el otro lado del Atlántico llegaban numerosos contingentes de inmigrantes, mientras el número de negros e indios iba disminuyendo paulatinamente. En las últimas décadas del siglo XIX, el creci miento de la población extranjera en la ciudad y las posibilidades abiertas de viajar por el mundo, provocaron el alumbramiento de la elite porteña con el modo de vida europeo. De hecho, los jóvenes y los niños podían educarse en Europa. “¡Veinte años y los boulevares de París ante los ojos!”, evoca Ezequiel Ramos Mejía. “Sin vocación para el ascetismo, me embarqué para Europa el 10 de mayo de 1874”, agrega.11 Carlos Ibarguren recuerda a aquel amigo que “había viajado con sus padres por toda Europa, iluminándose con las luces magníficas del final del siglo”. Y Victoria Ocampo, por su parte, realiza su primer viaje a los seis años.
“La diferencia entre los encantos de la vida en Europa o aquí, era tan considerable en aquella época, y siguió siéndolo durante muchos años después, que se explica sin dificultad no sólo el deseo de viajar entre nuestros conciudadanos, sino su aspiración a instalarse en Europa para siempre. Aquello era el Edén”, opina Ramos Mejía.12
La contraposición entre los dos mundos era muy frecuente en aquella época y a los ojos de los viajeros porteños llaman la atención algunos detalles. En Europa, por ejemplo, los niños son “rosados y alegres, bulliciosos, juguetones, ágiles”;13 “allí la mujer no pierde sus formas plásticas, ni engorda desmesuradamente, como sucede con nuestras señoras”.14 Wilde opina que “nuestras casas, aún en el día, y a pesar del magnífico aspecto de ellas, fuerza es confesarlo, están, en general, lejos de ofrecer el confort de la gran mayoría de las europeas”. Más aún; Ramos Mejía llega a decir con amargura: “Nos daba vergüenza presentarnos a los zapateros de Londres o de París con el calzado que llevábamos puesto”.
Melancolías y críticas
Ante las nuevas influencias, no pocos evocan con melancolía parte del pasado perdido. “La sociedad parecía una sola familia”, añora Zelmira Garrigós. “Esto no es vida —escribe Calzadilla— y agrega: “La de aquellas épocas se deslizaba tranquila, sin esas exigencias ineludibles en que ninguno quiere ser menos que su vecino.”15
Cierto tono moralista aparece también en otros autores, como Vicente Quesada: “Hay entre tanto una monomanía peligrosa, un cierto furor de extranjerismo que desde las altas esferas sociales, hasta las cuitadas doncellas, deben precaverse y evitar”.16 José A. Wilde también se expresa de una manera crítica hacia las costumbres importadas: “El traje de las jóvenes era de lo más sencillo y sin ostentación, reinando en aquellas reuniones la mayor cordialidad y confianza. En efecto —continúa—, esas tertulias eran verdaderas reuniones de familia, sin el lujo, a veces desmedido, ni la fría reserva que se nota en muchas de nuestras actuales.”17
Sin embargo, además de las frecuentes visitas (cada familia tenía su “día de recibo”), muchas otras costumbres del antiguo modo de vida se mantuvieron en Buenos Aires. “El vino francés venía en barriles directamente de Burdeos y se embotellaba en casa”, recuerda Garrigós. Y agrega lo siguiente: “Mucho tiempo estuvo de moda tomar leche recién ordeñada. A la una llegaban las vacas a la puerta del colegio y en grupo de a diez, en medio de una gran algarabía, íbamos al zaguán a beber nuestra ración.”18 Sobre lo mismo, Wilde habla de esa “innovación recientemente introducida de llevar vacas por las calles para entregar la leche recién ordeñada, a domicilio”.19
No obstante la incorporación de los nuevos hábitos, la pertenencia a la elite sigue exigiendo el respeto de ciertos antiguos formalismos. La herencia y los vínculos sociales continúan teniendo un gran peso, mayor que el dinero. La religión sigue ocupando un lugar importante en la vida de los porteños. Hay quien recuerda del 80 que la “Semana Santa representaba un gran acontecimiento. Un mes antes ya empezaban a prepararse los nuevos vestidos para estrenar el día de las estaciones. El resto del tiempo se dedicaba a preparar los distintos platos y las empanadas de vigilia”.20
No faltan oportunidades en que los miembros de la aristocracia hacen sentir su superioridad. Adolfo Bioy Casares da cuenta de unas huelgas estudiantiles en la Facultad de Derecho en el 900, en la que junto a él participaron Sánchez Elía, Dávila, Peltzer y otros. “Todo se realizó tal como lo habíamos planeado. El estudiante de primer año, Julio Méndez, entró en la casa con derecho explícito. Cuando se reunió la mesa de exámenes en el aula del fondo del primer patio, llena de estudiantes y se llamó al que encabezaba la lista, Méndez se puso de pie, revólver en mano, tomó la palabra para oponerse a que se rindiera examen y, con voz alta y firme, increpó a los profesores y a las autoridades de la casa”. También recuerda a “una criada negra, de todos conocida, a quien preguntábamos: ¿Cuáles son los cinco sentidos? y ella contestaba invariablemente, los cinco sentidos son cuatro: norte, sur, este y oeste”. 21
Relación con las minorías
Por lo general, la elite tuvo hacia los negros una consideración distinta respecto de otros grupos, como los indios e inmigrantes. Ibarguren dice que en el 80 quedaban bastantes negros, “a pesar de su disminución considerable desde los viejos tiempos; la casi totalidad de los ordenanzas de la Administración y Congreso lo eran, y también estaban, sobre todo las mujeres, adscritas al servicio doméstico de familias tradicionales que las tenían de criadas, vinculadas muchas de ellas a la casa a través de varias generaciones”.22 José A. Wilde, por su parte, en 1881 afirmaba lo siguiente: “Los negros eran bastantes industriosos y bien inclinados; no se oía de crímenes cometidos entre ellos”.23
Casi al final de la década, Quesada escribe con cierta nostalgia: “Ahora son pocos, muy pocos los negros, ya no hay candombes. El barrio de los tambores queda como un recuerdo (…) esa fiesta popular y puramente de africanos, no volverá a producirse más”.24 Y con el mismo aire, Garrigós afirma que “todas las criadas antiguas, como la mayoría de las negras, eran educadas por el estrecho contacto que tenían con sus amos”, y hace referencia a una criada suya que hizo sepultar en la bóveda familiar de la Recoleta. De ella dijo que “conservó hasta el fin el señorío de los negros de antaño”.25
Victoria Ocampo habla de sus visitas al “tercer patio” de la casa paterna, el de los criados. “Cuando aparecía yo en el último patio, (un negro criado) me gritaba: Salí de este patio, Infanta. Qué va a decir doña Mercedes si te ve con la chusma”, y agrega: “Nunca me prohibieron que fuese al último patio”.26
La actitud hacia el indio fue distinta. La campaña del general Roca tuvo el apoyo de la mayoría de la elite y se exaltó como un importante triunfo. La imagen de la barbarie era recurrente. Un testimonio de 1883 dice lo siguiente: “La conquista de la Patagonia para el trabajo, la desaparición del indio como elemento de barbarie, es un hecho culminatorio en los anales argentinos. La futura campaña del Chaco y el sometimiento de las indiadas que allí habitan, coronará los grandes trabajos para dar a la nación una vida vigorosa y digna de su destino”.27
Entre tantos recuerdos, Delpech menciona haber visto “la llegada de los numerosos trenes con el contenido de mujeres y niños de todas las tolderías de que se iba posesionando el ejército y que iban llenado todas las barracas y depósitos de Constitución y Once de Septiembre”.28
Con respecto al inmigrante, podemos citar un testimonio bastante ilustrativo. Aníbal Latino29 se refiere a ellos en los siguientes términos: “En realidad, asistimos a una lucha tenaz, incesante, que se entabla en el fuero interno de muchos argentinos, entre la necesidad de la inmigración y el deseo de rechazarla, entre la convicción que tienen de que es útil y el sentimiento de disgusto que experimentan por su presencia y por sus éxitos.”
Hasta aquí un esbozo de los tiempos del 900, cuando Buenos Aires comenzaba a convertirse en una ciudad europea en Sudamérica y posicionarse dentro de las más importantes del mundo. Hasta aquí también una breve síntesis de la vida y el pensamiento de aquellos afortunados que en esos años pudieron darse grandes gustos y algunos lujos.
Notas y Bibliografía
1 Libro de Oro (8vo.). Guía de familias. Buenos Aires, 1905.
2 Calzadilla, Santiago, Las Beldades de mi tiempo, Sudestada, Buenos Aires, 1969, págs. 36-37.
3 Gálvez, Manuel, Amigos y maestros de mi juventud, Kraft, Buenos Aires, 1924. Citado por Carmen Peers de Perkins en Crónicas del joven siglo, Plus Ultra, Buenos Aires, 1976, pág. 9.
4 Bioy Casares, Adolfo, Años de mocedad, Nuevo Cabildo, Buenos Aires, 1973, pág. 26.
5 Garrigós, Zelmira, Memorias de mi lejana infancia, Emecé, Buenos Aires, 1964, págs. 79-80.
6 Ibarguren, Carlos, La historia que he vivido, Eudeba, Buenos Aires, 1969, pág. 49.
7 Delpech, Emilio, Una vida en la gran Argentina, Peuser, Buenos Aires, 1944, pág. 30.
8 Wilde, José A., Buenos Aires desde 70 años atrás, Eudeba, Buenos Aires, 1964, pág. 127.
9 Calzadilla, Santiago, op. cit. pp. 160-161.
10 Gálvez, Víctor (seudónimo de Vicente Quesada), Memorias de un porteño viejo, Solar, Buenos Aires, 1942, pág. 31.
11 Ramos Mejía, Ezequiel, Mis memorias, La Facultad, Buenos Aires, 1936, pág. 18.
12 Ibídem, pág. 24.
13 Gálvez, Víctor, op. cit. pág. 65.
14 Calzadilla, Santiago, op. cit. pág. 13.
15 Ibídem, pág. 78.
16 Gálvez, Víctor, op. cit. pág. 414.
17 Wilde, José A., op. cit. pág. 113.
18 Garrigós, Zelmira, op. cit. pág. 98.
19 Wilde, José A., op. cit. pág. 97.
20 Garrigós, Zelmira, op. cit. pág. 86.
21 Bioy Casares, Adolfo, op. cit. pág. 89 y 23-24.
22 Ibarguren, Carlos, op. cit. pág. 50.
23 Wilde, José A., op. cit. pág. 125.
24 Gálvez, Víctor, op. cit. pág. 249.
25 Garrigós, Zelmira, op. cit. págs. 55 y 59.
26 Ocampo, Victoria, Autobiografía, Sur, Buenos Aires, 1980, Tomo I, pág. 95.
27 Gálvez, Víctor, op. cit. pág. 305.
28 Delpech, Emilio, op. cit. pág. 72.
29 Latino, Aníbal , Los factores del progreso de la República Argentina, Librería Nacional, Buenos Aires, 1910, págs. 191 y 33.
Información adicional
HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año II – N° 8 – Marzo de 2001
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Categorías: PERFIL PERSONAS, Grupos, Inmigración
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Historias de la Ciudad. Año 2 Nro8