Poco se ha escrito sobre la escuela de la señora Hyne en la literatura argentina, a excepción de una cita de Wilde en su libro sobre el antiguo Buenos Aires o los breves recuerdos de dos de sus alumnas, exhumados en el artículo de Hanon y Cunietti que publicamos. No obstante, este último, en su exquisita novela de ambiente anglo-argentino “Las tierras malditas de la Presidenta”, que transcurre durante la sublevación de Lavalle en el Buenos Aires de 1828, dedica una página al tema. Es el capítulo en que el rico comerciante inglés James Brittain, a instancias de su institutriz Lucy Prescott, visita a Mrs Hyne durante una fiesta de fin de año escolar.
El relato se sitúa dentro de la trama general de la novela y lo relatado es una evocación meramente literaria, pero consideramos interesante reproducirla aquí, por la fidelidad de su reconstrucción histórica. Escribe el autor:
La residencia de Mrs. Hyne era una amplia casona, vecina a las barrancas del Retiro, que hacía cruz con la pequeña capillita del Socorro. La antigua construcción española había sido remozada y sus techos blancuzcos de teja caían hacia tres grandes patios de cuidados jardines con un hermoso aljibe tallado en su centro. La casa era el nuevo colegio privado de Mrs. Elizabeth Hyne, el primero que alternando la enseñanza del castellano con el inglés, se estableció en esta ciudad bajo el sistema inventado por Lancaster.
Míster James, su esposa con sus hijas y la bella Lucy, se abrieron paso entre algunos curiosos que obstruían la entrada, mientras otros se asomaban apiñados en las ventanas. Luego de atravesar un patio cubierto de rosales en flor que llenaban el aire de un agradable perfume, ingresaron al gran salón de la izquierda donde numerosas cintas y arreglos florales alternaban con pequeñas banderitas argentinas y británicas. Estas últimas pendían de sobrias paredes empapeladas y no alcanzaban a ocultar los pequeños cuadritos con citas bíblicas que las adornaban.
El matrimonio saludó con una leve inclinación de cabeza a muchos conocidos mientras sus hijas se apresuraban a reunirse con algunas de sus pequeñas amigas. Ya estaban allí los señores Robinson, White, Sutton y otros miembros menores de la colonia de habla inglesa. Como Brittain lo había vaticinado, la mayoría era de origen norteamericano y alternaban con algunas familias pudientes de la pequeña burguesía local.
Elizabeth los recibió afectuosamente, ubicándolos en el lugar más destacado de la sala y acorde con el rango social de los visitantes, varios personajes se acercaron para agasajarlo.
Viéndola moverse entre las alumnas, imaginó Brittain debajo de su faz al parecer inmutable, los crueles pensamientos que la acosaban. Alta y acostumbrada a sobrevivir en las condiciones más penosas, era la esposa del capitán Robert Hyne.
Poco después, en un improvisado proscenio, dio comienzo al acto. Como era habitual, dirigió primero un breve discurso moral a sus discípulas y luego, para los padres, manifestó que estaba satisfecha por el progreso alcanzado, que había excedido sus más optimistas expectativas, después de los brillantes exámenes del día anterior. Enseguida fue entregando diplomas y algunas medallas a las egresadas y Lucy se comidió para ayudarla.
La hermosa señorita Higginbothom improvisó seguidamente un estudiado discurso, cálido y poético, pleno de agradecimiento a la directoria y se despidió de ese colegio donde había aprendido todo lo que le estaba permitido acceder: escritura, lectura, aritmética, costura y bordado.
Las niñas, vestidas con largos vestidos y moños florales en la cabeza, entonaron a continuación un par de viejas canciones inglesas a capella, dirigidas por la maestra y luego fueron pasando con sus familias al salón contiguo.
Brittain se sintió sinceramente emocionado cuando los padres fueron agasajados con te, chocolate caliente y tortas servidas por sus propias hijas, pero hasta que el Reverendo Armstrong no dio en breves palabras gracias al Señor, nadie se atrevió a iniciar el refrigerio.
Bob, el hijo mayor de Mrs. Hyne y su novia la señorita Vincent, improvisaron canciones a cuatro manos en la pianola y las niñas bailaron entre ellas ante la mirada orgullosa de sus progenitores. Los vestidos de gasa de colores suaves daban un aspecto de transparencia a las adolescentes que ajustando el talle debajo del busto, lucían vaporosas faldas largas y fruncidas que hacían imaginar una naciente sensualidad.
Mientras las damas organizaban su propia tertulia, los hombres deambulando por los jardines floridos formaron diversos grupos intercambiándose saludos y comentarios. Míster James se mantuvo al margen y los asistentes que lo habían saludado con respecto, no ocultaban la diferencia social que los distanciaba. Era uno de los más prestigiosos comerciantes de plaza y miembro prominente de la colonia inglesa que tantos privilegios había obtenido en esos últimos años. Y Brittain, orgulloso y arrogante al fin, hizo honor a rango: se cuido muy bien de confraternizar con los americanos del norte. Sólo se acercó para intercambiar algunas frases amables con el reverendo Armstrong, capellán de la colectividad, quien tenía dos de sus hijas estudiando en ese colegio.
A. J. Cunietti-Ferrando. “Las tierras malditas de la Presidenta”. Lulemar Ediciones. Buenos Aires, 2004. Págs.110/112.
Información adicional
HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año VII – N° 40 – marzo de 2007
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Categorías: Escritores y periodistas,
Palabras claves: libro, literatura, fragmento, señora Hyne, Wilde, Las tierras malditas de la Presidenta
Año de referencia del artículo: 2004
Historias de la Ciudad. Año 7 Nro40