Reproducimos esta interesante nota de “Caras y Caretas” del 12 de agosto de 1916 porque, además de ilustrarnos sobre los inicios de la esgrima en nuestra ciudad, rescata la figura y el retrato de Andrés Cesario, quien impuso esta práctica en Buenos Aires en 1883, en plena dictadura de Rosas.
Nuestra Capital cuenta con numerosas salas de armas, en las que diariamente, sin la menor exteriorización, llévanse a cabo torneos caballerescos. La afición a la esgrima es practicada con entusiasmo y la llegada del notable espadista barón Athos de San Malato Staiti, aparte de constituir un acontecimiento en los anales de la esgrima argentina, es muy digna de celebrarse, pues todos los centros deportivos están deseosos de recibir dignamente a este renombrado tirador.
El barón San Malato, que modestamente declina el título de campeón y aún el de maestro, visitó Buenos Aires en 1889, en compañía de su padre, el famoso Turillo di San Malato, que no sólo tuvo entonces ocasión de lucir su maestría, sino de hacer notar las excepcionales disposiciones de que estaba dotado su hijo.
Antes de continuar, es de estricta justicia recordar a los cimentadores de la esgrima en nuestro país.
En 1833 llega a nuestras playas el primer maestro, don Andrés Facundo Cesario, natural de Gibraltar, de quien recuérdanse grandes proezas. Era su experiencia tal, que sentado en una silla, defendíase con el florete de tres atacantes a la vez.
Gobernaba Rosas, que curioso por conocerlo de cerca, preparóle en la casa rosada un encuentro con el profesor Lamesa, llegado a Buenos Aires después que él. Rosas lo presentó a los asistentes al asalto, haciéndole cumplido elogio.
Como más tarde notara el tirano, no sin cierta inquietud, en la juventud de la época, marcada tendencia a la esgrima, llamó a Cesario y le insinuó la necesidad de que dejase su profesión, expresándole en estos términos. “A los reñideros, maestro, cierre su sala de armas y cuente con mi protectora consideración”. Era una orden y había que cumplirla.
Después de Caseros, vuelto el país a la normalidad, Cesario reanudó sus lecciones, teniendo a su cargo la educación física de una brillante generación, que conservó para con su maestro y su memoria marcado cariño. Cesario falleció en Buenos Aires en 1879.
En 1870 abandona su tierra natal -Italia- el viejo Juan Bay, de gratísimo recuerdo, dignamente heredado por su hijo Juancito, que es considerado actualmente un consumado artista.
A continuación, distinguidos representantes de las escuelas italiana y francesa, tuvieron a su cargo la difusión de su enseñanza, tales como Benso, La Marie, Oudenot, Merlín, De Marinis, Scarani, Corso, conde Orestes de la Torre, Mathiew, Cazenave, Fayol, Turquet, Ricci, Faccioli, Sartori, Norfalise (caído en la presente guerra), Gandini, Varaban, Panigazzi, Luchetti y Colombo, que han formado un número considerable de esgrimistas.
Es también digno de ser mencionado el profesor español Ciriaco González. En 1807 se hizo conocer Eugenio Pini, campeón mundial, que gestionó con éxito la implantación de la primara escuela militar argentina de esgrima, con un plantel de cuarenta jóvenes, de la que egresaron con el título de profesores, que hoy enseñan con provecho en las escuelas y cuerpos del ejército, no siendo necesario mencionar sus nombres, pues es sabido cuan digna de elogio es su contracción en el desempeño de sus tareas.
Secundaron a Pini los maestros Juan Bay, Mari, Ferreto, Ponzoni, Scanso y, como profesor de gimnasia, Lúculo Giovannini. Poco tiempo después hicieron su aparición el célebre por todos conceptos Graco y su entrenador Lancia de Brolo, que ha conquistado un lugar prominente en su especialidad.
Pasado el primer curso de la escuela, su fundador se trasladó a París, llevando como exponente de lo aprovechado en el año, a Piedracueva, Carbone, Centaneri y Roqué, llamando la atención en todas las capitales que después visitaron. La segunda serie de alumnos dio idénticos resultados y Pini volvió a Europa con un nuevo grupo formado por Nigro -hoy de descollante actuación-, Aniceto Rodríguez, Roqué y Carbone y obtuvo la confirmación de los éxitos anteriores.
Regresó al país trayendo al renombrado Lucien Mérignac, hoy gravemente herido en uno de los combates librados últimamente en el centro francés, y que fue justamente apreciado. Y por último, en 1904 se tuvo ocasión de admirar a Kirschoffer, cuya muerte, ocurrida hace pocos años, fue tan lamentada.
Información adicional
HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año V N° 25 – febrero de 2004
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Categorías: Varón, Deportistas, Deporte,
Palabras claves: esgrima, origen
Año de referencia del artículo: 1883
Historias de la Ciudad. Año 5 Nro 25