Conocida por sucesivas generaciones de argentinos, sobre todo por quienes transitaron por el histórico Colegio Nacional de Buenos Aires, la antigua Librería del Colegio constituye un hito en la historia de la ciudad de Buenos Aires.
La conocimos en 1950, cuando ingresamos al Colegio Nacional de Buenos Aires; sus vidrieras, iluminadas por multicolores portadas, ejercieron un especial encanto. Cómo olvidar aquel ejemplar de El Mundo Actual, de Josefina Passadore, sus coloreados mapas y sus fotografías de exóticos rincones del mundo que forjaron nuestros sueños de frustrado viajero o aquella colección de las Obras Completas de Julio Verne que nos hizo conocer al Capitán Nemo, a Miguel Strogoff, a Matías Sandorff y a tantos otros personajes emergidos de la creatividad del prolífico autor francés.
Vidrieras a las que siempre les dedicamos un tiempito, cada vez que nuestras obligaciones nos llevaron a pasar frente a ellas, o como varias veces sucedió –y sucede aún– cuando desviamos nuestra ruta para regalarnos un rato de placer en medio del vértigo de la gran ciudad, para observar el contenido de las mismas.
La ex Librería del Colegio, a ella nos estamos refiriendo, se levanta en el ángulo sudeste de la esquina de Bolívar y Alsina, y allí está desde 1785, convirtiéndose así en una de las librerías de lengua castellana más antigua del mundo, sin haber mudado de lugar.
Conocida en sus primeros tiempos como “de la Botica” era su propietario un tal Buonocore, quien la ubicó en la planta baja de la primera casa de altos que existió en la Gran Aldea y, junto a los libros, en ella se vendían elementos de carácter religioso aprovechando que estaba ubicada frente a la iglesia de San Ignacio.
La librería hacía ochava con el Café de Marcos, mientras que la restante esquina la ocupaba el Café del Cabildo, donde cuenta la tradición que lo frecuentaba Belgrano para jugar al billar.
Las calles por entonces tenían otros nombres: Alsina se llamaba San Carlos, mientras que la actual Bolívar era Santísima Trinidad. Y, junto a los libros religiosos llegados por el camino del Alto Perú, se vendían en el mismo local azúcar, yerba y otros artículos religiosos (“de todo como en Botica”). Sería su propietario, por aquellos años, don Francisco Salvio Marull.
Hacia 1825 aparecío en los registros de la época un cambio de dominio del local, por retiro de Marull y es probable que se alojaran otros libreros, como son los casos de Usandivaras o acaso Jaime Marcet, quien años después moriría fusilado, acusado de un doble crimen.
Fue por entonces cuando la botica pasó a llamarse Librería del Colegio dándosele esta denominación, seguramente, por hallarse enfrente del Real Colegio de San Carlos, actual Colegio Nacional de Buenos Aires.
Se produjo también un cambio de la nomenclatura de las calles: ahora pasaron a llamarse Potosí y Universidad, aunque en publicidades de la época la actual Bolívar era mencionada como calle del Colegio.
Comenzaron a realizarse tertulias y sesiones literarias a las que eran asiduos concurrentes, en distintas épocas, José Hernández, Nicolás Avellaneda, el perito Moreno, Martín Coronado, Rafael Obligado, Domingo Faustino Sarmiento, Juan Bautista Alberdi, Paul Groussac, Marcos Sastre, Bartolomé Mitre, Aristóbulo del Valle, Santiago de Estrada y tantos otros que forjaron la base de nuestra cultura.
Este rincón porteño comenzó a ser llamado Saint-Germain de Buenos Aires, a lo que contribuyó el hallarse frente a lo que El Argos, allá por 1821, dio en llamar “manzana de las luces”.
En 1830, junto a la librería, abrió sus puertas la peluquería de Meregildo, cuya publicidad en La Gaceta Mercantil decía “en la calle del Colegio” cuando se refería a la calle Universidad.
Hacia 1842, un tal Steadman, quien había poseído una librería en Cangallo 92, era el dueño de la Librería del Colegio, lo que está probado por las advertencias que se publicaron en la segunda edición de Los Consuelos y en la edición de 1846 de las Rimas, ambas obras de Esteban Echeverría.
Poco después Gustavo Halbach, natural de Alemania y hermano de Francisco, cónsul de Prusia en Buenos Aires, se asoció con Steadman y esta sociedad vendió la Librería al abogado catalán Rafael Casagemas quien, llegado en 1825, había sido profesor en la Universidad.
Pasada la época de Rosas, hacia 1860, el francés Paul Morta era el dueño de la Librería. Morta comenzó a editar su Almanaque Agrícola e Industrial de Buenos Aires al que siguieron los Consejos de oro sobre educación dedicados a madres de familia y las Lecciones de gramática castellana para niños y niñas, ambas obras de autoría del conocido intelectual Marcos Sastre.
Tras una década de estar a su frente, Morta transfirió el negocio a quien había sido su antiguo dependiente, Juan Bautista Igón y pasó a vivir en Morón. Pronto Igón incorporaría a sus hermanos Pedro y Juan Urbano.
De esta época es interesante rescatar los comentarios de Ángel de Estrada (h) quien decía “que el cajero no se fastidia por la conversación de los clientes, por el contrario, él mismo se incorpora a las charlas”. El cajero era Pedro Goyena.
Pasaron los años y pasaron los dueños. Cuando Mitre, Avellaneda, Sarmiento, Pellegrini, Roca, dieron desde sus gestiones presidenciales un fuerte impulso a la educación, Eduardo Cabaut, Trajano Brea y Miguel García Fernández formaron Cabaut y Cía. y a principios del siglo XX tomaron la propiedad y dirección de la Librería del Colegio.
Comenzaron la edición de libros de textos y material escolar, para lo cual decidieron ampliar las instalaciones. Así fue como montaron talleres de impresión y encuadernación.
Hacia 1921 inauguraron una sucursal en Callao y Córdoba. El logotipo que adoptó Cabaut y Cía. –una mujer mostrando a un niño las páginas de un libro abierto– hacia 1926 fue reproducido en el edificio de Humberto I° n° 543, adonde trasladaron los talleres gráficos y depósitos, y donde se confeccionaban, asimismo, útiles escolares.
En 1937 se transformó en Sociedad Anónima al incorporarse a la misma la Editorial Sudamericana.
La sociedad no pudo mantener el negocio y en 1967 lo transfirió a una cooperativa integrada por empleados. La paulatina declinación resultó imparable. Finalmente en 1989 la cooperativa resignó la continuidad del negocio y la Librería del Colegio cerró sus puertas.
Y así quedó por siete años…
Hasta que en 1993, en una afortunada noche de ilusión y proyecto, Miguel Ávila, que había sido socio de la librería Fray Mocho, acompañó a su hija al Colegio Nacional de Buenos Aires donde ésta estudiaba y mientras la esperaba se detuvo a observar la antigua construcción.
–Seguro que allí se instalará un fast food–, pensó Ávila; –pero, ¿por qué no evitarlo?
Y comenzó la negociación con el propietario del inmueble: el Arzobispado de Buenos Aires, representado por el ex ministro Cayetano Antonio Licciardo.
Se llegó al ansiado acuerdo y comenzó una nueva etapa, durante la que se trabajó duro por casi un año en una restauración en la que colaboraron arquitectos y el escenógrafo Andrés Díaz Mendoza. Por fin en setiembre de 1994 reabrió sus puertas, la que actualmente se llama “Librería de Ávila”.
Hoy allí se atesoran más de cien mil ejemplares entre títulos nuevos y usados; y hay algunas especialidades sobre tango, historia americana, argentina y porteña, folclore, indigenismo, etc.
En el subsuelo funciona una sala de conferencias, con capacidad para 150 personas, por la que pasaron conocidos personajes contemporáneos como el embajador Archibaldo Lanús, el hoy vicepresidente de la Nación, Daniel Scioli, los arquitectos Carlos Moreno y José María Peña, etc., y en ella semanalmente se dan charlas sobre temas de literatura.
Permanecer, aunque sólo sea por unos instantes, entre los anaqueles de la Librería de Ávila produce el milagro de aislarse del tráfago ciudadano, es vivir en un oasis cultural cuando en realidad se está a sólo cien metros de la Plaza de Mayo.
Mudo testigo de gran parte de nuestra historia, es la única librería que subsiste desde aquellos lejanos días del siglo XVIII, cuando abriera sus puertas por primera vez. Cuando los porteños vivían más tranquilos. Poco después el vértigo invadió a nuestros antepasados, acompañándonos hasta hoy.
Información adicional
Año VII – N° 38 – octubre de 2006
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Categorías: ARQUITECTURA, CULTURA Y EDUCACION, Escuelas y colegios, Historia
Palabras claves: Librería, Colegio Nacional, Libros
Año de referencia del artículo: 1800
Historias de la Ciudad – Año VI Nro 38