A fines del siglo XVIII, la zona que hoy abarca el barrio de Almagro estaba integrada por un sinnúmero de quintas delimitadas por cercos de cina-cina o tunas, algunas con edificios de ladrillo, otras con humildes viviendas de adobe y techos de paja; unas extensas, como las de Valente, Alén, Palacios o Correa Morales, otras más reducidas, como las de Bejarano, Silva, Marín de la Quintana o Luna –más conocida posteriormente como la quinta de Passo– a la cual nos vamos a referir.
Esa quinta estaba compuesta de cuatro cuadras en cuadro, es decir, de una superficie equivalente a cuatro manzanas, y cuya posesión1 don Miguel de Luna adquirió a principios de 17942 a don Andrés Padín, en cuatrocientos setenta pesos corrientes.
La venta incluía todo lo edificado en ella, plantado, cercado y sembrado por Padín, a quien se le había adjudicado en la sucesión de su suegro, don Bernardo Bernal. Esas cuatro manzanas, son las comprendidas hoy entre las calles Boedo, México, José Julián Pérez y Venezuela.
Don Bernardo había nacido en el pueblo de Rota, Reino de Andalucía en España; sus padres habían sido Antonio Bernal Niño y María Castellanos y, ya en estas tierras, se había casado el 4 de mayo de 1750 con Ana Feliciana Enciso3 en la iglesia de la Concepción, que en octubre de 1748 había alcanzado la jerarquía de vice parroquia. De ese matrimonio nacieron ocho hijos: Pedro, Juan José, Bernardo, Antonio, Juan Tomás, Manuel José, Juana y María de los Remedios4.
Cuando Don Bernardo murió, en agosto de 1783, dejó entre sus bienes la casa en que vivía en el barrio de Monserrat, detrás de Santo Domingo; tres quintas, entre las cuales estaba la que nos ocupa, y tres esclavos negros llamados María Rosa, Manuel y Miguel, este último, viejo y ciego. Como buen devoto que era, en su testamento pidió a sus herederos que continuasen la capellanía5 de trescientos pesos que había fundado a favor de su alma y la de su esposa en el Convento de Santo Domingo. Su hija Juana se había casado con Andrés Padín, en quien don Bernardo había depositado su afecto y su confianza, al punto de designarlo albacea en primer término en su testamento.
Transcurridos poco más de tres años desde la fecha de adquisición, Miguel de Luna cedió sus derechos posesorios a Manuel García6, obteniendo en esa operación una ganancia nada despreciable para la época, pues lo que había comprado en $ 470, lo vendió en $ 583.
Don Manuel –cuyo nombre completo era en realidad Manuel Claudio García– estaba casado con Isidora Olmos, única que había llevado algún bien al matrimonio. Así lo recordaría ella en su testamento7 al decir: cuando contraje mi citado matrimonio, mi esposo no aportó a él más que con la decencia de su persona, y yo por mi parte introduje doscientos treinta y cinco pesos moneda metálica de mi haber materno, con más noventa pesos que de la misma moneda y por herencia paterna, me fueron adjudicados en un terreno, algunos bueyes, caballos y algunas alhajas.
En la tarde del 2 de julio de 1807, la familia García vio pasar las tropas inglesas por el costado este de la quinta (actual Boedo) rumbo a los Mataderos de Miserere y al día siguiente el general Whitelocke arribó a las proximidades y constituyó su cuartel general en la quinta vecina conocida como “de Liniers”8.
Manuel García falleció en 1822 y la viuda y sus siete hijos9 quedaron en una crítica situación económica. Cuando esta mejoró, pudo construir techos de azotea en dos habitaciones y un primer tramo de pared en el frente sobre la actual calle México, para colocar un portón. También compró una casa en la calle Belgrano que fue su vivienda en la última etapa de su vida.
Las relaciones entre doña Isidora y sus hijos, en cuanto a intereses económicos, no fueron muy cordiales. Hubo enfrentamientos con motivo de la división de la herencia paterna, inclusive a nivel judicial10. Efectivamente, a principios de 1830 debió presentarse ante el juez de primera instancia apelando una sentencia del juez de paz de Monserrat por la cual se la condenaba a pagar a su hija Andrea la suma de $ 300, mitad en plata y mitad en moneda corriente, importe que le había sido adjudicado en la sucesión del padre y que no se le había hecho efectivo por ser menor de edad en aquella época. Doña Isidora explicó que cuando falleció su esposo quedaron en la mayor indigencia y debió continuar manteniendo a sus siete hijos sin más recursos que el corto fruto del trabajo que podían producir sus débiles brazos cansados ya con la vejez y que, no siendo suficiente, había tenido que contraer deudas con el solo objeto de alimentarlos y vestirlos.
Señaló que, cuando en 1826 Andrea se casó, no quiso recibir su legítima y estuvo cuatro meses viviendo en su casa, junto con su esposo, llevándose algunos muebles cuando se retiró. Lamentaba que su hija, sin respetar su edad y sus sacrificios, la arrastrara ante los Tribunales para afligirla y mortificarla. El breve expediente, de sólo 16 fojas, cuyo trámite se interrumpió a los ocho meses de iniciado sin el dictado de una sentencia, nos hace suponer que existió un arreglo extrajudicial.
Quince años después del episodio que acabamos de relatar y a veintitrés años del fallecimiento de su esposo, cuando doña Isidora Olmos otorgó su testamento11, afloró nuevamente el problema dinerario: “Declaro que por muerte de mi consorte formalicé autos de inventarios y tasaciones,(…) previniendo para los efectos que haya lugar, que a todos mis hijos les tengo entregada su legítima paterna, sin que nada resulte deberles, y que antes por el contrario estos me son deudores de las cantidades siguientes, a saber, mi hija Doña Antonia de mil cien pesos moneda corriente, que le tengo dado en varias partidas, de cuya suma me tiene otorgado dos documentos en parte de esta deuda, (…) de igual modo me debe mi hija Juana, mil setecientos pesos, Don Pascual, quinientos pesos moneda corriente y doscientos cincuenta pesos moneda metálica, Doña Francisca, por deuda contraída por su esposo Don Pedro José Santillán, y con su consentimiento, ochocientos noventa pesos moneda corriente, Doña Felisa seiscientos pesos y el esposo de esta, Don Prudencio Avellaneda, doscientos noventa pesos y Doña Eusebia García Olmos, cincuenta pesos metálicos, más ciento quince pesos de la misma moneda metálica que pagué por ella en varias partidas a los médicos que la asistieron en su enfermedad (…), debiendo prevenir que esta última heredera a pesar de hallarse cubierta como los demás de su haber paterno, se ha rehusado firmar el recibo como debió hacerlo. En cuya virtud, y no queriendo yo la otorgante que por manera alguna se perjudiquen los demás herederos, mando y ordeno a mis albaceas que con tal motivo y en vista de lo que a ésta se le adjudicó, se arregle su cuenta, descontándosele de su legítima el saldo que resulte a mi favor; que del mismo modo ordeno se descuente a mis demás hijos las cantidades que han recibido y dejo declaradas.
Pero además, doña Isidora reconoció que aquel terreno que le entregaran en pago de su legítima en la sucesión de su padre, situado en el arroyo de Ramallo, jurisdicción de la Provincia de Buenos Aires, compuesto de trescientas cincuenta varas de frente por dos leguas de fondo, se lo había donado hacía algún tiempo a su sobrino carnal Miguel Olmos, “en justa remuneración al cariño y respeto que tributa constantemente, tanto a mí la otorgante como a sus padres…”.
Doña Isidora confesaba hallarse achacosa y poco tiempo después moriría y sus hijos venderían la propiedad a Martiniano Passo12.
El nuevo propietario era hijo de Vicente Passo y de Manuela Barreiro y se había casado en 1823 con Narcisa Sánchez, de Santiago del Estero, con quien tuvo once descendientes13. Autorizado en 1822 para ejercer como farmacéutico, fue dueño de una farmacia ubicada en Rivadavia 579 n.a.14 y en 1856, al crearse la “Asociación Farmacéutica Bonaerense”, se lo designó vocal de esa entidad.
Don Martiniano quedó viudo en 186015 y al poco tiempo se vio envuelto en un suceso imprevisto: Una importante suma de dinero que tenía depositada en la Casa de Moneda fue retirada por alguien que falsificó su firma. Como la entidad bancaria se negó a restituirle el dinero, debió iniciar contra ella un juicio y transcurrió un año y medio antes de obtener un fallo favorable.
Dice un viejo adagio que las desgracias no vienen solas y en el caso de don Martiniano esa sentencia parecería haberse cumplido al pie de la letra: terminado el engorroso caso de la falsificación, lo postró una grave enfermedad. Tan afectado quedó por esta, que largo tiempo después apenas podía moverse dentro de su aposento con ayuda de muletas y hasta debió trasladarse a una quinta para tratar de recuperar la salud.
Estos acaecimientos demoraron el inicio de la sucesión de doña Narcisa Sánchez y dieron lugar a otro hecho lamentable. Uno de sus hijos menores, Abel, se presentó ante la justicia en diciembre de 1862 pidiendo que se intimara al padre a liquidar la sucesión materna. Don Martiniano explicó las causas de la demora y expresó que la exigencia de su hijo tenía para él algo de irrespetuosa, de desconsiderada y aún poco conforme a los buenos principios de moral que procuró inspirarle desde su niñez. El asesor de menores, a su vez, manifestó que habiendo prometido el señor Passo arreglar la testamentaría de su finada esposa tan pronto como recuperara su salud, su hijo debería esperar, tanto más cuanto que los mayores no habían dicho nada al respecto, existiendo la presunción de que ellos no tenían queja. Y enfatizó: “Desagradable es ciertamente un asunto como el presente y es por esto que el ministerio cree que el menor debe esperar, en la convicción de que el padre habrá de velar por sus intereses de manera que no sean defraudados16.”
Así lo hizo y de la denuncia de bienes formulada se infiere la situación económica desahogada de la familia. Además de la quinta que es objeto de este trabajo, quedaba una casa en la traza de la ciudad, calle Rivadavia esquina Paraná número 1 (donde Passo tendría instalada su farmacia); una casa quinta en extramuros de la ciudad, dirección de la calle de la Victoria, que distaba una cuadra del Mercado Once de Septiembre; un terreno situado en la misma Parroquia de Balvanera, también en la dirección de la calle de Victoria que quedaba una cuadra y media más afuera, hacia el oeste de la casa quinta mencionada anteriormente y los muebles del hogar.
En ese entonces, la quinta situada en lo que hoy es el barrio de Almagro, rodeada por sus cuatro costados con cerco vivo, todavía conservaba la arboleda compuesta en su mayor parte por árboles frutales, entre los cuales había 46 naranjos, 89 perales, 8 higueras, 318 damascos, 980 durazneros, 8 higueras y 6 granados y unos 40 rosales que adornaban el predio.
Considerando que la división en especie entre los herederos no iba a ser posible, se resolvió la venta de los bienes. Tanto la almoneda a la vieja usanza como los remates por medio de martilleros fracasaron una y otra vez; no había interesados, nadie ofertaba o si alguien lo hacía, era por un importe inferior a la base. No se sabía si el fracaso era debido a las altas tasaciones o al éxodo de la gente con motivo de la epidemia reinante o al hecho de no haberlos subdividido. Realizados nuevos avalúos, se consiguió vender la finca de Rivadavia y Paraná, no así los restantes inmuebles.
A fines de 1867, mientras nuestro ejército se batía en el Paraguay, el Congreso sancionó una ley que fijó nuevos límites a la ciudad de Buenos Aires. Esa disposición legal, utilizó el inmueble como hito cuando, al determinar uno de los tramos, expresaba: desde aquí, en dirección al Sud, por la calle que limita las propiedades de Paso (sic), Bejarano, Roy y Pereyra, hasta la intercepción (sic) con la calle de la Arena. En términos actuales diríamos que desde Venezuela y Boedo, el límite continuaría por esta última, en dirección al sur, hasta la intersección con Almafuerte. La quinta siguió quedando extramuros.
El 24 de mayo de 1868, a los setenta años, murió Martiniano Passo que, casado en segundas nupcias con Gumersinda Sánchez (cuarenta años menor que él), había tenido otros dos hijos: Vicente y Manuel Agapito y un tercero, Martiniano Nicanor, nacería póstumo. El entierro se hizo con cierta pompa para la época: coche fúnebre tirado por cuatro caballos, tres carruajes de acompañamiento y tres de luto, cajón de caoba y plomo, funeral en la iglesia de la Piedad.
Don Martiniano, afectado por una grave enfermedad, había otorgado su testamento el 24 de marzo de 1865 ante el escribano Federico Urtubey y en él, después de disponer varios legados y mejorar a los hijos del segundo matrimonio, instituyó herederos a todos sus descendientes designando albaceas a su esposa y al mayor de sus hijos, en primer y segundo término, respectivamente.
A esa fecha, el testador vivía en una casa situada en la calle Victoria (Hipólito Irigoyen) entre Rioja (La Rioja) y otra sin nombre (General Urquiza), compuesta de cuatro habitaciones, cocina, pasadizo, aljibe, letrina y pozo.
Antes de morir el padre, había fallecido Juan Vicente Passo, el 6 de julio de 1863 y el 20 de mayo de 1869 moriría de fiebre el pequeño Manuel Agapito. La epidemia de fiebre amarilla se llevaría a Abel y a Casiano Ermenegildo en aquel año 1871 de triste recordación.
A fines de 1869 tuvo lugar un nuevo remate de la quinta, esta vez dividida en cuatro grandes lotes, por intermedio de la firma Florencio Madero y Cía. y nuevamente fracasó por falta de postores. Volvió a atribuirse el revés al elevado valor de tasación.
Las discrepancias entre los herederos se acrecentaban. Todos parecían estar necesitados de dinero y cuando ingresaba cualquier suma como resultado de la venta de algún otro bien, los pedidos de fondos al juez se acumulaban con los más variados argumentos. El doctor Francisco Alcobendas, abogado de los albaceas, renunció a continuar, dado que –dijo– la división se hace cada vez más sensible y en algunos actos se ha procedido contra mi opinión y aún se preparan nuevas emergencias con las cuales no puedo ni un momento más continuar en la dirección que tengo.
El tiempo no pasaba en vano, los edificios de la quinta, tanto el principal sobre la calle México como el que se hallaba en la esquina de ésta y Boedo, donde alguna vez estuvo instalada una pulpería, estaban sufriendo las consecuencias del abandono. La arboleda estaba destruida, subsistiendo solamente algunos árboles frutales.
Recién el 20 de setiembre de 1872, la Municipalidad aprobó la división del terreno en cuatro manzanas mediante el trazado de dos cuadras de la actual Colombres, la continuación de la que hoy es Agrelo y el reconocimiento de la callejuela existente por su lado oeste. A esta calle, que comenzó siendo conocida como Segunda Colombres, se la designó Pérez por disposición del 27 de noviembre de 1893 y se le impuso el nombre de José Julián Pérez por la ordenanza 26.422 del año 197217. Agrelo, por su parte, comenzó a ser conocida con el nombre de Segunda Venezuela hasta que la recordada ordenanza del año 1893, le asignó el actual. Boedo y Colombres debieron los suyos a una disposición del Presidente de la Corporación Municipal, del 6 de marzo de 188218.
El 7 de octubre de 1872 el perito designado presentó en el expediente sucesorio de Martiniano Passo y Narcisa Sánchez, el plano de subdivisión en lotes de las cuatro manzanas con la tasación de cada uno de ellos, para su posterior adjudicación o venta. Así terminó la historia de esta quinta.
Notas
1.- Originariamente, la propiedad de las tierras del llamado ejido, que desde el límite oeste de la primitiva “ciudad” se extendía hasta la actual Avenida La Plata, correspondía al Cabildo y los adjudicatarios de algún terreno o quinta sólo tenían la posesión.
2.- A.G.N. Escritura de fecha 4 febrero de 1794, pasada ante el escribano Pedro Núñez en el Registro Nº 1.
3.- Vásquez Mansilla, Roberto, Matrimonios de la Iglesia de Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción – 1737-1865. Fuentes Históricas y Genealógicas Argentinas. Buenos Aires, 1988, pág. 26.
4.- A.G.N. Sucesión de Bernardo Bernal. Legajo 4306.
5.- Es la afectación a perpetuidad de las rentas de un inmueble al pago de la celebración de cierto número de misas anuales en determinada iglesia, capilla o altar.
6.- A.G.N. Escritura de fecha 2 de junio de 1797, pasada ante el escribano Pedro Núñez en el Registro Nº 1.
7.- A.G.N. Escritura de fecha 5 de diciembre de 1845, pasada ante el escribano Izarrualde en el Registro Nº 3.
8.- Esta quinta estaba situada al noreste de la quinta de García, abarcando las cuatro manzanas que hoy encierran Boedo, Venezuela, Virrey Liniers y Moreno.
9.- Con el paso de los años, aquellos hijos comenzaron a formar sus propias familias. Antonia se casó en primeras nupcias con Francisco Lormendi de quien tuvo un hijo llamado Santiago y, al enviudar, contrajo nuevo matrimonio con Félix Lovato. Juana se casó con Juan Recascens y tuvo un hijo llamado Francisco. Eusebia contrajo enlace con Manuel Aguirrazábal y García de cuya unión nacieron Manuel, Lucía y Nicasio. Andrea se casó con Fermín Robles y Francisca, con Pedro José Santillán. Felisa se casó con Prudencio Avellaneda con quien tuvo cinco hijos llamados Felisa, Juan, Corina, Eulogia y Pedro Ángel. Pascual se casó con Genara Leguizamón de quien tuvo diez hijos: Francisca, Paula, Dorotea, Eloísa, Rosaura, Remigia, Manuel, Macedonio, Pascual y Genara.
10.- A.G.N. Legajo de sucesiones número 6269.
11.- A.G.N. Escritura de fecha 5 de diciembre de 1845, pasada al folio 179 del Registro Nº 3 ante el escribano Pablo Izaurralde.
12.- A.G.N. Escritura de fecha 24 de julio de 1847, pasada ante el escribano Juan Pablo Izarrualde en el Registro Nº 3.
13.- Sus hijos fueron Florentino Martiniano, Casiano Ermenegildo, Juan Vicente, Abel, Manuel Benjamín, Emilia Fernanda, Rita, Narcisa de las Mercedes, Leocadia Romualda Corina, Juana Patricia y Palmira, que fue bautizada con el nombre de Petrona.
14.- Dato suministrado por el historiador Arnaldo José Cunietti-Ferrando. Zenequelli, Lilia, Historia de los médicos y boticarios en el Buenos Aires Antiguo – 1536-1871, Editorial Dunken, Buenos Aires, 2002, págs. 159 y siguientes.
15.- Narcisa Sánchez murió el 12 de diciembre de 1860.
16.- A.G.N. Legajo 7440. Sucesiones de Narcisa Sánchez y Martiniano Passo.
17.- Piñeiro, Alberto Gabriel, Las calles de Buenos Aires – Sus nombres desde la fundación hasta nuestros días, Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires. Buenos Aires, 2003.
18.- Piñeiro, Alberto Gabriel, Op. cit.
Información adicional
Año VII – N° 35 – marzo de 2006
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Categorías: ARQUITECTURA, Palacios, Quintas, Casas, ESPACIO URBANO, Historia, Mapa/Plano
Palabras claves: Quintas, Almagro, terreno, plano, passo
Año de referencia del artículo: 1850
Historias de la Ciudad – Año VI Nro 35