Mujeres, negros, hijos de familia, residentes
¿Qué personas pueden considerarse habilitadas o, mejor dicho, no habilitadas para ejercer sus derechos cívicos en 1810? Los grupos más numerosos, que por razones obvias se encuentran excluidos, son las mujeres y los esclavos. Siguiendo los datos del censo que suministra la obra de García Belsunce, la población esclava alcanzaba a un 25% y el sexo femenino representaba, a su vez, no un 50% pero una cifra apenas inferior, alrededor de un 49%. Las mujeres adquirieron sus derechos un siglo y medio más tarde y la libertad de vientres, que no es lo mismo que la abolición de la esclavitud, comenzó el proceso liberador de los negros tres años más tarde con la Asamblea Constituyente del año 1813.
En el año 1815 se sanciona el Estatuto Provisional donde se dicta el primer régimen específico sobre el tema. El derecho de ejercer el voto le era otorgado a “todo hombre libre siempre que haya nacido y resida en el territorio del Estado.pero no entrará en el ejercicio de este derecho hasta que haya cumplido 25 años, o sea emancipado”. De acuerdo con los datos del censo que nos suministra García Belsunce y siguiendo siempre la pirámide de población libre estimada de los habitantes de Buenos Aires, aproximadamente 6.660 hombres eran menores de 25 años. Si a ello se le agregan las restantes limitaciones del Estatuto –residencia y nacimiento– la cantidad de potenciales votantes disminuye sustancialmente. Los hombres libres mayores que además cumplían dicho requisito, o sea que eran nacidos y con residencia en Buenos Aires no alcanzaban a las 2.700 personas (ver detalle en Anexo 2).
La libertad de vientres fue un gran avance para la época pero aún quedaban resabios de la colonia. No sólo los esclavos estaban inhabilitados para votar, sino también sus hijos. En el Estatuto de 1815 el derecho al sufragio le era negado a los libertos hijos de esclavos reconociéndoles ese derecho recién a partir de los nietos. La población negra, parda y mulata libre de primera generación era numerosa y un cálculo conservador nos lleva a estimarla en 1810 en un 10% de la población total. Recién en el año 1852 un hombre de color, el coronel Domingo Sosa, nacido esclavo, logró ser elegido representante en la Cámara de la provincia de Buenos Aires, algo de lo cual no debemos escandalizarnos si se lo compara con la historia de otros países. En Estados Unidos se abolió la esclavitud luego de una guerra civil entre los Estados del Norte y del Sur (guerra de Secesión) y los negros, recién a mediados del siglo XX –en 1957 señala Rodríguez– pudieron acceder al voto por una ley federal dictada por el Congreso.
Resumiendo el tema de la población hábil para votar digamos que es factible sostener que la cantidad de potenciales ‘sufragantes’ se encuentra por debajo de la cifra dada por Fitte. El régimen democrático actual –resulta obvio señalarlo– debió trasponer diferentes etapas y en mayo de 1810 recién se cumplió con la primera de ellas. Las mujeres, las ‘clases’, los dependientes, criados y hasta ‘los hijos de familia’, como despectivamente califica uno de los oidores a los concurrentes al Cabildo del día 22 de mayo, no eran considerados sujetos de derechos, así que para establecer si la cantidad de 401 adherentes (o firmantes) es o no sustancial en 1810, correspondería excluir a gran parte de esos grupos que se encontraban en la plaza pero estaban –digamos– marginados de la actividad cívica. En otras palabras, si bien la parte principal y más sana del vecindario era un concepto que recién se comenzaba a cuestionar, la marginación de grandes sectores de habitantes subsistió por un tiempo.
Restados los libertos –pardos y negros africanos libres– los negros criollos libres hijos de africanos esclavos, los menores, los ancianos, los incapacitados o enfermos (en la Residencia suman 150, según datos del censo), las cifras que se han barajado son francamente optimistas. Faltaría estudiar además el caso de los criados y dependientes cuyos derechos cívicos años después seguían siendo discutidos en el proyecto de Constitución de 1826 (“doméstico a sueldo, jornalero, soldado, notoriamente vago, o legalmente procesado en causa criminal” suspendidos en sus derechos según el art° 6°).
La población de la ciudad de Buenos Aires que se encontraba en 1810 técnicamente ‘habilitada’ para firmar no alcanzaba a las 2.700 personas. De esa cantidad de potenciales votantes se logró reunir en las condiciones señaladas la firma de 401 personas. La conclusión que cabe es que el petitorio lleva la adhesión de una cantidad significativa de habitantes.
Si alguna duda cabe al respecto tengamos nuevamente presente lo que señalamos líneas antes: que los participantes del Cabildo Abierto del 22 de mayo sumaron 250 personas (y no todos votaron, retirándose algunos antes de la votación –Reyna Almandos identifica a 26 vecinos)– y la mayoría –no la totalidad– de los asistentes, votó a favor de la destitución del virrey Cisneros. Es decir que los 158 asistentes del 22 de Mayo que votaron la destitución significaron para el cabildo un número suficientemente representativo de la población de la ciudad de Buenos Aires de ese entonces.
Recapitulando entonces: Es difícil establecer en forma precisa qué número de habitantes puede ser considerado ciudadano hábil para ejercer sus derechos cívicos en 1810 pero para esta ocasión, que fue la primera manifestación de voluntad popular que tuvo la población porteña, los 401 firmantes del petitorio –que superan con creces en número a los votantes del Cabildo Abierto– contaron con peso suficiente para lograr la elección de una nueva autoridad. Por otra parte las fuentes españolas cuestionan la calidad (pulperos) no la cantidad. El cambio debió ser traumático para algunos ediles.
Recordemos además que en un trámite de adhesión de pocas horas es necesario tener en cuenta: a) insuficiencia de comunicaciones; b) ausencia de medios de transporte; c) lluvia (terceros). Por último, ¿cuántos porteños sabían firmar?
La segunda parte del trabajo concluye, según veremos, con una paradoja, pues un estudio más meticuloso de los firmantes del petitorio o Manifiesto del 25 de Mayo, de acuerdo con los datos que hemos tomado del censo, nos brinda algunas sorpresas.
El Cabildo Abierto
Los distintos episodios de mayo del año diez han dado lugar a numerosos debates sobre sus orígenes y finalidad. Aquí sólo se tratará el tema de la representación del petitorio o Manifiesto entregado al cabildo con la firma de 401 vecinos, curas, comandantes y oficiales en la jornada del 25 de Mayo eligiendo a las nuevas autoridades presididas por Cornelio Saavedra.
Primero haremos un repaso de los sucesos de la semana: el día 21 se produce la primera concentración popular en la plaza exigiendo la deposición del Virrey y al día siguiente, 22, se realiza el Cabildo Abierto con una concurrencia de 251 personas. Además de las corporaciones y de los jefes y comandantes militares, dice Saavedra en sus Memorias que se presentó “un crecido número de vecinos y un inmenso pueblo”. Cisneros, en su informe elevado al gobierno de la península un mes más tarde, explica que los oficiales apostados en las bocacalles contrariaron sus órdenes –que eran las de no dejar pasar a persona alguna que no fuese de las citadas– y franquearon el paso a los confabulados a los que califica como “muchos pulperos, algunos artesanos, otros hijos de familia y los más ignorantes”. Identifica luego a ciertos grupos –los soldados y oficiales del cuerpo de Saavedra– y “un considerable número de incógnitos que, envueltos en sus capotes (no eran gente de poncho al parecer) y armados de pistolas y sables, paseaban en torno a la plaza arredrando al vecindario”. Se transcribe este párrafo porque, como señalo al comienzo de este trabajo, Marfany sostiene que los documentos de la época, al utilizar el vocablo pueblo, le dan un concepto diferente. En realidad la cita, tomada del propio autor, resulta muy esclarecedora para establecer qué clase de personas fueron las que se presentaron en la plaza. Pulperos, hijos de familia, artesanos que el destituido virrey trata de descalificar tildándolos de ignorantes. No hace referencia a militares contrariando la tesis de Marfany.
Corbellini ha analizado exhaustivamente la composición de los vecinos que concurrieron al Cabildo Abierto el 22 y, siguiendo a Mitre, divide en 3 partidos los votos emitidos: los partidarios del virrey (66 votos) los del Cabildo o “Moderados” (66) y los “Revolucionarios” o del “Pueblo” (92). Ramallo, en un trabajo muy interesante sobre los grupos políticos durante la Revolución de Mayo, califica a los partidos políticos en: Metropolitanos, Patricios, Carlotinos y Republicanos. En realidad en esa votación hubo dos partidos: el Mayoritario o Revolucionario (dividido en dos tendencias) que pidió el cese del Virrey, y el Reaccionario que apoyó a Cisneros. De todos modos, y en el peor de los casos, si no sumamos los votos de los Moderados que votan por el cese del Virrey delegando ciertas facultades en el Cabildo, Corbellini computa 92 votos en favor del cambio de autoridades y de la formación de una Junta.
El día 23, luego del recuento de votos, el Cabildo considera que le han sido delegadas sus funciones para formar la Junta y lo hace colocando como presidente de ella al recién destituido Cisneros acompañado de cuatro vocales: Cornelio Saavedra, Juan J. Castelli, José S. Inchaurregui y el cura de Monserrat, J. N. Solá. En un primer momento pareció, y así fue, que Saavedra y los oficiales de los distintos cuerpos aceptaban esta solución y el 24 el Cabildo les toma juramento y hace conocer el acta por bando pero al llegar la noche el descontento gana a la población y todos deben renunciar. La nota enviada al cuerpo y firmada por todos los miembros de la que fue en realidad, como señalamos líneas antes, la “Primera” y efímera Junta, habla de “la agitación en que se halla alguna parte del pueblo” por no haber excluido al ex. señor vocal presidente, es decir a Cisneros. El Cabildo intenta dar su apoyo a éste y rechaza las renuncias pero “en esas circunstancias concurrió una multitud de gente a los corredores de las Casas Capitulares, y algunos individuos en clase de diputados, previo el competente permiso, se apersonaron en la sala, exponiendo que el pueblo se hallaba disgustado y en conmoción”. El disgusto tenía su origen en ver a Cisneros detentando aún el mando. Sin duda el personaje era odiado por buena parte de la población. Recordemos que aún estaba fresca la represión llevada a cabo el año anterior en el Alto Perú donde los revolucionarios fueron ajusticiados y de la cual Cisneros fue uno de los responsables.
El 25 de Mayo
De todos modos el Cabildo se resiste por segunda vez e intenta mantener a Cisneros encabezando la Junta. A las nueve y media de la mañana del día 25 convoca a los comandantes de los distintos cuerpos y Leiva, el Síndico Procurador, luego de señalar los males que podían resultar, les pide si puede contar “con las armas de su cargo para sostener el gobierno establecido”. Dice el acta que, a excepción de los tres primeros “que nada dijeron”(Orduña, Lecoc y De la Quintana) contestaron los restantes por su orden (eran 12 oficiales) “que el disgusto era general en el pueblo y en las tropas” por la designación de Cisneros y que no sólo no podían sostener al gobierno establecido “pero ni aún sostenerse a sí mismos” y repite “que el pueblo y las tropas estaban en una terrible fermentación y era preciso atajar este mal con tiempo”. Interesa destacar aquí que, contrariamente a lo que sostiene Marfany de que no fue el pueblo sino los militares los que provocaron la caída del virrey, por propia confesión de estos se ven empujados por “la tropa y el pueblo” a exigir la deposición de Cisneros. Esta versión no ha sido tomada, como otras, de cartas, testimonios o crónicas de la época, sino del acta levantada por el Cabildo, es decir del documento oficial suscripto por los miembros del cuerpo.
Dice a continuación el acta: “Estando en esta sesión, las gentes que cubrían los corredores dieron golpes, por varias ocasiones a la puerta de la Sala Capitular, oyéndose las voces de que querían saber lo que se trataba y uno de los comandantes, don Martín Rodríguez, tuvo que salir a aquietarlas”. Estrechado así el Cabildo por segunda vez, no tuvo más remedio que requerirle la renuncia a Cisneros y así lo hizo éste, aunque lo hizo bajo protesta. El documento es bastante gráfico; la resistencia de los cabildantes se ve superada por la multitud que se encontraba en la plaza. Es decir que, pese al apoyo del Cabildo, Cisneros que aún detentaba el mando, se vio precisado a renunciar presionado por “la tropa y el pueblo”. Y si nos ajustamos a la parte de acta que acabamos de transcribir, no es propiamente la oficialidad sino la tropa la que, junto con el pueblo, se manifiesta. La frase es elocuente y no deja margen a duda alguna.
La segunda Junta
De acuerdo con el texto del acta, luego de haberse recibido la renuncia de Cisneros “ocurrieron otras novedades: Algunos individuos de pueblo, a nombre de éste se apersonaron en la sala, exponiendo que para su quietud y tranquilidad, y para evitar cualesquiera resultas en lo futuro, no tenía por bastante que el Exmo. Señor presidente (Cisneros) se separase del mando; sino que habiendo formado idea de que el Excmo. Cabildo en la elección de la Junta se había excedido de sus facultades, y teniendo noticia cierta de que todos los señores vocales habían hecho renuncia de sus respectivos cargos, había el pueblo reasumido la autoridad que depositó en el Excmo. Cabildo y que no quería que existiese la Junta nombrada, sino que se procediese a constituir otra eligiendo para presidente vocal y Comandante General de Armas al señor don Cornelio de Saavedra…” y nombran a continuación uno a uno a los restantes miembros de la nueva Junta.
El pueblo, o la parte de la población que se encontraba en la plaza y no sufrió oposición de ningún tipo, estaba disconforme con la conducta seguida por los cabildantes (“excedido en sus facultades”) y le quitó la facultad de representarlo. En vista de lo sucedido les hizo saber por medio de esa representación que no delegaban en ellos la designación de las nuevas autoridades y proceden directamente a nombrarlas. Pero los señores del cabildo no aflojan. Dice el acta a continuación que “después de algunas discusiones con dichos individuos, les significaron que para proceder con mejor acuerdo, representase el pueblo aquello mismo por escrito, sin causar el alboroto escandaloso que se notaba”. Vemos aquí que el Actuario utiliza nuevamente la palabra pueblo para identificar a los asistentes en la plaza, término que Marfany no se detuvo a analizar.
Es decir que la multitud que se encontraba en la Plaza (y que no había sido convocada precisamente por el Cabildo) en un acto de representación directa le quita a este las facultades otorgadas y elige a la Junta. Sus delegados se lo hacen saber a los capitulares indicando los nombres y cargos de los miembros. Sin embargo el Cabildo intenta obstaculizar esta decisión y les pide que hagan la representación por escrito.
Marfany interpreta que esa exigencia del Cabildo requiriendo la presentación de las firmas significa que el pueblo revolucionario “era una fracción minoritaria” y sostiene además, que “los mismos revolucionarios, al aceptar el cumplimiento de ese requisito escrito, demuestran su débil posición”. La conclusión que extrae a continuación es que la frase “alguna parte de pueblo” indica que se trata de una “minoría”. Lo que todo esto en realidad significa es que los señores cabildantes siguen en su juego de obstrucción, así como lo hicieron el día 23 cuando eligieron a Cisneros como presidente de la 1ra. efímera Junta pese a que acababa de ser destituido. Y con referencia a la “débil” posición, los hechos demostraron lo contrario. El análisis que se pretende hacer sobre este episodio es sumamente interesado pues a toda costa se trata de colocar a los revolucionarios, a los revoltosos, como minoría, sin apoyo popular. Es curioso, pero mirado a la distancia se ve en estos episodios de comienzos del siglo (lucha contra los ingleses y luego contra la madre patria) tal vez como en ningún otro momento de nuestra historia la intervención del elemento pueblo. Pero continuemos.
Los manifestantes de la plaza eran una fracción –en Buenos Aires el partido español contaba con un numeroso grupo de comerciantes y funcionarios– pero esta fracción, la criolla, contó con suficiente número y energía para desafiar y hacer caer a la autoridad del Virrey y desautorizar luego al Cabildo. Todo eso fue logrado sin resistencia según las crónicas y documentos de la época, pues no hubo enfrentamientos en la ciudad. El único disturbio fue el provocado por el ‘pueblo’ ubicado en la Plaza que forzó a los cabildantes a aceptar la nueva autoridad. Las manifestaciones populares provienen del elemento criollo que logra la destitución de Cisneros pese a las resistencias del cabildo. Muestran a este cuerpo como una “oligarquía local” como dice Corbellini, que luchaba por conservar el poder que se le escapaba con estos ‘chisperos’ y ‘manolos’. Es decir que en el Río de la Plata la facción criolla era mayoría y el intento del cabildo por frenarla utilizando esos métodos fracasó.
Tal como hemos visto, los cabildantes son un foco de resistencia al movimiento revolucionario (cabildo conspirador lo ha calificado Levene). A punto tal va a llegar esa resistencia que luego, cuando se redacta el acta de la designación de la nueva Junta, los cabildantes intentan incluir una serie de normas que limiten el poder de aquella pese a que nada lo autoriza a ello. Meses después la Junta los destituirá nombrando a otros proclives al movimiento revolucionario. Esta etapa concluirá una década más tarde con la desaparición de esa institución.
Dice el acta a continuación que “después de un largo intervalo de espera presentaron los individuos arriba citados el escrito que ofrecieron, firmado por un número considerable de vecinos, religiosos, comandantes, y oficiales de los Cuerpos, vaciando en él las mismas ideas que manifestaron de palabra”.
Repetimos entonces: además de la constancia que el escribano asienta en el acta sobre la reasunción que hace el pueblo de su representación, los asistentes de la plaza redactan un petitorio con los mismos términos. Ese manifiesto es presentado al Cabildo con el agregado de las 401 firmas. Su encabezamiento, que es suficientemente ilustrativo, dice: “Los vecinos, comandantes y oficiales de los cuerpos voluntarios de esta capital de Buenos Ayres que abajo firmamos por nosotros y a nombre del pueblo…” y seguidamente vuelven a proponer uno por uno a los integrantes de la nueva Junta especificando sus cargos y haciendo constar que una vez instalada ésta se deberá organizar una expedición de 500 hombres al interior para auxiliar a las provincias.
Enrique Corbellini señala la relevancia del acto. Ya no se trata de que un cuerpo colegiado elija quién los represente; estamos ante la designación directa de estos por parte de los “Manolos” y “Chisperos” dirigidos por Beruti y French. Son los extremistas, los habitantes más fogosos y decididos al decir del historiador citado. Esta mención concreta de las personas que son propuestas por parte de los vecinos, también tiene, si miramos más detenidamente el punto, otros aspectos de interés. Uno de ellos es el grado de relevancia que le mereció a cada uno de los firmantes la actuación de estos hombres. Salvo Saavedra, que gozaba de indudable popularidad, los restantes no pueden ser considerados como tribunos de la plebe; son comerciantes o profesionales. Resulta, sino difícil, bastante dudoso pensar que hombres como Castelli, Moreno o Larrea tuvieran mucho predicamento, como lo supone Marfany, en los cuarteles. Además, si la tesis de este historiador fuera exacta, resulta por demás curioso pensar que de los 9 elegidos sólo uno de ellos fuese hombre de uniforme. Pero debemos ceñirnos a nuestro tema que es el número y calidad de los firmantes, o sea de aquellos que son los primeros en ser considerados los peticionantes del pueblo o, para ser más genéricos y atenernos a lo sustentado por Marfany, de una parte del pueblo de Buenos Aires.
Es mérito del Dr. Marfany (Corbellini apenas da el listado con sus nombres y de muchos en forma incorrecta) el haber enfocado por primera vez la atención del historiador en la identidad de los firmantes de ese documento. Según Marfany, de acuerdo con la letra, el documento fue escrito por uno de ellos, el llamado Nicolás Pombo de Otero, sobrino de Vieytes, e intenta demostrar que fue redactado en el cuartel de Patricios. “La titulada petición del pueblo –como gusta en llamarla– salió de los cuarteles prohijada por los jefes y oficiales de los Batallones Urbanos”. E insiste luego en que ese pueblo así representado “no puede extenderse a su totalidad (sic) o a su mayoría” como si en alguna ocasión de nuestra historia la totalidad de nuestro pueblo hubiera estado representada.
El Manifiesto
El Petitorio o Manifiesto con las firmas fue publicado en facsímil en 1910 por el Museo Histórico Nacional bajo la dirección de Adolfo P. Carranza. Consta de 3 cuadernillos y varias hojas sueltas que suman en total 23 fojas. El Dr. Marfany reproduce el texto del documento, analiza uno a uno los cuadernillos con las firmas y sostiene que luego del primero que está “autorizado” por los comandantes y jefes de los cuerpos militares, el 2° y el 3° están firmados por los que “podríamos llamar la (parte) popular”. La hoja n° 4 lleva la firma de los oficiales Patricios y la 5a., 6a. y 7a. circularon entre los Arribeños. La primera y segunda hoja sin numerar, siguiendo a Marfany, fueron suscriptas por los oficiales de los Cuerpos de Castas, la tercera por Granaderos y algunos de los Montañeses “seguramente de guardia en la Fortaleza” (sic). Finalmente, las dos últimas fueron suscriptas por los 16 frailes mercedarios, obligados, insinúa Marfany, por los oficiales. En resumen, para el historiador, el significado que le da a este documento es, una vez más, que no es el pueblo el que estuvo representado sino las fuerzas armadas. Luego toma uno a uno a los firmantes, que en total –sin contar las firmas repetidas– son 401, en el orden en que lo hicieron y a continuación de cada nombre coloca el grado militar, regimiento y fecha de su designación en el cargo o su ascenso según los informes extraídos del Archivo General de la Nación y de otras fuentes. De esa cantidad hay doscientos noventa y cinco que corresponden a lo que él califica de “militares”. El resto son comerciantes, profesionales, funcionarios o personas cuyos datos no ha podido ubicar. Dice así: “He ahí, integrada por 400 firmantes, la ‘petición del pueblo’ cuyo porcentaje más elevado corresponde a los “militares” pero no especifica a continuación a cuántos de ellos los considera como tales. Hay algunos firmantes que estuvieron en el Cabildo Abierto del 22; son cuarenta y tres y Marfany los identifica con un asterisco. Como forman parte del grupo de invitados por el Cabildo podemos pensar que califican para ‘vecinos’.
Militares y milicianos
En el capítulo siguiente, titulado La Organización Militar, intenta reforzar su tesis. Comienza diciendo: “Alguna vez se ha querido desconocer el espíritu militar de estos Cuerpos asimilándolos a una institución civil, para incluirlos bajo la denominación de ‘pueblo’. Al respecto se ha dicho: la explicación consiste en que el pueblo y el ejército eran una sola entidad. Constituían la milicia ciudadana que desde 1806 venía eligiendo, antes que el pueblo del 25 de Mayo, sus propios oficiales y estos sus propios comandantes”. Marfany trata de refutar este párrafo que toma del Dr. Levene sosteniendo que una cosa era la milicia y otra el ejército y entre sus argumentos, imposibles de reproducir en su totalidad, afirma que esos escuadrones habían sido reorganizados por orden de Cisneros el año anterior dejando en pie los necesarios para el servicio. Enumera los regimientos suprimidos y transcribe el decreto del virrey, de septiembre de 1809, afirmando que los únicos que merecen la denominación de milicia ciudadana son los que reclutaban los horteras o dependientes de comercio. Basta examinar el legajo correspondiente a los dos censos del año 1810 para que este argumento quede descalificado. El número de personas que revista como formando parte de un cuerpo militar es muy superior a los que son mencionados con otra profesión o cargo. Se dirá que los empadronamientos llevaban una finalidad militar. Pues esa es precisamente la cuestión. Buenos Aires, a partir de las invasiones inglesas, estaba militarizada y prácticamente todos sus hombres, incluidos los muy jóvenes (algunos, niños de sólo 11 años) revistaban en algún regimiento. Es posible que en septiembre del año 1809 Cisneros haya dispuesto la reorganización y supresión de Cuerpos pero dos meses antes de la revolución el propio virrey ordena el alistamiento de todos los “individuos comprendidos en los bandos para tomar las armas” según puede leerse en el informe efectuado por el alcalde del 8° cuartel Manuel V. Haedo el 5 de marzo de 1810. El documento se conserva en el mismo legajo del censo de ese año. En ese cuartel (barrio de San Miguel) donde predominan los españoles, figura viviendo una considerable cantidad de los firmantes (27) y tanto a ellos, como a la mayor parte del resto de los “individuos” o vecinos, se les asigna un batallón donde servir. En realidad, cuando Marfany trae a colación el elevado o mejor dicho elevadísimo número de militares entre los firmantes (un 77%) sin ser consciente de ello, está indicando que prácticamente toda la población masculina en edad, en ese momento integraba la clase militar. Además, el porcentaje calculado es mayor pues unos 30 firmantes en la lista de Marfany carecen de otros datos salvo el nombre y es posible que revistaran en algún Cuerpo.
De acuerdo con la información dada en el censo por los empadronadores, un gran número de estos hombres portaba su fusil o sable consigo y así lo hace constar el censista cuando el vecino era inquirido al respecto, si es que lo declaraba. Esto demuestra que la frase de Mitre sobre el pueblo en armas no era una metáfora. Prueba también que el peso que hizo sentir el vecindario esos días de mayo no sólo estaba dado por el número. Si los ingleses hubieran sido rechazados por fuerzas regulares, la población criolla del año diez –desarmada– no hubiera logrado imponerse tan fácilmente. Por eso en Nueva Granada y en el Alto Perú los primeros levantamientos revolucionarios fueron ahogados en sangre. Resulta evidente, viendo los episodios posteriores a las invasiones inglesas, que todo el proceso revolucionario está marcado por esos acontecimientos.
La tesis de Marfany está enderezada a demostrar que la revolución fue originada por nuestras fuerzas armadas y que la población era indiferente. Ante la pregunta de ¿por qué los partidarios del virrey no lo defendieron cuando se le quitó el mando?, Marfany responde con palabras de Cisneros: “ Este numeroso pueblo está oprimido” y agrega de su coleto que “la indiferencia popular era común para ambas partes”. Sin embargo las actas capitulares demuestran que no hubo indiferencia popular. Además, ¿oprimido por quién?
Termina afirmando:”El mismo grupo de esforzados ciudadanos que en 1806 y 1807 abrazó la carrera de las armas para defender a la patria de la invasión extranjera, asumió en 1810 la responsabilidad de crear un gobierno propio para preservarla de la dominación napoleónica”(sic). Por supuesto que no de la española, según su tesis.
Los firmantes
Con la finalidad de sumar mayor información a la dada por Marfany, existen datos en los censos de 1807 y 1810 y en otras fuentes, de 240 de los firmantes. En ella se da la nacionalidad, edad, oficio y cuartel (barrio) donde residen. Carecemos de espacio para agregar los referentes al grupo familiar (existen lazos de parentesco entre muchos de los firmantes) así como patrimoniales. Pero retomando el tema sobre la calidad de los firmantes del acta del 25 que le da Marfany debemos señalar ciertas omisiones, a nuestro juicio, de importancia para su composición.
Según Marfany, en la primera foja y a continuación de la fecha que cierra el acta, siguen las firmas de los jefes de cuerpo que son doce. Un primer examen parece darle la razón pues es posible constatar que seis oficiales lo eran antes de producirse las invasiones inglesas. Pero no sucede lo mismo con el resto. Quien firma en segundo lugar después de Ortiz de Ocampo es Esteban Romero. Marfany, a continuación de su nombre, acota: comandante del 2° batallón de Infantería Patricios. Un asterisco a su lado indica que Romero es uno de los concurrentes al Cabildo Abierto del día 22 y en el censo llevado a cabo en abril de 1810 se registra el grado militar que detentaba. Pero en el censo de 1807 este mismo Romero figura como de profesión comerciante, y lo era como él mismo lo testifica en sus Memorias, sólo que cuando se produjo la invasión de los ingleses, como tantos otros comerciantes, tomó las armas y se vio precisado a luchar. José Tomás Aguiar también ha sido clasificado por Marfany como perteneciente al grupo militar. Sin embargo, este joven, cuyas actividades políticas lo llevaron a que fuera encarcelado al año siguiente por orden de Saavedra, era abogado. Aguiar no fue considerado en su tiempo un miembro de las fuerzas armadas aunque peleó en las invasiones inglesas y detentó un grado militar como sucede con la mayor parte de los hombres, salvo los valetudinarios e infantes. Cuando se casa en 1807, en el acta matrimonial no se hace referencia alguna a que detente algún grado militar; esto confirma su calidad civil. Los archivos parroquiales son otra fuente documental importante. Un ejemplo opuesto es el de los hermanos Balcarce, militares de carrera que vestían uniforme antes del año seis. Ellos, Irigoyen o Álvarez Thomas son designados por su grado en la respectiva acta matrimonial.
Otro de los concurrentes al Cabildo del 22 es Martín de Arandía firmante de la petición del día 25. En el acta del 22 el escribano Núñez sólo asienta su nombre sin adicionarle –a diferencia de Balcarce y otros militares– ningún grado; sin embargo Marfany (que en su trabajo sobre El Cabildo de Mayo lo coloca en el grupo de los “sin profesión”) en su listado del 25 lo califica como “Tte. Coronel de las milicias de la Banda Oriental”. El término “milicias” está dando la pauta. El porteño Arandía debió ser uno de los mas populares de este movimiento pues al año siguiente obtuvo 536 sufragios en la elección de diputados. No tuvo trayectoria militar, salvo su intervención en las invasiones inglesas. Un caso más evidente es el de “Don” Marcelo de la Colina (el único que antepone el don a su firma). Marfany lo incluye en el grupo militar indicando al lado de su nombre que es capitán de Patricios. Pero al examinar su firma en el documento uno puede comprobar cómo de la Colina fue mucho más categórico que su moderno intérprete pues luego de poner su grado agrega “y como vecino”. En el primer cuadernillo sin numerar, cuatro de los firmantes colocan su grado militar antes de su firma; son ellos, un capitán y tres sargentos. Son los únicos que lo hacen.
French y Beruti no se dedicaron precisamente a repartir escarapelas y son los dos únicos firmantes que al hacerlo estampan la frase tan conocida: “Por mí y a nombre de seiscientos”. Ambos lo hacen en la misma foja y aún hoy se discute su significado. Groussac ha forjado una pintura muy animada de estos dos “mozos” prestigiosos agitadores de “las capas sociales a que ellos pertenecían” y Corbellini, luego de citar al ilustre historiador, señala que en realidad ambos no provenían de los “arrabales” sino de familias de clase media. En su listado Marfany no incluye a ninguno de los dos como formando parte del grupo militar. Al lado de sus nombres agrega: Beruti “oficial 2° ”de la Contaduría” y French “funcionario de la Administración de Correos”. Es decir que eran dos empleados públicos de la época. Sin embargo, ambos tuvieron destacada actuación militar en esos años, además de su evidente participación en las jornadas de Mayo. El empadronador, al registrar los datos de French en el año siete, lo anota como empleado de correos; en cambio en el año diez figura como coronel. Esta dualidad de profesiones es la que da la pauta precisa. Antes de las invasiones eran civiles, después pasaron a ejercer diversos cargos públicos hasta ser desplazados, como sucedió con la mayoría de sus compañeros. No son militares de oficio, pero la imagen que se ha preservado de los nombrados (y que Marfany repite) no es la de hombres de uniforme, sino de agitadores políticos.
Por otra parte, esa representación que ellos se adjudican no carece de fundamento. Hemos señalado que una numerosa cantidad de vecinos era analfabeta y como simple elemento de ensayo para establecer la proporción de hombres iletrados de esa época he tomado uno de los protocolos de escribanos correspondiente a 1810 pudiendo verificar que aproximadamente cuatro hombres de cada diez, intervinientes en escrituras, alegan no saber firmar. Si tenemos en cuenta además, que quienes recurren al escribano son generalmente vecinos con algunos bienes de fortuna, ¿a qué proporción de analfabetos podrá ascender la proveniente de los “Manolos” y “Chisperos” que Beruti y French alegaban representar? Es factible concluir que aproximadamente la mitad de la población masculina no sabía firmar. Sin embargo, como veremos luego, hay negros e indios que participan del movimiento y firman el petitorio. Esto significa que la composición social de esta multitud era evidentemente de todas las ‘clases’. También significa que es malo generalizar. Por eso he intentado identificarlos uno por uno para establecer, en lo posible, quiénes fueron en Buenos Aires los que apoyaron activamente la revolución de Mayo.
Identidad
El estudio de Roberto Marfany posee la gran virtud de ocuparse de este episodio que la generalidad de los historiadores pasa por alto; aquí agrego otros datos. De acuerdo con la información que hemos reunido de doscientos cuarenta de los firmantes, podemos establecer que la mitad de ellos (ciento veinte) eran nacidos en Buenos Aires y el grupo más numeroso en nacionalidad que le sigue son los peninsulares (34). El fenómeno de las invasiones inglesas había provocado un flujo de Orientales hacia la orilla occidental del río y ello se ve reflejado en el número de nuestros vecinos que participa en las jornadas de mayo (17 firmantes) varios de ellos procedentes de Maldonado, Manuel Artigas entre otros. Recordemos que, a diferencia de las autoridades de Montevideo que se pronunciaron contra la Junta, fue el Cabildo de aquella localidad el primero en manifestarse a favor de la revolución a muy poco de producida. Las ‘castas’ también se encuentran representadas pues firman siete negros y mulatos y dos indios. Al firmar “José Minoyulle” hace constar su rango de cacique. Lo fue de la región de Lambayeque y en su momento afrontó un proceso de sedición llevado a cabo por las autoridades españolas, al ser acusado de haber conspirado junto con los ingleses. Un buen número de firmantes habita en la parroquia de Monserrat, entre ellos todos los que hemos identificado como de raza negra; uno era antiguo esclavo del convento de San Francisco. El cura Solá, párroco de Monserrat, fue uno de los sacerdotes que con más entusiasmo adhirió al movimiento, pese a las insinuaciones de Saavedra.
La tercera parte no llega a los 25 años, algunos son muchachos de 14 años (‘hijos de familia’ según Cisneros) pero el promedio de edad de los participantes es de 33 años. El mayor de todos ellos y primero en encabezar con su firma la lista, es el riojano Ortiz de Ocampo con 56 años cumplidos. Él será el jefe de la expedición a que hace alusión el documento, que poco después marchará hacia Córdoba, derrotará a la resistencia española y fusilará a su cabecilla Santiago de Liniers en Cabeza de Tigre.
De acuerdo con la información que hemos reunido, los militares que ejercían esa carrera antes de las invasiones inglesas y participan ahora firmando el petitorio son una docena. En las dos primeras fojas se encuentra la mayoría de ellos y en la última foja firmaron Lacarra, Balcarce y Guillermo, indio que integraba el Cuerpo de los llamados naturales. Es que un buen número de los militares de profesión eran de nacionalidad española, así que posiblemente no simpatizarían con el movimiento. No es posible establecer pautas muy precisas sobre el grado de participación de los barrios o cuarteles en la recolección de las firmas. Según Marfany fue en los cuarteles (militares) donde se practicó esta operación aunque luego cita el testimonio de un contemporáneo que menciona la fonda de la vereda ancha como uno de los lugares de reunión. La fonda, los dos cafés de Marcó y las pulperías inmediatas a la plaza, seguramente se encontraban colmadas y con el correr de las horas los nervios y mojadura harían crecer el número de parroquianos y el consumo de bebidas.
De acuerdo con la información obtenida a través de los censos, al parecer el mayor grupo de firmantes habita en los cuarteles 2°, 8° y alrededor de la parroquia de Monserrat (cuartel 14). En los altos de Azcuénaga, edificio que se encontraba frente a la plaza de Monserrat junto al callejón del pecado, habitaban varios de los firmantes y French, Chiclana y los Balcarce vivían a una cuadra de esa plaza (actual avenida 9 de Julio entre Belgrano y Moreno). El único alcalde de barrio que firma el Manifiesto es precisamente Donado, el imprentero, que vivía justamente en la Casa de los Niños Expósitos donde funcionaba la imprenta. Curiosamente se registran pocos casos de peticionantes que vivieran en los cuarteles del Sur (5° y 6°) y posiblemente esto esté ligado como hemos señalado en la primera parte, al zanjón de Granados que se tornaba infranqueable por el mal tiempo. Ya nos hemos referido a la enorme dificultad de las comunicaciones, que empeoraban cuando llovía. Los barrios quedaban aislados de la zona céntrica de la ciudad y la plaza se convertía en un lodazal. ¿Cuántas horas demoraría una carreta en llegar del Retiro a la plaza Mayor en un día de lluvia?
De todos modos la conclusión que se puede extraer en base a esa documentación y con referencia a los 240 casos ubicados es que la mayoría provenía de la capa social media y algunos de la inferior. Como dato curioso vemos que dos hijos de encumbrados miembros españoles partidarios de Cisneros firman el petitorio, así como también el hijo del relojero Antonini; este votó por Saavedra en el Cabildo del 22 y había sido encarcelado (y torturado) por Alzaga que lo acusó de jacobino. El Museo de Luján conserva un Diario de este personaje filiado como masón. Y aquí volvemos a lo dicho al comienzo sobre el número de personas que se congregó frente al Cabildo y el cálculo que significa determinar si la revolución fue o no popular. Pero para eso debemos leer el acta.
Dónde está el pueblo
Dice: “Después de un largo intervalo de espera, presentaron los individuos arriba citados el escrito que ofrecieron, firmado por un número considerable de vecinos, religiosos, comandantes y oficiales de los cuerpos vaciando en él las mismas ideas que manifestaron de palabra. Y los SS les advirtieron que congregasen al pueblo en la Plaza, pues que el Cabildo, para asegurar la resolución, debía oír del mismo pueblo si ratificaba el contenido de aquel escrito; ofrecieron ejecutarlo así y se retiraron”. Vemos que una vez más los capitulares no facilitan precisamente la elección e intentan una nueva traba. Nada expresa el acta sobre el número, si es considerado o no suficiente, lo que permite presumir que esa cantidad de 401 firmantes llenaba su cometido. Algo lógico si se tiene en cuenta que, como lo hemos señalado, superaba con creces, no sólo a los asistentes del 22 que votaron por la destitución de Cisneros, sino a la suma de todos los participantes que concurrieron ese día, fueren partidarios de uno y otro partido.
A continuación el acta dice: “Al cabo de gran rato salió el Excelent. Cabildo al balcón principal y el Caballero Síndico procurador general (Leyva) viendo congregado un corto número de gentes, con respecto al que se esperaba, inquirió que dónde estaba el pueblo; y después de varias contestaciones dadas por los que allí se habían apersonado, y reconvenciones hechas por el Caballero Síndico, se oyen entre aquellos las voces de que si hasta entonces se había procedido con prudencia por que la ciudad no experimentase desastres, sería ya preciso echar mano de los medios de violencia; que las gentes, por ser hora inoportuna, se habían retirado a sus casas, que se tocase la campana del Cabildo y que el pueblo se congregaría en aquel lugar para satisfacción del Ayuntamiento; y que si por falta de badajo no se hacía uso de la campana, mandarían ellos tocar generala y que se abriesen los cuarteles; en cuyo caso sufriría la ciudad lo que hasta entonces se había procurado evitar”. En otras palabras, los apostados en la Plaza le dan un ultimátum a los cabildantes y éstos se ven precisados a ceder.
Resulta ingenuo pensar que los vecinos aguardarían pacientemente bajo la lluvia a que el Dr. Leyva saliera al balcón a contarlos. Podemos imaginar que el mal tiempo y las horas –desde la madrugada hasta bien entrada la tarde– dispersaron a muchos que se volvieron a sus casas o se refugiaron en las pulperías de las inmediaciones. Sólo en las veredas de las 4 manzanas que caen a la plaza (sin contar la Recova) figuran registradas 16 pulperías en el Libro de Alcabalas. La respuesta la dio entonces toda esa semana en que la gente fue la protagonista. Este último episodio del día tiene un aire de parodia más que de tragedia.
Marfany, al relatar el suceso, sostiene que de acuerdo con el texto de ese acta el Cabildo comprobó que en la Plaza había un corto número de gente “en lugar del pueblo que había convocado” y esa ausencia prueba que el pueblo era indiferente y en realidad no adhería a ninguna de las dos posiciones. En realidad, el Cabildo no hizo una convocatoria; más bien se negó a ella. Recordemos que antes de reunirse con los oficiales y comandantes de los Cuerpos en horas de la mañana, una “multitud de gente concurrió a los corredores de las Casas Capitulares y algunos individuos en clase de diputados… se apersonaron en la sala exponiendo que el pueblo se hallaba disgustado y en conmoción”. Los cabildantes pidieron calma y llamaron a los comandantes que, como ya se ha relatado, salvo tres de ellos, apoyaron el reclamo diciendo que “las tropas y el pueblo estaban en terrible fermentación”. En esos momentos la gente que cubría los corredores empezó a golpear y a dar voces y Martín Rodríguez debió salir a aplacarlos. Esto sucedía pasadas las nueve y media de la mañana, según se expresa al comienzo del acta. Es decir que durante las horas de la mañana se produjo la mayor concentración popular. Si bien el acta no lo dice expresamente, cuando se presenta el petitorio “por algunos individuos del pueblo a nombre de este” ya han pasado varias horas.
Es difícil establecer el tiempo que debió consumir ese trámite atento los escasos medios de movilidad que existían. Sólo sabemos que algún voluntario se corrió hasta el convento de la Merced que se encuentra a un par de cuadras de la plaza para recolectar las firmas de los frailes. Dice el acta que transcurrió “un largo intervalo de espera” luego del cual se presentó el petitorio con las firmas. Les fue lícito suponer a los vecinos que una vez cumplido ese recaudo el Cabildo cesaría en su oposición. Como consignamos líneas antes, las firmas se reunieron en hojas sueltas (no todas en cuartillas) sin el sello de papel oficial, lo que supone imprevisión por parte de los organizadores.
Finalmente cesó la resistencia de los capitulares (en el margen de acta dice: “El pueblo ratifica por aclamación… y el Cabildo accede a la formación de la Junta”) y el escribano Núñez leyó en voz alta “el pedimento” y los concurrentes de viva voz “gritaron a una que aquello era lo que pedían”. Luego se fueron leyendo varios “capítulos” que el Cabildo “había meditado para el caso que se hiciese lugar a la erección de la nueva Junta” que fueron también aprobados por la multitud. Sin pérdida de tiempo “en precaución a que sobrevenga la noche” se citó a los miembros de la Junta para tomarles juramento y así se hizo.
El acta en dos oportunidades más hace referencia la cantidad de público. Luego de la ceremonia del juramento de los miembros de la Junta expresa que salió Saavedra al balcón principal del cabildo “dirigiéndose a la muchedumbre del pueblo que ocupaba la Plaza llamando a mantener el orden, la unión y la fraternidad” como así también a guardar respeto a Cisneros. Y seguidamente, antes de cerrarse el acta, expresa que se retiraron Saavedra y los vocales a la Real Fortaleza “por entre un inmenso concurso con repiques de campanas y salvas de artillería… adonde no pasó por entonces el Excelentísimo Cabildo, como lo había ejecutado la tarde de la instalación de la Primera Junta a causa de la lluvia que sobrevino y de acuerdo con los señores vocales reservando hacer el cumplimiento el día de mañana”.
Esta frase puede tomarse con más de un significado. O los cabildantes no se animaron a llevar a cabo la aventura pedestre de cruzar la plaza, atravesar la Recova y llegar al Fuerte ante una multitud hostil, o la lluvia y el mal tiempo era tales que les impidieron caminar. Imaginemos esa plaza, que hoy día sigue siendo protagonista, como un gran hueco abierto pavimentado de barro sin más ornamento que la bosta de la caballada dejada por el ir y venir de los milicianos en esos días de reunión. La lluvia protagonista que impide a los cabildantes caminar esos metros es el telón que cierra ese día 25 donde se clausura la época colonial y comienza otra historia marcada por las luchas propias de toda revolución.
¿El pueblo de Buenos Aires se mostró indiferente a la revolución o mostró su adhesión? El contenido de las actas habla de “pueblo” y la reunión de 401 firmas en el tiempo y condiciones señaladas, a nuestro juicio lo son. Si un concurso de 251 asistentes daban legitimidad a un Cabildo Abierto, la reunión de aquel número de firmas supera, al menos en cantidad, la representatividad del acto celebrado el día 22. La asamblea del 25 al aire libre adquiere un aspecto más integrado de la población –hay blancos, pardos, indios y negros, porteños, españoles, americanos y provincianos– y el elemento humano, en número significativo, conforma los anónimos de siempre, o “incógnitos” como los califica Cisneros. No será precisamente la parte más “sana y principal” del vecindario, aunque algunos de los firmantes participaron del Cabildo Abierto. Además, esos personajes son los que le dieron color al suceso y lo revisten de interés desde el punto de vista histórico.
Comparemos esta concurrencia, por último, con los sucesos posteriores para tener otro parámetro de medición. El primer comicio ordenado llevado a cabo en la ciudad al año siguiente para la designación de diputados (septiembre de 1811) reunió 783 votos. Esa elección fue convocada con suficiente antelación, en diferentes lugares habilitados, anunciándose por bando, y se llevó a cabo a lo largo de toda una jornada votando también los analfabetos. Si comparamos en qué condiciones se desarrollaron ambos, podemos concluir que la manifestación de la voluntad popular del día 25 tuvo suficiente envergadura, dado el número y las circunstancias, para ser representativa de la elección de la primera autoridad política en el Río de la Plata. Los hechos posteriores lo confirman ya que las corrientes políticas del momento, salvo la hispánica predominante hasta entonces, están representadas a través de los miembros de la Junta designados en el petitorio.
Lo cierto es que el movimiento de Mayo logra el cambio de régimen en el más amplio sentido de la palabra. La nueva autoridad que reemplaza al Virrey es elegida por la población en forma directa por primera vez. El tema no está agotado, –hay mucha tela para cortar– y un estudio más profundo sobre la composición social y política de la población porteña a través del censo de 1810 y otras fuentes, nos dará un mayor conocimiento sobre la participación popular en la revolución de Mayo.
Información adicional
Año VI – N° 31 – junio de 2005
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Categorías: ACONTECIMIENTOS Y EFEMERIDES, POLITICA, Hechos, eventos, manifestaciones, Partidos, agrupaciones, Historia, Política
Palabras claves: Revolución, Revolución de Mayo, Pueblo, 25 de mayo, popular, Cabildo, Manifiesto, Historia, voto
Año de referencia del artículo: 2020
Historias de la Ciudad – Año VI Nro 31