Todo seudónimo tomado del lugar geográfico donde el autor ha nacido, donde se encuentra radicado o donde concluyó su trabajo,
corresponde incluirlo en el grupo de los geónimos. Pero como hay geónimos indicando una procedencia que no es la real, a veces con razón justificada, está contemplado en la clasificación de los seudónimos un apartado para los seudo-geónimos.
De los autores identificados cuyos geónimos tomaron el nombre de la ciudad de Buenos Aires, los colectados datan en su mayoría del siglo XIX y pertenecen a varones; de estos incluidos unos u otros por el chileno José Toribio Medina, y los argentinos Ricardo Victorica, Leopoldo Durán, y Vicente Osvaldo Cutolo en sus respectivos catálogos.
Pero los seudónimos relacionados con la ciudad de Buenos Aires presentan particularidades en su vínculo legal y en su afecto. Así encontramos entre ellos los de una forma indefinida, que declaran ser un ciudadano de Buenos Aires, un citoyen de Buenos Aires, un ciudadano vecino de Buenos-Ayres, un hijo de Buenos Aires, un joven hijo de Buenos Aires, y un individuo del interior residente en Buenos Aires. Otros autores prefirieron aparentemente mayor identificación: Patricio de Buenos Ayrés, Jean de Buenos Aires y, en el siglo XX, María de Buenos Aires. También hay quienes optaron por declararse vecinos o simplemente habitantes de Buenos Aires.
Manuel Moreno y Juan Bautista Alberdi usaron un ciudadano de Buenos Aires, en tanto se lo atribuyeron a Pedro Feliciano Sáenz de Cavia y a Julián Álvarez.
Fue Cutolo quien adjudicó la paternidad de este seudónimo a Manuel Moreno, pero sin dar precisión como lo hizo en otros casos, en el lote de registros que con el nombre de Diccionario de alfónimos y seudónimos de la Argentina (1800-1930) fue publicado en el Boletín de la Academia Nacional de la Historia en 1962; en cambio no incluyó a Alberdi que usó el mismo en francés, pero sí trae un asiento con la traducción, para la cual su autor modificó el seudónimo.
Gervasio Antonio Posadas se refirió a Manuel Moreno y a este seudónimo a raíz de la acusación que le hizo Moreno ocultando su identidad; esto puede ser constatado en sus memorias publicadas por Adolfo P. Carranza en 1910.
En la Bibliografía de Juan Bautista Alberdi, de la cual es autor Alberto Octavio Córdoba , editada por la biblioteca de la Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Buenos Aires, aparece registrada en el asiento 444 una publicación de 63 páginas con el título de Les choses de la Plata expliqués par ses hommbes, par un citoyen de Buenos Aires. Impreso en Besanzon por la viuda de Didier en 1858.
Este folleto fue traducido y reeditado con el título Las cosas del Plata explicadas por sus hombres, escrito en Buenos Aires, por un vecino de esa Ciudad. En el pie de imprenta encontramos que en lugar de impresión (Saint Cloud) el taller tipográfico mencionado (Imprenta de la viuda de Belín), supuestamente ubicada en la Rue du Calvaire n°5, era inexistente. Córdoba comentó al respecto, pero sin aclarar las razones: Es indudable la intención que tuvieron aquellos que hicieron imprimir esta obra en una imprenta inexistente y de nombre tan relacionado con Sarmiento.
Alberdi usó originalmente el seudónimo de un citoyen de Buenos Aires, que en castellano es un ciudadano de Buenos Aires. Sin embargo, cuando el trabajo fue traducido apareció firmado con el seudónimo Un vecino de esa Ciudad. En realidad no se trató de un error, ¡tan luego en Alberdi!, sino de una oportuna adaptación al medio. La palabra citoyen (ciudadano) en la Francia de aquella época tenía gran fuerza política, en cambio por Buenos Aires casi nadie alardeaba ser ciudadano; siguiendo la tradición hispánica en fuerza vecino le aventajaba a ciudadano.
No coinciden del todo Antonio Zinny y Enrique Peña sobre quién se ocultó tras el subtítulo Un Ciudadano de Buenos Aires en El avisador patriota y mercantil de Baltimore, periódico porteño cuya existencia efímera comenzó el 2 de setiembre de 1817 y terminó el 29 de ese mismo mes, editando un total de cuatro números. Para Zinny, en Efemeridiografía argirometropolitana hasta la caída de Rosas, que en forma completa apareció en 1869, fue Pedro Feliciano Sáenz de Cavia, en tanto Peña, en Estudio de los periódicos y revistas existentes en la “Biblioteca Enrique Peña”, catálogo impreso en 1935, lo da también como probable a Julián Álvarez.
Ni uno ni otro se basaron más que en simples conjeturas. Esto se advierte cuando Peña se refiere a la identidad de quien está detrás de este seudónimo: siendo según Zinny su redactor, por así suponerlo, D. Pedro Feliciano Cavia. Puede serlo también D. Julián Álvarez.
Cuando Rodolfo Trostiné ofreció su Contribución a la bibliografía de Manuel Antonio de Castro, en el primer número de la Revista del Instituto de Historia del Derecho, incluyó una pieza de la que reprodujo su portada de manera facsimilar, colocándole al pie una nota en la cual daba a esta pieza como anónima cuando a simple vista se advierte que es seudónima. Se trata de las cuatro cartas que Castro dio a publicidad en 1820 en un folleto de 30 páginas y que firmó con seudónimo, escogiendo para la ocasión unir su condición de ciudadano a la de vecino.
La tarea fue realizada por la Imprenta de la Independencia y apareció con el título Desgracias de la Patria. Peligros de la Patria. Necesidad de salvarla. Cartas escritas por un ciudadano vecino de Buenos-Ayres á otro del interior. Un ejemplar de este folleto perteneció al coleccionista Antonio Santamarina y llegó a nuestros días por haberlo reproducido Ricardo Levene.
En cuanto a este folleto, Levene lo definió como opúsculo escrito con acento profético y uno de los primeros ensayos en que se explica la crisis de 1820. Crisis que Castro venía sintiendo en carne propia, particularmente, desde 1815. En el capítulo cuarto de su libro La Academia de Jurisprudencia y la vida de su fundador Manuel Antonio de Castro, publicado por el Instituto de Historia del Derecho Argentino en 1941, Levene dedicó especial detenimiento a estas cartas y sintetizó así su contenido: Destaca [Castro] enseguida la notable acción de gobierno realizada entre los años 1817 y 1820 en que él vivió ausente de Buenos Aires y no había podido seguir personalmente la labor de los hombres públicos siendo evidente que esa administración era la mejor desde 1810.
El seudónimo un hijo de Buenos Aires fue usado por Justo García Valdez, según Durán y Cutolo, y también por Esteban Echeverría, según afirma solamente Durán.
García Valdez lo usó en una proclama patriótica y Echeverría lo utilizó al firmar la Profecía del Plata, entregada a los lectores de El Telégrafo Mercantil en la segunda página correspondiente a la edición del 10 de julio de 1832, como consta en la Contribución a la bibliografía de Esteban Echeverría (1805-1959) de Natalio Kisnerman, dada a conocer por el Instituto de Literatura Argentina de la Universidad de Buenos Aires en 1960
Pero además de los inicialónimos E. y E.E. y del seudo inicialónimo DADLC, y de los seudónimos El Autor del Dogma Socialista y de la Ojeada sobre el movimiento intelectual en el Plata desde el año 37, Un Lego, Un Oriental, Un Verdadero Amigo del autor de Los Consuelos, existe una referencia que da como usado por Echeverría también el seudónimo Un joven hijo de Buenos Aires.
Incluido Echeverría por Ignacio Anzoátegui en 1934 entre los escogidos como buena presa para su Vidas de muertos, que la Biblioteca Nacional acaba de reeditar en la colección Los raros, dijo de él que: En “La Gaceta Mercantil” le publicaron dos poesías: “Regreso” y “Celebridad de Mayo”. Dos años más tarde hizo imprimir por su cuenta un enorme poema: “Elvira o La Novia del Plata”. Lo firmaba “Un hijo de Buenos Aires”.
Antijudio confeso, sería una descortesía refutar a Anzoátegui citando a Kisnerman, quien en su bibliografía da a Elvira o La Novia del Plata como publicación anónima. Pero esto mismo sostiene Felix Weinberg en su Contribución a la bibliografía de Esteban Echeverría, publicada en el número 45 de la revista santafesina Universidad; con lo cual, y estando la cosa dos a uno, ya puede sospecharse que Anzoátegui vio mal o simplemente citó de oídas. Como diría Ángel Battistessa, esta cita fue hecha no al buen tuntún sino al mal tuntún. De yapa puede agregarse que otros autores como Juan María Gutiérrez (1874), Martín Garcia Merou (1894), Alberto Palcos (1941) y Ernesto Morales (1950) son coincidentes con lo que años después sostuvieron los bibliógrafos de Echeverría en sus trabajos.
Fue en 1832 que apareció este opúsculo de 32 páginas, in 8, con mejor calidad de papel para las hojas que para las tapas. No aparecen el nombre y apellido del autor, tampoco un seudónimo en su reemplazo, por lo tanto es una obra anónima. No tiene prólogo y tampoco advertencia. Esto ocurrió en el mes de setiembre pues en El Lucero, número 882, del 4 de octubre ya aparece la crítica.
No siempre el seudónimo se encuentra bajo el título o al pie de un trabajo, como ocurre con la firma real, ya que se dan casos en los cuales es parte de un texto o bien se lo ubica al comienzo de este. Estas dos posibilidades son frecuentes en las primeras décadas del siglo XIX, preferentemente en temas institucionales y políticos.
Guillermo Furlong encontró una proclama impresa, con fecha 2 de junio de 1810, donde el seudónimo (en este caso geónimo) se incluyó al comienzo de la misma, a manera de título dice: Un Habitante de Buenos-Ayres A Los De Montevideo. Se trata de un impreso de tres páginas donde se anuncia la instalación de la Junta Provicional Gubernativa en Buenos Aires, y a fin de consolidar al nuevo gobierno, recomienda fidelidad al desgraciado y amado Rey, don Fernando VII.
En el cuarto tomo de la Historia y bibliografía de las primeras imprentas rioplatenses su autor, Guillermo Furlong, recuerda que esta pieza fue utilizada por los historiadores Antonio Zinny, José Toribio Medina, Carlos Alberto Pueyrredón y Augusto Mallie; además está incluida en el tomo XVIII de la Biblioteca de Mayo.
De este impreso tuvieron un ejemplar los coleccionistas argentinos Enrique Peña, Antonio Santamarina, Federico Vogelius, Carlos Alberto Pueyrredón, el montevideano Horacio Arredondo y los museos Mitre y Cornelio Saavedra.
Existe otra edición de esta proclama que difiere en el tipo de letra y la cantidad de páginas. La Biblioteca Nacional contaba con un ejemplar de cada una de ambas piezas, guardados en la Sala de Reservados, hasta que el interventor Trenti Rocamora decidió en 1955 remitir toda la documentación allí reunida al Archivo General de la Nación.
Algunos de los coleccionistas ya citados, me refiero a Peña, Santamarina, Vogelius, Pueyrredón y el Museo Mitre, como también Juan Ángel Fariní, el Museo Histórico Nacional y la Biblioteca Provincial de La Plata poseían otros de estos impresos, que datan de 1810, donde el geónimo también aparece al comenzar el texto: Un Habitante de Buenos Ayres encomia a su patria, y exhorta a sus compatriotas ¿Hasta quando pueblo ambicioso quereis colmaros de la gloria inmortal con que la fama publica los hechos grandes, los hechos portentosos, los hechos para siempre memorables? Con superior permiso. Buenos Aires. En la Real Imprenta de Niños Expósitos. Años de 1810.
Informa Furlong, en el mismo cuarto tomo de su ya citada obra, que existe otra edición de esta exhortación. Él, que tuvo la posibilidad de cotejar ambas piezas advirtió la presencia de diferencias menores entre ellas. Dichos impresos fueron todos editados por la Real Imprenta de Niños Expósitos.
Estos geónimos no fueron identificados pero otros, con características similares, por lo menos fueron atribuidos por personas con autoridad. Tal lo ocurrido con un impreso del 8 de mayo de 1811, en donde se lee: Un habitante de esta ciudad a los habitantes de la Provincia de Buenos Aires. Esto lo descubrió Furlong en la biblioteca montevideana del Colegio del Sagrado Corazón, al consultar un volumen rotulado Escritos del Deán Funes con 27 piezas, reunidas y encuadernadas por Ambrosio Funes, pues es suya la letra que aparece en algunas ligeras anotaciones manuscritas. El ejemplar que había estado en poder de Ambrosio presentaba una indicación asignando la paternidad del geónimo a su hermano, el déan Gregorio Funes.
Mayores noticias tipográficas sobre esta pieza aparecen en el volumen biográfico y bibliográfico que Furlong le dedicó a Gregorio Funes, cuya publicación fue efectuada por el Instituto de Estudios Americanistas de la Universidad Nacional de Córdoba en 1939.
Fue también en la Imprenta de Niños Expósitos donde se preparó la edición de la Carta de un individuo del interior residente en Buenos Ayres á un amigo suyo en 1811. Zinny primero y Furlong después lo señalan a Gregorio Funes como autor de esta carta.
Bibliófilo y coleccionista de antigüedades y documentos, José Joaquín Araujo además de hacer su carrera en la administración pública, también de tanto en tanto se ocupó de escribir y polemizar, para lo cual se sabe que usó dos seudónimos, El Patriota y Patricio de Buenos Ayres.
Publicado por la Junta de Historia y Numismática Americana en 1914, la edición facsimilar de El Telégrafo Mercantil trae una advertencia de José Antonio Pillado y Jorge A. Echayde donde se afirma que Araujo empleó el seudónimo El Patricio de Buenos Aires. Décadas después, Cutolo lo da como Un Patricio de Buenos Aires. Pero en realidad el autor no usó ninguno de los dos artículos, sino directamente la denominación Patricio de Buenos Ayrés. Esto puede verificarse con la consulta de su extenso artículo Examen crítico de la época de la fundacion de Buenos Ayres promovido por el Memorial de Ennio Tulio Grope, que se halla en el segundo tomo del Telégrafo Mercantil, incluido en la edición del domingo 10 de enero de 1802. Ennio Tullio Grope era el nombre de pluma de José Ignacio Portillo.
La correcta reproducción de la forma en que aparecen los seudónimos solamente es posible cuando se consulta la fuente original en donde fueron publicados. Así como unos los toman respetando la textualidad y la grafía de la época, otros los modifican a su entender o para unificar criterios gráficos; en este tema se está supeditado a la fidelidad de las fuentes secundarias y terciarias.
De acuerdo con la última clasificación tentativa de seudónimos dada a conocer en el diccionario Seudónimos de autoras argentinas, que vio la luz en 1997 gracias a la editorial Dunken, y tomando lo anteriormente propuesto por Manuel Selva en el Tratado de bibliotecnia, el de Araujo no es sólo un geónimo sino la combinación de este con un aristónimo. Acá Araujo además de estar indicando su lugar de nacimiento lo combinó con un atribuido estatus social.
Rubén Darío en el listado de Durán Contribución a un Diccionario de Seudónimos en la Argentina, prologado y costeado por León Benarós, aparece con el seudo-geónimo y pasiónimo Jean de Buenos Aires, aclarando Durán páginas después que también Rubén Darío era un seudónimo pues los nombres de pila y apellidos reales del poeta nicaragüense eran Félix Rubén García Sarmiento.
Por su parte Jorgelina María Boero combinó un prenónimo, o nombre real del autor, más el geónimo y adoptó el de María de Buenos Aires.
Pero no todos los seudónimos al incluir el nombre de Buenos Aires necesariamente se refieren a la ciudad, esto a veces se comprueba al averiguar el lugar de nacimiento y de radicación del firmante. Tomemos por caso a la narradora y poeta Lucía Beatriz Rosso quien usa dos seudónimos. En Quiénes son los escritores de la SADE, repertorio confeccionado por la Sociedad Argentina de Escritores en el año 2000, se especifica que la autora emplea los seudónimos Pilar Pereyra y Luz de Buenos Aires. Pero también figura que su lugar de nacimiento es Puerto Belgrano y que, al editarse dicho repertorio, esta socia pertenece a la sección Sur Bonaerense de la SADE, con lo cual se infiere que su de Buenos Aires alude a la provincia y no a la ciudad que es la capital federal.
El gentilicio porteño, dado a los nacidos en la ciudad de Buenos Aires, fue utilizado por Baldomero García, Antonio Cruz Obligado y Juan María Gutiérrez cuando adoptaron el de Un porteño de nota, Un demócrata porteño y Un porteño, respectivamente.
El jurisconsulto Baldomero García, magistrado, legislador y diplomático, fallecido el 27 de febrero de 1870 en su quinta de San José de Flores, fue colaborador en algunos periódicos y publicó en la imprenta La República, de Montevideo, propiedad de Rosetti, un folleto de 25 páginas, al cual tituló Refutación solemne de los rasgos biográficos y discursos escritos y pronunciados en Buenos Aires por los señores Gutiérrez, Alsina, Mitre, y otros con motivo de los funerales de don Bernardino Rivadavia. Basada en hechos históricos, documentos y testigos oculares de los sucesos políticos de la vida pública del antiguo gobernador de Buenos Aires, con la aclaración de que estaba Escrito por un porteño de nota en Buenos Aires en 1875. Acá se está ante otro caso de una combinación de geónimo y aristónimo; no solamente no manifestar de dónde es sino por sumar el ser de nota.
Antonio Cruz Obligado, también jurisconsulto, rector de la Universidad de Buenos Aires y varias veces legislador, es autor de Réplica al folleto del Sr. Sarmiento, titulado “Derecho de ciudadanía en el Estado de Buenos Aires” y lo firmó con el seudónimo Un Demócrata Porteño. Impreso en Buenos Aires, el trabajo fue realizado en la Imprenta Mayo en 1855 y consta de 58 páginas.
Con el seudónimo Un Porteño, Juan María Gutiérrez rubricó diez cartas en el diario La Libertad. Estas fueron dadas a conocer a partir de la edición del 22 de enero de 1876 y se prolongaron hasta el 6 de febrero del mismo año. Se trata de la polémica que sostuvo con el periodista Juan Martínez Villergas en torno al idioma y a su negativa de pertenecer a la Real Academia Española como miembro correspondiente.
En el siglo XX hay dos autores que echaron mano al gentilicio porteño: Eros Nicolás Siri y Antonio Rango. Escritor, historiador y letrista de temas populares, Siri adoptó el de Juan Porteño y Antonio Rango combinó su apellido con el popular gentilicio y quedó Rango Porteño.
Además es posible que este autor haya aprovechado la coincidencia de su apellido Rango para afianzar aún más su calidad de porteño. También esta combinación de Rango con Porteño pudo servir para recordar un juego infantil preferentemente de varones que fue muy popular en Buenos Aires, el rango. En los patios de las escuelas, en las calles y en las plazas era común ver a uno de los jugadores inclinado, con las manos apoyadas sobre las rodillas, mientras los otros en fila saltaban uno a uno por encima de él, le apoyaban las manos en la espalda y abrían las piernas para no rozarlo.
En La crencha engrasada (1918), Carlos de la Púa (o Carlos Raúl Muñoz y Pérez) dice Yo soy aquel que al rango no erraba culadera; cuando se jugaba al rango con culadera los que saltaban debían rozar con las nalgas la espalda del inclinado. El rango, también rango y mido, o rango con culata es el nombre porteño de este olvidado juego y algunas de sus variantes.
Otros seudónimos suelen aludir en oportunidades a una casa, una asociación, o una institución de Buenos Aires. De ellos, descartados para esta ocasión los no identificados, tres datan del siglo XIX.
Una obra de Antonio Zinny con información sobre el contenido de La Gaceta Mercantil de Buenos Aires, de 1823 a 1852, dada a conocer de manera póstuma en 1912, suministra algunos detalles sobre un episodio de la vida cotidiana protagonizado por una matrona en Buenos Aires.
La hermana de Dalmacio Vélez Sársfield, nacida en Córdoba, ya entrada en años decidió radicarse en Buenos Aires. A los pocos meses de instalada en su casa porteña, ubicada en jurisdicción de la Parroquia de San Miguel, fue blanco de una denuncia publicada en el número 415 de El Lucero dirigido por Pedro de Angelis, el 18 de febrero de 1831. Bajo el título Suceso Escandaloso, se complicó a Tomasa como posible autora del castigo brutal a la joven negra Teodora Vélez, una liberta de doce años de edad que servía en su casa.
Esto había ocurrido el día lunes, próximo pasado a la publicación de este número, y en horas de la mañana. Varias personas dijeron a El Lucero haber encontrado á la una del día a esa muchacha, como de edad de doce años, tan cruelmente azotada, que chorreando sangre con exceso, á cada rato se desfallecia. Entre varios vecinos la trasladaron al domicilio del juez de paz de San Miguel y éste la remitió al Hospital de Mujeres, recomendando su cuidado. La denuncia concluye diciendo:
Deseariamos que la autoridad á quien corresponda juzgar este atentado, fuese muy severa con el alma feroz que despedazó á aquella infeliz. Se nos aseguró que su ama es Da. Tomasa Velez.
La acusada trató a De Angelis de calumniador, advenedizo, osado, venal y también de extranjero (esto último era toda una descalificación en una época reacia a la inmigración). La réplica de Tomasa Vélez no se hizo esperar, a los pocos días apareció un comunicado, difundido por La Gaceta Mercantil en la edición del 23 de febrero de 1831.
Cutolo recordó este episodio en 1985 al publicar uno de los tomos del Nuevo diccionario biográfico argentino, pero singularizó el seudónimo, le sacó una palabra y eliminó las abreviaturas de Sra. y Da. y lo da como un individuo de la casa de doña Tomasa Vélez.
Al indicarse en este seudónimo el domicilio de su firmante, que era la casa de la acusada, y al ser revelada ante la justicia la paternidad del mismo es de señalar que además ocultó su sexo, pues siendo una mujer, al firmar Unos individuos, usó la forma plural indefinida correspondiente a los varones, por lo tanto es una suerte de geónimo y también una seudandría.
Fue en la calle Victoria 59, hoy Hipólito Yrigoyen 719, donde se fundó el Salón Literario. En ese local, donde funcionaba la librería de Marcos Sastre, se inauguró ese cenáculo de debates y conferencias en la segunda quincena de junio de 1837. Fue un acto público realizado por la noche. Entre los extranjeros se hallaban presente Pedro de Angelis, Federico von Schentein, Juan Hughes y Felipe Senillosa. El programa –recuerda, en Libreros, editores e impresores de Buenos Aires, Domingo Buonocore– lo formaron tres discursos leídos por Sastre, Juan B. Alberdi y Juan María Gutiérrez.
Gutiérrez se refirió al tema Fisonomía del saber español cual deba ser entre nosotros. Para Ernesto Morales –cuando se ocupó del acto, en su libro póstumo sobre Esteban Echeverría publicado por Claridad– fue este discurso de Gutiérrez el más meditado de los tres; se trata de una exposición de las teorías americanistas que su autor desarrollará largamente más adelante.
Entre las críticas que Gutiérrez recibió por esta exposición, en El Diario de la Tarde, el barcelonés Felipe Senillosa hizo la suya bajo el epígrafe Un juicio sobre el Salón, pero firmada con el seudónimo Un Socio del Salón Literario, publicada en la segunda página del número 1835, el 9 de agosto de 1837.
Una carta escrita a Justo Maeso publicada en 1856, tanto en El Nacional de Montevideo como en El Orden de Buenos Aires, esta suscrita por Un miembro honorario del Instituto Histórico de Buenos Aires. Recuerda Antonio Zinny en Juan María Gutiérrez, su vida y sus escritos, editado en 1878 por la Imprenta y Librería de Mayo e incluido en sus Estudios biográficos, que Librería Hachette lo ofreció en 1958 con estudio preliminar de Narciso Binayán, que su paternidad correspondió a Gutiérrez y que fue motivada por la reimpresión de la obra de Gregorio Funes.
Florencio Escardó no fue afecto al geónimo en particular pero sí a los literanónimos, como César Tiempo llamó a los seudónimos de manera general en su ensayo Mano de obra, editado por Corregidor en 1980. Entre los literanónimos usados por Escardó, dos son pasiónimos, me refiero a Pedro de Mendoza y Juan de Garay. Y son pasiónimos porque nadie usará el nombre y apellido reales de un personaje sin que este le despierte simpatía. En uno de estos dos casos, precisamente, se trató del nombre y apellido de quien tuvo a su cargo instalar el asiento de lo que después fue la ciudad de Buenos Aires y en el otro el nombre de quien fuera su fundador. Pero esto a Escardó le trajo un inconveniente, aprovechado por él para comentarlo con humor.
Célebre pediatra y poeta, catedrático universitario e historiador, ensayista y letrista de un tango, Escardó tiene buena parte de su obra, tal vez la más popular, firmada con nombres ficticios. A los dos mencionados se debe agregar Piolín de Macramé, también Monsieur de Macramé (con el cual firmó en una sola oportunidad) y Enrique de Andrade. Pero para su libro Cosas de argentinos, editado en 1939, optó por firmarlo con el pasiónimo Juan de Garay. El 20 de agosto de 1940 se concluyó la segunda edición de este libro, en cuya dedicatoria se lee esto que transcribo:
Al Registro Nacional de la Propiedad Intelectual que se negó a registrar mi pseudónimo aduciendo que pertenece al acervo histórico de la Nación; lo que halaga profundamente mi vanidad. Creía que ese homenaje habría de llegarme pero no en vida.
En el archivo de la Sociedad Argentina de Autores y Compositores se encuentran letras y composiciones musicales donde los pasiónimos usados por sus autores están referidos a los dos ritmos ciudadanos, la milonga y el tango, a uno de sus instrumentos de interpretación, a algunos de nuestros barrios y a sus calles.
Así como el primer presidente de esta entidad recaudadora del derecho de autor, Francisco Juan Lomuto, por ser músico y compositor, prefirió figurar como Pancho Laguna en letras para tangos de su autoría, otros como Deolindo Juan Pyra, Domingo Alati, Bartolomé Basimiani, Francisco Antonio De Maio, Domingo Serricchio, Hedgar René Di Fulvio Liendo, Rodolfo Rogelio Nizich, Rómulo Julio Capurro, optaron por algún pasiónimo con las características mencionadas. A Adolfo Stibelman, Abel Osvaldo Carlos Luciani y a Federico Raimundo Isidoro Saniez los incluyo tentativamente.
Pyra firmó Juan Milonga; Alati uso una de las formas metamorfoseadas del sustantivo bandoneón: El mandolín tanguero; optaron por el Barrio de Palermo tanto Basimiani, con Bartolomé Palermo, como De Maio, con Johny Palermo; Serricchio escogió Mingo del Abasto, en realidad se refiere a una zona y no a un barrio, el Abasto está en jurisdicción del Barrio de Balvanera; Di Fulvio Liendo uso Pablo Monserrat, el único barrio de Buenos Aires que lleva nombre de Virgen negra.
Quien también usó como seudo apellido el patronímico de un barrio fue Jorge Abelardo Ramos, alias El Colorado. Varios años después este político, ensayista e historiador, reconoció la paternidad de todo cuanto apareció publicado en un diario bajo el seudo nombre y apellido Víctor Almagro.
A uno por día y con este seudónimo Ramos publicó en Democracia sus artículos desde enero de 1952 hasta setiembre de 1955. A principios de 1959 firmó con sus nombres y apellido reales la introducción a las series más significativas que compiló en un libro titulado De octubre a setiembre, lo subtituló Los ensayos políticos de Víctor Almagro. Aunque se trata de una simple coincidencia, el libro fue compuesto e impreso en los talleres gráficos Orestes, sociedad ubicada en la calle Gascón 274, en el Barrio de Almagro.
El editor fue Arturo Peña Lillo. Ramos volvió a emplear el seudónimo Víctor Almagro después de la muerte de Juan Domingo Perón, para sus colaboraciones en La Opinión.
De los varios seudónimos usados por Ramos, hasta el momento se identificaron cinco: Mambrú, Sevignac, Fabio Carballo, Víctor Guerrero y Víctor Almagro. El seudo nombre Fabio proviene de Fabi, sobrenombre de su primera compañera; en cuanto a Víctor, se origina en el nombre de su primer hijo varón.
Conociendo el pensamiento de Ramos nada permite suponer que el seudo apellido Almagro lo haya usado en memoria del conquistador español Diego de Almagro; desinteresado por el espectáculo futbolístico –esto lo confirmó telefónicamente Norberto Galasso– tampoco por ser simpatizante del Club Atlético San Lorenzo de Almagro. En cambio, aunque no se sabe con certeza si entonces vivió en el Barrio de Almagro, pudo haber tenido hacia ese barrio especial afecto por muchas otras razones.
La guía telefónica de 1960 ya lo trae como residiendo en otro barrio, con domicilio en la calle 25 de Mayo 35. Así si Víctor Almagro no estaría indicando un lugar de pertenencia real, no sería un geónimo sino un seudo geónimo, pero sí pertenecería al grupo de los pasiónimos, siempre y cuando no se demuestre que todo fue simple coincidencia.
Otros autores registraron en SADAIC seudónimos donde combinaron nombres y apodos con parte del nombre de calles de Buenos Aires, así Nizich firmó Argentino Corrientes, y Capurro firmó como Pancho Camargo; en cuanto a Stibelman registró Alberto de la Calle, Luciani el de Ramiro de la Calle y Saniez el de Juan de la Calle, por el cual se conoce toda su obra autoral, de acuerdo con lo que se infiere del Anuario del Tango de Roberto Cassinelli y Raúl Outeda.
De la Calle, como De la Rúa, es apellido a veces usados como seudónimo. Por otra parte, de la calle no es un seudónimo tan original como para no ser posible que otro u otros autores lo hayan usado. Tampoco estamos ante un seudónimo que evidencie especial lugar de pertenencia geográfica, razón por la cual su inclusión es tentativa, hasta ser confirmado. Aún no siendo los habitantes de Buenos Aires los únicos en tener calles, existe el preconcepto de que tener mucha esquina o mucha calle es propio del porteño, de ahí que el adoptar llamarse de la calle da la sensación de ser un hombre con ínfulas de porteño.
En cuanto a Saniez y su seudónimo Juan de la Calle cabe señalar algunas probabilidades en torno a éste y su pertenencia. Saniez, que nació en 1892 y falleció en Buenos Aires en 1963, registró en SADAIC este seudónimo como autor. Pero ocurre que Juan de la Calle se encuentra también en la revista rosarina Brújula, siempre y cuando no se trate de una errata más del libro La prensa literaria argentina 1890-1974 de Washington Luis Pereyra. Brújula, la revista rosarina, fue publicada de marzo a agosto de 1926, lo cual permite conjeturar: que podría tratarse del mismo seudónimo usado por otra persona; que pertenece a Saniez y residía en Rosario al momento de su publicación; o bien que las remitió desde Buenos Aires. En este último caso se afianzaría la suposición que la Calle de Juan estaría referida a alguna de Buenos Aires.
El afronegrismo canyengue, usado inicialmente en el habla del arrabal porteño, que entre sus varios significados se refiere también al modo de bailar el tango y la milonga, la postura del cuerpo durante ese baile o sus efectos rítmicos, fue escogido como seudónimo por la escritora María Susana Azzi, autora de Antropología del tango y con Simón Collier, autor de Le Grand Tango. The life and music of Astor Piazzolla, que se publicó en Oxford.
También la figura consagrada internacionalmente como emblemática de lo porteño está presente en Carlos del Pueblo. Se trata en esta oportunidad de una seudandría, o empleo de un nombre propio del otro sexo, usado por Delia Claudia Vaini, pero también es casi con seguridad un pasiónimo, por tratarse de una letrista de tangos que además era la esposa del jockey rioplatense Ireneo Leguizamo, un fraterno compatriota de Carlos Gardel.
Durante su trayectoria artística Gardel recibió, y sigue recibiendo, algunos muy conocidos sobrenombres cariñosos, o nombres hipocorísticos, entre ellos El Zorzal, también El Zorzal del Tango, El Morocho del Abasto, El Maestro (más su inversión silábica: El Troesma), El Mago y El Mudo. Entre los uruguayos El Prócer de la Gola (este casi desconocido para los argentinos, dio lugar a un libro, tan documentado como polémico, de Nelson Bayardo titulado Gardel, a la luz de la historia). Precisamente en este trabajo aparece una trilogía de sobrenombres, cuya particularidad es que comienzan con la letra i: Inoxidable, Invicto, e Imbatible. También incluye Bayardo en su enumeración a La Voz (sin reconocer que hoy día debe compartirlo con Frank Sinatra), El Único y El Rey del Tango; este autor aportó sendas explicaciones en cuanto a los apodos o motes recibidos en su juventud El morocho de la canilla y El Dúo de la 24 (compartido con el oriental José Razzano).
Cuando Miguel Unamuno fue embajador en Ecuador, aprovechando en el año 1990 un supuesto centenario del nacimiento de Gardel, reunió en un opúsculo algunas misceláneas sobre este cantor. En el prólogo anotó que también se lo llama Carlitos, Ídolo y Bronce. Uno de los autores contribuyentes en esa publicación, Jorge Enrique Adoum, recordó cómo fue que entre los uruguayos comenzaron a llamarlo El Mago.
Después de esta digresión cabe preguntarse si Delia Claudia Vaini de Leguizamo no habrá usado como seudandría un sobrenombre más del cual aún no se tienen noticias.
Ex profeso separé de los seudónimos localizados en la Sociedad Argentina de Autores y Compositores a Agustín Boedo, usado por el autor José María Freire que falleció el 12 de mayo de 1962. Pero no ha sido únicamente Freire quien tomó el nombre de este barrio porteño para ocultar su autoria, también se sabe que Enrique Otero Pizarro lo incorporó con la preposición de, indicando ya una pertenencia total.
Además, aunque otros seudónimos también tengan su historia, con el seudónimo Lope de Boedo, de Otero Pizarro, ocurrió algo poco común. El médico de profesión y lunfardólogo por pasión, Luis Alposta, escogió algunos sonetos de este escritor para la Antología del soneto Lunfardo, editada por Corregidor en 1978. Por entonces Otero Pizarro, nacido el 21 de diciembre de 1915, había fallecido el 4 de mayo de 1974. Al presentarlo, dijo Alposta de él que fue multifacético, es decir fue un poco de todo, hizo un poco de todo. Y es verdad, cuenta entre sus antecedentes haber sido abogado, juez, educador, ministro, pintor, poeta y boxeador. Alposta dice que su obra no fue abundante pero escribió cuentos, teatro y poesía.
No nació en Buenos Aires, vio la luz en la “Córdoba azul de la montaña”, y partió para siempre una madrugada, a batirle sonetos a la aurora. La obra poética de Otero Pizarro quedó inédita, firmada con el seudónimo Lope de Boedo. Fue este un caso donde el autor adoptó un seudónimo para sí mismo. Alposta fue el primero en publicar algunos de estos sonetos lunfardos.
Gracias a Jorge Labraña, años después pude constatar que a este soneto, difundido con el seudónimo de Lope de Boedo por el diario Crónica en setiembre de 1980, le puso música el compositor y guitarrista Roberto Grela, y por Alposta que lo grabó Edmundo Rivero, pero al castellanizarlo lo desnaturalizó.
Lope de Boedo es un caso de doble pasiónimo, a la admiración de Otero Pizarro por Lope de Vega, a quien con habilidad parafraseó, está su afecto por el Barrio de Boedo.
Allí mismo, en ese barrio de Boedo, una revista recogió no pocos trabajos firmados con seudónimos, entre las cuales aparece uno usado por Rodolfo Puiggrós, con el cual firmó un número respetable de artículos. Esto ocurrió en Claridad, cuya existencia en buena parte transcurrió en Boedo y, además, con sus colaboradores y amigos se conformó un movimiento cultural, donde no tuvo cabida el arte como juego.
Pero volvamos a Puiggrós. De este autor, uno de los mentores de la Izquierda Nacional y anteriormente militante comunista, nos cuenta Fermín Chávez en su diccionario de peronistas de la cultura, titulado Alpargatas y Libros, trabajo de referencia editado en el 2003, que Puiggrós fue director de la revista Brújula (en realidad co-director), redactor de Crítica y de periódicos de izquierda. Hizo muchas cosas más, tal vez la menos trascendente es haber usado un seudónimo aunque este viene a cuento para la ocasión.
Se inició en Claridad como Rodolfo del Plata con una nota que apareció el 10 de junio de 1927. Sus notas, en total fueron veinticinco, la última aparecida en el número 184 del 8 de junio de 1929. A partir de 1936, en Claridad sólo publicó con su nombre y apellido, comenzando en diciembre con una respuesta a Liborio Justo, entonces enrolado en el trotzkismo.
Por esos años, entre 1927 y 1929 Puiggrós también firmó como Rodolfo del Plata su novela La locura de Nirvo, y así aparece entre los codirectores de Brújula, M. Llinás Vilanova y Víctor Luis Molinari, e inició con ese seudónimo sus colaboraciones en la revista Nosotros.
No se sabe todavía con qué quiso vincular Puiggrós a su Rodolfo, cuando dijo que era del Plata.
Tal vez con el río inmóvil, junto al cual está la ciudad, parafraseando el título del agrupamiento de novelas cortas escritas entre 1931 y 1935 por Eduardo Mallea, o si se quiere al mismo río inmóvil junto a la ciudad donde había nacido López según el poema Juan López y John Ward de Jorge Luis Borges. Podría también estar relacionado este pasiónimo, ¿por qué no?, con la Reina del Plata, sobrenombre cariñoso que a su tierra querida le dio Manuel Romero, en aquel tango estrenado en 1923 en un cuadro del sainete El tango de París.
Información adicional
HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año VII – N° 40 – marzo de 2007
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Categorías: PERSONALIDADES, Vecinos y personajes, VIDA SOCIAL,
Palabras claves: alfónimos, seudónimos, geónimos y pasiónimos, Esteban Echeverría, Alberdi
Año de referencia del artículo: 1914
Historias de la Ciudad. Año 7 Nro40