Primitiva chacra colonial, pulpería y lugar de reunión de toda clase de individuos, las carreras cuadreras enmarcaron esta esquina con características propias, pintorescas y anecdóticas.
De antiguos planos
Cuando el capitán Adolfo Sourdeaux delineó, allá por 1850, su plano topográfico de Buenos Aires, poco había cambiado la ciudad desde los tiempos coloniales.1 En realidad, la edificación apenas excedía la primitiva planta urbana de Garay —enmarcada por las actuales Chile, Salta-Libertad y Viamonte— salvo una proyección triangular hacia el Mercado del Oeste a lo largo de la calle Federación, actual avenida Rivadavia. Más allá, hasta el pujante San José de Flores por el oeste, el Riachuelo por el sur y San Isidro por el norte, era tierra de quintas, chacras y enormes potreros. Por estos andurriales, la primitiva traza del casco urbano iba perdiendo su rigor geométrico y abriendo naturalmente sus rumbos en abanico según las necesidades de las comunicaciones o siguiendo la traza “a medio rumbo” de las primitivas mercedes de tierras.
Así, en el caso que nos ocupa, un poco más allá del extremo sur del ejido fundacional, habían instalado los frailes betlemitas la “Convalescencia”, en 1795, de acuerdo con los fines hospitalarios de la Orden y, frente a la misma y desde 1830, existía uno de los mataderos que abastecían a Buenos Aires, junto con el del Norte, próximo a la Recoleta, y el del Oeste. Este “Matadero del Sur”, que reemplazó al más primitivo de Santo Domingo, en Caseros y Montes de Oca,2 es el que nos interesa para nuestro relato porque sus sucesivos traslados, al empuje de una urbe que crecía, fueron engendrando nuevos barrios.
Este triángulo rodeado de quintones, este matadero que podemos contemplar en una acuarela de Charles Pellegrini y donde Echeverría situara un relato fundante de nuestra literatura, era la puerta de entrada, física y psicológica, a la campaña pues en él confluían estratégicamente tres caminos por los que arribaban las tropas de vacunos del interior de la provincia. Uno de ellos, proveniente del sur, atravesaba el Puente de Gálvez y con el nombre de Sola marchaba paralelamente a la Calle Larga de Barracas, que a su vez culminaba en la barranca de Santa Lucía.3 Otro rumbo, en dirección suroeste-noreste, venía del Paso de Burgos —el luego legendario Puente Alsina— o del más lejano Paso Chico y es hoy conocido como la avenida Amancio Alcorta. El último, conocido como “zanjón de las quintas” y hoy avenida Caseros, seguía una clara dirección oeste-este a partir de la actual Almafuerte y, pasado el matadero, giraba levemente frente a los grandes pajonales que entonces ocupaban la futura Plaza Constitución, para morir frente a la quinta de Horne, hoy Parque Lezama.
Este último camino, que transcurría frente a los extensos terrenos de Gowland, Bunge y Coronel,4 actuaba a su vez como colector de los arreos que provenían por Arena del mencionado Paso de Burgos y por la “calle de la Arena” desde el actual partido de La Matanza. Valga en este punto una digresión sobre el antiguo nombre de estas calles; numerosos autores refieren que la actual Chiclana, ya en tiempos de Rosas, se conocía como “calle de la Arena”, aunque similar denominación llevaron Almafuerte y Loria conocidas en un tiempo como “Arena”.5 Es muy conocido el poema de Miguel Caminos en el que, refiriéndose al nacimiento del tango, dice “La cosa fue por el Sur / allá por el año ochenta. / Nació en los Corrales Viejos, / por la calle de la Arena”; ¿a cuál se refería? ¿A Almafuerte —a la que daban los fondos de los Corrales— o a la futura Chiclana, emblemática patria chica de Milonguita?
Pero, con la excusa de la digresión, nos hemos adelantado a nuestro propósito. Hablábamos de los caminos que recorrían las tropas hacia su sacrificio y de los dos rumbos que confluían en la futura avenida Caseros. Si regresamos al plano de Sourdeaux, sobre el cual estábamos haciendo nuestro recorrido imaginario y utilizamos la actual nomenclatura para evitar equívocos, veremos que Chiclana nace en la quinta llamada “de los Olivos” cuyo perímetro completan Pichincha, Pavón y Cochabamba y, traspuesta a un plano moderno, en esta última y Catamarca, que aún no estaba abierta a esa altura. De allí, en derechura hacia el suroeste, se cruzaba con Pavón —que continuaba hacia la Casa de la Pólvora, en el hoy Parque Chacabuco—, con el final de Garay, con Loria, con Boedo y mucho más allá, donde el trazo se hace inseguro denotando que el sendero no estaba tan bien delimitado y después de cruzar un arroyo sin nombre, con la actual avenida Riestra.
Pero para comprender mejor esta traza, se nos hace menester recurrir a un plano más tardío, delineado en 1867 por el Departamento Topográfico que contaba entre sus integrantes al ingeniero Pedro Benoit. En esta carta se puede apreciar claramente la traza del límite sur de la meseta sobre la que se asentó la ciudad primigenia, que desde el parque Lezama va delimitando una barranca hacia los terrenos que conforman el valle del Riachuelo. En su recorrido hacia el oeste, esta barranca va plegándose y desplegándose, configurando valles, cañadas y submesetas. La primera de éstas abarca los viejos potreros de Langdon, al sur de la actual Plaza Constitución, donde el entonces coronel Mitre recibió su famosa herida estrellada en la frente durante el sitio de Buenos Aires realizado por Hilario Lagos. Pese al tiempo transcurrido y a la mano del hombre, esa gran transformadora del paisaje, aún podemos apreciar los desniveles del terreno en las instituciones de salud mental que dan sobre la calle Ramón Carrillo.6 Una pronunciada entrante delimitaba más al oeste un cañadón cuyo vértice daba a la Convalescencia, verdadero embudo por donde transcurría el mencionado Camino al Paso de Burgos, hoy Amancio Alcorta. Más adelante y a partir de la cañada por donde hoy transcurre Luna, una gran submeseta —casi una península cerrada— abarcaba los terrenos en los que se instalarán los Corrales Nuevos y se combatirá en la Revolución del ‘80. En este punto, la meseta gira hacia el norte, a lo largo de las actuales Pepirí y 24 de Noviembre, donde es aún apreciable el desnivel hacia el oeste y, al trasponer Brasil, presenta dos profundas invaginaciones formando una “y” con los brazos mirando hacia el noreste; en el brazo oriental vemos el nacimiento de Chiclana, mientras el occidental se va cerrando sobre ésta y la acompaña hasta los terrenos de los herederos de Pantaleón Arrúa, donde gira nuevamente hacia el norte y configura dos rumbos claramente trazados: hacia el oeste la actual avenida Riestra y, hacia el noroeste, Centenera.
¡Cómo no iba a ser un río Chiclana en tiempos de lluvia, según refieren los cronistas, si corría —y corre— por este cañadón con un claro declive desde la meseta hacia el sudoeste! Aún muchos años más tarde rememora Ricardo Llanes que, allá por el 1900,
Los días de lluvias, la avenida Chiclana, que recibía los turbiones que bajaban por Juan de Garay, Rioja, Loria y otras paralelas, y cuyos declives terminaban en aquélla, se convertía en un río de corriente precipitada que, a pesar del peligro que ofrecía, poco preocupaba a los muchachones y carreros, que aprovechaban la circunstancia para lavar las chatas y carros corraleros, y bañar los pingos aligerados de sus guarniciones […]7
Y estas riadas, de antigüedad geológica, nos permiten comprender mejor el topónimo que identificaba indistintamente —como antes decíamos— a Loria y a Chiclana, pues el paso del agua depositaba arena en ellas, entre otros detritos como los huesos de animales muertos durante los arreos y que eran abandonados allí donde caían.
Y cómo no iba a ser Chiclana, tanto como Amancio Alcorta, ruta preferida por los reseros en el tiempo seco si la configuración del terreno, encajonado por las barrancas, facilitaba el manejo de los animales al no permitir su dispersión, tal como los “rincones” formados por el encuentro de un río o arroyo y sus afluentes eran utilizados, antes del alambrado, con el mismo propósito. Sin embargo, un par de siglos antes, en estas tierras florecían prósperas chacras que aprovechaban las características del terreno. Al ser todo el valle del Riachuelo-Matanza un relicto de un prehistórico brazo de mar -la ingresión querandinense-, los terrenos de las zonas bajas son salitrosos y de menguada fertilidad, aunque su abundancia de aguadas los hacía ideales para el establecimiento de ganados, mientras que los puntos altos de la meseta eran destinados a la agricultura.
De vecinos también antiguos
Haciendo un poco de historia veremos que, cuando Garay distribuyó las suertes de estancias sobre el valle del Riachuelo, otorgó a Alonso de Vera “el Tupí”,8 una extensa merced que, a lo largo del ejido, o sea la actual avenida San Juan, abarcaba desde los bañados que luego serían La Boca hasta las cercanías de la avenida La Plata. Esta merced enfrentaba en la otra banda a la “estancia del Adelantado”, don Juan Torres de Vera y Aragón, sobre los actuales partidos bonaerenses de Avellaneda y Lanús. Ni uno ni otro Vera pudieron cumplir —por variados motivos— con la obligación de poblar sus tierras que marcaba la legislación de Indias, por lo que pasado un par de décadas comenzaron a ser reasignadas al recuperar su condición de “realengas”. En 1609, el gobernador Hernandarias otorgó mercedes en los pagos del Riachuelo y de la Matanza a varios funcionarios y capitanes que, como dice Arnaldo Cunietti-Ferrando, “con el tiempo serían sus más encarnizados enemigos”.9 En la zona de nuestro interés, desde el nacimiento de Chiclana hacia el oeste, una de las tres suertes que la abarcan fue otorgada en la oportunidad al escribano Juan de Escalante quien más tarde la vendió a Diego de Vega, el controvertido personaje que junto con el sevillano Juan de Vergara lideraría a los “confederados”, bando acérrimamente opuesto al de los “beneméritos” seguidores de Hernandarias y cuyas luchas marcarán la historia de la ciudad en la primera mitad del siglo XVII.10
En 1631, el gobernador Francisco de Céspedes otorgó partes de la estancia del Adelantado a Pedro de Rojas y Acevedo, quien también adquirió en 1634 la fracción norte de la manzana que le había sido asignada al Adelantado en la ciudad, más precisamente la manzana este de la actual Plaza de Mayo.11 Rojas y Acevedo, ni corto ni perezoso, solicitó también tierras en la banda norte frente a su estancia y contiguas a las de Diego de Vega, que casualmente era su suegro, y se las otorgó en dote poco antes de partir definitivamente a España. Así pues, Rojas y Acevedo contaba con una extensa propiedad de ochocientas varas de frente sobre la ribera y fondos sobre la línea del ejido que se complementaba con la estanzuela al sur del Riachuelo dedicada a la cría de ovinos, mientras en las chacras del norte estaba el casco cuya vivienda constaba de sala principal, cuatro aposentos, cocina, tahona y molino propio, amén de una capilla. Asimismo, poseía una arboleda y montes de árboles frutales, como el que existía en
[…] la pronunciada hondonada que rodeaba las calles Chiclana, Garay y Catamarca [que] formaba una ensenada o potrero […] y en el alto subsiguiente, de la calle Chiclana para el oeste, se tenían las siembras de trigo y dos ranchos para el personal […]12
Acotemos, al pasar, que este personal que atendía el conjunto de estas propiedades estaba formado por dieciocho esclavos negros, de los cuales doce eran hombres:
[…] el matrimonio de Darangulo y Antonia, de 80 años de edad, Juan Grande de 70 años, un viejo ovejero de 60 años, los jóvenes Pedrillo (25 años), Pascual (24) y Tututu (14), las niñas Elena (17) y Felipa (3) hija del matrimonio de Antonio(40) y Catalina(35) y otros.
Conocemos los nombres y condición de estos antiguos vecinos por el testamento de la viuda de Rojas y Acevedo, María de Vega,13 cuyos descendientes ocuparon las tierras por más de un siglo, comenzando más tarde el proceso secular de fraccionamiento de estas tierras cuyo detalle excede el propósito del presente trabajo. Acotemos, sin embargo, que en 1773 María Martina de Rojas y Bas, casada con Domingo de Usedo y Baquedano, al no tener herederos directos donó fracciones de la chacra al convento de San Francisco, vendiendo el resto:
[…] dividido en pequeñas quintas, a varios arrendatarios y pobladores que en muchos casos habían ocupado las tierras sin derecho alguno.14
La última suerte sobre el pago del Riachuelo hacia el oeste, contigua a las anteriores, fue otorgada en 1640 a Gaspar de Acedo por el gobernador Mendo de la Cueva y Benavídez, lindando:
[…] por una parte con tierras de Juan de Brito, difunto y por la otra con tierras del capitán Diego de Rojas, con la frente que se acostumbra a dar a una chácara y de largo hasta topar con el egido de esta ciudad […] 15
Estas tierras tuvieron diversas vicisitudes y en parte fueron prestadas o arrendadas a los franciscanos, que habían instalado en ellas un horno de quemar adobe y ladrillos. Como antes dijimos, lindaban al oeste con las tierras de Juan de Brito, que también terminaron pasando a dichos religiosos y contribuyeron a formar la “Chacarita de San Francisco” en el triángulo formado por Chiclana, Boedo y Pavón, propiedad que perdurará hasta que el 20 de enero de 1823, en cumplimiento de la rivadaviana Ley de Reforma del Clero, sea incautada por el contador Fernando Antonio de Canedo y entregada a Domingo French.16
Es difícil, hoy en día, determinar con exactitud la ubicación de estas suertes de tierras. Las mensuras del siglo XVII eran poco precisas y las referencias topográficas desaparecieron hace tiempo. Basta leer los acuerdos del Cabildo para apreciar los métodos de los amojonadores, cuyas principales herramientas era una cuerda de 151 varas, que determinaban la cuadra, y una brújula para determinar el rumbo.17 Sumémosle que la vara en uso era la castellana, o “de Burgos”, de 0,835 metros, pues recién el 22 de enero de 1836 se fijó en Buenos Aires la vara de 0,866 m., midiendo la distancia entre dos pilastras de la nave central de la Catedral de Buenos Aires, diferencia que si bien era mínima en pequeños solares, se podía hacer notable en grandes extensiones.18 Casi desde los inicios, las diferencias de apreciación entre los propietarios originaron pleitos seculares que tan sólo a partir de mediados del siglo XIX comenzaron a zanjarse con títulos de propiedad bien establecidos, y muchas cortadas, pasajes y lotes irregulares que hoy perduran, reconocen su origen en esta diferencia de unidad de medida.
Igualmente, hemos tratado de reconstruir las mencionadas suertes sobre un plano actual. Calculando en escala las 400 varas de cada merced sobre la calle San Juan, a partir del antiguo mojón de esta calle con Bolívar y respetando el rumbo noroeste-sudeste, las dos mercedes de los Rojas y Acevedo abarcan por San Juan desde Saavedra hasta Loria, con frente al Riachuelo entre la continuación imaginaria de Jovellanos y San Antonio. Por su parte, las de Gaspar de Acedo habría tenido sus cabezadas en San Juan entre la dicha Loria y Colombres, con el frente por el Riachuelo entre San Antonio y Santa María del Buen Aire. Finalmente, las dos suertes de Juan de Brito, ya en el pago de la Matanza que en el ya mencionado reparto de 1609 habían correspondido a Pedro Gutiérrez y Pedro Hurtado de Mendoza,19 con cabezadas por San Juan entre Colombres y Mármol y frente al Riachuelo entre Santa María del Buen Aire y la avenida Vélez Sarsfield. Desde ya que todas estas determinaciones son aproximadas, y que en realidad los encargados de las mensuras tomaban las 400 varas sobre el curso de agua. Pero, en síntesis, la futura “esquina de los corredores”, tema que nos ocupa, estaba ubicada en plenas tierras de Juan de Brito, en el pago de la Matanza.
De pulperías y cuadreras
Las décadas transcurrieron en nuestro lugar sin grandes cambios, en lo que algunos de nuestros primeros historiadores dieron en llamar “la larga siesta de la Colonia”. Buenos Aires seguirá siendo una ciudad pobre y lejana hasta que, en 1776, Carlos III cree el virreinato del Río de la Plata, punto de partida de su futura riqueza. Y precisamente por esta riqueza, entre otros motivos, aquella tranquilidad de nuestra esquina fue interrumpida en 1807 por el cercano paso de la vanguardia de las tropas inglesas que, provenientes del Paso Chico sobre el Riachuelo y guiadas por Guillermo Pío White, buscaban el camino que los conduciría a su quinta, vecina a los Corrales de Miserere.20 Aquel camino no era otro que la avenida Boedo y la quinta fue conocida durante muchos años por “del virrey” o de “Liniers” por haber sido alquilada por éste, junto con su hermano, a Isidro Lorea para instalar una fábrica de “pastillas de carne”, estando situada sobre las actuales Moreno, Boedo, Venezuela y V. Liniers. Determinar el recorrido exacto de las tropas inglesas y, el quid de la cuestión, a qué distancia pasaron de nuestra esquina, sería motivo para otro trabajo, pero estamos seguros de que sus vecinos, como mucha de la población de las quintas, anduvieron movilizados en los piquetes de caballería que hostilizaron al invasor en su recorrido, o en los Tercios que combatieron en Miserere, en la Plaza del Retiro o en el corazón de la ciudad.
Pero volviendo a nuestro tema, hemos ya mencionado el plano de Sourdeaux, de alrededor de 1850 y el del Departamento Topográfico de 1867, pues en ambas cartas aparece claramente indicada, en la esquina suroeste de Loria y Chiclana, la “esquina de los corredores” y ya que entre planos andamos, permítasenos retroceder al topográfico que delineara César Hipólito Bacle en 1836, dedicado a “Su Excelencia, el Ilustre Restaurador de las Leyes, Gobernador y Capitán General Brigadier Juan Manuel de Rosas”, dedicatoria que, por cierto, no influyó mucho en éste en cuanto al trato que dispensó al impresor.21 En este plano y en nuestra esquina podemos apreciar una construcción cuadrada, de gruesos muros, tal cual se indicaban las construcciones permanentes y que nos gustaría pensar que es la que se divisa en una de las hermosas litografías publicadas por el mismo Bacle en la serie Trages y Costumbres de Buenos Aires: “Una carrera”.22 Vemos allí en primer plano a dos paisanos a galope tendido, revoleando al aire sus rebenques, y a lo lejos un grupo de espectadores a caballo. Enmarcada por algunos árboles, se divisa una típica construcción cuadrada, con múltiples ventanas protegidas por rejas, que seguramente era el punto de reunión para estas competencias y, cerrando el horizonte a la derecha, una larga empalizada. ¿Dónde contempló Bacle esta escena? Sabemos que en esa época, según refiere Alfredo Taullard, se corrían cuadreras en “la Banderita” de la Calle Larga de Barracas, desde la actual Suárez hasta las Tres Esquinas, así como en los bajos de la Recoleta y del Retiro y en la Alameda, pero no menciona nuestro lugar.23 ¿Desde cuándo existiría una pulpería en esta esquina o sus alrededores? No podemos precisarlo, pero la misma construcción que consigna Bacle podemos apreciarla en el plano de José María Manso, de 1817, en el cual Chiclana aparece bien delineada hasta aproximadamente lo que hoy sería la avenida La Plata y donde el propietario de los terrenos es Gregorio Rodríguez, que suponemos padre, abuelo o por lo menos familiar del Manuel Rodríguez consignado en el Plano Topográfico de 1869.
Lo cierto es que todas las referencias con respecto a esta pulpería nos remiten nuevamente a Alfredo Taullard quien, sin consignar la fuente, cita a un señor J. Viale Avellaneda que rememora:
“Otro sitio de la ciudad donde tuvieron lugar grandes carreras fue el conocido por la Arena, a una cuadra de los antiguos corrales de Abasto (…) En cuanto a los parejeros criollos (…) sólo hemos encontrado esta noticia necrológica aparecida en el “Sud América” en noviembre de 1899 y que dice: “El último parejero criollo” – El 11 de noviembre ha muerto en el Corralón de Gómez, en la calle de la Arena, el último parejero criollo que vivía en Buenos Aires, último resto de aquellas carreras que allá por el año de 1865 tenían por teatro “la esquina de los corredores” o la Pulpería de Gades (…) 24
Y el destacado nativista Justo P. Sáenz hijo, que supo frecuentar el barrio a principios del siglo XX, consigna:
(…) Las carreras y cinchadas de caballos que, domingo a domingo, tenían lugar en la calle de la Arena, frente a la “Esquina de los Corredores”, pulpería situada en Loria entre Chiclana y Rondeau, mirando al Este, en terreno de la sucesión de Rodríguez, tan célebre en todo sentido que su nombre alcanza a figurar en el catastro municipal de 1895 (…)25
En la esquina, lugar privilegiado para los negocios —al menos en la ciudad—, o en mitad de cuadra, poco importa. El hecho es que una pulpería, quién sabe desde cuándo, congregaba a los paisanos de los alrededores o a los reseros que debían pasar por la zona. La caña, la grapa o la ginebra amenizaban los dichos mientras quizá un cantor, sentado en una bordalesa, rasgueaba la guitarra para entonar una cifra. No nos extrañaría que, en los fondos, algún grupo de paisanos despuntase el vicio con una partida de taba o, a resguardo de miradas ajenas, se jugase hasta el tirador en una mano de monte criollo.
Pero lo que realmente convocaba, no sólo a los vecinos, sino a multitud de forasteros, eran las carreras de caballos. Ya habían desaparecido otros juegos hípicos de larga data como el “de cañas”, practicado durante la Colonia y aún en los ejércitos libertadores; el “pato” había sido siempre perseguido por su rudeza y los daños que causaba en las chacras, aunque como la “cogoteada” -otra bárbara diversión- subsistió clandestinamente pese a decretos y ordenanzas. Sólo perduraban las carreras de sortijas y las “cuadreras”, término éste que según el ya citado Justo P. Sáenz comenzó a usarse alrededor de 1890.26 Todos estos juegos tenían origen hispánico, eran un transplante folklórico de su pueblo pues la conquista y colonización de América tuvo un carácter eminentemente popular, proletario. Fueron en realidad pocos los nobles, como el desdichado Pedro de Mendoza, que participaron en esa gesta protagonizada por segundones sin tierra, hijosdalgos pobres y, por supuesto, una vasta multitud de labriegos o villanos que compusieron las oleadas de colonizadores que se embarcaron hacia América huyendo de la empobrecida península ibérica. Muchos de los primeros conquistadores eran hombres que, en una sociedad moldeada por siete siglos de guerra contra el moro, carecían de otro oficio que el de las armas y, tras la caída de Granada, no tenían donde emplearlo. Luego, en el transcurso del siglo XVI, las noticias de las riquezas americanas impulsaron el ansia por hacerse de una posición en el Nuevo Mundo a todos aquellos -que eran muchos- que en aquella España ahora rica, pero al mismo tiempo desangrada por las constantes guerras imperiales, no veían un futuro. Uno de aquellos oscuros hijosdalgos, viejo para los cánones de la época, pobre y tullido, solicitará incansablemente al Rey autorización para “pasar a Indias” sin resultado alguno; mala suerte para él pero inmensa para nosotros pues es posible que entonces sólo lo recordásemos por algunas obras menores pero no por el Quijote, pues el viejo soldado no era otro que Cervantes.27
Estos hombres y mujeres, decíamos, al pasar a estas tierras traían su organización social, sus costumbres, su folklore y ya que antes mencionábamos al primer Adelantado al Río de la Plata, don Pedro de Mendoza, trajeron el caballo, que moldearía la vida y la sociedad americanas casi hasta el siglo XX. Toda una cultura girará en su torno, estará presente en todos los hechos grandes o pequeños de la paz y de la guerra e inclusive, fenómeno que los antropólogos han dado en llamar el complejo ecuestre, modificará totalmente a las parcialidades araucanas, antes cazadoras y recolectoras, transformándolas en temibles maquinarias bélicas y, en el terreno alimenticio, en declaradas hipófagas.
Con el caballo, los españoles trajeron juegos de destreza que se remontaban a la Edad Media y de los que fueron legítimos herederos nuestro gaucho, nuestro paisano y todos los pueblos de la América hispana, pues en todas las regiones existen testimonios acerca de la práctica de idénticas justas.28 Similares eran los llamados “tiros”, es decir la distancia a recorrer, de entre 200 y 500 metros, y las “partidas”, esto es las falsas largadas destinadas a enardecer los caballos y, en lo posible, ventajear al contrincante. También el término “parejero” para designar a los animales participantes, pues las cuadreras se corrían por parejas, siendo designadas “polla” cuando intervenían varios, aunque en este caso también se las denominó, especialmente en Entre Ríos y el Uruguay, como “mochila”, “penca” o “california”.
Pero también las trampas eran similares. Son numerosos los reglamentos que se han conservado estableciendo penalidades por malas prácticas, pero ya sabemos que aunque se diga “hecha la ley, hecha la trampa”, las reglas están hechas para tratar de enmendar o encarrilar situaciones preexistentes.29 Así pues era muy mal visto “calzar” al contrario, esto es meter la punta de un pie en el codillo o verija de su caballo obligándolo a aflojar el paso o, en el peor de los casos, a rodar; o apoyar un pie en la paleta o el encuentro del otro animal para empujarlo hacia fuera. Ambas mañas trataban de evitarse con un andarivel confeccionado con alambre o cuerda tendidos entre postes o, en el caso de carecer de los mismos, simplemente demarcando dos huellas paralelas lo suficientemente separadas para que no se rozasen los caballos. Y es que en estas carreras, tanto como después en los hipódromos, corría mucha plata en apuestas y éstas eran un motivo poderoso para hacer trampas o tramar picardías. Pero -creemos- en estas competencias también había otros motivos, igualmente poderosos, que pertenecen al campo simbólico: el honor, el prestigio que daba poseer el mejor parejero, el más veloz, en una sociedad en que el caballo era parte indiscernible de todos los aspectos de la vida. Y, asimismo, esa pulsión profunda del ser humano por jugar, por competir, por medir las propias fuerzas con las de un contrincante.
De los Corrales Nuevos, que ahora son los viejos
Sin embargo, a este mundo ya le quedaba, al menos en la ciudad, muy poca vida. Decíamos al comienzo que los mataderos fueron la partera de nuevos arrabales que, con el tiempo, se tranformaron en barrios de la ciudad. El matadero del sur comenzó su vida, en el siglo XVIII, en los aledaños de la actual Plaza Constitución y su primera mudanza lo llevó a la actual Plaza España, pero la epidemia de fiebre amarilla de 1871 dio impulso definitivo a una antigua ordenanza que lo desplazaba poco más de un kilómetro hacia el oeste, dando origen a los Corrales Nuevos. Las tropas siguieron arribando por los antiguos caminos, en los alrededores se establecieron pronto los necesarios corralones y, como en todo lugar de concentración masculina, las casas de expendio de bebidas y de otros servicios non sanctos a lo largo de las primeras cuadras de la calle Rioja, tugurios en los cuales, según opiniones autorizadas, se iría gestando un nuevo género musical que luego se llamaría tango.
El elemento humano de estos nuevos Corrales conservó sus raíces rurales; era el hombre de a caballo, diestro con el cuchillo, que sabía cómo manejar y matar un animal por chúcaro que éste fuese, pero que ya se iba urbanizando, convirtiéndose en “orillero”. Era el hombre de los oficios ecuestres: cuarteador o mayoral de tranvía, que al envejecer y amansarse podía convertirse en cochero de victoria, pero que conservaba sus costumbres y gustos, sus diversiones y lugares de reunión. Pero un nuevo elemento iba a transformar definitivamente la ciudad, la inmigración, de la que dice Llanes:
“El raleado vecindario que compondría el núcleo primitivo del actual Parque de los Patricios se fue agrandando, debido no tanto al crecimiento demográfico como a los numerosos aportes inmigratorios que, dejando el Hotel de Inmigrantes en el Retiro, recalaban en el barrio de la sangre y los malos olores, en procura del trabajo que, con facilidad, no encontraban en los Mataderos y Corrales, pero sí en algunas de las fábricas de bolsas, velas, sebos, graserías, curtiembres y alguno que otro saladero (…)
(pasada la década de 1880-90) la masa inmigratoria copa, por así decirlo, las principales fábricas, las tenerías, chancherías, herrerías y corralones, siendo en su mayoría los operarios y jornaleros a destajo, de origen italiano. Y han de ser éstos quienes, con los recursos del andamio y la cuchara, irán edificando el barrio, encuadrando las manzanas con las casitas humildes que ofrecen las primeras imágenes del lugar, y cuyos ladrillos proceden de los hornos aproximados a la quinta de Pancho Moreno y a la de Chicún, por ahí, por las calles Brasil, Catamarca, Jujuy y Deán Funes; y también por Catamarca y Armonía (hoy 15 de noviembre de 1889).”30
Así pues los alrededores de nuestra esquina, las antiguas quintas y chacras, fueron loteándose al ritmo del progreso y del tranvía a caballos de la línea “Nacional”, que unía los Corrales con el mercado de frutos de la plaza “6 de Junio”, actualmente “Vicente López”.31 Si se nos permite recurrir a un último plano, el que delineó Pedro Uzal en 1879 por encargo del general José Ignacio Garmendia —jefe entonces de Policía—, podemos apreciar en proyecto, o ya abiertas, las calles Maza y Liniers entre Chiclana y Garay, aunque no las transversales. Nuestra esquina aún pertenece a una gran extensión en la que se perciben los antiguos lotes, por lo que su subdivisión aún se hará esperar, pero pronto, demasiado pronto, el matadero será nuevamente desplazado al oeste, hacia Liniers, dando origen al barrio de Mataderos.
Mientras tanto, nuestros vecinos, aquella “chusma valerosa de los Corrales” de que habla Borges, serán testigos o partícipes de la última gesta del viejo “país criollo” y que marcará su ocaso definitivo: el alzamiento de Buenos Aires contra el gobierno nacional en 1880, negándose a su federalización. Los sangrientos combates de Barracas, Constitución, Olivera, Puente Alsina y Corrales encontrarán milicias y policías de campaña peleando contra un ejército de línea. Un combatiente de las filas tejedoristas, Julio Costa, nos ha dejado la semblanza de un paisano afincado en la zona que se ofrece como chasque al general Levalle, cuyas fuerzas estaban a punto de tomar la Convalescencia. Interrogado por éste sobre sus medios de vida y la calidad de su caballo, el paisano le contesta:
“Ah, el pangaré, mi pangaré, cuando se lo mando al toro entre dos lazos, levanta la cabecita bien alta para alcanzarlo con el encuentro y ponerlo patas arriba, y con él y con mi lazo me gano la vida en los corrales entrando hacienda, y los domingos en la calle de la Arena, en carreras y cinchadas, porque es como una gama en el tiro y como un frisón en la cincha (…) 32
Pero ya todo estaba dicho, ese mundo agonizaba; el proceso de cambio culminará con el traslado del matadero, quedando un barrio proletario que, a partir de 1905, pasará a llamarse Parque de los Patricios. Nuevas calles se abrieron y el adoquinado impidió correr a los caballos; las fiestas criollas se fueron desplazando al oeste y, finalmente, al interior de la provincia. Algunas pulperías más alejadas sobrevivieron algunos años como “La Banderita”, en las proximidades de la actual avenida Roca y Lacarra, cuya ruina se mantuvo hasta la rectificación del arroyo Cildáñez.33 Otra pulpería señera, “La Blanqueada” de Sáenz y Roca sobrevivió como almacén y hoy como pizzería. Para el Centenario, así la vió el citado Justo P. Sáenz:
“En 1909 y 10, siendo casi niño (…) viniendo a caballo de la Provincia y previa una bolita bebida en un almacén, edificado en alto sobre base de mampostería, que recuerdo quedaba a la izquierda del Puente Alsina, sobre la actual Avda. Sáenz, aislado entre enormes potreros, a no más de doscientos metros del Riachuelo, doblábamos por Arena (hoy, Almafuerte) y alcanzábamos la calle Caridad (hoy Urquiza)”. 34
Sin embargo, algunas tradiciones perduraron. No solamente el cuartel de bomberos de la calle Caseros siguió llamándose por mucho tiempo “Corrales”. A falta de pulpería, cafés y fondas congregaron a los hombres del barrio o que trabajaban en los corralones e incipientes talleres; por muchos años, en la esquina de Caseros y Almafuerte se alzó un viejo bar que anteriormente fuera almacén y fonda, donde alguna vez cantaron Higinio Cazón, Gabino Ezeiza, Ambrosio Ríos, Federico Curlando y el llamado “último payador”, José Betinoti.35 Y algunos vecinos añosos asombraron a la purretada memorando la fisonomía del barrio ido.
Quien esto escribe se crió, entre fines de los años cincuenta y principios de los sesenta, en la vereda oeste de Sánchez de Loria, entre Brasil y Pedro Echagüe (hoy Cátulo Castillo en ese tramo), actual deslinde de los barrios de Parque de los Patricios y Boedo. A esa altura la calle Loria, conservando la antigua traza secular, hace una curva determinando tres frentes en la misma manzana: de Chiclana a Brasil uno, de ésta a Pedro Echagüe el otro y, el último, de Pedro Echagüe a la cortada Bathurst. En esa larga cuadra permanecía algo del viejo barrio: en Loria y Chiclana vivía un carrero que representaba, en su apellido, ese trasvasamiento de oficios que antes citáramos, de lo criollo a lo inmigratorio, pues se llamaba José Accorinti; en el ángulo frente a Brasil existía un antiguo corralón transformado en vivienda multifamiliar, como lo eran tantas entonces y, por la cuesta de Pedro Echagüe y por Loria, se conservaban algunas de las más viejas casas del barrio, aquellas de paredón ciego al frente y cuartos corridos en el interior, dando a un patio enmarcado por una galería con columnas de hierro fundido.36 En el otro ángulo de la vereda, frente a Pedro Echagüe, se hallaban empotradas, entre la vereda y el cordón de granito, dos argollas donde ataban el caballo los “cirujas” que ejercían su profesión en pequeños carros y venían de “la quema” —que entonces bordeaba el Riachuelo por detrás de Pompeya, Villa Soldati y el Bajo Flores— por Chiclana o por Almafuerte. Pequeñas reliquias del viejo barrio que en la infancia no supimos apreciar y hoy, a la distancia, adquieren todo su valor.
Como signo de los tiempos, en la agreste y bravía “esquina de los corredores” que supo ser chacra, camino de tropas y santuario de aprontes y partidas, en esta esquina y como signo de los tiempos, decimos, en un viejo y ruinoso edificio existe desde hace muchos años… una gomería.
Notas
1. Ver para los planos citados en el texto: Alfredo Taullard, Los planos más antiguos de Buenos Aires; Horacio Difrieri (dir.), Atlas de Buenos Aires.
2. Ver José Juan Maroni, La Convalescencia: un olvidado topónimo porteño, p. 79.
3. El Puente de Gálvez se llamó posteriormente “de Barracas” y ya en el siglo XX, como homenaje a Prilidiano Pueyrredón que construyó el primero de hierro, llevó su nombre. Hoy lo conocemos como el “Pueyrredón viejo”. La calle Sola fue conocida más tarde por Vieytes, Barracas y, actualmente, Ramón Carrillo.
4. Con respecto a la “quinta de Bunge” o “Va. Bunge”, como figura en el plano, existe en el Museo Histórico Nacional un álbum de Roberto Wernicke, fechado en 1849, con un dibujo a lápiz que podría representarla. Bonifacio del Carril la reproduce en la página 228 de su Iconografía de Buenos Aires, haciendo la salvedad que “su ubicación no ha podido ser determinada”.
5. Ver Vicente Osvaldo Cutolo, Buenos Aires: historia de las calles y sus nombres.
6. Vestigios de la barranca también son apreciables en numerosos puntos de la ciudad: en Plaza Francia, en gran parte del Microcentro de la calle 25 de Mayo al este, en el Parque Lezama, y en algunas “cejas” de la meseta, esto es desniveles internos, como en el Instituto Bernasconi de Parque Patricios o en Boedo y Cochabamba.
7. Ricardo Llanes, El barrio de Parque de los Patricios, p. 32.
8. Así se llamaba a Alonso de Vera y Aragón, sobrino del Adelantado, para diferenciarlo de su homónimo motejado “Cara de perro”. Lo notable es que Juan Torres de Vera y Aragón tuvo tres sobrinos del mismo nombre de destacada actuación en el Río de la Plata. Ver Ricardo de Lafuente Machain, Los conquistadores del Río de la Plata.
9. Ver Arnaldo J. Cunietti-Ferrando, Reparto y poblamiento de las tierras del valle del Riachuelo. 1580-1810, pp. 185 y ss.
10. Ver Ruth Tiscornia, La política económica rioplatense de mediados del siglo XVII.
11. Ramón Gutiérrez – Sonia Berjman, La plaza de Mayo. Escenario de la vida argentina, p. 20.
12. Alberto S. J. de Paula y otros, Del pago del Riachuelo al partido de Lanús 1536-1944, pp. 33-35.
13. Testamento de María de Vega del 14 de noviembre de 1661. Citado por Alberto S. J. de Paula en ibídem.
14. Arnaldo Cunietti-Ferrando, obra citada, p. 196.
15. Citado por Arnaldo Cunietti-Ferrando, p. 197.
16. Guillermo Gallardo, La política religiosa de Rivadavia, p. 103 y ss.
17. Ver, por ejemplo, la mensura ordenada en 1608 por Hernandarias en Acuerdos del extinguido Cabildo de Buenos Aires. Libro I, pp. 554-569.
18. Noel H. Sbarra, Historia de las aguadas y el molino, p. 23. Ver, asimismo, Juan Álvarez, Monedas, Pesas y Medidas, p. 333 y ss. Esta diferencia de 3,1 centímetros en cada vara se transformaba en 46,85 cm. en una cuadra, en 12.40 metros en una suerte de 400 varas y en 186 metros en una legua de 6.000 varas.
19. Arnaldo Cunietti-Ferrando, obra citada, p. 186.
20. Este “Paso Chico”, uno de los vados que permitían cruzar el Riachuelo, desapareció con su rectificación pero queda una evidencia del mismo en la dársena hexagonal que forma el canal frente al Lago Lugano y donde desemboca, también rectificado, el arroyo Cildáñez. Ver: Juan José Vence, El “Paso Chico”.
21. Bacle, víctima de una celada, fue encarcelado por Rosas en 1837 en el Retiro, de donde sólo saldrá, enfermo y casi loco, para morir el 4 de enero de 1838, siendo este episodio uno de los motivos del subsecuente bloqueo francés al Río de la Plata. Ver Rodolfo Trostiné, Bacle.
22. Trages y Costumbres de Buenos Aires, Cuaderno VI, 1835. Hemos tenido a la vista la excelente reproducción facsimilar que realizara Viau en la década de 1940, bajo la dirección de Alfredo González Garaño. El cuaderno está integrado por seis láminas: 1) Interior de una pulpería; 2) Exterior de una pulpería; 3) Una carrera; 4) La hierra; 5) Corrales de abasto, que reproduce el Matadero de la Convalescencia, que hemos mencionado y 6) Pulpería de campaña.
23. Alfredo Taullard, Nuestro antiguo Buenos Aires, p. 336 y ss.
24. Ibídem, p. 337.
25. Justo P. Sáenz (h), Los Corrales Viejos y el Belgrano de antes, p. 92.
26. Ver Justo P. Sáenz (h), Equitación gaucha en La Pampa y Mesopotamia, pp. 161 y ss.
27. Ver Ricardo Levene, Investigaciones acerca de la historia económica del Río de la Plata, p. 63 y ss.
28. Justo P. Sáenz (h), Equitación gaucha…, p. 175 y ss.
29. Justo P. Sáenz en la obra arriba citada, comenta un reglamento de la Sociedad Rural, con la firma de José Martínez de Hoz y Cosme Beccar, puesto en vigor por el gobernador Castro el 28 de junio de 1870, y en la Revista “Historia” Nº 17, de 1959, el cordobés Luis M. García Castellanos reproduce otro muy detallado, promulgado por el gobernador Manuel López, “Quebracho”, en 1849.
30. Ricardo Llanes, obra citada, pp. 13 y 29. “Tenería” es un galicismo por curtiduría o curtiembre.
31. La compañía “Tranvía Nacional” será absorbida en 1878 por la Anglo-Argentina, que pronto hará lo mismo con todas las demás empresas.
32. Julio Costa, Roca y Tejedor, p. 123.
33. Ver Hugo Corradi, Guía antigua del Oeste porteño, p. 102.
34. Justo P. Sáenz (h), Los Corrales Viejos…, p. 88.
35. Ricardo Llanes, obra citada, p. 58. Con respecto a las múltiples grafías del apellido de Betinoti, ver Miguel Ángel Caiafa, “El payador de Boedo”.
36. Una de estas casas pertenecía a los padres del conocido músico Pipo Cipollatti, coetáneo y compañero de juegos del hermano menor del autor.
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Información adicional
HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año V – N° 26 – Junio de 2004
I.S.S.N.: 1514-8793
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Categorías: ARQUITECTURA, ESPACIO URBANO, Riachuelo, PERFIL PERSONAS, Hechos, eventos, manifestaciones, Hitos sociales, Mapa/Plano
Palabras claves: inundaciones,
Año de referencia del artículo: 1835
Historias de la Ciudad. Año 5 Nro26