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Belgrano

Marcos Sastre y el antiguo cementerio de Belgrano

Stella Maris De Lellis

La entrada por la calle Monroe., 1904.

El antiguo pueblo de Belgrano tuvo su propia necrópolis que fue clausurada años después que, ya como ciudad, fuera anexada a
la capital de la República. El predio se destinó a plaza al que se le dio el nombre de un distinguido vecino de la zona que, con su obra, educó a varias generaciones de argentinos.

Cuestiones de fondo y forma
En el plano levantado por el Departamento Topográfico al crearse el nuevo pueblo de Belgrano en 1855, se dejó constancia de los solares que ocuparían la Iglesia, la casa parroquial, la escuela para ambos sexos y la cárcel, quedando libres los que después se venderían de acuerdo con los intereses de la nueva comuna, faltando “el sitio en que deberá establecerse el Cementerio que más adelante puede llegar a ser muy necesario” y del que ”proveerá ulteriormente la Municipalidad”.
Una década después, el censo daba cuenta que en la zona norte de la campaña, el nuevo partido de Belgrano tenía 1.795 habitantes en el área urbana y 965 en la rural, pero no se podía establecer la estadística de mortalidad en el territorio de la provincia en general, que se suponía era un 10 % mayor a los registros que se habían podido reunir. La situación era caótica, “debiéndose tener en vista que los registros de mortalidad de los partidos han sido hasta hoy inciertos, por el modo como se han llevado, y por el hecho de que no siempre se han inscripto los nombres de los muertos. A más, muchos partidos no tienen Curato ni Cementerio, inhumándose en ellos o desapareciendo anónimamente, por decirlo así, porción de individuos.”1
En ese momento la jurisdicción espiritual era el Curato de Santos Lugares, pero el creciente aumento de la población y la gran distancia, motivó que la Comisión Municipal solicitara al Obispo Diocesano de Buenos Aires, Dr. Mariano Escalada, la creación de una parroquia bajo la advocación del “Inmaculado Corazón de María” dado que la feligresía ya la había adoptado en la Capilla provisoria que se había inaugurado el 8 de diciembre de 1856.
Mientras el capellán, presbítero Andrés Salomón, terciaba entre el déficit permanente de las arcas comunales y los vecinos, que querían que alguien velara por su salud espiritual, el Obispo seguía en su negativa de crear el Curato: “Para aquella necesita practicar otras formalidades y proveerlo también de un cementerio que es indispensable en toda parroquia rural.”2
La renuncia del sacerdote al año siguiente puso en pie de guerra a los fieles. El Comité Municipal elevó una nota informando al Obispo que estaban empeñados en la construcción del cementerio a fin de remover el único obstáculo que impedía la creación del Curato. La respuesta fue simple: se erigiría cuando finalizaran las obras.
El 21 de enero de 1860, la Municipalidad anunció el fin de los trabajos y, el 20 de abril, monseñor Mariano de Escalada y Bustillo Zevallos extendió el Auto de Creación. Allí disponía: “teniendo ya la Iglesia todos los útiles necesarios y construido últimamente un cementerio y atento al acuerdo del Excmo. Gobierno del Estado” se creaba un nuevo Curato y Vicaría bajo el nombre de “Inmaculada Concepción de la Virgen María” en todo el partido civil de Belgrano.

La epidemia de fiebre amarilla
El crecimiento y la tranquilidad del nuevo pueblo se alteraron con los estragos de la fiebre amarilla de 1871, reportando la pérdida de 22 personas “más seis enfermos en el lazareto, y otros tantos en el pueblo que carecen de asistencia.” Por disposición del gobernador de la provincia, Dr. Emilio Castro, los cadáveres debían ser enterrados en forma inmediata, prohibiéndose las misas de cuerpo presente y el traslado de éstos fuera de la zona de fallecimiento.
Así, el 28 de septiembre de 1872, se dispuso que en todas las municipalidades bonaerenses la inhumación de cadáveres, sin excepción alguna, sólo se hiciera en los cementerios sujetos a la autoridad oficial.
El 27 de enero de 1875, la “Comisión encargada de la construcción y administración del Cementerio”, hizo entrega al Municipio de Belgrano del Reglamento que había confeccionado, pero informaba que era imposible realizar obras “sin que se le ponga en posesión del terreno, donde debe construirse el cementerio”. Solicitaba además que se le entregara por lo menos la mitad de los 150.000 pesos moneda corriente que se habían pactado para enfrentar los gastos.
En respuesta, se comisionó al Municipal Arq. Buschiazzo para dar la posesión y destinar el material de la demolición de la antigua iglesia para las obras en el Cementerio y, el 22 de febrero, éste elevó una nota al Municipio informando haber procedido a “delinear y amojonar el terreno destinado para el ensanche del Cementerio Público de este Pueblo formando un cuadrado de ciento cincuenta (150) varas de lado en el cual queda incluido el Cementerio actual como se verá en el plano adjunto conforme en todo al plano general aprobado por la Corporación.”4 Dos días después se dio por aprobada la diligencia.
A pesar de todo, el fantasma de las epidemias hizo que a fines de 1881 el gobierno provincial a cargo de Dardo Rocha, nombrara una Comisión de Higiene integrada por el cura párroco de Belgrano, doctor Carranza, los médicos doctores Berutti y Podestá y los diputados Fonrouge, Halbach y Mariano Billinghurst, para hacer un relevamiento sanitario del Partido.
Junto con el Consejo de Higiene Pública de la Provincia debían brindar medidas de prevención y auxilio, como así también inspeccionar el Cementerio, vaciadero de basuras y cualquier lugar que fuera posible foco de infección. El informe relativo al camposanto fue terminante: “reducido en capacidad, debe prontamente agrandarse, pues la continuación de las inhumaciones en él, dará pronto lugar á que la saturación del terreno, hará imposible la absorción de gases y líquidos nacidos de la descomposición cadavérica y, por consiguiente, dará lugar a ese mefitismo tan grave como eminentemente peligroso para las poblaciones vecinas.” Aunque el consejo se tuvo en cuenta tiempo después por el problema del agua.

Las clausuras definitivas
En 1883, el pueblo fue convertido en ciudad y, en 1888, pasó a formar parte de la Capital junto con San José de Flores. Dos años más tarde, el Concejal Dr. Mansilla presentó el primer proyecto disponiendo en sesión del 15 de diciembre de 1890 la clausura del Cementerio de Belgrano. Cuatro días después fue puesto a votación quedando promulgada la Ordenanza que establecía en su Art.1° el cierre definitivo; aunque en el siguiente detalla excepciones: “Se permitirá no obstante, que los propietarios de sepulturas depositen en la parte alta de ellas, urnas con restos exhumados y cenizas de cremados, y en los sótanos ó parte baja de la superficie del terreno, los cadáveres encajonados en las condiciones prescriptas por la Ordenanza del 27 de Junio del correspondiente año.”5
Los deudos se aferraron a las excepciones. En 1891 una inhumación, cualquiera fuera la edad del fallecido, costaba en el cementerio de Belgrano 4 pesos moneda corriente y, de acuerdo con el presupuesto de la Capital, al encargado se le abonaba 60 pesos mensuales y a dos peones 40 pesos por mes a cada uno.6
Por Ordenanza del 26 de marzo de 1898 se autorizó al Ejecutivo a realizar permutas con los propietarios de sepulcros y sepulturas de la necrópolis de Belgrano, por lotes de igual extensión en la Chacarita, debiendo indemnizarse las construcciones que allí había. Con el objeto de suscribir los convenios se formó una comisión compuesta por los señores G. Zapiola Obarrio, Carlos Varangot y Luis T. Estévez. Las gestiones finalizaron con éxito, después de vencer algunos obstáculos, como las exageradas pretensiones de algunos propietarios y se elevó al Concejo Deliberante el expediente con la extensión y ubicación de los terrenos que se concedían en permuta, las indemnizaciones y el importe total de gastos por el traslado de los restos. Ello daba un total de 50.700 pesos moneda corriente que debía desembolsar el Municipio para dar cumplimiento a la Ordenanza. Pero no se concretó.
El cementerio siguió funcionando normalmente. Una Ordenanza de 1904 estableció que las obras a realizarse en las necrópolis de Flores y Belgrano debían ser previamente aprobadas por la Oficina de Obras Públicas en todos sus planos y detalles.
Por tanto, hubo vecinos que seguían solicitando a la Municipalidad se les concediera la compra de sepulturas. Tal fue el caso de don Juan M. Canessa quien, el 12 de octubre de 1906, solicitó se le permitiera adquirir una parcela, la que le fue denegada en septiembre del año siguiente, recordándole al interesado “que hallándose clausurado el Cementerio de Belgrano” no era posible acceder a su petición. Sin embargo, de alguna forma Canessa consiguió su propósito, porque después aparece firmando un convenio de permuta de sepultura por otra similar en el del Oeste.
Mientras tanto las defunciones seguían siendo un ingreso seguro a las arcas municipales y no sólo por la venta y mantenimiento de las parcelas. El traslado de un cadáver desde Belgrano a Recoleta costaba 100 pesos, aunque dentro del mismo cementerio o a otro que no fuera el del Norte se hacía por sólo 10. En cada entierro, aparte de la patente que abonaba la compañía funeraria, el uso de los coches para los sepelios en Flores y Belgrano tenían una tarifa de 250 pesos por la tercera yunta o 5º caballo y de 400 pesos por cuarta yunta o 7º caballo.

Un extraño sabor
En 1874, la Comisión Municipal autorizó el establecimiento de aguas corrientes por medio de un contrato con la empresa del señor José Telfener; pero fue la propagación de la fiebre tifoidea en Buenos Aires lo que demostró la falta de previsión en el tratamiento de las aguas servidas, ya que si bien era relativamente sencillo suministrar agua dulce por la cercanía del río, los desechos se filtraban con facilidad por la permeabilidad de la tierra.
Esta fue la causa que motivó que, en 1882, el Gobierno de la Provincia formara una comisión para el estudio de un sistema de redes para la provisión de agua en la localidad, que primero aconsejó alzar un depósito en el centro del pueblo, en las actuales calles Pampa y 11 de Septiembre; y terminó construyendo una toma en la calle Monroe que después pasó a las Obras de Salubridad.
Fue por solicitud del Intendente Manuel J. Güiraldes que en la sesión del 26 de mayo de 1908 el Concejo Deliberante estudió la necesidad de clausurar el cementerio de Belgrano con el fin de llevar a cabo “el ensanche de la usina de aguas corrientes de Villa Urquiza”7 que estaba contigua a aquel.
Entre los considerandos se detallaba su área reducida, el poco servicio que prestaba al Municipio, la renta casi nula que producía, que no alcanzaba siquiera a cubrir los gastos de mantenimiento y el hecho de que sólo se inhumaban cadáveres de los propietarios de los escasos sepulcros que allí existían. Se agregaba al expediente las solicitudes de los vecinos de la parroquia del Carmen que pedían su clausura y la tasación de los sepulcros y sepulturas, que ahora ascendían a 57.940 pesos moneda nacional.
Al tratarse el tema en la sesión ordinaria de ese día, la Comisión de Hacienda abogó por la aprobación del proyecto dado “el espectáculo poco armonioso que ofrece, por la ubicación tan próxima a un establecimiento de índole tan adversa, y en consideración a la corta distancia que separa á aquella localidad del Cementerio del Oeste.”
Fue el concejal Dr. Juan A. Boeri quien, al hacer uso de la palabra, señaló haberle llamado la atención la provisión de agua que se situaba de forma inmediata al cementerio, indicando además que su clausura llegaba tarde, pues el terreno debía de estar saturado y que lo que era aconsejable era cerrar la necrópolis y la provisión de agua próxima a aquella.
Un miembro de la Comisión de Higiene explicó que se estaba estudiando un proyecto por el cual no se debía hacer uso ni de la primera ni de la segunda napa que eran las que recibían el agua de la lluvia y se infiltraban en el subsuelo por lo que esta pasaba forzosamente por todos los cadáveres. Solicitó que el asunto volviera a comisión y se diera intervención a higiene.
De todas formas se aprobó la clausura del cementerio, autorizando al Ejecutivo a celebrar arreglos ad-referendum con los propietarios de sepulcros y sepulturas haciendo permuta con terrenos de igual extensión en el Cementerio de la Chacarita, además de imputar al presupuesto vigente la suma necesaria para indemnizar las construcciones existentes. En la sesión ordinaria del día 18 habían sido aprobados los convenios con los propietarios José María Sagasta Isla, Victor Saravia, Ramón de Silvestre, Maríana de Reyes, Domingo Cincunegui, Adela de Riva, Flias. Reparaz y Bonfanti, Juan Canessa, Taurófila de Martínez, José Levy, Cayetana de Zanotegui, Antonio Firpo, José Pariente, Catalina de Rolland, Juan Lambruschini y Albertina de Marchelli.

La tercera no fue la vencida
El camposanto siguió recibiendo a los vecinos fallecidos y nadie parecía muy interesado en cambiar esta situación, hasta que el 24 de noviembre de 1910 se volvió a tratar el tema. En la sesión ordinaria del día 18 habían sido aprobados los convenios con varios propietarios. Haciendo referencia a la Ordenanza de marzo de 1898 y a los arreglos que figuraban en el expediente, la comisión de hacienda de la Legislatura resolvió que, vencidos los obstáculos que impedían la clausura del cementerio situado en el punto más céntrico de la parroquia de Belgrano, “debe procederse cuanto antes a la aprobación de los convenios celebrados” destinándose la suma necesaria para solucionar el problema. La rapidez no es virtud de la burocracia y pasó casi una década hasta que esto se cumpliera.

¡Sólo 90 días!
En la sesión ordinaria del 28 de noviembre de 1919, los concejales García Anido y Ortiz y Grandi sometieron a consideración un proyecto de ordenanza por el cual proponían destinar como plaza pública con habilitación para realizar ejercicios físicos al todavía ocupado cementerio.
Los propios ediles calificaron las condiciones del lugar como un sitio “que afecta las reglas higiénicas, estéticas y hasta de moralidad.” Además hacían referencia a las Ordenanzas que establecían su clausura y las tramitaciones del Ejecutivo con los propietarios de los sepulcros.
Pero lo más importante era que se transformara en un lugar para el solaz de los vecinos “un motivo de progreso, para el numeroso núcleo de la población establecido en Villa Urquiza.” De esta forma el terreno comprendido por las calles Miller, Monroe y Valdenegro8 y las vías del ferrocarril fue destinado a plaza pública.
El problema era que finalmente se desocupase el lugar, por lo cual se dispuso intimar a los deudos por medio de la publicación de edictos por 90 días en dos diarios de la ciudad. Vencido el plazo, la Administración del Cementerio del Oeste debía realizar el inmediato traslado de aquellos que no hubieran sido retirados.
Además se disponía la iniciación de acciones legales a quienes hubieran firmado convenios de permuta con la Municipalidad y todavía fueran reticentes a su cumplimiento, sin perjuicio de realizar el traslado y guarda de los restos hasta la resolución definitiva. Así fue como a comienzos de 1920 se inició el traslado de los restos, aunque nada dicen los libros de inhumaciones del Cementerio del Oeste sobre la pequeña necrópolis.
En abril de 1922 se cerró definitivamente y el predio vacío quedó librado como espacio para uso público. Recién por Decreto 5571/45 el Municipio autorizó el mantenimiento perimetral de la plaza sin nombre, dejando los mosaicos originales de la calle Monroe y ordenando la colocación de mosaicos similares sobre las laterales Miller y Valdenegro, pero continuó anónima hasta que, como veremos, recibió el nombre de un reconocido vecino de la zona.

El antiguo vecino Marcos Sastre
Había nacido en Montevideo en el año 1808 y, una década después, la familia se radicó en Santa Fe y luego en Córdoba donde comenzó la carrera de jurisprudencia. En 1827 se afincó en Buenos Aires para continuar sus estudios, que abandonó por problemas económicos para dedicarse al comercio de libros.
En 1832, publicó su primera obra didáctica Epitome Historiae Sacrae que iba acompañada con un diccionario latino-castellano. El libro fue primero adoptado por la Universidad de Buenos Aires y después el Gobierno de la Provincia lo declaró de uso obligatorio para universidades y colegios del país.
Mientras tanto en su concurrida librería de la calle Defensa promovía la idea de organizar un sitio de reunión para jóvenes intelectuales que fuera reducto de conversación, discusión y lectura. Pudo concretar la idea al conseguir el eco y apoyos necesarios; y mudó el local a la calle de la Victoria poniendo la librería en una pieza con puerta a la calle y en las dos largas habitaciones que seguían hacía dentro fundó en 1837 el “Salón Literario”.
Fue el escritor e historiador Vicente Fidel López que recordó años más tarde la figura de Sastre: “era muy conocido y popular entre los estudiantes. Era bastante erudito y el primer bibliógrafo de aquellos días. Había abierto, desde años atrás, una librería en la calle de la Defensa, entre Belgrano y Moreno, frente a la casa de Plomer, donde hemos vivido y por consiguiente a la vuelta inmediata de la Universidad. A poco tiempo su librería se hizo para nosotros un lugar de visita diaria. Allí vendía y cambalacheaba toda clase de libros, y sobre cualquier materia que fuese. Se extendió bastante su crédito, y no sólo a estudiantes, sino gentes de mayor entidad concurrían; porque no sólo tenía abundancia de mercancía sino que daba noticias, de dónde, de cómo, de que forma, etc., podía hallarse o pedirse la obra que se buscaba. Era un consejero siempre dispuesto a indicar lo que sabía; con un laconismo y una seriedad en la que no transpiraba nada de mercantilismo; mostraba lo que tenía, si se lo pedía o se lo indicaban. Sin ser educacionista practicante, había hecho de su ramo, en teoría, la principal ocupación de su espíritu. Era bibliófilo sin ser ni pretender ser literato.”9
No pasó mucho tiempo antes de que la antipatía de Rosas hacia los teóricos, románticos y liberales se hiciera notar en forma poco sutil, lo que provocó el cierre del local y el remate de los libros. Ese fue el fin de la “Librería Argentina” el 19 de mayo de 1838.

Tema pendiente
Sastre vivió un tiempo en Santa Fe, donde fue profesor del Colegio San Jerónimo y luego en San Fernando donde, además de dirigir su propia escuela, fundó las “Bibliotecas Populares en la campaña” siendo primera la de esa localidad redactando el correspondiente reglamento.
Urquiza, valorando su cultura, saber y dotes como docente lo puso al frente del periódico Progreso de Entre Ríos, el primero que apareció en letras de molde en Gualeguaychú, dos veces por semana sin día fijo y cuyo primer número salió el 5 de marzo de 1849; y lo nombró también Inspector General de Escuelas de esa provincia.
Este cargo le permitió ver el atraso que había en materia de educación, con maestros que intentaban sacar a los niños del analfabetismo a fuerza de memoria con cartillas, silabarios y con una total anarquía en lo referido a libros de texto.
Esta situación lo indujo a escribir Anagnosia un método de lectura que provoca el cambio; el neologismo de raíz griega fue creado por el autor como el mismo señaló, para llamar al arte de leer que no tenía nombre ni en lengua antigua ni moderna. La primera edición de La Anagnosia ó arte de enseñar y aprender a leer con facilidad, sin empezar por el abecedario ni el deletreo, e inspirando a los niños afición a la lectura y amor a la virtud y el trabajo fue costeada por el propio autor en Santa Fe en 1849; dos años después la editó el Gobierno de Entre Ríos y al siguiente la mandó publicar la Municipalidad de Buenos Aires.
Finalmente el Ministro de Instrucción Pública, Dr. Vicente Fidel López, que de motu-propio, lo examinó y pareciéndole preferible a los métodos vigentes, solicitó el consentimiento del autor para hacerlo reimprimir para uso de las escuelas públicas de la provincia de Buenos Aires, por lo cual no recibió pago alguno.
El 2 de marzo de 1852 el gobernador de Buenos Aires Vicente López, lo nombró Director de la Biblioteca y el 15 de abril del mismo año lo designó Institutor Regente de la Escuela Normal de Enseñanza Primaria.
Sin embargo, la caída de Rosas no trajo el progreso con la rapidez que muchos esperaban, y menos aún con los enfrentamientos entre la Confederación y Buenos Aires. Esta fue la causa de que fuera separado de ambos cargos el 10 de abril de 1853 por el gobernador Manuel G. Pinto: “este individuo ha faltado a sus deberes, cometiendo el criminal abuso de pasar sin licencia al campo enemigo a conferenciar con el General Urquiza” y nombró en su lugar al Dr. Carlos Tejedor.
Al tener que vivir en carne propia los conflictos internos que dividían al país, percibió el grave problema y advirtió su difícil solución: “Para este grande objeto deberían unirse todos los hombres de todas las condiciones, sean cuales fuesen sus ideas. De esta cuestión debe separarse toda querella de partido, de círculo, de aspiraciones. No se debe permitir que se la mezcle con las opiniones políticas. El pueblo todo debiera consagrarse a este objeto con la unidad de acción (…) con la educación y la instrucción así difundidas, se aumentarían en igual proporción las probabilidades de la aparición de las grandes capacidades y los genios creadores que ilustran y engrandecen a los pueblos.”
Instalado de nuevo en San Fernando en 1854, supo que el Rector de la Universidad y Director de Escuelas, Dr. José Barros Pazos, había dirigido una nota al gobierno aconsejando la conveniencia de propagar su método en vista de los excelentes resultados que se habían obtenido con el uso del libro, esto lo motivó a escribir “La Anagnosia en 8 cuadros murales para la enseñanza mutua.”
Ese año Sastre dio a la prensa la Ortografía Completa en dos tomos que se agotó con la venta de mil ejemplares y, cuando en 1855 Valentín Alsina lo nombró Inspector de Escuelas de la Provincia, creyó tanto en la utilidad de la obra como para ofrecer reeditarla a costa de su propio peculio. Nuevamente Barros Pazos elevó un extenso y elogioso informe cargado de adjetivos calificativos “obra excelente que hace honor al país”.
El gobierno, después de varios meses, envió un ejemplar al Jefe del Departamento de Escuelas, Domingo F. Sarmiento, quien sugirió que la obra era cara y le pidió que la compendiara. Después de hacer las modificaciones, como no era el método preconizado por él en Chile, Sarmiento lo devolvió al gobierno sin respuesta. Se solicitó entonces una segunda opinión; el asesor dio dictamen favorable, el gobierno entregó al maestro sanjuanino la respuesta y el ejemplar. Después de siete meses Sarmiento lo encontró “tolerable” y lo recomendó, hasta que no aparezca algo mejor.
Mientras tanto las escuelas de la ciudad de Buenos Aires ya lo usaban en sus aulas y, en 1859, el general Mitre ordenó que Anagnosia se utilizara como libro de texto de lectura y libro de premio en las Escuelas Públicas.
A pesar de los obstáculos que le interponía, Sarmiento reconocía: “su consagración constante a la enseñanza de la juventud, había adquirido la experiencia que indica los vacíos que han de llenarse para hacerla fructífera y los métodos de enseñanza que mejores resultados producen.”
Pero si bien se veían progresos, otros aspectos de la educación seguían pendientes. El edilicio era uno de ellos y sólo en la ciudad de Buenos Aires ya era deplorable; los informes indicaban que 42 de las 46 escuelas públicas estaban en locales estrechos e inadecuados para su destino, con el agravante de que el mobiliario continuaba estando conformado por las antiguas mesas alargadas donde se sentaban uno al lado del otro en una aglomeración desproporcionada al tamaño de la sala.
Ello motivó a Sastre a escribir la circular “Instrucciones para la construcción de las escuelas públicas” y a inventar un nuevo tipo de mobiliario para las aulas mucho antes que se trajese de los Estados Unidos. De esta forma creó el pupitre, donde cada asiento servía para dos alumnos y era escritorio de los que se sentaban detrás pudiendo disponerse de acuerdo con la capacidad del aula. Constaba cada uno de un cajón para guarda de útiles, ya que sólo se podían llevar a la casa los textos de estudio y lectura, composiciones y problemas.
Fue tan bueno el resultado, que a pedido del Dr. Joaquín Requena, director del Consejo de Instrucción Pública de Uruguay, realizó una maqueta con las medidas exactas para su adopción en el país vecino.

Educación: prosperidad y progreso
Pero faltaba mucho, mientras declinaba la vieja Europa y se veía la decadencia de España: “circunceñida de otras adelantadas, industriosas, activas y emprendedoras, que la explotan, le absorben sus industrias, la empobrecen, la debilitan y por fin la dominan y anonadan (…) operada por la superioridad científica e industrial, sino despierta de su sopor, si no se coloca al nivel intelectual de las demás por medio de la instrucción”; se producía el avance de Estados Unidos: “ fenómeno social producido por la superioridad industrial e intelectual, sobre la ignorancia.”
Bregó Sastre por la creación de una Escuela Normal para la formación de maestros, dar más lugar a la enseñanza y generalizarla en la República. Además de escribir La Guía del Preceptor fundó y presidió la “Sociedad Propagadora de la enseñanza primaria” y, a propuesta suya, se establecieron los informes trimestrales y los exámenes anuales para verificar los resultados en los estudios, la conducta y la asistencia. Las cinco horas diarias de enseñanza debían contraerse a lectura, escritura, aritmética, gramática y catecismo.
Pensaba que se debía incluir el gusto estético en los niños ya que la avanzada actividad industrial estaba haciendo uso de recursos artísticos; propuso para ello la adopción del método francés: “como nuestros preceptores no poseen el dibujo, los alumnos podrían ejercitarse sacando copias al trasluz sobre algo transparente.”
Entre tanto prosiguió infatigable con sus obras didácticas: Método ecléctico de caligrafía inglesa,Curso de Lengua Castellana, Lecciones de Aritmética,Breve exposición del sistema métrico decimal para niños,10 Selección de lectura ejemplares para niños y Consejos de oro sobre la educación, dirigidos a las madres y a los institutore, convencido de que inculcar sólidos valores morales en los niños era una garantía para el futuro de la familia y la sociedad.

El Tempe Argentino
Inspiró este título, la comparación de nuestro Delta con el valle del Tempe, pequeño territorio muy fértil y de clima benigno de la antigua Grecia. Para hacerlo posible, el escritor se convirtió en el baqueano describiendo el paisaje, la gente, la fauna y la flora con imágenes cargadas de emotividad y de respeto hacia la naturaleza, que más de una vez parecieron tener carácter profético.
Pero no sólo es belleza, explica el perfecto orden establecido por la Naturaleza donde nada hay librado al azar y cada animal, árbol y flor cumple una función. Ciento cincuenta años antes que la humanidad buscara la forma de revertir todo el daño que había causado, ya la reconocía como la más ignorante predadora llevada a veces por su indolencia, su indiferencia ó su codicia.
“El hombre se cree autorizado para disponer a su antojo de las obras de Dios; error de su ignorancia, o vana presunción de su orgullo; humos de su prístina grandeza. El cree que sin más examen que el de su inmediato provecho, puede entrar a sangre y fuego en los dominios de los reinos animal y vegetal (…) Pretender el derecho de disponer a su albedrío de esos seres, es abrogarse el derecho de atentar contra ese orden observador.”
Explica los estragos que provocaban en las quintas las hormigas por haber sido aniquilados los tamanduáes u osos hormigueros; y cómo cuando muchas veces creyendo librarse de un árbol inútil o de un animal que molesta ocasionan plagas que consumen su riqueza y su salud.
“Regiones enteras, las más fértiles de la tierra, se han convertido en áridos desiertos, a causa de haberlas despojado el hombre de sus arboledas, y muchos pueblos se vieron y se ven hoy, por igual motivo, con su antigua sanidad perdida. Provincias hay que han visto todas sus cosechas devoradas por los insectos, a causa de haber destruido ciertas aves, porque comían algún grano de las eras, y han tenido que volver a traer y propagar los pájaros que habían exterminado por dañinos.”
El libro escrito en pleno siglo de descubrimientos desconocía las tragedias de las Grandes Guerras y las diversas miserias humanas que se sembraron después. Reconoce la hospitalidad del isleño pero como condición propia de la naturaleza humana “grabado en el corazón humano por su Hacedor, para conserva la confraternidad entre todos los hombres, y asegurar la sociabilidad, haciendo imposible el aislamiento de los pueblos (…) Todas las naciones han propendido a fomentar la práctica de la hospitalidad haciendo de ella un dogma sagrado, una ley inviolable.”
No ahorra explicaciones sobre la agricultura en la zona, el drenaje, desmonte, abono y rotación de los suelos. Como tampoco el cuidado del río evitando arrojar basuras y deshechos que solo infectan a las aguas y la hacen mortífera a los habitantes de las riberas “como sucede hoy mismo en la ciudad de Londres”.
Por eso cree en la prosperidad de cara al río: “hay la diferencia entre la caza y la pesca, de que esta última conviene a los pueblos más civilizados, y que, lejos de oponerse a los progresos de la agricultura, del comercio y de las artes, multiplica sus felices resultados.”
También defiende en forma ferviente a los árboles, como conservador de las aguas y depurador de la atmósfera. Hace un alto en la narración para criticar en forma lapidaria el arreglo que se estaba haciendo en el puerto: “En otro tiempo, añosos copudos ombúes recibían al viajero delante del muelle de Buenos Aires, y por su belleza y su frescura se hacían amar y admirar del extranjero, desde que pisaba nuestras playas, empero fueron despiadadamente arrancados por el gusto pervertido de los que no encuentran nada hermoso en su patria; por los que no se impresionan de la sublimidad de la pampa ni de la magnificencia del gigantesco vegetal que forma su mejor ornamento.”
Reconoce Sastre que no es sólo un problema de la gran ciudad: “Las pequeñas poblaciones, impulsadas por el deseo pueril de parecerse en algo a las ciudades, hacen lo posible por destruir las arboledas de su seno, acabando así con el más bello adorno de su pueblo, sea ciudad o aldea, y con las fuentes más puras y perennes de la salubridad del aire que respiramos.
El ceibo para los jardines y el ombú para los paseos públicos, no hay planta que los aventaje en la pureza de sus emanaciones, y pueda competir en belleza con el resto de los árboles”
Juan María Gutiérrez al leerlo le escribió: “Creo que Ud. ha acertado escribir el mejor libro que por mucho tiempo saldrá de las prensas de Buenos Aires. Es una obra de interés para todos, incluso los extranjeros dentro y fuera del país.”
En 1860 el libro fue aprobado por el gobierno de la provincia de Buenos Aires como libro de premio y como texto de lectura para las escuelas públicas. A fines de la década del ‘40 el escritor Ricardo Rojas no ahorró palabras de elogio para este libro que seguía utilizándose en los colegios primarios: “a fe que lo merece, no ya por la prioridad que al autor se le reconoce el tema, sino por la calidad de su prosa, a la vez sencilla y emocionada.”

De la Comisión al Consejo
Sastre fue Presidente Honorario de la Biblioteca Popular de Belgrano que había sido fundada en junio de 1870 por iniciativa de Sarmiento. Incrementó el patrimonio con 4000 libros de su propia colección. Integraban también la comisión Carranza Mármol, Rafael Corvalán, Federico Halbach, Janiario Escobedo y los Dres. Adolfo Saldías y Julio Fonrouge.
Cuatro años después alertaba a los Legisladores de la Provincia de Buenos Aires por el grave problema del analfabetismo, agravado con la llegada de los inmigrantes a los que se debía instruir en muchos casos en una nueva lengua y que a veces eran analfabetos de la suya propia.
La federalización dio origen a una nueva provincia escolar, lo que le dio al presidente Roca la excusa necesaria para adoptar una serie de medidas hasta que el Congreso dictase la Ley de Educación Común. El 28 de enero de 1881 firma el Decreto 11.884 por el cual crea el Consejo Nacional de Educación en reemplazo de la Comisión Nacional que funcionaba hasta ese momento.
Fue nombrado presidente Domingo Faustino Sarmiento, secundado por Miguel Navarro Viola, Alberto Larroque, José A. Wilde, Adolfo van Gelderen, Carlos Guido y Spano, José M. Bustillo y Julio A. Costa. Pero el “Padre del Aula” tenía un carácter muy difícil y el “Zorro” no estuvo dispuesto a tolerarlo mucho tiempo. Agradeció a todos los servicios prestados y nombró nuevos miembros. Así, la presidencia estuvo a cargo de Benjamín Zorrilla, secundado por Marcos Sastre, Miguel Goyena, Emilio Lamarca y Julio Fonrouge.
La Cámara inició la consideración del proyecto de ley presentado por el Ejecutivo de acuerdo a lo presentado por el Consejo en 1883. Después de arduos debates, presiones y polémicas la Ley 1420 de Educación Común se promulgó el 8 de julio de 1884.

El Cementerio de Belgrano y la Plaza Marcos Sastre
Marcos Sastre se radicó en Belgrano en 1880, habitando una quinta en el Bajo, sobre la calle Arribeños, entre Blanco Encalada y Olazábal. Allí falleció el 15 de febrero de 1887 y fue enterrado en la bóveda que el Concejal José María Sagasta Isla tenía en el antiguo cementerio de esa localidad. Todavía trabajaba como vocal en el Consejo Nacional de Educación el cual dispuso que se asistiera en corporación a las honras fúnebres, invitando a inspectores, empleados de la repartición y profesores de la Capital.
Concurrió el escritor Carlos Guido Spano, en un breve discurso destacó la pérdida del decano de los educacionistas argentinos al que dos generaciones de argentinos debían su instrucción y al que se recordaría como cultor de las letras argentinas.
Debido a la difícil situación económica en que quedó la familia, el Consejo Nacional de Educación ordenó por su cuenta el servicio fúnebre y solicitó por nota al Ministerio de Instrucción Pública amparo económico para su viuda. El Gobierno Nacional dispuso por Ley 1999 promulgada el 16 de septiembre de 1887 conceder a su viuda Doña Matilde Brea de Sastre una pensión de las dos terceras partes del sueldo que gozaba su esposo al tiempo del fallecimiento.
Una urna de mármol en la bóveda de la “Familia Ángel Sastre” contiene actualmente las cenizas de este infatigable pedagogo en el Cementerio de la Recoleta.
La Legislatura Municipal por Ordenanza del 28 de octubre de 1904 abrió una calle con su nombre; y por Decreto 5003 del 20 de agosto de 1946 el Intendente Emilio P. Siri ordenó se denominase “Marcos Sastre” a la plaza comprendida por las calles Monroe, Miller y Valdenegro “considerando que la referida plaza comprende el cementerio del viejo Belgrano, dónde estuvieron enterrados los restos del autor de ‘Tempe Argentino’, maestro y escritor de mérito que desempeñó una función importante en nuestros orígenes literarios y cuyo nombre está vinculado al de los más brillantes escritores de la primera mitad del siglo XIX que se reunieron en su salón literario de la calle Victoria.”

Notas
1 Memoria presentada por el Ministro de Estado en el Departamento de Interior al HCN en las sesiones de 1870. Bs. As. Imprenta “El Nacional”. 1870.
2 Archivo Notaria Eclesiástica del Arzobispado de Bs. As.,19 de agosto de 1859. En: Allende, Andrés R., Los orígenes del Pueblo de Belgrano (1855-1862), Bs. As., Imprentas Oficiales, 1958.
3 La vieja capilla fue demolida y los terrenos rematados. La actual Iglesia “La Redonda” se inauguró el 8 de diciembre de 1878.
4 “1875-Comisión del Cementerio posesión del terreno” (Carpeta de 5 fojas perteneciente al Archivo Histórico de la Ciudad de Bs. As.). La vara era aproximadamente 0,86 m.
5 Quedaba prohibida la inhumación de los fallecidos de cólera asiático y fiebre amarilla. No se podía enterrar enfermos contagiosos fuera de Chacarita.
6 El presupuesto de la capital de fecha 26 de enero de 1891 tiene una detallada lista de tarifas para los cementerios de Belgrano, Chacarita, Disidentes, Flores y Norte.
7 El 18 de octubre de 1901, centenario del natalicio del Gral. Urquiza, se le dio el nombre al barrio.
8 Las tres calles recibieron su denominación por Ordenanza del 27 de noviembre de 1893.
9 Rojas, Ricardo, Historia de la Literatura Argentina – Parte 3ª: Los Proscriptos, Bs.As., Ed. Losada, 1948, Págs. 218 y 219.
10 Por Ley N° 52 del 10 de septiembre de 1863 fue adoptado el sistema de pesos y medidas métrico decimal con sus denominaciones técnicas, múltiplos y submúltiplos.

Bibliografía principal
– “Registro Oficial de la Provincia de Buenos Aires”. Año 1871. Bs As. Imprenta del Mercurio.
– Leyes y Decretos de la Cámara de Diputados de la Nación.
– Actas, Boletines y Versiones Taquigráficas de la MCBA.
– Buenos Aires nos cuenta. Bajo Belgrano latitud 34º 34’ S.
– Registro de inhumaciones del Cementerio del Oeste.
– Sastre, Marcos, El Tempe Argentino, 11ª ed ilustrada, Ed. Ivaldi & Checchi, Bs. As., s/f.
– Sastre, Marcos, Consejos de Oro sobre la educación, dirigidos a las madres y a los institutores, Ed. Morta, 9° Ed., 1860.
– Sastre, Marcos, La educación popular en Buenos Aires, Memoria presentada al Consejo de Instrucción pública por la Inspección General de Escuelas, Bs. As., Imp. “El Nacional”, 1865.
– Sastre, Marcos, Lecciones de Gramática, Bs. As., Ed. Morta, 1858.
– Coni Bazán, Fernando A., “Obras Didácticas de Marcos Sastre”, en: “Mayo. Revista del Museo de la Casa de Gobierno”, Año I, Nº 2, Bs. As., 1960.
– Diarios El Nacional, El Censor y Tribuna Nacional de febrero de 1887 y marzo de 1898.

Información adicional

HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año VIII – N° 44 – diciembre de 2007
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991

Categorías: Cementerio, Edificios destacados, Plazas, Parques y espacios verdes, Vecinos y personajes, Cosas que ya no están
Palabras claves: Marcos Sastre, Fiebre Amarilla, Mariano Escalada, Marcos Sartre

Año de referencia del artículo: 1900

Historias de la Ciudad. Año 8 Nro44

Marcos Sastre (AGN).

Obituario del mismo día en que se debatía la clausura.

Plano confeccionado por el Departamento de Obras Públicas de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires (1904).

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