Martín de Álzaga, héroe de las Invasiones Inglesas, fue un ferviente patriota, fiel a su rey y digno del mismo respeto que se les tributa a todos aquellos patriotas que dieron su vida por concretar sus ideales de independencia.
Martín de Álzaga nació en el país vasco español, en el valle de Aramayona, provincia de Álava, el 11 de noviembre de 1755 en un antiguo caserío familiar. Era hijo legítimo de Francisco de Álzaga y de Manuela Olavarría. El mismo día de su nacimiento fue bautizado por el Cura Ecónomo de la Iglesia Parroquial de San Martín de Ibarra de Aramayona, presbítero Andrés Aguirre y Arrieta. Los padrinos fueron Francisco de Garay, regidor de primera suerte, y Francisco de Lasurtegui.1
A los doce años, en razón de apreturas económicas de su familia, se embarcó en Cádiz rumbo a Buenos Aires, donde desde 1763 se hallaba establecido su pariente Mateo Ramón de Álzaga y Sobrado, un vecino y comerciante de fuste, quien habitaba junto con su mujer, Francisca de Cabrera, una suntuosa morada sobre la Plaza Chica, a escasos pasos de la iglesia de Santo Domingo.2
Al poco tiempo de llegar a Buenos Aires Martín de Álzaga ingresó en la casa mayorista de Gaspar de Santa Coloma, vasco como él, a quien lo ligó una profunda e inalterable amistad. Permaneció allí hasta los veintidós años, en que se separó con sus 24.000 pesos fuertes ahorrados y se instaló por cuenta propia, manejando con tal acierto sus negocios que llegó a ser uno de los comerciantes más ricos y de mayor prestigio de la Colonia. Sin lugar a dudas fue un empresario de primer nivel.
No hacía mucho que se había instalado por cuenta propia, cuando el 13 de septiembre de 1780 se casó con María Magdalena de la Carrera e Inda, una joven porteña de distinguida prosapia colonial con la que tuvo trece hijos, tres varones y diez mujeres. Una de ellas fue abuela del presidente Manuel Quintana, y otra se casó en segundas nupcias con Mariano Fragueiro, distinguido hombre público que fue gobernador de Córdoba.
Martín de Álzaga ingresó en el Cabildo de Buenos Aires en 1785 como regidor y defensor de pobres. En 1790 fue nombrado síndico y procurador general y nuevamente regidor en 1791. En 1795 fue designado alcalde de primer voto, y en 1799 prior del Consulado. En 1804, 1807 y 1808 volvió a ser elegido alcalde de primer voto.
Era profundamente católico y a los treinta y cinco años tomó el hábito de la Tercera Orden Franciscana.
Se mostró siempre partidario tenaz del monopolio comercial con España y como opositor ferviente del contrabando, lo que sostuvo con energía desde sus cargos en el Consulado y en el Cabildo. La libertad de comercio proclamada el 6 de noviembre de 1809 significó un considerable aumento para las maltrechas rentas del Estado y la ruina del comercio español. Sin embargo, Martín de Álzaga supo adaptarse a las nuevas circunstancias y mantuvo floreciente su negocio.
La sustitución del rey de España Fernando VII por su hijo Carlos IV, el que cedió la corona a Napoleón quien, a su vez, hizo lo mismo con su hermano José Bonaparte en 1808, convirtiéndolo en rey de España, hizo que las Cortes españolas rechazaran esta designación y formaran en Cádiz un gobierno en el exilio en nombre de Fernando VII que era prisionero de Napoleón. Cabe recordar que Carlos IV era un monarca irresoluto a quien su primer ministro, Manuel Godoy, traicionaba siendo el amante de la reina. Este gobierno en el exilio se denominó Junta de Cádiz.
Martín de Álzaga creía que, en defecto de Fernando VII y en el supuesto de que resultara imposible su retorno al trono o el de sus sucesores, la América española debía constituirse en una república independiente. No aceptaba la tesis de Belgrano, Castelli y otros criollos que pretendían sustituir a Fernando VII, prisionero de Napoleón y reemplazado en 1808 por José Bonaparte en el trono de España, por la princesa de Portugal Carlota Joaquina de Borbón, hermana mayor de Fernando VII y esposa de Juan de Portugal que después llegó a ser Juan VI.
Es de señalar que en enero de 1808 la corte portuguesa, ante la invasión napoleónica al territorio lusitano, se estableció en Río de Janeiro bajo la protección inglesa. El Cabildo de Buenos Aires, firmemente conducido por Martín de Álzaga, se oponía a esta tesis de Belgrano. Quede pues en claro que Martín de Álzaga apoyaba firmemente a Fernando VII y que, sólo en el supuesto de que resultara imposible su retorno al trono o el de sus sucesores, propiciaba que la América española se convirtiese en una república independiente. Esto es, a mi juicio, lo que hizo creer erróneamente a varios historiadores que Álzaga propugnaba la independencia de estas tierras de la corona española.
Confirma esta tesis Héctor C. Quesada, Director del Archivo General de La Nación, en su libro3, donde comienza citando a Bartolomé Mitre,4 “dictador en el Cabildo; hombre de acción en el peligro”, y agrega Quesada: “Caudillo en los días lejanos de la colonia. Señor influyente y dominador entre los peninsulares; enemigo irreductible de los criollos. Natural del Señorío de Vizcaya. Fuerte como su raza. Fiel a su rey. Rico, tenaz, ambicioso, católico, sentimental y conspirador”. Continúa diciendo, Mitre en la misma página 157: “era el representante nato de la población europea y el caudillo natural de los batallones españoles que se habían organizado antes de la invasión”.
A juzgar por lo que dicen estos dos historiadores, es impensable que Álzaga haya propiciado la independencia de la España monárquica de los Borbones.
El 18 de junio de 1806 se recibieron las primeras informaciones de la llegada de una flota británica al Río de la Plata en las cercanías de la isla de Flores, supuestamente con el propósito de tomar la ciudad de Buenos Aries. El Virrey del Río de la Plata, Marqués Rafael de Sobre Monte, designó al oficial de marina Santiago de Liniers y Bremond, un francés al servicio de España, comandante de las fuerzas de defensa. En la mañana del 25 de junio los ingleses desembarcaron en Quilmes con algo menos de 2.000 hombres, y allí tuvieron que vencer alguna resistencia; el 27 de junio marcharon sobre Buenos Aires y la tomaron.
El Virrey, con el tesoro de la ciudad, huyó hacia Córdoba con el propósito de organizar desde allí la reconquista, pero al llegar a Luján, acorralado por las fuerzas enemigas, se vio obligado a abandonar los caudales para poder continuar su viaje al interior.
Las tropas británicas, que estaban al mando del teniente general William Carr Beresford, afianzaron su posición derrotando en Perdriel a las fuerzas comandadas por Juan Martín de Pueyrredón y apoderándose en Luján del tesoro de Buenos Aires.
Liniers y Pueyrredón lograron alcanzar la Banda Oriental y con la colaboración de Pascual Ruiz Huidobro, gobernador de Montevideo, organizaron una fuerza que desembarcó en el Tigre al mando de Liniers el 4 de agosto de 1806 y que el día 12 de ese mes, con la colaboración de las fuerzas voluntarias que organizó Martín de Álzaga dentro de la ciudad de Buenos Aires, derrotó a los ingleses, por lo que Beresford tuvo que rendirse. El 14 de agosto se convocó a un Cabildo Abierto. So pretexto de que el Virrey estaba enfermo, se delegó en Liniers el mando militar, y en el presidente de la Audiencia el despacho de los asuntos de gobierno y hacienda.
Antes del 3 de febrero de 1807 en que los ingleses tomaron Montevideo después de un sitio de diecisiete días, el Virrey Sobre Monte había huido nuevamente de Buenos Aires, esta vez a Montevideo, con el pretexto de defender la ciudad, pero al entrar los ingleses en ella huyó rápidamente. Enterados en Buenos Aires de lo ocurrido, el 10 de febrero una pueblada reunida frente al Cabildo de la ciudad exigió la destitución del Virrey. El Cabildo lo destituyó y entregó a Liniers el mando militar y a la Audiencia el gobierno civil del Virreinato.
Después de tomar Montevideo los ingleses se dirigieron hacia Buenos Aires y el 28 de junio de 1807 una fuerza de unos 8400 hombres, al mando del teniente general John Whitelocke, desembarcó en el puerto de la Ensenada (Ensenada de Barragán). En los corrales de Miserere (actual Plaza Once) derrotó a las fuerzas de la defensa comandadas por Liniers, obligándolas a retroceder hacia el centro de la ciudad, donde muchos civiles, a las órdenes del Alcalde de primer voto Martín de Álzaga se sumaban a las tropas que defendían a Buenos Aires. La resistencia fue obstinada, el Regimiento de Patricios al mando de Cornelio de Saavedra, origen de lo que después fue el Ejército Argentino, se distinguió en la contienda.
El 7 de julio de 1807 las tropas inglesas, que perdieron el 30% de sus efectivos en combate, se vieron obligadas a rendirse. El apoyo de los civiles a las órdenes de Álzaga fue un factor decisivo en el logro de la victoria.
Ambas invasiones fueron realizadas sin autorización del gobierno británico, lo que solía ocurrir en ese entonces, y la flota que las transportó estuvo al mando del Comodoro Sir Home Riggs Popham.
La Junta de Sevilla le otorgó a Martín de Álzaga, por su destacada actuación en las invasiones inglesas de 1806 y 1807, una medalla de oro cuya réplica yo entrego anualmente, en un premio que lleva su nombre, al egresado de la Escuela Superior de Guerra con mejor calificación en Historia Argentina.
En marzo de 1809 Whitelocke fue degradado en Londres y expulsado del Ejército Británico por una corte marcial que lo declaró totalmente inepto e indigno de servir a Su Majestad como militar.
En enero de 1813, en la ciudad de Cádiz, Sobre Monte fue juzgado por un Consejo de Guerra que lo absolvió, tras un proceso que sus adversarios calificaron de parcial. Había permanecido en el Río de la Plata hasta 1809, detenido por la Real Audiencia, que lo envió ese año de regreso a España.
El 1 de enero de 1809 los españoles, con Álzaga a la cabeza, aprovecharon la renovación del Cabildo para exigir la renuncia del Virrey Santiago de Liniers y establecer en su lugar una junta a semejanza de la constituida en Cádiz. Álzaga desconfiaba de Liniers por ser este francés y sospechar que aparentando estar al servicio de la monarquía española, estaba en realidad al servicio de la Francia de Napoleón que se había apoderado del reino de España en 1808. Liniers accedió a dejar el mando y firmó su renuncia, pero no aceptó la creación de la junta, y propuso que lo sustituyera el oficial de mayor graduación del Virreinato. En el momento crítico apareció Saavedra al frente del Regimiento de Patricios y dio su apoyo a Liniers cuya renuncia fue rota. A raíz de esto Liniers inició contra Álzaga y los suyos el llamado “Proceso por la tentativa de independencia”, o simplemente “Proceso de la independencia”. La misma noche del 1 de enero de 1809 la Real Audiencia, presidida por el Virrey Liniers, condenó a Álzaga y sus aliados y los desterró a Patagones. Álzaga partió al destierro en la madrugada del 3 de enero de 1809 en la goleta La Araucana. Fue liberado por su amigo, el entonces Gobernador de la Banda Oriental, Francisco Javier Elío, y absuelto por otro amigo el 22 de octubre de 1809, el Virrey del Río de la Plata Baltasar Hidalgo de Cisneros que sustituyó a Liniers al frente del Virreinato.
El 13 de enero de 1812 el Triunvirato, constituido por Feliciano Chiclana, Manuel de Sarratea y Juan José Paso, dio un Bando que ordenaba la confiscación de bienes “a todos los sujetos de la España, Brasil, Montevideo y territorio de la obediencia de su gobierno o del Virreinato, que no los hubiesen declarado y se hubieran refugiado en países enemigos”.5 Álzaga dio cumplimiento al Bando: declaró sus bienes y no se movió de la ciudad de Buenos Aires. Sin embargo, el gobierno decidió complicarle la vida y lo encerró en un calabozo con barra de grillos. La esposa de Álzaga, María Magdalena de la Carrera e Inda, logró llegar a un arreglo con el gobierno a costa de fuertes pagos en efectivo y compromisos de pagos futuros avalados por cinco fiadores mancomunados.6 De este modo la señora de Álzaga obtuvo la liberación de su marido. Cabe destacar que el 8 de mayo de 1816, ya fusilado Martín de Álzaga, su hijo Félix de Álzaga, en representación de su madre, reclamó la devolución de los 50.000 pesos fuertes indebidamente pagados, los que le fueron devueltos a la viuda de Martín de Álzaga, luego de varios reclamos, el 14 de diciembre de 1820. De lo que resulta que la conducta del Triunvirato, materializada a través del agente de la Cámara doctor Pedro José Agrelo, fue una verdadera extorsión.
Corrían los últimos días del mes de junio de 1812 y “Álzaga, fiel siempre a su Rey, más vasallo que nunca, se muestra por todas partes para alejar sospechas y conspiraciones”.7
“La conspiración de Álzaga”, tal como fue conocida, debía estallar a las dos de la mañana del 10 de julio de 1812, pero fue descubierta por denuncia de un esclavo de Valentina Feyjó, el Negro Ventura, que fue generosamente premiado por la Junta por su delación. Los cabecillas, con Álzaga a la cabeza, fueron capturados y se designó jueces de instrucción a Feliciano Chiclana, Pedro José Agrelo (el mismo que lo había extorsionado bajo las órdenes del Triunvirato), Bernardo de Monteagudo, José Hipólito Vieytes y Miguel de Irigoyen. El juicio fue sumario y se los declaró culpables. La sentencia de muerte, dictada a instancias de Bernardino Rivadavia, fue firmada por él mismo y por los otros dos miembros del Triunvirato, Feliciano Chiclana y Juan Martín de Pueyrredón, aunque este último intercedió sin éxito ante Rivadavia para tratar de evitar la sentencia de muerte.
Álzaga y sus cómplices fueron fusilados públicamente en la Plaza de Mayo el 6 de julio de 1812. Álzaga se negó a que se le vendaran los ojos y, dirigiéndose al pelotón, le pidió que no le tiraran a la cara y les ordenó: “muchachos cumplan ahora con su deber”. Después se cruzó de brazos. Su cuerpo y el de sus cómplices fueron colgados durante tres días en la Plaza de Mayo para escarmiento de quienes compartían sus ideas políticas. Los pormenores de estos trágicos momentos responden a la descripción que hiciera Santos Fortunato Vallester, que fue testigo presencial, y que lo refirió años después en una carta dirigida a Ángel Justiniano Carranza.8
Al cabo de los tres días en que debían quedar colgados los cadáveres, José Martínez de Hoz, presidente de la Hermandad de la Caridad, se hizo cargo del cadáver de Martín de Álzaga, y después de velado en el atrio de la iglesia de San Miguel, como correspondía a los ejecutados, se le dio cristiana sepultura en el Campo Santo de dicho templo. Posteriormente sus restos fueron trasladados a la Bóveda Álzaga del Cementerio de La Recoleta, y finalmente a la iglesia de Santo Domingo, donde hoy se encuentran.
En su testamento, dictado poco antes de morir, Martín de Álzaga designó albacea a su yerno Matías de la Cámara pero, habiéndose enterado con gran disgusto de que había sido ejecutado por no informar el paradero de su suegro a quienes lo interrogaron, nombró en su reemplazo a su gran amigo José Martínez de Hoz.
Bernardo Lozier Almazán, Académico de Número de la Academia Argentina de la Historia, coincidiendo con Mitre y con Quesada, expresa: “Don Martín de Álzaga de ninguna manera fue un traidor, antes bien, fue un ferviente patriota, fiel a su Rey y digno del mismo respeto que se les tributa a todos aquellos criollos patriotas que dieron sus vidas por concretar sus ideales de independencia”.9 a
Autor: Académico de Número de la Academia Argentina de la Historia
Apéndice
Martín de Álzaga y Olavarría (1755-1812) Alcalde de Buenos Aires que se distinguió en la defensa y reconquista de la ciudad durante las Invasiones Inglesas de 1806 y 1807. Jefe de los españoles, fusilado el 6 de julio de 1812.
Padre de Félix Alejandro de Álzaga Carrera (1792-1841).
Padre de Félix Gabino de Álzaga Pérez (1815-1887).
Padre de Virginia Celina de Álzaga Piñeyro (1868-1949). Bisnieta del Alcalde Martín de Álzaga y Olavarría. Se casó con Carlos María Lucio Blaquier Oromí (1860-1940).
Madre de Carlos Miguel Félix Blaquier Álzaga (1892-1984). Tataranieto del Alcalde Martín de Álzaga y Olavarría.
Padre de Carlos Pedro Tadeo Blaquier Estrugamou (1927). Chozno del Alcalde Martín de Álzaga y Olavarría y autor de este trabajo.
Notas
1.- Williams Álzaga, Enrique, Vida de Martín de Álzaga, págs. 32 infine y 33.
2.- Williams Álzaga, Enrique, ob. cit., pág. 35, primer párrafo.
3.- QUESADA, Héctor C., El alcalde Álzaga. La tragedia de su vida, Editorial El Ateneo, 1936, pág. 9,
4. MITRE, Bartolomé, Historia de Belgrano. Edición de 1859, pág. 157.
5.- Archivo General de la Nación. Bandos 1809 a 1813.
6.- Archivo General de la Nación. Documentos de Caja, 1820.
7.- QUESADA, Héctor C., ob. cit., pág. 185.
8.- Publicada en la “Revista Nacional”, T. XXII, pág. 72.
9.- LOZIER ALMAZÁN, Bernardo, Martín de Álzaga. Historia de una trágica ambición, Editorial Ediciones Ciudad Argentina, 1998, págs. 240 in fine y 241.
Bibliografía
Academia Nacional de la Historia, Nueva Historia de la Nación Argentina. Tomo II, Editorial Planeta Argentina S.A.I.C, 1999.
de Gandía, Enrique, Orígenes desconocidos del 25 de mayo de 1810. Editorial Orientación Cultural, 1960.
Historia de las ideas políticas en la Argentina: las ideas políticas de Martín de Álzaga precursor de la independencia argentina. Editorial Depalma, 1962.
Bases de la argentinidad. Editorial Pampa y cielo, 1964.
Historia de las ideas políticas en la Argentina: las ideas políticas de las primeras revoluciones y la supuesta conspiración Álzaga. Editorial Depalma, 1967.
Lozier Almazán, Bernardo, Martín de Álzaga. Historia de una trágica ambición. Ediciones Ciudad Argentina, 1998.
Mitre, Bartolomé, Historia de Belgrano. Primera edición, 1859.
Quesada, Héctor C., El Alcalde Álzaga. La tragedia de su vida. Editorial El Ateneo, 1936.
Williams Álzaga, Enrique, La conspiración de Álzaga a la luz de una nueva documentación, Talleres Gráficos Dorrego, 1962.
Álzaga – 1812. Emecé Editores, 1969.
Martín de Álzaga en la reconquista y en la defensa deBuenos Aires (1806-1807). Emecé Editores, 1971.
Martín de Álzaga. Cartas (1806-1807). Emecé Editores, 1972.
Vida de Martín de Álzaga 1755-1812. Emecé Editores, 1984.
Información adicional
HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año VII – N° 40 – marzo de 2007
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Palabras claves: Martin de Alzaga
Año de referencia del artículo: 1812
Historias de la Ciudad. Año 7 Nro40