“Como ha dicho Bebel (la prostitución) es una institución social necesaria, lo mismo que la policía, el ejército permanente y la iglesia, no debe ser considerada por nosotros sino en el sentido indicado, único en virtud del cual implica una de las tantas manifestaciones de la ‘mala vida’.”
Eusebio Godoy, La mala vida en Buenos Aires.
Digamos, para ser positivos, al comenzar esta pequeña historia, que como sostiene José Ingenieros, entre el hombre normal y el loco, hay “un gran número de anormales y desequilibrados que fluctúan desde el genio hasta el delincuente, desde el místico hasta el avaro” casi todos en la lucha por la vida, que intensifican un carácter determinado, exaltando un vicio o una virtud saliendo del marco de la mediocridad. Prologando al conocido libro de Eusebio Gómez que nos ha servido de epígrafe, añade el mayor de nuestros sociólogos, que en la actividad social del hombre el resorte que lo pone en juego es la suma de sus necesidades. Por eso me adelanto a señalar que lo que a continuación se leerá no tiene por finalidad atacar a etnias o grupos, menos aún al otro sexo. En todo caso tómeselo como un breve capítulo de la historia porteña sobre el tema indicado en el título. Además, parte de esto ya fue publicado hace mucho tiempo.
1804: inglesas en Buenos Aires
Buenos Aires en 1804 era capital del virreinato del Río de la Plata. Una ciudad pequeña con una población que apenas llegaba a las cuarenta mil almas contando los arrabales; un puerto cerrado oficialmente pero donde el contrabando era el principal medio de comercio de sus habitantes. Pese a las disposiciones prohibitivas sobre extranjeros dictadas por la Corona española, que sólo era magnánima con el elemento africano, un pequeño número de aquellos habitaba en ella, en su mayoría portugueses, así que los sajones —elemento que veremos involucrado en esta historia— se contaban con los dedos de las manos. Inesperadamente, unos años antes, gracias a un episodio asaz extraño, el elemento creció, sobre todo el femenino, con la llegada al puerto de Buenos Aires, en agosto de 1797, de un buque proveniente de la Gran Bretaña.
Despachada por el Almirantazgo a Botany Bay, la fragata Lady Shore navegaba por el Atlántico Sur, cuando parte de su tripulación se amotinó frente a las costas del Brasil y luego de asesinar al capitán desvió su rumbo hacia el Río de la Plata. Su cargamento estaba compuesto por 66 convictas, sentenciadas por los tribunales ingleses a ser transportadas a Australia, a la recién fundada colonia de la Nueva Gales del Sur a cumplir la condena impuesta. La política de emigración forzosa del gobierno británico tenía un doble propósito: alejar de su metrópolis el elemento indeseable y poblar ese nuevo continente. Es sabido que en sus comienzos, Australia fue una colonia penal.
Regresemos a nuestra historia. El motín fue planeado por parte de la marinería, compuesta en su mayoría por franceses forzados a servir en la fragata, quienes luego de matar al capitán y apoderarse del buque, desviaron su rumbo hacia Montevideo y recalaron finalmente en Buenos Aires. El cargamento femenino fue internado en la cárcel de mujeres —la Residencia— hasta lograr más tarde ubicación en las casas de los vecinos, de acuerdo a un régimen donde la religión y la economía se conjugaban.
Padrinazgo por medio, algún vecino o vecina interesados elegía alguna convicta mejor dispuesta, o según las malas lenguas, mas bonita, con fines domésticos, pero comprometiéndose, eso sí, a adoctrinarla en la santa fé católica romana. Para estas inglesas ese destino era preferible a vivir encerradas y subalimentadas en la cárcel, y era el sistema comúnmente utilizado, tanto en las naciones católicas como protestantes, pues cabe recordar que el derecho penal moderno no existía y menos aún, un régimen carcelario. Ni siquiera en la progresista Inglaterra donde, justamente, los pequeños delincuentes y los presos políticos eran enviados a Estados Unidos primero y luego de la independencia de ese país, a Botany Bay a poblar la nueva colonia del imperio, en Oceanía.
Así las cosas y volviendo a Buenos Aires, ya al comenzar el nuevo siglo, la mayoría de las inglesas había logrado salir de la Residencia con el beneplácito de las autoridades, pues su sustento le costaba al erario medio real por día y por cabeza. Digamos también que, tal como nos lo explica el historiador George Pendle, en estos barcos de transporte con cargamento femenino se producía un fenómeno ‘natural’: la mayor parte de las convictas se acoplaba a la marinería de a bordo, pese a los ingentes esfuerzos de algún puritano capitán; esfuerzos vanos como fue el caso de la Lady Shore donde, para complicar aún más las cosas, viajaba todo un regimiento de la Nueva Gales del Sur. Además, la promiscuidad que reinaba en el barco y el precario sistema profiláctico que se conocía en aquella época hacían que las viajeras finalizaran el viaje cargadas con una o, a veces, dos criaturas.1
¿Qué clase de personas eran estas muchachas? ¿Qué antecedentes cargaban estas desdichadas, arribadas a tierra americana en forma tan inesperada?
Contrariamente a lo que se tiende a suponer, la mayoría había sido juzgada por un delito menor y condenada, según los Archivos del Public Record Office, a prisión (transported) por el término de 7 años, 14 años y en un par de casos, de por vida (life). Sabemos la pena impuesta pero ignoramos de qué delito fueron acusadas.
En otro libro sobre los orígenes de Australia, el conocido escritor Robert Hughes, realiza un exhaustivo estudio de los transportados para tratar de establecer el germen de su población. Este investigador señala que en Inglaterra la severidad de la pena se daba por el simple robo de una gallina o de un traje, pues para los delincuentes juzgados por un crimen mayor la condena era más drástica: directamente se los ahorcaba.
Para saber qué clase de especímenes eran estas muchachas llegadas a Buenos Aires en tales condiciones, contamos con pocos datos y su caída en la ‘mala vida’ (si ya antes no contaban con antecedentes) era frecuente, pues las opciones para ellas eran muy limitadas. Tengamos en cuenta que eran parias que se encontraban en estado miserable, forasteras desprotegidas, a menos que tuvieran la fortuna de ser auxiliadas por algún connacional como fue el caso del Dr. O’ Gorman.2
Resulta difícil imaginar el desarraigo que significa llegar y tratar de establecerse en un mundo totalmente diferente, desconocido el lenguaje, las costumbres y el modo de vida, vestidas de convictas y menospreciadas por las de su mismo sexo. Hasta las de su propia nacionalidad las despreciaban, según cuenta Pendle, al relatar otro episodio que vivieron cuando aún se encontraban en Montevideo, con la llegada de otro buque inglés fletado por misioneros, que fue apresado por un corsario francés.3
Una visita de Mr. Darwin
Conocemos la descripción de una de las convictas llamada Mary Clarke gracias a la pluma de un científico que, interesado en la historia del motín, la visitó al llegar a Buenos Aires muchos años después. Charles Darwin, entonces un joven desconocido, arribó en 1833 al Río de la Plata como integrante de la expedición del Beagle. En su Diario el famoso naturalista dejó sus impresiones sobre la entrevista que, junto con el capitán Fitz Roy, hizo a la Clarke.
Es curioso que Darwin, cuyo principal interés no giraba precisamente por los humanos y menos por el sexo opuesto, haya dejado escrito sin embargo su retrato y en términos muy pintorescos, reproduciendo además el diálogo que tuvo con esta ex convicta conocida aquí como doña Clara la Inglesa, una mujer que según palabras del naturalista “alguna vez fue muy hermosa”. Personaje de armas llevar “mató al capitán con sus propias manos y con la ayuda de algunos marineros condujo el barco hasta Buenos Aires” casándose aquí con una persona de gran fortuna.
Esa imagen confirmaría la leyenda que la rodeaba convirtiéndola en la verdadera cabecilla de ese motín que estalló a bordo de la Lady Shore. Darwin reprodujo a continuación el diálogo que con Fitz Roy tuvieron con la ex convicta, ex fondera devenida finalmente vecina distinguida, durante su visita, mechado con expresiones tales como: “Yo los colgaría a todos juntos, Señor“ o para castigos mas leves: “Le cortaría los dedos”, términos estos aprendidos sin duda en altamar, pero inusuales para una vecina de pro.
En Buenos Aires era considerada como la amante y luego asesina del capitán de la fragata inglesa, versión generalmente aceptada, pues la reproduce casi en los mismo términos John Murray Forbes, en ese entonces Encargado de Negocios de los Estados Unidos en nuestro país, que la califica de “delincuente británica convicta que encabezó un motín y que se dice, ayudó con sus propias manos a ultimar al capitán y trajo luego el barco aquí donde vive desde entonces siendo propietaria de una hostería con la que ha hecho una fortuna”.4
También la recogen los hermanos Robertson, famosos por sus Cartas Sudamericanas donde describen nuestro país en tiempos de Rivadavia. Ellos califican a Mary Ann Clarke o Sra. Clarke de “nuestra digna amiga… ahora octogenaria” en conceptos mas benévolos, tal vez porque ella aún vivía cuando las publicaron o, simplemente, porque eran realmente sus amigos así como también lo fueron personajes tan dispares como el almirante Brown, el Dr. O’ Gorman, el chileno Carrera, Manuelita Rosas y doña Josefa Ezcurra. Los Robertson ofrecen una versión más almibarada del motín (lo confunden con el del Bounty) y sostienen que era un personaje que “se hizo muy popular en la ciudad por su carácter vivaz, por su bondad y el espíritu hospitalario que demostraba sobre todo para con los extranjeros”.
Esa versión, recogida por Darwin, de amante y luego asesina del capitán, no coincide con los testimonios prestados por la tripulación y los amotinados en el sumario ordenado por el virrey a la llegada del buque, que se conserva en los archivos de Buenos Aires y Montevideo.
Pero dejemos por el momento de lado esa historia que ya fue tratada en otra ocasión5 para relatar la microhistoria extraída de un expediente criminal, de otras de estas convictas tomada del Archivo Histórico de La Plata, que no tuvo trascendencia, pero da una idea sobre el destino que tuvieron algunas de estas desafortunadas.
Mary Bailey o María Ley González
En la búsqueda por saber qué pasó con las tripulantes de la Lady Shore, encontré, entre otros documentos, un proceso criminal sustanciado por el homicidio de un inglés llamado Samuel, o Samuel Hondubro, botero de profesión que, al parecer, desempeñaba también el papel de rufián y que confirma en cierto modo la pintura que Darwin hizo en su Diario sobre la naturaleza de los individuos llegados en la fragata inglesa. La historia es breve. Comienza y termina en Buenos Aires, en pleno barrio de Monserrat en los años 1804 y 1805.
El marinero lusohispano (procedente de la isla de Fayal) Joaquín Ignacio de la Rosa, joven de 22 a 23 años, tripulante de uno de los buques del conocido comerciante y negrero Tomás Antonio Romero, en una de sus tantas escalas en el puerto de Buenos Aires, se paseaba un mediodía de octubre por el barrio de Monserrat con otro marinero, cuyo único dato identificatorio que ha quedado —pues después del crimen se hizo humo— es su nombre, Pepe. Ambos acababan de recibir su paga y como es natural andaban en busca de diversión y la lograron —o así lo creyeron— cuando fueron abordados en la calle por el inglés Samuel Hondubro, uno de los tantos ex tripulantes de la Lady Shore atascado en Buenos Aires, que los invitó a comer a su vivienda, muy cerca de allí, en uno de los cuartos de Chavarría ubicado frente a la plaza de Monserrat.
Los ‘quartos’ de Chavarría, así conocidos por el nombre del propietario, eran una extensa propiedad compuesta por una decena de habitaciones rentadas por su dueño a un elemento compuesto de blancos, negros y mulatos de humilde extracción, con su clásica pulpería (el gremio más numeroso de la época) en la esquina.
La prostitución no se circunscribía a la zona del puerto o de las cercanías del muelle junto a la Alameda (actual Leandro N. Alem) según lo demuestra la causa criminal, aunque allí se concentraban las pulperías y quilombos. Tampoco es posible aseverar que en el barrio de Monserrat el elemento femenino fuera de lo peor en lo que a costumbres y moral se refiere, pues allí habitaban familias de cierto renombre como los Lezica, los Rosas o los Balcarce. Pero cabe recordar que uno de los callejones que desembocaba en esa plaza —hoy avenida 9 de Julio entre las calles Moreno y Belgrano— era justamente conocido como la “calle del Pecado” o Aroma.
Además, hasta poco antes de ocurrido el crimen que trataremos, las corridas de toros se celebraban en la plaza de Monserrat, costumbre que fue abolida y el toril desmantelado, debido al reclamo de los vecinos que se quejaban ante el Cabildo, del mal elemento que rondaba el lugar y le daba mala fama al barrio.
Otro caso igualmente grave que trataremos en otra ocasión, ocurrió en ese mismo barrio poco después, con unos pardos ‘manfloros’, suceso que motivó una investigación y ocasionó gran alarma a las autoridades. O el reporte del comandante de la partida zeladora dando cuenta de la prisión de 10 negros “que estaban baylando el tambo con grande alboroto en una casa frente a Monserrat” junto con otros 40 que se ‘profugaron’. Sin embargo, una cuadra antes de los cuartos de Chavarría, yendo en dirección al centro, estaba (y está lo que resta) el convento de las monjas clarisas junto a la Iglesia de San Juan, una de las pocas edificaciones de la época que, mal que mal, se conserva.
Uno de los cuartos de Chabarría, o Chavarría, era ocupado por el inglés Samuel y dos de las antiguas convictas llegadas en la Lady Shore. Invitados los marineros por Samuel a almorzar, conocieron a la dueña de casa, una irlandesa que después declaró tener 30 años de edad, llamada Mary Bailey, cristianizada como María Ley González, y a una suerte de acompañante o criada ya anciana, llamada Ester Round. Estas dos mujeres figuran en el listado de los archivos ingleses como convictas embarcadas en la fragata (transported) y también en los de las internadas en la Residencia, aunque sus apellidos se hayan escrito algo cambiados.
La anciana, liberada de la Residencia una semana antes de producirse el crimen que estamos relatando, se llamaba Esther Orbury als (alias) Round als Poole, también era nativa de Irlanda pero de religión protestante, y había sido juzgada en Warwick, Inglaterra por algún delito muy grave, pues en los registros figura sentenciada a cadena perpetua (life).
A la llegada de los marineros invitados, la anfitriona, Mary Bailey o Ley González, envió a una vecina también inglesa y procedente de la misma fragata, a la pulpería en busca de pan y vino. Esta, al parecer, dio parte a otras colegas pues no tardaron en caer al ‘ágape’ varias ex convictas que habitaban junto a la iglesia de San Juan, según se desprende de sus posteriores declaraciones. De acuerdo con la reconstrucción que consta en el expediente a pedido del defensor de de la Rosa, estas testigos declararon que participaron en la primera parte del drama almorzando con los marineros invitados, de la Rosa y Pepe.
Del interrogatorio se desprende que, una vez finalizado el beber y el yantar, la dueña de casa las invitó en crudos términos a retirarse. En el sumario por el homicidio del que nos ocupamos, el amanuense o tinterillo, al redactar sus declaraciones que son ratificadas con la firma de cada testigo, o con la clásica cruz para la que no sabe firmar, repitió esta frase dicha por Mary Bailey: “¡Fuera putas que la calle es de ustedes y la casa es mía!” Ese mismo calificativo fue repetido en sus testimonios por las 4 inglesas, que no tienen empacho en expresarse en esos términos.
Las muchachas obedecieron a sus insinuaciones pero antes de retirarse observaron que, decidida a conquistar al forastero, María o Mary, se había sentado en su falda “jugando de manos” y, dispuesta a pasar la siesta con él, ordenó a la vieja irlandesa que trajera uno de los catres del cuarto vecino. Luego se encerró “con llave y cerrojo” en la habitación, con el marinero de la Rosa.
A partir de aquí las versiones recogidas en el proceso comienzan a diferir. El marinero afirmó que María Ley González “entró a decirle al confesante de que había de dormir con ella la siesta en presencia de su paisano Pepe” y él se excusó, “pero que ella se le sentó en las faldas y empezó a despedir a la gente que allí había” y el inglés Samuel “hechó llabe a la puerta de la calle”, y los dejó a oscuras.
El invitado se acostó a dormir la siesta con la inglesa y después de dormir como una hora poco más o menos, sintió que “lo agarraban por las piernas y lo arrastraban”. Era el inglés Samuel, que había trocado su papel de anfitrión por el de asaltante, pues empuñaba una navaja y lo amenazaba con ella junto con otro individuo, tratando de despojarle la paga cobrada ese día. De la Rosa, que no estaba tan borracho como creyeron, se resistió y logró incorporarse y torcerle la muñeca a Samuel. A su vez, la irlandesa intentó ayudar a su cómplice y, de atrás, tomó al marinero de la camisa —le rompió la manga— y luego del ‘cavello’. Rodaron los dos hombres por el suelo, pero en medio de la lucha, Samuel cayó con tan mala fortuna que se clavó su propio cuchillo. Así al menos lo sostuvo el acusado, pero la Bailey lo refutó y no hubo testigos que corroboraran sus descargos.
Según el informe que obra en el expediente, el perito médico José Antonio Fernández, designado por el juez, “halla entre la quarta y quinta costilla del lado izquierdo (del cadáver) una puñalada hecha con cuchillo de profundidad hasta dividir el corazón que no le ha dado lugar siendo infiel, aunque quisiera, le socorriesen con agua de socorro para el bautismo pues no ha tenido término de tres minutos para morir”(fs.6).
Finalmente el Juez, Dr. Castex, contrariando el pedido del fiscal que había solicitado se le aplicara la pena de muerte, consideró culpable al marinero Joaquín Ignacio de la Rosa y lo condenó a tres años de presidio. Fueron vanos los esfuerzos del Defensor Oficial de Pobres, el Sr. del Llano, quien logró identificar y hacer comparecer a las inglesas que, a través de sus dichos, traslucieron cierta simpatía con el reo. Sin embargo, “las declarantes irlandesas carecen de idoneidad —según el juez— que por derecho se requiere máxime en casos de sangre” así que sus testimonios no tuvieron suficiente entidad.
Como vemos, las testigos —extranjeras y de dudoso oficio— fueron descalificadas. Tan poca entidad tuvo la defensa que, apelada la sentencia por el fiscal, la Real Audiencia que intervino como tribunal de apelación, no conforme con el monto de la condena dada en primera instancia, la elevó a 8 años de presidio “que cumplirá como extranjero”. Había una ojeriza manifiesta hacia los forasteros debida, en alguna medida, a los nuevos aires que a partir de la revolución francesa corrían por el Nuevo Mundo.
Nuestro principal interés ha sido tratar de catalogar a las inglesas y bosquejar su filiación. Todas las que han comparecido en el juicio llegaron en la Lady Shore y se encuentran registradas en la lista del Public Record Office y en la correspondiente a la Residencia. Además de las directamente involucradas que hemos mencionado, las restantes testigos eran una joven de 25 años, Lucy Whitehouse (Casablanca o Blanco, madre por segunda vez, un mes antes del homicidio, según los registros bautismales de Monserrat) católica, que hablaba el idioma del país; no así la segunda testigo Sara Clark ‘als Price (Cloc para el amanuense) que declaró ser protestante de 30 años y también habitaba otro de los cuartos de Chavarría. Susana Johnston “mayor de 34 años” y Elizabeth Nugent de 26 años eran las restantes testigos que se domiciliaban “junto a (la iglesia) San Juan”.
Como vemos todas son jóvenes, a excepción de Ester, la acompañante de la dueña de casa, que declaró ser de nacionalidad irlandesa pero protestante y de 61 años de edad. Su delito debió ser muy grave pues como recordamos líneas antes, había sido condenada a cadena perpetua. En realidad, el sistema carcelario inglés muy pocas veces facilitaba a las transportadas tickets de retorno a Inglaterra, así que si la sentenciada tenía la fortuna de llegar a cumplir con vida el término de la pena, su libertad quedaba limitada a circular por Australia sin posibilidades de regresar a la madre patria o con posibilidades muy remotas.
El autor australiano antes citado (Hughes) señala que el término de la condena era aumentado en muchos casos por la severidad del régimen carcelario y, generalmente, si lograban sobrevivir a los naturales, al látigo de nueve colas y a otros castigos corporales, terminaban radicándose en su nueva patria para finalmente ser parte de la nueva población australiana. El vínculo con sus familiares de Inglaterra estaba roto —la Corona prohibía a los cónyuges acompañarlas— y la enorme distancia y dificultad de las comunicaciones hacía el resto. En sólo un caso, cuenta Hughes, una inglesa logró volver a casa luego de fugarse y vivir una epopeya, con sus pequeños hijos.
Este autor, que ha hecho un trabajo muy erudito sobre el tema, apenas menciona el motín de la Lady Shore. Pareciera que se trató de ocultar el único caso donde los amotinados lograron triunfar para evitar, quizás, que el ejemplo cundiera. Recuérdese que miles de hombres y mujeres fueron llevados por ese medio (transportados) a Australia hasta que se abolió el sistema a mediados del siglo siguiente.
En el juicio por el homicidio del inglés Samuel también declararon algunos vecinos, como el padre de Juan María Gutiérrez, empleado de Romero, que ese día entregó su paga a los marineros, y María Teresa Muñiz, la pulpera, que dio las mejores referencias del acusado y le remendó la camisa después del suceso. Afirma entre otras cosas, que “ha oído decir que estas inglesas acostumbran atraer hombres con fines torpes con cuya ilícita comunicación consiguen algunos reales para su embriaguez”(fs. 24).
Una de ellas sin embargo, al ser interrogada sobre su modo de vida sostuvo “que sus paisanas se ocupan en trabajos tejiendo medias y haciendo labores propias de mujeres y también en ospedar en sus casas algunos paisanos y gente extranjera”. Como en los censos no hay registros de prostitutas —práctica que recién se aplicará muchos años más tarde— sólo podemos suponer qué oficio desempeñaban. Los papeles y documentos reunidos sobre el caso del crimen del inglés Samuel y su investigación y esclarecimiento sólo nos permiten ver un atisbo de este submundo porteño colonial y en él, curiosamente, el elemento angloirlandés está directamente involucrado.
Digamos por último, para terminar con el expediente criminal, que el marinero portugués después de cometido el homicidio logró huir a la vecina orilla y hubiera logrado escapar al juicio y consiguiente condena, si no fuera que tuvo la mala suerte de ser reconocido en Montevideo por unos ingleses amigos de la víctima unos meses después, “en un fandango” al que concurrió en una casa inmediata al Portón Nuevo.
En su alegato en defensa del acusado, el abogado defensor no vaciló en justificar su conducta por “la demasiada bebida que según costumbre tomarían en la mesa la qual excita en aquella nación mas que en ninguna otra los efectos de la concupiscencia”(fs. 24). También la pulpera, en la declaración a que hemos aludido líneas atrás, alude a su embriaguez.6 Pero esos descargos no fueron oídos y debió cumplir la sentencia en la Real Cárcel (AGN sala IX 27-5-5 Real Cárcel 2/12/1805).
Las convictas de la Lady Shore
Prosiguiendo con el destino rioplatense de las convictas de la Lady Shore a que aludimos al comienzo, diremos que cierto número de ellas se acopló con sus compañeros de viaje (los marineros y algunos de los implicados en el motín); una docena, figuran en los registros parroquiales, casándose —luego de bautizarse— con españoles y criollos e ignoramos el destino del resto pero, según se trasluce de otros documentos que veremos seguidamente, el grupo de las ‘contraventoras femeninas’ continuó en carrera, al menos por un tiempo, y dio que hablar.
La oficialidad inglesa de la Lady Shore que quedó prisionera en Buenos Aires, fue canjeada en 1805 por españoles que se encontraban en las mismas condiciones en el bando inglés, y volvió a su patria. El cabecilla del motín, el capitán francés Joseph Delis, se unió a la marina de su país y tomó parte en las guerras napoleónicas contra Inglaterra (recordemos que Francia y España eran aliadas en esa guerra). A su vez, seis de los amotinados cometieron la imprudencia de reembarcarse y fueron atrapados tiempo después, terminando sus vidas “ajusticiados sobre el río de Támesis” según nos lo hace conocer un viejo documento sin firma archivado en el legajo de la ‘Real Audiencia’ que se transcribe por separado.
En cuanto a las convictas, ninguna, que se sepa, volvió a Inglaterra temiendo sin duda correr la misma suerte. Sin embargo, mantuvieron ciertos lazos con la madre patria a través de los compatriotas que arribaban al Río de la Plata, según es posible colegir por otras dos fuentes documentales. La conocida crónica sobre las invasiones inglesas del capitán Alejandro Gillespie nos provee de una.
Dos años después del crimen de Monserrat se produjo la primera invasión inglesa a Buenos Aires, al mando de William Carr Beresford. Luego del éxito inicial, criollos y españoles comandados por Liniers lograron reconquistar la ciudad y derrotar a los invasores. El capitán Gillespie, uno de los oficiales que participaron en esa expedición, escribió un libro que se publicó en Inglaterra unos años después relatando el episodio y menciona en varias oportunidades a estas mujeres “culpables del delito de Lady Shore”. Recuerda con gratitud en especial “a nuestras compatriotas desterradas desempeñando papeles distinguidos” atendiendo y auxiliando a los soldados ingleses heridos que se hallaban prisioneros en la Residencia, la misma cárcel donde las convictas fueran internadas. Agrega que “dos de ellas, que antes habían sido criminales pero que ahora eran casadas daban diariamente ejemplos de estas virtudes” visitándolos con dinero, ropa y provisiones. Vemos aquí que Gillespie muestra una faceta de algunas de las ex convictas muy diferente a la de las habitantes de Monserrat.
Otro marino inglés, que también intervino como oficial en esa invasión y contó sus vicisitudes (el siglo XIX es el siglo de los relatos de viajes), narró su relación con una de ellas en un breve pero atrayente episodio. Después de sufrida la derrota, fue enviado por su superior a tierra a hacerse cargo de los restos de sus compañeros. A medida que recorría la costa sembrada de cadáveres de ambos bandos, veía “muchas mujeres, algunas arrodilladas y llorando sobre sus seres queridos, otras consolando a los heridos y también varias gentiles y hermosas muchachas buscando en medio de los muertos a sus hermanos o novios”.
Mientras él cumplía su macabra misión, cuenta que “encontramos también una joven inglesa. Estaba vestida con la vestimenta del país, pero por el peculiar y sano aspecto y belleza de su semblante, a diferencia del resto se distinguía que era nativa de Inglaterra o Irlanda … quedamos atónitos cuando ella nos contó quién era y qué había sido en Inglaterra”. Según el relato de la inglesa “había sido una cortesana que, a consecuencia de su mala conducta fue enviada de Inglaterra a Botany Bay” pero la tripulación se amotinó y se apoderó del barco llevándolo a ‘Monte Video’ donde fue vendido (el barco fue rematado como presa y los amotinados franceses cobraron su parte) “encontrándose allí anclado en el puerto cuando la ciudad fue dominada por los británicos”.
Describió a la inglesa como “de alrededor de 30 años y había sido muy hermosa” y ella le refirió, “que un caballero español la tomó a su servicio y finalmente la hizo su mujer o su amante y ella aún vive con él en tal disposición y goza todo lo que el dinero puede deparar” pero últimamente, el español debió enrolarse en la milicia organizada y tomar las armas para rechazar a los invasores y ella ahora temía que hubiera muerto. “Mientras permanecimos a su lado no lo encontró, ni vivo ni muerto, y ella parecía muy confortable en nuestra compañía”.
Reflexiona el oficial al respecto que “el sentimiento que la muchacha tenía para con su señor no pesaba mucho en su corazón” y concluye la historia de este fugaz encuentro con una moraleja: ‘un perro vivo es mejor que un león muerto’.
La compañía de un compatriota en aquellos tiempos en que el Río de la Plata era un mundo tan diferente a Inglaterra, debió ser muy grata para las convictas y para comprobarlo léase el siguiente episodio extraído de otro documento, donde reaparecen pero como grupo social y en circunstancias muy diferentes.
Ha sido tomado de la correspondencia de Lord Canning que fue publicada en 1960 en la Argentina a raíz de la celebración del sesquicentenario de la Revolución de Mayo. Es un informe muy divertido escrito durante los meses previos a la Revolución de Mayo y se deduce del mismo que las ex convictas de la Lady Shore aún eran conocidas y muy populares en Buenos Aires, sobre todo en el ámbito marino.
Alejandro MacKinnon, comerciante inglés que oficiaba de cónsul de su país en Buenos Aires, se dirigió al ministro Canning describiendo con crudos trazos el terrible comportamiento de sus compatriotas “que se visten como refinados caballeros” pero provocan escándalo en la población nativa. “Muy recientemente —añade— hemos tenido peleas a latigazos antes del desayuno, bromas pesadas a la cena, después pugilato como postre y a la luz del día duelos con pistolas”.
Seguidamente MacKinnon hace referencia a las chicas de la Lady Shore cuya ‘epopeya’ Canning evidentemente conocía, pues el remitente no necesita aclararle quiénes son. “Algunos de nuestros capitanes de barco han ofrecido suntuosos banquetes y un baile a las contraventoras femeninas convictas y embarcadas en el transporte Lady Shore de Botany Bay y a otras mujeres del mismo tipo. Y hace dos domingos los mismos capitanes las agasajaron a bordo de sus barcos, las saludaron con salvas de cañones al llegar a bordo, otra vez al sentarse a la mesa para cenar y en la noche al abandonar las naves. Mayores honores no se podrían haber dispensado a Su Magestad Británica”. El barullo fue tal que el Virrey Cisneros envió a requerir qué buenas noticias habían llegado que producían tal regocijo.
Vemos entonces, gracias a esta correspondencia, que las ex convictas, a 10 años de arribar a Buenos Aires seguían en actividad, y si los porteños momentáneamente las habían olvidado, la salva de cañonazos volvió a traer a su memoria quiénes habían sido.
Sin embargo, las crónicas nacionales post revolucionarias no aluden ni por asomo a estos seres y tampoco la de los viajeros ingleses, salvo una excepción. Es que las historias que habitualmente se difunden son masculinas; existen muy pocos sucesos referidos a mujeres como grupo colectivo y ninguno, que sepa, sobre convictas. Por eso el tema es tan atrayente.
Volviendo a la historia del crimen de Monserrat, el destino posterior de Mary Bailey o María Ley González y sus vecinas se ha perdido por el momento. En la sentencia dictada contra el infeliz marinero, el Tribunal aumentó los años de condena y agregó entrelíneas una frase: “prevéngase al Alcalde esté a la mira del porte de las Inglesas que se mencionan”. Las inglesas, al parecer, terminaron mudándose del barrio pues no figuran sus nombres en los censos subsiguientes que se llevaron a cabo en 1807 y 1809.
En cuanto al principal protagonista del proceso, el infeliz marinero de la Rosa, después de la revolución de Mayo salió de la Real Cárcel al término de su condena, según informó el funcionario a cargo del establecimiento. j
Notas
1.- En el censo de extranjeros llevado a cabo en 1804 el alcalde del cuartel, o barrio, n° 7 que concurre a la casa del Dr. O’ Gorman, ó Gorman, a inquirir sobre sus habitantes, denuncia que el médico oculta 3 mujeres inglesas, dato que obtiene interrogando primero a un criado y luego confirma con el vecino de la puerta inmediata. El Dr. O’Gorman vivía “en la calle Santo Domingo para afuera a las 3 quadras y media”es decir en la actual Avda. Belgrano al llegar a Perú y pagaba un alquiler de $45 por mes a la Sra García de Zúñiga. De acuerdo a información del investigador José M. Massini Ezcurra, el médico irlandés y el Dr. Argerich auxiliaron y atendieron a las inglesas de la Lady Shore y el primero de ellos era amigo de Mary Clarke. Al redactar su testamento instruye a su albacea para que le reintegre unas onzas de plata que ella le prestó. Los datos del posteriormente asesinado Samuel también figuran en ese censo como de religión protestante, natural de Londres, soltero, oficial zapatero (botero) “y que no poseía ninguna clase de vienes”. Un norteamericano que vivía con otra de las convictas también trabajaba con él como oficial zapatero.
2.- El Duff era un buque fletado por la London Missionary Society que fue apresado en 1798 por un corsario francés cuando navegaba rumbo a las islas del Pacífico Sur. Conducido a Montevideo, su pasaje compuesto por misioneros, sus esposas e hijos se encontró con la Lady Shore y su cargamento en ese puerto. La conducta de algunas de las convictas, despertó ‘la aversión’ de las esposas de los misioneros que juzgaron prudente “tratarlas a distancia y con reservas” y esta medida —dice uno de los misioneros— tuvo “un buen efecto con las señoras españolas de reputación”. Cuando las inglesas del Duff desembarcaron y se instalaron en tierra, sus maridos, olvidando su condición de misioneros, al decir del historiador Koebel, les prohibieron tener trato o conversación con sus compatriotas lo que provocó en las convictas “una abrupta respuesta”. The Lady Shore and The Duff by George Pendle en History Today vol. V n° 2. London feb.1955. Pendle reproduce un fragmento —que hemos transcripto— de A Narrative of the Adventures of a Greenwich Pensioner written by himself donde se narra el ocasional encuentro con la cortesana en la playa.
3.- En uno de sus informes al Secretario de Estado de Estados Unidos John Quincy Adams, Forbes critica la propuesta de nombramiento del nuevo encargado de negocios (Rodney) y asevera que, entre otras “rarezas” tiene “vinculaciones políticas inconvenientes” y una de sus informantes (ella trabajaba también como informante del gobierno) es “doña Clara alias Mrs. Clarke”(Once Años en Buenos Aires 1820- 1831. John Murray Forbes. Compilado traducido y anotado por Felipe Espil). La hostería o fonda de doña Clara, en sus comienzos una modesta pulpería, funcionaba cerca del muelle y allí concurrían los capitanes y oficiales de los buques corsarios, así como los comerciantes ingleses. La Sala Comercial Británica (British Commercial Rooms) —antecesora del Club de Residentes Extranjeros— funcionó en sus comienzos en esa fonda. Al enviudar de su primer esposo español, Rosendo del Campo, se unió a un corsario norteamericano, Tomás Taylor, que según afirma Mister Love, se dedicó a dilapidar su fortuna. Los Robertson usan términos más crudos. Dicen que “sería más exacto decir que el Sr. comodoro Taylor se casó con el dinero de la Sra. Clarke”. Sin embargo, cuando ella muere, medio siglo después de arribar a estas playas, gozaba de una renta vitalicia de 200 libras anuales según informa el periódico inglés British Packet el 10 de agosto de 1844 y poseía un rico patrimonio en bienes, acciones y libras que en su mayor parte deja al clero y a las monjas a las cuales era muy afecta, sobre todo a las Clarisas cuyo convento precisamente se encuentra junto a la iglesia de San Juan. Su albacea fue doña Josefa Ezcurra, también vecina del barrio “María Clara”, que era católica bautizada en su tierra, recibió los óleos en la iglesia de la Concepción (Libro de Bautismos n° 5 f° 27 año 1799). Una de las exigencias para salir de la Residencia era obtener de algún miembro del clero un certificado de buena conducta (católica).
4.- Ver “El motín de la Lady Shore” por JMMA en revista Todo es Historia n° 265, julio de 1989. La documentación del Public Record Office y la obra de Pendle me fueron facilitadas por mi amigo el recordado historiador José M. Massini Ezcurra.
5.- En su Diario de Buenos Aires 1806-1807 donde relata día a día los sucesos ocurridos en la ciudad durante las invasiones inglesas, el conocido historiador Alberto M. Salas, muy documentado en el tema, habla en varias ocasiones de las convictas de la Lady Shore haciendo referencia a su vida disoluta y promete explayarse sobre el tema en un próximo trabajo que lamentablemente no publicó. No he podido consultar su Archivo que se conserva en la Academia Nacional de la Historia, pues sus autoridades impiden su acceso a los investigadores.
6.- Según el médico alemán Iwan Bloch el condón es “el más antiguo y aún hoy día (1900) indiscutiblemente y más seguro de los preservativos artificiales. Empleado ya en la antigüedad volvió a ser usado en el siglo XVI por recomendación del médico italiano Fallopia y, por lo tanto, no es un invento de un médico ‘Conton’ del cual se dice que ha tmado el nombre”. Condón viene de la palabra kondú, que significa receptáculo, según el Dr. Paul Richter. Bloch explica seguidamente las dos clases de condones que se usaban, sus virtudes y defectos. A diferencia de la era actual, era un producto sofisticado. En realidad el interés del autor por su uso principalmente se centraba en la profilaxis dada la gran cantidad de enfermedades sexuales (La Vida Sexual contemporánea, ed. Anaconda, con prólogo de Gregorio Marañón). A título de ejemplo véase las ‘redingotes’ inglesas que utilizaba Casanova y sus artificios para engañar a sus acompañantas. (Jacques Casanovas, Memoires, Flammarion ed., atención Magdalena C. de Malagarriga).
Bibliografía
DARWIN, Charles, Diario.
FORBES, John M., Once Años en Buenos Aires. 1820-1831, compilado, traducido y anotado por Felipe Espil.
GILLESPIE, Alejandro, Buenos Aires y el interior, Ed. La Cultura Argentina, 1921.
HUGHES, Robert, The Fatal Shore, (atención Domingo Cullen).
MÉNDEZ AVELLANEDA, J. M., Crimen en Monserrat, La Prensa, 9 de septiembre de 1984.
PENDLE, George, “The Lady Shore and the Duff”, History Today, vol. V n°2 London, febrero 1955 (atención J.M. Massini Ezcurra).
ROBERTSON, J.P. y G. P., Cartas de Sud-América, Emecé.
SALAS, Alberto M., Diario de Buenos Aires. 1806-1807, Ed. Sudamericana.
ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN (A.G.N.) – Sala IX – censos.
ARCHIVO HISTÓRICO DE LA PLATA – 7-2-107-1.
BIBLIOTECA NACIONAL – Hemeroteca – British Packet.
ARCHIVOS PARROQUIALES – Parroquias de Monserrat y de la Concepción.
Cinco años en Buenos Aires vistos por un inglés. 1820-1825, Ed. Hachette.
Documentos para la Historia Argentina, Facultad de Filosofía y Letras, UBA, Tomo X.
APÉNDICE
A.G.N. Sala IX 27-6-3. Real Audiencia de
Buenos Aires. 1801-05.
Manuscrito sin firma
“Salió la fragata Lady Shore de Londres en 27 de Mayo de 97 con destino a las Islas de la Bahía Botánica llebando armamento de tropa y vestuario para 1000 hombres, con 72 soldados y 5 oficiales de custodia para el transporte de 68 mugeres que ..clusas las de aquellos y algunas de las de los soldados que eran casadas, iban las demás desterradas por el gobn° a la población de dha. Isla. Llegando a las alturas de Janeyro se amotinaron contra el Capn. de dha. fragata que lo era Wilcolhus, haciendo cabeza de motín 6 Franceses, 3 Alemanes, 1 Español y 4 Irlandeses que ganando las fuerzas de la tropa mataron en la noche del 1° de Agosto al capn. y Piloto 1° y a un Francés de los mismos creyendolo parcial del primero. En el mismo instante se apoderaron de las Armas poniendo en rigurosas prisiones a todos los que contemplaban sospechosos, y a los dos días hecharon un Lanchón al agua mal acondicionado metiendo en el a dhos. oficiales, sobrecargo, tres sargentos con sus mujeres, al 3er. piloto y uno de los desterrados llamado el Mayor Simple que havía sido oficial al mando de Duque de York. A los quatro días llegaron estos hombres por el fabor de los vientos al Puerto del Janeyro donde se desembarcaron sin creerlo. Al poco tmpo. tubieron oportunidad de restituirse a Londres donde siendo puestos en Consejo de Guerra declararon la entrega del Buque forzada por la traición y violencia de dhos. rebeldes, la muerte asesina del captn. y piloto, declarando en su consequencia absueltos de la culpa así a los difuntos como a aqls. oficiales, y condenando a muerte a todos los demás sin exclusión de hombre ó mujer por sentencia del mismo Consejo de 15 de octubre de 99 que corre en la Gaceta de Londres n° 2213 del referido año, previniendo por ella a todos los puertos de la Gran Bretaña que hagan pesquisa en quantos Buque aposten a ellos de este Río de la Plata al fin de remitir qualesqa. individuo de esta a la Capital de Londres donde se hallan ya ajusticiados sobre el Río del Támesis 6. De los mismos a saver al que acabó de matar al Capn. con una bayoneta llamado Juan Briton Francés, que salió de Montevideo en la ‘Republicana’ que fue apresada por los Ingleses. Mr. Laris Francés y a Mr. Crepon Aleman, que los tomaron por los Ingleses en un bergantín Español de Comercio que se dirigía a la Coruña y arrivando al Cabo de Buena Esperanza fueron conducidos a Londres y puesto en el mismo ajusticiadero. En el mismo paraje existe otro Francés llamado Lagash que se casó en Montevideo y fue apresado en una de las fragatas Francesa de Guerra que estubieron en Montevideo que se llamaba la Concordia apresada por los mismos Ingleses. Igualmente Patricio Kelly Irlandés que tomando plaza en la corbeta ntra. Escolástica que iva a Malvinas, pasó desertor a una goleta Francesa destinada a Mauricio que fue apresada y conducida por los Ingleses en la Jamayca donde fue ajusticiado. Asimismo lo fue y conducido a Londres Juan Curen Inglés que salió de Montevideo en una embarcación Americana que fue prisionera de otra Inglesa. Además de co(n)star por papeles públicos y de los testigos que han presenciado algunos pasajes, como el capn. Stevens Americano, se halla autorizado por lo escrito ultimamente en un tomo* que en el año de 1801 hizo el referido Mayor Simple, donde además de contar su historia refiere latamente el viaje de dha. Lady Shore, y provid(encias) tomadas por el Consejo de Guerra contra todos los individuos de (borrón) así de tripulación, como de tropa, cuyo Libro tiene D. Daniel el Inglés.
En virtud de todo es indudable que todos quantos salgan de aquí y lleguen a Londres padecerán el mismo suplicio inmediatamente, aún quando vayan transportados por el Gobn° Español y cuya circunstancia no les relevará de la sentencia pronunciada por el de Inglaterra.”
*El “tomo” es el libro The Life of Major J. G. Semple Lisle containing a faithful narrative of his alternate vicissitudes written by himself. Consulté en su momento un ejemplar que se encontraba en la sección Reservados de la Biblioteca Nacional n° 261909. Pertenecía a la Colección Roberts.
Información adicional
HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año V – N° 24 – Diciembre de 2003
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Categorías: , Costumbres, Inmigración
Palabras claves: Ingleses, Darwin
Año de referencia del artículo: 1804
Historias de la Ciudad. Año 5 Nro24