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Ciudad de Buenos Aires

¡Mozo!… una Mariposa

Ángel O. Prignano

, C. 1950.

No­ches de in­vier­no en Bue­nos Ai­res. Frío y vien­to; vien­to y he­la­das. Siem­pre hay un bar ami­go en cual­quier es­qui­na por­te­ña. Allí es­tán sus clien­tes co­ti­dia­nos y oca­sio­na­les vi­si­tan­tes reu­ni­dos en su afán de mi­ti­gar los ri­go­res del tiem­po, ya sea al bor­de de sus lar­gos y pro­fa­nos al­ta­res o aco­da­dos so­bre sus al­qui­tra­na­dos pu­pi­tres de uni­ver­si­dad de la ca­lle. Mien­tras tan­to, el ase­rrín chu­pa­dor de hu­me­da­des in­sis­te en que­dar­se en la sue­la de los za­pa­tos.
¿Qué por­te­ño pue­de de­cir que nun­ca vi­si­tó sus me­sas ras­pa­das por la mu­sa ins­pi­ra­do­ra de un poe­ta au­sen­te? ¿Quién no ha que­ri­do, aun­que más no sea una so­la vez en la vi­da, ha­cer­le una gam­be­ta al in­vier­no y de­jar­se ador­me­cer por su ai­re ti­bio al tra­go de un ca­fe­ci­to re­pa­ra­dor de al­mas? ¿Quién no hi­zo de­sa­pa­re­cer al­gu­na vez el frío de sus hue­sos con una Ma­ri­po­sa…? Li­cor con miel Ma­ri­po­sa. Lí­qui­do do­ra­do que en­tra dul­ce al pa­la­dar, se ha­ce fuer­te en la gar­gan­ta, ex­plo­ta en el es­tó­ma­go y ca­lien­ta has­ta el úl­ti­mo do­bla­di­llo del so­bre­to­do.
Co­men­zó a ela­bo­rar­lo Cu­se­nier, una des­ti­le­ría de ori­gen fran­cés que sen­tó sus rea­les en Bue­nos Ai­res en la úl­ti­ma dé­ca­da del XIX. La Des­ti­le­ría E. Cu­se­nier Fils Au­né & Cie. fue fun­da­da en 1857 por Eu­ge­nio Cu­se­nier. Don Eu­ge­nio se ini­ció con una mo­des­ta des­ti­le­ría en Or­nans (de­par­ta­men­to de Doubs), aun­que ense­gui­da to­mó vue­lo y fue in­cre­men­tan­do su pro­duc­ción al tiem­po que se in­cor­po­ra­ba un her­ma­no de nom­bre Eli­seo. In­me­dia­ta­men­te se trans­for­mó en So­cie­dad Anó­ni­ma con un ca­pi­tal de 20 mi­llo­nes de fran­cos y se­de en Pa­rís. Ya es­ta­ba da­do el im­pul­so para que en cor­to lap­so se con­vir­tie­ra en la des­ti­le­ría más gran­de del mun­do con fá­bri­cas en Pa­rís, Cha­ren­ton, Or­nans, Mul­hou­se, Mar­se­lla, Cog­nac y Bue­nos Ai­res. De ellas se des­ta­ca­ba la de Cog­nac, cu­yos vi­ñe­dos ane­xos le per­mi­tían ela­bo­rar los me­jo­res “viei­lles fi­ne Cham­pag­ne”. Tan­to era así que en el Con­cur­so Vi­ti­vi­ní­co­la de esa ciu­dad rea­li­za­do en 1901 ob­tu­vo el Gran Pre­mio. En los años si­guien­tes, la des­ti­le­ría fue dis­tin­gui­da con me­da­llas de oro y pla­ta y di­plo­mas de ho­nor en otras ex­po­si­cio­nes lo­ca­les e in­ter­na­cio­na­les. Así fue im­po­nien­do su mar­ca en to­do el mun­do.
Su arri­bo a nues­tro país acae­ció en 1890, cuan­do se for­mó la So­cie­dad Anó­ni­ma Gran Des­ti­le­ría de Bue­nos Ai­res con el apor­te de ca­pi­ta­les ar­gen­ti­nos e inau­gu­ró una plan­ta pro­duc­to­ra en Cam­pa­na y es­cri­to­rios en Bue­nos Ai­res (San Mar­tín 718). Pe­ro el pe­que­ño es­ta­ble­ci­mien­to muy pron­to se vio su­pe­ra­do por la de­man­da y de­bió ser tras­la­da­do a la Ca­pi­tal. Pa­ra ello fue ne­ce­sa­rio ad­qui­rir un am­plio te­rre­no si­tua­do en­tre O’Brien, Sal­ta, Pro­gre­so (hoy Pe­dro Echa­güe) y San­tia­go del Es­te­ro, don­de se cons­tru­yó una mo­der­na fá­bri­ca que co­men­zó a fun­cio­nar en 1896. Al año si­guien­te le fue agre­ga­do una des­ti­le­ría mo­de­lo pa­ra la pro­duc­ción de al­co­hol. To­do el com­ple­jo te­nía su en­tra­da por O’Brien 1202.
Por mu­chos años, el Ajen­jo Oxi­ge­na­do Cu­se­nier fue uno de sus más afa­ma­dos pro­duc­tos. Sin em­bar­go, la res­tric­ción de su con­su­mo lo fue ha­cien­do de­sa­pa­re­cer. Se de­cía que be­ber­lo lle­va­ba a la lo­cu­ra. La Cons­ti­tu­ción Fe­de­ral de la Con­fe­de­ra­ción Sui­za de 1874 ha­bía pro­hi­bi­do su fa­bri­ca­ción, im­por­ta­ción, trans­por­te, ven­ta y te­nen­cia pa­ra la ven­ta, sal­vo pa­ra usos far­ma­céu­ti­cos. Lo mis­mo ocu­rri­ría des­pués en otros paí­ses. En su reem­pla­zo sa­lió el Oxi­gé­née Cu­se­nier, “el ideal de los ape­ri­ti­vos to­tal­men­te exen­to de ajen­jo”. Otros de sus pro­duc­tos eran el es­ti­mu­lan­te a ba­se de man­da­ri­na mar­ca Man­da­rín, el ape­ri­ti­vo Im­pe­rial, los Cog­nacs pro­ce­den­tes del Châ­teau du So­len­çon (dis­tri­to de Cog­nac, Fran­cia), el Anís de Lu­xe y el Li­cor Ma­za­ri­ne, ela­bo­ra­do con “una fór­mu­la com­pues­ta en 1837 por los RR.PP. de la Aba­día de Mont­be­noit”.
Con el pa­so de los años, la Gran Des­ti­le­ría de Bue­nos Ai­res fue am­plian­do su ga­ma de pro­duc­tos y lan­zó al mer­ca­do nue­vas be­bi­das. Apa­re­cie­ron los li­co­res de ba­na­na (Crè­me de Fruits a ba­se de Ba­na­nes) y de guin­das (Me­ris­set­te), el Li­cor Ama­ri­llo (Li­queur Jau­ne), en cu­ya eti­que­ta se po­día leer la ins­crip­ción “So­lem Te­neo”, el Cu­ra­çao dul­ce (Cu­ra­çao Dubb. Oran­ge), el ani­sa­do de ti­po es­pa­ñol El Lo­ro y el fa­mo­so Ma­ras­chi­no en­va­sa­do en una bo­te­lla de ba­se cua­dra­da con ca­nas­ti­lla y eti­que­ta don­de se cer­ti­fi­ca­ba que era “de ca­li­dad su­pe­rior ela­bo­ra­do con ver­da­de­ra agua de Ma­ras­ca”.
Pe­ro la es­tre­lla de ba­res y ca­fés du­ran­te los du­ros me­ses in­ver­na­les de los años 50 y 60 era “la Ma­ri­po­sa”. Ve­nía en bo­te­llas co­mu­nes de co­lor ver­de, co­mo las de vi­no de me­sa, de 950 cm3 de “con­te­ni­do ne­to”. Su eti­que­ta era blan­ca a ex­cep­ción de una fran­ja in­fe­rior ver­de don­de se co­lo­có el nom­bre de la ca­sa pro­duc­to­ra en ca­rac­te­res des­ta­ca­dos de co­lor ama­ri­llo. En la par­te su­pe­rior po­día leer­se cla­ra­men­te el nom­bre del pro­duc­to en le­tras ne­gras con som­bras ama­ri­llas y su gé­ne­ro: Li­cor con Miel. Entre ellos, el in­sec­to le­pi­dóp­te­ro que iden­ti­fi­ca­ba la be­bi­da: una gran ma­ri­po­sa ma­rrón ver­do­sa con de­ta­lles ro­jos y ama­ri­llos, ro­dea­da por una som­bra de múl­ti­ples ra­yi­tas co­lor ver­de agua. El ta­pón ha­cía ho­nor a la bo­te­lla: era de cor­cho co­mo el que se uti­li­za­ba pa­ra los vi­nos co­mu­nes de me­sa.
La bo­te­lla ac­tual ha su­fri­do mo­di­fi­ca­cio­nes pa­ra adap­tar­la a los tiem­pos que co­rren. Tam­bién su eti­que­ta. El cor­cho fue reem­pla­za­do por la ta­pa me­tá­li­ca a ros­ca. En los su­per­mer­ca­dos se las ven­de en fi­la, una al la­di­to de la otra, co­mo es­pe­ran­do que al­guien las to­me por el cue­llo y las de­po­si­te en el chan­gui­to. En los ba­res per­ma­ne­cen in­mó­vi­les de­trás del mos­tra­dor, pe­ga­das al es­pe­jo, co­deán­do­se con vi­nos, whiskies y ver­muts. Otras aguar­dan su re­su­rrec­ción en un os­cu­ro rin­cón de la li­co­re­ra ho­ga­re­ña. Só­lo se ne­ce­si­ta que el frío vuel­va a apre­tar.

Información adicional

HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año III – N° 13 – Diciembre de 2001
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991

Categorías: Comercios, Industria, fábricas y talleres, Bares, Café, Costumbres, Popular
Palabras claves: consumo, bebidas, alchol, frio

Año de referencia del artículo: 1950

Historias de la Ciudad. Año 3 Nro13

Botella de la década de 1950. Colección del autor.

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