skip to Main Content

Parque Avellaneda

Parque Avellaneda. Pulmón verde en el sudoeste

Elena Domínguez

Fotografía: turismo.buenosaires.gob.ar/, .

Buenos Aires y los espacios verdes

En 1890 la Comisión Nacional de Educación  destacó la necesidad de multiplicar los “parques de juego” para los niños, sobre todo en los barrios obreros, los que cumplirían un rol educativo y a la vez de integración social mediante juegos, que complementaría al de la escuela. Para ello era suficiente contar con un  terreno amplio y una buena arboleda, sin otras pretensiones. Por esa época ya había cobrado cuerpo la idea de los beneficios que los espacios verdes ejercían sobre la población

El ingeniero agrónomo Benito Javier Carrasco (1877-1958) cursó sus estudios en la Facultad de Agronomía y Veterinaria de la ciudad de La Plata, graduándose en 1900. Al regresar de un viaje al exterior, en 1908, publicó un artículo en la revista Caras y Caretas, titulado “La ciudad del porvenir”. En el mismo decía que la ciudad de Buenos Aires debería expandirse al oeste del eje Callao-Entre Ríos y resaltaba la conveniencia de emprender la urbanización a partir de cuatro grandes parques, estratégicamente ubicados. Asimismo proponía que la Municipalidad comprara vastas extensiones de terrenos sin fraccionar, constituyendo así una reserva para ser utilizada en el futuro..

Durante el período 1914-1918 Carrasco fue Director de Paseos de la Municipalidad, destacándose como un defensor a ultranza de los espacios verdes, a los que consideraba de vital importancia para la salubridad de la población. En aquella época la tuberculosis era un grave problema,  que diezmaba a pobres y ricos por igual. Estudios realizados en Europa establecían una proporcionalidad casi matemática entre la cantidad de espacios verdes y las muertes por tuberculosis en las grandes ciudades. “… En Londres, Berlín y París los espacios libres ocupan respectivamente el 15, el 10 y el 4 ½  % de la extensión total; ahora bien, la mortalidad por tuberculosis es en París tres veces mayor que en Londres y dos veces mayor que en Berlín.”[1]

En 1916 Carrasco, junto con técnicos de la Dirección de Paseos, realizó un estudio de la ciudad a fin de determinar los lugares más convenientes para la ubicación de parques. Destacaba, asimismo, la conveniencia de considerar en los mismos la perspectiva y el color, conforme a su concepción de la jardinería moderna, que debía cumplir una función estética. Pero había, además, otro aspecto importante a tener en cuenta: el parque debería ser un lugar apropiado para la cultura física y espiritual, incluyendo en él juegos infantiles y también atléticos, a fin de que los adultos pudieran acceder a los ejercicios físicos, que redundarían en beneficio de su salud. Solía decir que, para conocer el grado de adelanto de una ciudad, era suficiente estudiar sus paseos públicos, a la vez que destacaba los innumerables y valiosos beneficios que los mismos brindaban a la población. Mientras estuvo al frente de la  Dirección de Paseos, tuvo como principal preocupación no sólo el aumento de los espacios verdes, sino que puso especial empeño en transformar y mejorar los ya existentes, colocando en los mismos esculturas, en muchos casos de gran valor estético.

Años atrás, el artista Ernesto de la Cárcova (1866-1927) había propuesto asignar, del presupuesto municipal, $30.000.- anuales para el embellecimiento de plazas y paseos, ya que una ciudad no sólo debería ser grande, populosa y moderna, sino que también debería ser bella. “[…] las nobles formas esculpidas en mármol ó fundidas en bronce, expuestas al público en los jardines y parques, constituyen un excelente medio educador.”[2]

Al promediar la década del veinte aquejaban a Buenos Aires, los problemas propios de una ciudad que se había desarrollado vertiginosamente, entre ellos la  falta de parques y jardines.

 

“[…] Haría falta una cantidad diez veces mayor de jardines para dar a la población una expansión saludable. Tampoco se han plantado árboles que circunden a la ciudad formando una franja de bosques que servirían para regularizar el clima  y purificar la atmósfera. […][3]

 

Buenos Aires contaba con un 5% de espacios libres, mientras que en las ciudades europeas los mismos alcanzaban a 20 o 25%. No solamente debía considerarse la cantidad de parques que pudiera haber en la ciudad, sino también su ubicación, teniendo en cuenta la densidad de población de los distintos barrios y calculando las fracciones de reserva de los que estaban en formación. De este modo todas las zonas se beneficiarían por igual. Buenos Aires, con una población de más de un millón y medio de habitantes y una superficie de 18.584 hectáreas, disponía de 997 destinadas a parques y jardines públicos. Si se compara con otras ciudades del mundo la cantidad de habitantes por hectárea de espacios verdes , era una cantidad ínfima.

Boston 94 habitantes por hectárea

Washington 206 “ ““

París300  “ ““

Viena  410 “ ““

Berlín 950 “  ““

Buenos Aires1580““  “

En 1923, contratado por la Municipalidad de Buenos Aires, llegó al país el paisajista francés J. C. N. Forestier, cuya misión era organizar la proporción y distribución de los espacios públicos. Las medidas que propuso fueron:

 

“[…] creación de parques suburbanos (conjuntamente entre la Capital y la Provincia); parques urbanos (Bañado de Flores, Parque Avellaneda, Facultad de Agronomía, Parque Saavedra, Costanera […] etc.; commons (praderas y arboledas al modo inglés sobre la avenida de circunvalación), terrenos municipales de juego […]; jardines para niños, barrios residenciales con jardines privados; jardines para obreros […], cementerios de tipo parque, ubicados fuera de la ciudad. […] “[4]

 

No puede negarse la importancia de los parques y jardines en una ciudad porque, además de incidir en la calidad de vida de los habitantes, contribuyen a la revalorización estética e inmobiliaria de la zona en que están emplazados

 

Nace el parque Avellaneda

 

Con sus casi 30 hectáreas de extensión actualmente constituye el tercer espacio verde de la ciudad. Limitado por la avenida Directorio y las calles Lacarra, Gregorio de Laferrere, Ameghino y la autopista 25 de Mayo, fue inaugurado el 28 de marzo de 1914 con el nombre de Domingo Olivera[5], pero el 10 de noviembre de ese mismo año la Municipalidad de Buenos Aires decidió cambiarlo por el de Nicolás Avellaneda. Las tierras originariamente pertenecieron a la Hermandad de la Santa Caridad de Nuestro Señor Jesucristo y testimonio de ello lo brinda la inscripción en un pequeño monumento en el interior del parque, en la cual puede leerse:

 

“El 3 de julio de 1727 hace 250 años se creó en la ciudad de Buenos Aires la “Hermandad de la Santa Caridad” la que guiada por el amor a Dios y al prójimo fundó el primer hospital de mujeres y el asilo de huérfanas de la ciudad y llevó a cabo otras obras de bien común. En las tierras del actual parque Avellaneda fundó la “Chácara [sic] de los Remedios” en la que se honró por más de un siglo y medio la imagen de la Virgen que hoy se venera en el templo parroquial de Nuestra Señora de los Remedios. Conmemorando este acontecimiento dicha parroquia, por suscripción popular levanta este monumento en honor a su celestial patrona. Buenos Aires, 20 de noviembre de 1977.”

 

En 1822 la Hermandad fue secularizada y los terrenos cedidos a la Sociedad de Beneficencia. Expropiados por Bernardino Rivadavia en 1826, fueron adquiridos dos años más tarde, en remate público,  por Domingo Olivera y Clemente Miranda. Tiempo después la chacra pasó a ser solamente propiedad del primero, convirtiéndose en un centro de explotación y experimentación ganadera.

En febrero de 1912 el diario La Nación informaba sobre algunos asuntos que debían tratarse en el Concejo Deliberante en sesiones extraordinarias. El más importante de ellos era la adquisición de la quinta de los señores Olivera, denominada “Los Remedios”, tema en la que la mayoría de los concejales estaban a favor, argumentando lo siguiente:

 

“[…] la comuna debe ser previsora y adquirir una de las pocas grandes extensiones de tierra que aun quedan en la capital, para dotar a ésta de los paseos de que tanto necesita, considerando, además, que el precio de 16$ el metro cuadrado, que se pide por la quinta de Olivera, es aceptable.”[6]

 

Por su parte la minoría objetaba que el precio no era conveniente, además de ser un desembolso considerable para la Municipalidad. De acuerdo al cómputo de votos de los concejales, se daba por segura la aprobación del proyecto, que finalmente se llevó a cabo. Al efectuarse la venta la familia Olivera puso como condición que se mantuviera la estructura del predio.

El parque no solo era el pulmón de la zona sudoeste de la ciudad, sino que cumplía una  función recreativa y a la vez social, al dotar de una serie de beneficios a los habitantes de la zona, humilde, poco poblada y alejada del centro. Carrasco, por entonces Director de Paseos, imprimió un espíritu paisajístico a la planificación y diseño. A partir de 1916 funcionó en el mismo un teatro infantil y una escuela para niños débiles, que fue la primera de su estilo en la ciudad.

En el año 1921 Clemente Onelli organizó las Escuelas Municipales de Telares domésticos, que desarrollaron su actividad en el parque de los Patricios, Avellaneda y Belgrano. La actividad inicial estuvo a cargo de tres mujeres procedentes del noroeste argentino, que transmitieron sus conocimientos ancestrales a numerosas alumnas, que, mediante su asistencia a esos cursos de cuatro meses de duración, podían acceder a un trabajo digno desde su hogar, sin descuidar a sus hijos. Dos años después, al entregar los certificados de competencia a 97 alumnas que habían terminado el último curso, Onelli dijo:

“[…] Pasado mañana se cumplirán dos años que la Comuna fundó esta primera escuela de telares domésticos, teniendo fija la vista en un alcance de interés social, reconocido bueno por todos los sectores del Concejo Deliberante, la sana intención de afirmar mayormente los vínculos del hogar, insidiado por las necesidades de la intensa vida moderna. […]”[7]

 

Esta enseñanza tuvo tanto éxito, que acudieron mujeres de otros lugares del país, para llevar luego los conocimientos adquiridos a sus respectivas provincias. La Comuna (tanto la deliberante como la ejecutiva) facilitaron gustosamente los medios para que pudiera desarrollarse esta educación para el trabajo casero. Entre 1921 y 1923 pasaron por estas escuelas 804 alumnas y la Comuna invirtió en cada una de ellas $ 41,10 en los que estaban incluidos los gastos demandados por instalaciones, material e instructoras.

Debido a la gran cantidad de interesadas en estos cursos, a las tres maestras iniciales se fueron agregando las alumnas que se habían destacado en el aprendizaje, para poder así cubrir las necesidades de las numerosas aspirantes.

En diciembre de 1918 en la Costanera Sur se inauguró el Balneario Municipal, que brindó esparcimiento a gente de bajos recursos que no podían aspirar a vacaciones junto al mar. A partir de allí surgieron, cada vez con más fuerza, políticas sociales que sostenían que el agua  no solamente debía ser un elemento apropiado para la higiene y la salud, sino también para la recreación. A mediados de 1920 se informaba que la Intendencia solicitaría autorización para la construcción de piscinas en el Balneario Municipal, como así también en los parques Patricios, Avellaneda y Centenario.

En el transcurso del año 1921 el Departamento de Obras Públicas de la Municipalidad comenzó en el parque Avellaneda la construcción de una pileta de natación y baños públicos, de acuerdo a un proyecto presentado por José Luis Cantilo, intendente de la ciudad por ese entonces. La obra, terminada dos años más tarde, fue de gran belleza arquitectónica y aspecto monumental, con reminiscencias grecorromanas. Una escalinata conducía a la imponente puerta de acceso, enmarcada por dos columnas jónicas, que ostentaba dos grandes máscaras de león. Coronaban el frente vasijas con figuras femeninas y una pérgola. En el interior, el estilo ecléctico podía apreciarse en las columnas que presentaban capiteles dóricos, fustes jónicos y máscaras en la parte inferior de los mismos.  En la pared posterior, en el interior de una gran hornacina coronada por una valva,  una figura femenina de bronce arrojaba agua con un cántaro.

Sin embargo, la grandiosidad y el estilo de este natatorio público –que fue el primero a cielo abierto de la ciudad- despertó algunas críticas. La principal objeción era que su belleza no era  acorde con las viviendas pobres e inadecuadas de los alrededores, en una zona tan alejada de Buenos Aires, con gran cantidad de terrenos baldíos y muchas calles sin pavimentar.

La administración de este complejo estaba a cargo de la Dirección de Plazas de Ejercicios Físicos y al año siguiente se construyeron baños públicos los que, al igual que la pileta, estaban destinados a los niños que concurrieran al parque.

La pileta del parque Avellaneda sentó un precedente digno de consideración.

 

“El Honorable Concejo Deliberante desea que el D. E. [Departamento Ejecutivo] le informe sobre los siguientes puntos:

  1. Cuántas piletas de natación hay actualmente habilitadas en parques públicos.
  2. Cuáles son los parques públicos carentes de ese servicio, que permitirían su instalación en forma adecuada.
  3. Cuál sería el gasto que irrogaría [sic] la construcción de las piletas de natación, que a juicio del D. E. fuese conveniente o posible instalar en sitios públicos, a fin de intensificar ese deporte de eminente utilidad pública por razones de salud e higiene.

El Honorable Concejo Deliberante espera que el D. E. se preocupe con preferencia de este asunto y le haga conocer su pensamiento sobre la forma más práctica de hacer efectivo el propósito que motiva la presente, a fin de que ese servicio público pueda ser iniciado en la venidera estación de verano.”[8]

 

Hace muchos años que el natatorio dejó de ser utilizado como tal. Hacia 1997 funcionó en el mismo un centro cultural  y actualmente funciona allí la Escuela Media N° 2 D. E. 13. Delante de la escalinata hay una placa de granito con la siguiente inscripción: “Los discípulos son la biografía del maestro. Domingo Faustino Sarmiento 1811 – 1888”

En 1927 se inauguró el gran patio de juegos infantiles, que, entre otros elementos, contaba con unos enormes toboganes, lamentablemente desaparecidos. Había también aparatos para ejercicios físicos, siguiendo la propuesta del momento que estimaba conveniente su inserción en plazas y parques. En la entrada había una gran losa, que todavía se conserva, con la inscripción: “Motus est vita – 1927”. (Movimiento es vida). Por ese entonces nuevas leyes laborales habían flexibilizado las largas jornadas de trabajo, a la vez que se instauró el descanso dominical. Considerando que el parque estaba inmerso en una zona con mayoría de gente obrera, a su función de oxigenar el ambiente le agregó la posibilidad de que los niños de la zona pudieran divertirse junto a sus padres. Este hermoso lugar, emplazado en medio de una magnífica arboleda, con el tiempo fue despojado de sus juegos, que fueron trasladados a un sector lindero con la avenida Directorio, donde asimismo funciona una calesita. El lugar que ocupaba el antiguo patio de juegos actualmente se conoce como Jardín de Meditación.

También en el año 1927 comenzó a funcionar un tambo, modelo en su época, que abastecía de leche al barrio de Flores. Podía refrigerar 1000 litros de leche durante 36 horas.

Otro tema de preocupación en la época era la escasez de viviendas, lo cual redundaba en un aumento desmesurado de los alquileres. Considerando que la ciudad se había extendido sin un plan que la regulara, se pensó que una buena opción para construir barrios obreros era el casco sudoeste, en el que aun había zonas sin edificar. Por ese motivo la Comisión Nacional de Casas Baratas[9] eligió la fracción de Floresta limítrofe al parque Avellaneda y de esta manera, además de solucionar problemas habitacionales, la proximidad de ese gran espacio verde brindaba buena oxigenación ambiental y esparcimiento. El ingeniero Carrasco opinaba que en las ciudades debía preverse su extensión racional, proveyéndolas de lugares libres, abundante agua potable, alumbrado y pavimentación adecuada. También era muy importante proteger a la infancia, luchar contra las enfermedades infecciosas, fomentar los deportes, embellecer los paseos y, sobre todas las cosas, priorizar la vivienda obrera, contemplando las necesidades de higiene y bienestar.

Finalmente en 1927 se construyó el barrio Alvear I, en el área comprendida entre las avenidas Juan Bautista Alberdi, Olivera y las calles Fernández, Juan Vucetich, José Bonifacio y Pío Collivadino. Eran casas de dos plantas, tipo chalet, provistas de una cocina económica de hierro, alimentada a leña, que además,mediante un tanque, proveía de agua caliente a toda la casa. Diez años después se edificó el barrio Alvear II, entre las calles José Enrique Rodó, José Bonifacio, Fernández y Juan Vucetich y por último, en 1954, el barrio Alvear III, entre las avenidas Olivera, Directorio, Juan Bautista Alberdi y la calle Lacarra. Estos dos últimos barrios fueron monoblocks, rodeados de parques y juegos para niños.

Otra de las atracciones con las que contaba el parque era un trencito, que originariamente hacía las delicias de los niños en el Jardín Zoológico de Buenos Aires. En el año 1929 fue trasladado al parque Avellaneda, pero recién fue inaugurado en 1936 para beneplácito del público infantil que vio así incrementada su cuota de diversión. Era un ferrocarril en miniatura y se lo denominó “Expreso de la Alegría”. En mayo de 1998 se suspendió su servicio, por deficiencia  en las vías, durmientes y locomotora, aunque dos años después volvió a funcionar por algunos meses. En el año 2006 se solucionaron estos inconvenientes; se cambió el lugar de la estación, construyéndose una nueva que se bautizó con el nombre de Clemente Onelli, quien fuera director del Zoológico en la época en que funcionaba allí el trencito.

 

“Dentro de un mes el parque Avellaneda celebrará un acontecimiento esperado por grandes y chicos. Se reinstalará el tan mentado trencito histórico y habrá una gran fiesta de época. […] Todo estará organizado para el sábado 29 de abril, cuando a las 15 arranque la formación ferroviaria. Hay un grupo promotor que está encargado de programar los actos que se prolongarán hasta el 7 de mayo.

Habrá una serie de jornadas histórico-culturales de las que participarán representantes de instituciones vecinalistas y aficionados al ferrocarril y el transporte en general.[…][10]

 

Lamentablemente funcionó por muy poco tiempo, para decepción de los pequeños usuarios y de aquellos que en su infancia recorrían el parque en sus vagones y lo siguen añorando,  esperando escuchar una vez más el silbido de la locomotora para iniciar la aventura de recorrer el parque.

 

Esculturas

 

1) Entre las flores

  “[…] Dicen que traer a las plazas, parques y paseos de esta ciudad, para solaz y educación artística de nuestro pueblo, reproducciones de obras de los artistas más geniales en la Historia del Arte en el mundo, es realizar obra de buen gobierno.

El resultado favorable de las gestiones que encomendamos al D. E. permitirán a la ciudad de Buenos Aires, exhibir en sus jardines las más bellas obras de arte que son la admiración del mundo entero. […]”[11]

 

Las esculturas en plazas y parques cumplen una función estética y no podían estar ausentes en un parque tan bello. La más antigua es La Tejedora,  realizada por Luis Perlotti hacia el año 1926. Es una figura femenina sedente, con el cuerpo íntegramente cubierto por un manto. Representa a una vieja india, con el rostro surcado por profundas arrugas, que simbolizaría a la Pachamama. Formaba parte de un proyecto de fuente, que se llamaría Las Tejedoras, pero el mismo no llegó a concretarse. La Municipalidad la adquirió en 1929 para emplazarla en el parque y el día de la inauguración asistió un numeroso público, entre el que se encontraba don Benito Quinquela Martín, amigo de Perlotti. .

Hay otra escultura, El Perdón, obra  realizada en mármol por el escultor francés Juan Eugenio Boverie (1809-1910). Adquirida por la Municipalidad en 1936, su primer destino fue la plaza del Congreso y en 1991 se la trasladó al parque, cuando se rediseñaron los jardines. Representa a un anciano sentado, con una joven arrodillada a sus pies. Es una obra muy valiosa, razón por la cual está rodeada por una pequeña reja para evitar actos de vandalismo, que, lamentablemente, son cada vez más frecuentes.

No podía estar ausente el homenaje a San Martín, cuyo busto, realizado en bronce, fue retirado oportunamente y luego reinstalado con fuertes anclajes, para evitar que algún “coleccionista” decidiera llevárselo.

En el jardín que rodea la casona hay un busto del general Hilario Lagos (1806-1860). La placa de bronce recuerda  que durante el sitio de Buenos Aires estuvo en ese lugar el comando de combate, que permaneció allí desde diciembre de 1852 hasta julio de 1853.

2) Entre los árboles

El parque cuenta con gran cantidad de árboles añosos algunos de los cuales, con el paso de los años, fueron perdiendo gallardía y cayeron, en ocasiones como consecuencia de grandes tormentas y en otras fueron talados para evitar accidentes. Un escultor, vecino del barrio, pensó que era una buena idea convertir esos troncos en obras de arte y es así como en 1998 se convocó a un concurso para ese fin. Participaron del mismo veinticuatro artistas de distintos lugares del país.

En el año 1999, con miras a los festejos del tercer milenio, se organizó un segundo concurso de esculturas, en esta oportunidad de mármol. El Dr. Enrique Olivera, en ese entonces jefe de Gobierno de la Ciudad, expresó: “Es un orgullo para Buenos Aires, la organización de este Concurso Nacional de Esculturas en Mármol en especial, es muy grato para mí, que su sede sea el recuperado y querido Parque Avellaneda”.

Con respecto a la idea de realizarla en mármol, transcribimos la siguiente nota:

 

“[—] gracias a una noticia publicada en un periódico, nos enteramos de la existencia de la cantera de mármol negro Limay en La Pampa que, por su belleza, nos pareció ideal para dejar como testimonio de este fin de milenio.

Coronamos el proyecto con la posibilidad de invitar a participar a destacados escultores internacionales y de adquirir la mayoría de las obras que realicen los artistas, Éstas serán emplazadas en parques y plazas de la Ciudad.

De esta manera damos inicio a la concreción de un añorado y antiguo sueño: el de crear en el parque Avellaneda el primer museo de escultura contemporánea al aire libre de la Ciudad de Buenos Aires.”[12]

 

Después de muchos años tomaba cuerpo la idea expresada por De la Cárcova primero y por Carrasco después, tratadas en las sesiones del Concejo Deliberante del año 1923 y a las que nos referimos oportunamente.

En el año 2000 se llevó a cabo un tercer concurso de esculturas, nuevamente en madera. Todas estas obras están dispersas entre la arboleda, constituyendo un bello museo al aire libre y son motivo de visitas educativas de distintas escuelas. Sin embargo, siempre hay alguna nota negativa. Gente a quien no le interesa el arte ni tampoco el espacio público ha cubierto de inscripciones la mayoría de las esculturas, dejando así testimonio de sus amores, fugaces, en la mayoría de los casos.

 

Conclusión

 

Hacia fines de la década del setenta comenzó  un período de abandono y deterioro, que culminó con la usurpación de la  bellísima  casona,  construida en 1870 por el ingeniero Carlos Olivera. [la casa original era de 1838]. Alrededor del año 1988 comenzó la recuperación del parque cuando  un grupo de vecinos se comprometió en esa tarea. En una acción conjunta con legisladores, funcionarios, instituciones académicas y organizaciones sociales, se propuso un sistema innovador de gestión asociada, que vio coronado su esfuerzo mediante la Ley 1153, votada el 27 de noviembre de 2003 en la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires, por amplia mayoría. Desde entonces este espacio público se gestiona conjuntamente entre gobierno y vecinos.

El 3 de marzo es el día del “Barrio Parque Avellaneda”, conforme lo establece la Ley N° 2151 del 23 de noviembre de 2006, sancionada por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires. El emblema del barrio está compuesto por dos manos que se tocan afectuosamente, sosteniendo un ramo de hierbas que evoca el que porta la Virgen de los Remedios y también es una alusión al escudo de los Olivera.

Por otra parte la Legislatura porteña el 6 de abril de 2009 declaró al parque y su entorno Área de Protección Histórica, destacando al mismo tiempo su valor urbanístico, ambiental, arquitectónico e histórico.

Es digno de mencionar  el interés que las actividades culturales del parque despertaron entre los vecinos del barrio, que se pone de manifiesto principalmente los fines de semana. El tiempo dedicado al ocio encuentra eco en grupos de rock tocando al aire libre en el escenario montado frente al recuperado tambo, como así también representaciones teatrales, danzas circulares, folklore, murgas, etc.

La antigua Casona de los Olivera, deteriorada y ocupada ilegalmente durante muchos años, fue recuperada y puesta en valor a partir del año 2000. Desde entonces se despliega allí una amplia producción cultural, con la realización de distintos cursos y muestras temporarias de arte contemporáneo, que ofrecen un amplio abanico: pintura, instalaciones, fotografía, videos.

En lo referente a actividades deportivas, hay un sector, separado por la calle Francisco Bilbao, con gimnasio, canchas de fútbol, tenis, basket y piletas de natación a las que acude gran cantidad de público.

También es importante mencionar el vivero, al cual el público no tiene acceso y que provee de árboles y flores a las plazas y parques de la ciudad.

Por todo lo expresado en estas páginas, podríamos decir que, a través del tiempo, el sueño del ingeniero Benito J. Carrasco se ha cumplido.

 

 

NOTAS

[1] “Servidumbre estética en las construcciones edilicias. Higiene.”, en: La Ingeniería, Buenos Aires, Septiembre 1° de 1916, Número 459, p. 297

[2] “Parques y paseos de la capital”, en La Nación, Buenos Aires, 08-06-1903, p., c. 3

[3] “La arquitectura sanitaria”, en La Nación, Buenos Aires, 12-01-1923, 9. 12, c. 1-2

[4] BERJMAN, Sonia, “J. C. N. Forestier y la ciudad de Buenos Aires”, en DANA (Documentos de Arquitectura Nacional y Americana), p.88

[5] A la ceremonia de inauguración asistió don Joaquín de Anchorena, intendente municipal de la ciudad de Buenos aires entre 1910 y 1914.

[6] “Diagonales – Quinta de Olivera, en La Nación, Buenos Aires, 09-02-1912

[7] ”En la Escuela de Telares se entregarán los diplomas. Se han recibido 97 alumnas.” , en La Nación, Buenos Aires, 3 de octubre de 1923, p. 6, c. 2/3

[8] Versión taquigráfica de la 8ª. Sesión ordinaria (1er. Período) 6 de abril de 1923. Concejo Deliberante de la Ciudad de Buenos Aires. pp.234-235

[9] En 1915 se sancionó la Ley 9677 creando la Comisión Nacional de Casas Baratas y durante su vigencia se construyeron mil doce viviendas en la ciudad de Buenos Aires. Esta Comisión fue disuelta en 1944.

[10] “Trencito histórico”, en La Nación, Buenos Aires, 25-03-2006, p. 32, c. 6

[11] Honorable Concejo Deliberante. Versión taquigráfica de la 1ª. Sesión de prórroga (1er. Período), Buenos Aires, 01-06-1923, p. 755.

[12] DESSENO, José Alberto, Director “Escultura 2000”, www.fagella.com.ar/pa/ar3.html. (13 octubre  2012)

 

BIBLIOGRAFÍA

 

 

A.A. V.V., La ciudad revelada. Buenos Aires, Editorial Vestales, 2004.

A.A. V.V., Buenos Aires – Artes Plásticas, Artistas y Espacio Público, Buenos Aires,

Editorial Vestales, 2008.

BERJMAN, Sonia, Plazas y jardines de Buenos Aires. La obra de los paisajistas   

franceses 1860-1930, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica,

1998.

BERJMAN, Sonia, “El pensamiento de Benito Carrasco – Hacia una teoría paisajística

Argentina”, en DANA (Documentos de Arquitectura Nacional y

Americana) N° 30, Buenos Aires, 1991.

BERJMANN, Sonia, “J. C. N. Forestier y la ciudad de Buenos Aires”, en DANA

(Documentos de Arquitectura Nacional y Americana) N° 31-32,

Buenos Aires, 1992.

BOUVARD, J., El nuevo plano de la ciudad de Buenos Aires, Buenos Aires, Talleres

Gráficos de la Penitenciaría Nacional, 1910.

GORELIK, Adrián, La grilla y el parque, , Buenos Aires, Universidad Nacional de

Quilmes, 1998.

GUTIÉRREZ, Ramón, “Buenos Aires. Modelo para armar (1910/1927)”, en: DANA

(Documentos de Arquitectura Nacional y Americana) N° 37/38,

Buenos Aires, 1995.

UNWIN, Raymond, “Del arte público, expresión de la vida social”, en: Ciudad. Revista

de Urbanismo. Año I, Núm. 4, Buenos Aires, octubre 1929

 

 

Información adicional

Categorías: Plazas, Parques y espacios verdes,
Palabras claves:

Año de referencia del artículo: 2012

11mo Congreso

Back To Top