A sólo quince cuadras de Plaza de Mayo, reservorio de más de sesenta especies arbóreas autóctonas y exóticas, el Parque Lezama es por su antigüedad el “jardín histórico” más antiguo de la ciudad.
Introducción
En el ángulo sureste de la ciudad de Buenos Aires las autopistas han configurado en el tejido urbano un polígono irregular, suerte de “isla urbana”, delimitado al Oeste por la autopista “9 de Julio”, al Norte por la “25 de Mayo”, al Este por la “Buenos Aires-La Plata” y al Sur por el Riachuelo. La zona, de alta densidad de población, que comprende la totalidad del barrio de La Boca, parte de Barracas y dos pequeñas fracciones de San Telmo y Constitución, abarca unas 250 hectáreas y cuenta como espacios públicos verdes tan sólo con las plazas “Solís”, “Malvinas Argentinas”, “Almirante Brown” y “Matheu” en La Boca, y “Colombia” en Barracas, además del Parque Lezama. Las cinco plazas mencionadas en primer lugar tienen una superficie aproximada de una hectárea cada una, mientras que el Parque llega casi a las ocho hectáreas (7,65 Ha), con lo que se totalizan unas 13 Ha, o sea un 5,2% del territorio mencionado. Tomando en cuenta la recomendación de la OMS en cuanto a los espacios verdes en las metrópolis —que indica entre 10 y 15 metros cuadrados por habitante— y tomando una cifra estimativa de unos 100.000 habitantes para la zona, considerando que sólo el barrio de La Boca cuenta con 52.000,1 la más que deficitaria relación sería de 1,3 metros cuadrados verdes por habitante. A esta alarmante situación —por otro lado común a toda la ciudad de Buenos Aires, con diferentes niveles de gravedad—, se suma la urbanización de los terrenos del ferrocarril antiguamente denominados “Casa Amarilla” —unas 15 hectáreas— con una densa edificación de monobloques, espacio que, parquizado, aliviaría considerablemente esta carencia.
La comprensión de esta necesidad no es nueva. Durante la intendencia de Carlos M. Noel se constituyó, el 19 de abril de 1923, la “Comisión de Estética Edilicia Municipal” que integraban el arquitecto René Karman, representando a la Municipalidad, el arquitecto Carlos Morra, por la Sociedad Central de Arquitectos, el ingeniero Sebastián Ghigliazza, director de Arquitectura del Ministerio de Obras Públicas, y el arquitecto Martín Noel, presidente de la Comisión Nacional de Bellas Artes, bajo la presidencia del Intendente.2
En el completo programa edilicio proyectado, el problema de los espacios verdes mereció una especial atención, al punto de convocar al paisajista francés J. C. N. Forestier para que presentara un proyecto que éste tituló “Memoria sobre el arreglo, la proporción y la distribución de los sitios públicos al aire libre, de las avenidas-paseos, de los parques, de los jardines públicos y particulares y de los barrios de residencia de Buenos Aires” y que se incluye como apéndice de la obra citada. Los proyectos aprobados por la Comisión para la zona sur del Municipio totalizaban algo más de 50 Ha de espacios verdes —con un costo de alrededor de 43 millones de pesos de la época— que iban desde la media hectárea de la Plaza Primera Junta y las 5,2 Ha de la Quinta Lezica —que recomendaba adquirir— hasta las 33 Ha de “un gran parque-bosque en el bajo de Flores, situado en los terrenos entre La Tablada, el Parque Olivera y las avenidas Cruz y Riestra”.
En la zona que nos interesa, se proyectaba una plaza “entre las calles Necochea y Ministro Brin, entre Tunuyán y Diamante” de 1,8 Ha, la “ampliación de la anterior sobre los terrenos de Casa Amarilla” por un total de 11,2 Ha, y un “jardín en Tres Esquinas y Montes de Oca” de 2,5 Ha. Asimismo planteaba, como más adelante veremos, una total reforma del Parque Lezama y sus alrededores.
En el marco anteriormente descripto, se comprende la importancia del Parque Lezama —en una zona tradicionalmente relegada— como espacio de encuentro, de solaz, de juego o de reencuentro con la naturaleza para los habitantes de una zona que, como la ciudad toda, es cada vez más avara con ella.
El ecosistema original
El Parque Lezama configura la “punta” Sur de la meseta sobre la cual se asienta la ciudad de Buenos Aires y que se extiende entre los valles del río Reconquista (antiguamente “de las Conchas”) y del Riachuelo-Matanza. Esta formación —que se asienta sobre un complejo sedimento de origen marino y terrestre sumamente estable que, a su vez, descansa sobre una estructura cristalina precámbrica— es, en realidad, el borde elevado de la formación pampeana, que al terminar contra el Río de la Plata “forma mesetas redondeadas de suave relieve surcadas por cursos de agua”3 y cuyas afloraciones se aprecian aún hoy, en Buenos Aires, en las barrancas de San Isidro, las de Belgrano, en la Plaza San Martín y, aunque muy modificadas por el hombre, desde ésta última hasta Parque Lezama.
Dichos cursos de agua, hoy cegados o entubados pero caudalosos hasta avanzado el siglo XIX, eran en la zona céntrica el “Tercero del Medio” o “Zanjón de Matorras”, que nacía en la zona del Congreso y, avanzando en forma oblicua, seguía por las actuales calles Viamonte y Tres Sargentos, y el “Tercero del Sur” o “Zanjón de Granados” que, naciendo en la hoy Plaza Constitución, lo hacía por las actuales Independencia y Chile.4 A la llegada de los españoles, estos dos arroyos dividían el frente de la meseta en tres porciones: la submeseta del Norte, que dominaba hasta Retiro; la del Medio, “la más elevada de todas que culminaba a 22,50 metros sobre el nivel del río en donde se edificara mucho más tarde la iglesia de San Miguel”,5 y la submeseta del Sur —que nos interesa particularmente— cuya mayor elevación estaba en el Alto de San Pedro, actual Plaza Dorrego.
En la punta del Parque Lezama la barranca de la meseta gira hacia el Oeste y se extiende a lo largo del valle del Riachuelo-Matanza —relicto de una ingresión del mar querandinense—, en algunos puntos muy próxima al cauce como en las cercanías del Puente La Noria y, en ocasiones, separada hasta casi cuatro kilómetros del mismo. Todo este valle era anegadizo y en épocas secas estaba cubierto de lagunas y bañados, poblados de juncales, espadañales, totorales y con una fauna batracológica y herpetológica,6 así como con una abundante avifauna, perdurando esta configuración hasta principios del siglo XX en algunas zonas.7 En cuanto a la meseta, respondía a la formación pampeana, cuya vegetación natural son las gramíneas:
(…) Dos siglos atrás se trataba de altos pajonales, interrumpidos de cuando en cuando por un ombú o un pequeño monte de chañar. La ausencia de árboles se explica por la densidad del pajonal, que sombreaba las semillas y las plantas jóvenes e impedía su desarrollo (…) en zona de frecuentes tormentas eléctricas y de abundancia de pastos secos, los incendios de campos fueron muy frecuentes. Es probable que esos incendios hayan terminado con cualquier árbol que se aventurara en el interior de la pampa, a excepción precisamente del ombú, cuyo carácter prácticamente incombustible lo mantenía a cubierto del fuego, y del chañar, cuya brotación por las raíces se activa por el fuego.8
A pesar de ello, existían en la zona islas de talas, algarrobo blanco, espinillos, chañares y coronillos, de lo que dan fe numerosas actas del Cabildo referentes a su explotación o, ya entonces, depredación por parte de los vecinos.
En las márgenes de ríos y arroyos existían formaciones de bosque de ribera, con sauces, ceibos, sarandíes, acacias negras, que en los arroyos menores se unían formando galerías con un microclima mucho más húmedo,
(…) bajo el cual vivían abundantes aves acuáticas, como las garzas; peces como el dorado; reptiles como la tortuga de agua, o mamíferos como la nutria o coipo (…)9 y, sobre la barranca, existían matorrales de calafate, acacias, cardales y cactos.
Con relación a la fauna, hemos ya mencionado la presencia de batracios, ofidios y otros reptiles como la iguana, así como la de aves acuáticas, a las que se sumaban el tero, el chajá, martinetas y ñandúes. Entre los mamíferos, peludos, cuises, vizcachas, coipos y venados constituían la presa del puma o del zorro colorado.
En cuanto a la ocupación humana, estaba representada por los llamados “querandíes”, cazadores y pescadores de vida nómade que se extendieron por el norte hasta el Carcarañá y por el sur en la parte noreste de la provincia de Buenos Aires.
(…) Lopes de Souza es claro en cuanto a la descripción del hábitat de los querandíes: Esta tierra de los Carandíes es alta a lo largo del río, y hacia el interior es toda planicie, cubierta de pastos, que cubren un hombre. En ella hay mucha caza de venados y ñandúes y perdices y codornices. Es la más hermosa tierra y la más apacible que puede ser (…)10
A la llegada de los europeos, los querandíes se habrían replegado rápidamente hacia el interior de la Pampa e integrado a su proceso de araucanización, siendo infructuosos algunos intentos de integrarlos a reducciones.11
Evolución histórica del sitio
En el límite sur de la meseta ya mencionado, entre el “Alto de San Pedro” y el Parque Lezama efectuó Pedro de Mendoza el primer establecimiento de Buenos Aires en 1536,12 y en el repartimiento de solares efectuado por Juan de Garay este territorio integraba la extensa “merced” del capitán Alonso de Vera “el Tupí” que enfrentaba en la otra banda del Riachuelo a la de su tío, el Adelantado Juan Torres de Vera y Aragón. Al no haber sido poblada, como mandaba la legislación indiana, esta merced fue repartida nuevamente en 1609 por Hernandarias en chacras de 400 varas de frente sobre el curso de agua y sus fondos contra el ejido de la ciudad, actual calle San Juan, correspondiendo la primera al capitán Martín de Rodrigo. Esta suerte junto con la contigua hacia el oeste, por diversas ventas, transferencias y testamentarias que han sido exhaustivamente estudiadas por Arnaldo Cunietti-Ferrando,13 terminaron siendo, a mediados del siglo XVIII, de María Josefa Bazurco, tal como figura en el plano-mensura de Ozores. La sucesión de esta señora ocasionó un largo y complicado pleito contra el albacea, Juan Baltasar Maciel, quien había comenzado el fraccionamiento de la extensa propiedad en 1773 y 1774,14 y una de esas fracciones —que comprendía el actual Parque Lezama— fue vendida por Luisa Tadea Barragán, en 1802, a Manuel Gallego y Valcárcel, quien comenzó la construcción de la casaquinta. Al fallecer éste en 1808, fue adquirida en remate público por Daniel Mackinlay por 19.000 pesos, quien la amplió y enriqueció el entorno con especies vegetales, falleciendo en 1826. Sus hijos la enajenaron en 1846 a Carlos Ridgely Horne, comerciante oriundo de Baltimore nombrado por Rosas como “único corresponsal marítimo” del puerto de Buenos Aires,15 quien le añadió terrenos hasta lograr una salida a la actual calle Brasil e hizo levantar un edificio más rico y amplio.
A la caída de Rosas, Horne debió exilarse en Montevideo y la quinta fue escenario de combates durante el sitio de Buenos Aires efectuado por Hilario Lagos. El 26 de abril de 1853, una columna del ejército de Buenos Aires ocupó la quinta,
(…) apoderándose de la batería allí instalada. Esta maniobra permitió el bombardeo del bajo de La Boca y Barracas, y de la propia Convalecencia, donde los sitiadores tenían otro emplazamiento de artillería.16
En 1857 Horne vendió la propiedad, por poder, al salteño José Gregorio Lezama, quien completó la construcción de la casaquinta en su forma definitiva, decoración y fachadas, contratando al paisajista belga Verecke para parquizarla.17 A poco de instalarse Lezama, estalló en San Telmo una epidemia de cólera, sirviendo la quinta como lazareto y, por esta época, comenzaron sus litigios con la Municipalidad al solicitar se dejara sin efecto una orden de apertura de calles en su propiedad,18 situación repetida en 1864 y, posteriormente, durante la intendencia de Torcuato de Alvear. Argumentaba Lezama que “la inmediación de la barranca, altura del terreno, etc., no podrían servir al público” y que había hecho grandes desembolsos para establecer un “jardín de aclimatación”.19 Para ello, dio nueva estructura a los jardines y, respetando las especies ya cultivadas por los anteriores propietarios y la arboleda existente, incorporó plantas y árboles “exóticos”, costosamente adquiridos. El diario El Nacional del 22 de mayo de 1886, se refería al jardín como “la desesperación de cuantos se dedican al cultivo de las flores entre nosotros, por ser tarea punto menos que imposible llegar a tener un vergel parecido”.20 González Garaño expresaba:
Lezama, gran aficionado a la floricultura, formó allí un jardín magnífico. Adquirió en las distintas latitudes de la tierra, ejemplares elegidos de plantas y árboles. Fueron famosas sus camelias, cuyas diversas variedades cubrían los canteros, bordeados de arrayanes. Senderos angostos y sombreados cruzaban el parque, adornados de trecho en trecho con estatuas y vasos de mármol, de factura italiana. Fue un incomprensible error el destruir el carácter de ese jardín, modelo de la quinta porteña del promediar del siglo XIX.21
Fallecido en 1889, su viuda Ángela Álzaga vendió a la Municipalidad por $ 1.500.000 m/n “las ciento dos mil varas cuadradas, o sea setenta y seis mil quinientos metros cuadrados más o menos que, con sus plantaciones, jardines, etc., comprende la quinta”,22 bajo la condición obligatoria de que se transformara en paseo público, llevando el nombre del último propietario, además de conservar la casona por dos años en usufructo. Es de interés el dictamen previo de la Comisión de Obras Públicas del Concejo Deliberante, presidida por Juan Buschiazzo, aconsejando la compra:
(…) es de verdadera utilidad pública favorecer a la parte sur del municipio con un parque espacioso que compense los inconvenientes de los barrios malsanos de la Boca y del puerto, ofreciendo un acceso fácil y cómodo a la población de ese distrito, que por su distancia al Parque 3 de Febrero no puede participar de los beneficios que reciben los habitantes de la parte norte (…)23
Y agregaba que no era conveniente rechazar tan excelente oportunidad, puesto que se corría el peligro de que la finca fuera fraccionada y vendida en lotes, reemplazando con edificios “lo que es hoy uno de los pulmones del barrio más poblado y descuidado de la ciudad”. Es tradición que Sarmiento, conociendo la quinta de Lezama, habría planteado su intención de crear en el norte de la ciudad un jardín semejante, dando origen al nombrado Parque “Tres de Febrero”, erigido por la ley 658 de 1874. Curiosamente, el Parque Lezama se constituyó en el segundo parque público de Buenos Aires, por Ordenanza del Honorable Concejo Deliberante del 27 de mayo de 1894, siguiéndole la Plaza Colón, frente a la Casa de Gobierno, según Ordenanza HCD del 28 de septiembre del mismo año y, al comenzar el siglo XX, progresistas administraciones comunales crearon los grandes parques de la ciudad: el Parque Chacabuco (Ordenanza HCD del 15/5/1902); el Parque de los Patricios (Ord. HCD del 12 de setiembre de 1902); el Parque Los Andes (Ord. HCD del 28 de octubre de1904); el Parque del Centenario (Ord. HCD del 14/5/1909) y el Presidente Nicolás Avellaneda (Ord. HCD del 10 de noviembre de 1914).24
A partir de la creación del espacio público, la zona del Parque Lezama, antiguo barrio de extramuros, comenzó a jerarquizarse. Mejoró la edificación, principalmente en la avenida Caseros (antes Patagones) —que mereció ser llamada “la avenida Alvear del Sur” por sus edificios de gran calidad, desde Defensa hasta Plaza Constitución—, continuando por Defensa hacia el norte y Brasil. En las primeras décadas del siglo era un paseo familiar obligado, por sus ricas especies vegetales y arbóreas, su estatuaria y decoración, llegando a contar sobre la barranca sur con restaurante —el Ponisio—, circo, picadero, ring de boxeo, cinematógrafo y un pequeño tren que recorría el parque a fines del siglo XIX y principios del XX.25
Desde su apertura al público, el Parque ha sufrido sucesivas parquizaciones y diversas reformas. En 1897 se instaló en la casona el Museo Histórico Nacional y, en 1914, fue inaugurado un anfiteatro sobre Brasil y Balcarce, con capacidad para unos seis mil espectadores. Se incorporaron fuentes, esculturas y monumentos, pero también se acometieron reformas desafortunadas por parte de ediles o funcionarios. En 1931, bajo la intendencia de José Guerrico, fue removida la reja perimetral, con su muro, que circundaba todo el solar, ocasionando con los años la denudación de parte de la barranca y la caída de palmeras sobre la calle Defensa.
Como decíamos al principio, el parque y la zona circundante fueron objeto de especial atención de la Comisión de Estética Edilicia creada por el intendente Carlos M. Noel en 1923. El Programa Edilicio publicado por la misma consigna en su punto 3, “Embellecimiento del Barrio Sur. El barrio tradicional”, una serie de acciones que incluían:
a) En los hermosos jardines del Parque Lezama se autorizará la instalación de la Escuela Superior de Bellas Artes (…) creando en los jardines, los más evocadores del actual Municipio, un Museo al aire libre de Arquitectura y Escultura comparadas, contribuyendo de tal manera a divulgar con eficacia, al través de la contemplación de los ejemplos clásicos, la educación estética de nuestro pueblo.
b) Frente a la verja de este mismo parque, y en el sitio en que la calle Caseros tuerce hacia la Avenida Montes de Oca, la Municipalidad expropiaría los terrenos necesarios para levantar los edificios que se destinarían: a la Facultad de Filosofía y Letras, al Museo Histórico, Archivo Nacional y Conservatorio Nacional de Música. Estando estas instituciones ligadas por su naturaleza educacional de orden tan elevado, y cuyas propias dependencias pueden servir indistintamente al desarrollo respectivo de los estudios, parecería adaptarse más que ningún otro a este barrio del viejo Buenos Aires, creando en él una vida estudiantil encargada de fomentar su propio desarrollo.26
Lamentablemente diversas razones, entre las que seguramente no fue una menor la crisis mundial de 1929, impidieron la concreción de los ambiciosos planes de dicha Comisión, que vistos con la perspectiva del tiempo revelan no sólo un profundo conocimiento de la ciudad y una gran solvencia profesional, sino una notable capacidad prospectiva y conceptos urbanísticos que aún hoy son de avanzada. En fecha tan reciente como 1998, el Parque fue objeto de reparaciones por parte del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, que incluyeron la renovación de la iluminación, reparación de solados y de los baños públicos sobre la barranca que da a Martín García —que en numerosas ocasiones, erróneamente, se han identificado como las caballerizas de Lezama—, enrejado de obras de arte y algunas especies vegetales, etc., y actualmente (septiembre de 2003) se está desarrollando una “puesta en valor” consistente en la renovación de cestos para residuos, instalación de garitas de vigilancia, mejoramiento de la iluminación, implantes de césped y macizos de flores, etc., aunque también, sobre la pequeña plaza seca adyacente al sector sureste del Museo Histórico, se ha emplazado una estatua de la Madre Teresa de Calcuta, cuyos méritos no objetamos, pero no sabemos si la correspondiente medida legal tomó en cuenta el estatus jurídico como Sitio Histórico del predio en su totalidad.
El Parque como reserva natural
La barranca de Paseo Colón, como ya hemos dicho, gira en el extremo del Parque formado por la intersección de aquélla con Martín García y, al atravesar el solar, determina dos sectores bastante regulares: el alto, un cuadrilátero limitado por Defensa, Brasil, Paseo Colón y la barranca; y el bajo, un triángulo cuyos lados son Defensa, Martín García y alto y el bajo se aprecia también en la vegetación. Es sobre el alto, especialmente en su zona norte —el antiguo frente de la quinta—, donde se encuentra la mayor parte de las especies autóctonas y “exóticas”, formando un verdadero “techo vegetal”, que disminuye en el frente Este hacia Paseo Colón. En el bajo, predominan especies más modernas, vinculadas al arbolado urbano, como plátanos y fresno americano, éste último excluyente en las veredas perimetrales. Una dicha barranca. En el alto se encuentra el solar y edificio del Museo Histórico Nacional, el anfiteatro sobre la calle Brasil y un patio de juegos de mesa, mayormente utilizado por jubilados. En el bajo, se agrupan el patio de juegos infantiles, la calesita y las canchas de tejo y bochas, en el área que originalmente ocupaban las caballerizas y otras dependencias de servicio de la quinta.
Esta diferencia morfológica entre el alto y el bajo se aprecia también en la vegetación. Es sobre el alto, especialmente en su zona norte —el antiguo frente de la quinta—, donde se encuentra la mayor parte de las especies autóctonas y “exóticas”, formando un verdadero “techo vegetal”, que disminuye en el frente Este hacia Paseo Colón. En el bajo, predominan especies más modernas, vinculadas al arbolado urbano, como plátanos y fresno americano, éste último excluyente en las veredas perimetrales. Una notable excepción es la magnífica tipa ubicada detrás del patio de juegos, segura supervivencia de la antigua quinta y las magnolias magniflora que festonan la barranca.
En el año 1986, la Dirección de Paseos de la Municipalidad realizó un relevamiento integral del Parque, que arrojó los siguientes resultados en cuanto a las especies vegetales: 8 suspiros (Hibiscus Syriacus), 2 manzanos de jardín (Malus japonica), 3 coronas de novia (Spiraea cantonensis), 1 crataegus (Crataegus oxyacantha), 14 gardenias (Gardenia tubiflora), 1 azarero (Pittosporum tobira), 1 jazmín del Cabo (Gardenia augusta), 8 cotoneaster (Cotoneaster glaucophylla), 2 madreselvas (Loncera talarica), 29 plátanos (Platanus acerifolia), 13 jacarandás (Jacarandá mimosifolia), 29 sóforas (Styphnolobium japonicum), 19 árboles del cielo (Ailanthus altissima), 33 fresnos americanos (Fraxinus americana), 2 moras negras (Morus nigra), 68 olmos (Ulmus pumila), 1 arce (Hacer negundo), 13 almeces (Celtis australis), 1 álamo (Populus sp.), 44 magnolias (Magnolia magniflora), 12 casuarinas (Casuarina cunninghamiana), 25 ligustros (Ligustrum lucidum), 2 dodoneas (Dodonea viscosa), 2 acacias (Acacia melanoxylon), 54 tipas (Tipuana tipu), 17 pezuñas de vaca (Bahuinia candicans), 8 ombúes (Phitolaca dioica), 5 gomeros (3 Ficus sp. y 2 Ficus elastica), 5 Citrus sp., 1 palta (Persea americana), 2 naranjas amargas (Citrus auriantum), 4 oleas (Osmanthus fragans), 3 coculus (Cocculus laurifolia), 7 talas (Celtis spinosa), 1 alcanforero (Cinnamomum camphora), 1 encina (Quercus ilex), 1 roble sedoso (Grevillea robusta), 16 acacias negras (Robinia pseudo-acacia), 1 ceibo jujeño (Erythrina falcata), 1 braquiquito (Brachychiton pupulneum), 1 cedro (Cedrus deodara), 12 criptomerias (Cryptomeria japonica), 5 araucarias (1 Araucaria angustifolia y 4 Araucaria bidwilli), 9 cipreses (8 Cupressus sempervirens y 1 Cupressus anzonica), 1 libocedro (Libocedurs decurrens), 2 pinos (Pinus sp.), 1 cedro del Líbano (Cedrus libani), 2 podocarpos (Podocarpus parlatorei), 14 pitas (Agave americana), 1 palmito (Chamaerops humilis), 21 fénix (19 Phoenix cananensis y 2 Phoenix paludosa), 75 cocos (Arecastrum romanzoffianum), 9 washingtonias (Washingtonia robusta), 10 latanias (Livistonia chinensis), 4 cañas bambú (Pleiolastus simonii), 3 yucas (Yucca revurvifolia), 8 beschornerias (Beschorneria yuccoides), 1 strelitzia (Strelitzia nicolae) y 3 santa ritas (Bougainvillia spectabilis).
Lamentablemente, el relevamiento no incluye el estado de salud de estos ¡674! ejemplares de 63 especies, dato que sería de gran utilidad para evaluar el nivel de daño o degradación que pueden haber sufrido en estos quince años.27 Aparte de la depredación humana, en demasiados casos deliberada, hemos podido observar numerosos ejemplares afectados por plagas y, tan sólo en el año 2000, se perdieron dos palmeras que por su debilidad estructural fueron abatidas por el viento o por su propio peso, una en el jardín interior del Museo Histórico y otra en el camino adyacente, la que destruyó en su caída una sección de la reja perimetral de la institución.
Los temporales del mismo año abatieron un número indeterminado de ejemplares y, como se ha dicho más arriba, las palmeras ubicadas sobre la pequeña barranca de la calle Defensa, entre Caseros y Brasil, corren serio peligro por la denudación de la misma, mayor en cada lluvia.
Es posible que un inconveniente que presenta la conservación de este espacio verde sea su ubicación: a tan sólo quince cuadras de la Plaza de Mayo se encuentra, sin embargo, al sur de la avenida Rivadavia que se ha convertido, como es sabido, en una verdadera “divisoria de aguas” en la ciudad entre los sectores Norte y Sur, situación reflejada en la calidad de vida, edificación, etc. Baste decir que en algunos sectores de la zona Sur, como ser la Villa 21 y sus alrededores, la mortalidad infantil es similar o mayor a la de Jujuy. Entre 1992 y 1997, las autoridades del Museo Histórico y su Asociación de Amigos intentaron, infructuosamente, interesar a empresas privadas para que “patrocinasen” el Parque, como sucede en la mayoría de las plazas y paseos ubicadas en la zona Norte de la ciudad.
Otro aspecto a tomar en cuenta, para la evaluación integral de este enclave natural en pleno espacio urbano, es su fauna. La proximidad con la Reserva Ecológica Costanera Sur ha devuelto al Parque —como a la mayoría de los espacios verdes de la ciudad— una abundante y variada avifauna que había sido desplazada, a lo largo de los años, por el hombre o por especies introducidas por éste, como la paloma o el gorrión, importado éste último por Emilio Bieckert en la década de 1860 y con el que tanto tuvieron que luchar los agricultores.
Sin ser observadores de aves, hemos podido individualizar ejemplares de zorzal colorado (Turdus rufiventris), calandria (Mimus saturninus), cardenal (Paroaria coronata), hornero (Furnarius rufus), benteveo (Pitangus sulphuratus), tordo (Molothrus bonariensis) y golondrina (Tachycineta leucorrhoa), así como bandadas de cotorras (Myiopsitta monachus) y un nido de lechuzas que creemos “de campanario” (Tyto alba). Son muchas más las especies comunes actualmente en la Capital,28 como la paloma picazuro (Columba picazuro), torcaza (Zenaida auriculata), torcacita común (Columbina picui), pirincho (Guira guira), picaflor común (Chlorostilbon aureoventris), picabuey (Machetornis rixosus), etc.
Asimismo, es común observar ranas arborícolas y sapos o escuerzos, entre los batracios; murciélagos y varias especies de roedores, entre los mamíferos. En cuanto a la fauna invertebrada, seguramente similar a la de toda la región bonaerense, merecería un estudio individual por su indudable abundancia, de la cual es evidencia el gran número de aves.
Una propuesta
Hemos intentado en este trabajo establecer que, a diferencia de otras reservas naturales, el Parque Lezama es una creación humana que ha llegado a su configuración actual a lo largo de casi dos siglos, siendo por este motivo el más antiguo que aún perdura en la ciudad por lo cual consideramos puede ser incluido en la categoría de “jardín histórico” que establece la “Carta de Florencia” adoptada por el ICOMOS (Consejo Internacional para los Monumentos y Sitios de la UNESCO).
Dicha “Carta” establece en su artículo 1° que “El jardín histórico es una composición artística y vegetal que, desde el punto de vista de la historia o del arte tiene un interés público. Como tal está considerado como un monumento”, y establece diversas pautas en cuanto a su inventario, mantenimiento, conservación, utilización y protección legal y administrativa.
Si bien el Parque Lezama es, actualmente, un área protegida en el Código de Planeamiento de la Ciudad de Buenos Aires como “Área de Protección Histórica 1 (APH 1)”, la que comprende los barrios de San Telmo y Montserrat, por una Ordenanza del Honorable Concejo Deliberante del 21/12/1991 y, asimismo, fue declarado “Sitio Histórico” por el Decreto Nº 437, Art. 1º del 16/05/1997 que incluye el Parque Lezama en su totalidad (Circ. 3ª. Sec. 8, Manzana 73, Frac. A), la protección, conservación y puesta en valor del mismo debería ser fruto de una amplia convocatoria de los organismos con jurisdicción sobre el mismo, como en primerísimo lugar las áreas específicas del Gobierno de la Ciudad —que tiene al respecto funciones indelegables en virtud del artículo 27 de la Constitución de la Ciudad de Buenos Aires—, la Comisión Nacional de Museos, Monumentos y Lugares Históricos y la Comisión para la Preservación del Patrimonio Histórico de la Ciudad de Buenos Aires, a los sectores técnicos y científicos, como el Museo de Ciencias Naturales “Bernardino Rivadavia” y la Facultad de Agronomía y Veterinaria, a las ONG vinculadas con la defensa del medio ambiente y, fundamentalmente, a las organizaciones de vecinos quienes son, en última instancia, los que hacen uso del espacio.
Dada la variedad de actores que hemos mencionado, consideramos que el fruto de dicha convocatoria debería ser una comisión específica, multidisciplinaria y multilateral con sede —por ejemplo— en el Centro de Gestión y Participación de la zona como factor articulante de los dos aspectos —histórico y natural— que deberían confluir en una verdadera puesta en valor del Parque como “jardín histórico”, garantizando asimismo sus usos sociales en los términos del artículo 25 de la ya mencionada Carta de Florencia:
“El interés por los jardines históricos deberá ser estimulado por todo tipo de actuaciones capaces de revalorizar este patrimonio y hacerlo conocer y apreciar mejor: promoción de la investigación científica, intercambio internacional y difusión de la información, publicaciones y trabajo de divulgación, estímulo del acceso controlado del público, sensibilización a través de los medios de comunicación en cuanto a la necesidad de respetar la naturaleza y el patrimonio histórico (…)”.
Notas
1. Datos obtenidos en el Centro de Gestión y Participación Nº 3 del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
2. Ver Proyecto Orgánico para la Urbanización del Municipio. El plano regulador y de reforma de la Capital Federal, pp. 11-12.
3. Ver Marcelo Yrigoyen, Buenos Aires, por arriba y por debajo, p. 10 y ss.
4. Rómulo Zabala y Enrique de Gandía, Historia de la ciudad de Buenos Aires, p. 48.
5. Marcelo Yrigoyen, obra citada, p. 10.
6. Rómulo Zabala y Enrique de Gandía, obra citada, p. 48.
7. Ver Elías Carpena, Pampa porteña: Villa Lugano y Floresta Sur.
8. Antonio Elio Brailovsky y Dina Foguelman, Memoria verde. Historia ecológica de la Argentina, p. 52.
9. Ibidem, p. 53.
10 Citado por Alberto Rex González y José A. Pérez, Argentina indígena. Vísperas de la conquista, p. 131.
11. Ibidem, p. 132.
12. Enrique de Gandía, Creación de la gobernación del Río de la Plata y conquista de las provincias del Río de la Plata y del Paraguay (1534-1573), p. 645 y ss.
13. Arnaldo J. Cunietti-Ferrando, Reparto y poblamiento de las tierras del valle del Riachuelo. 1580-1810, pp. 186, 191 y ss.
14. Ibidem, p. 192.
15. Antonio J. Bucich, Pequeña historia del Parque Lezama, p. 17.
16. José Juan Maroni, El barrio de Constitución, p. 26.
17. Alejo González Garaño, Museo Histórico Nacional. Su creación y desenvolvimiento 1889-1943, pp. 25 y ss.).
18. Antonio J. Bucich, obra citada, p. 18.
19. Ibidem, p. 18, nota 4.
20. Ibidem, p..9).
21. Alejo González Garaño, obra citada, p. 25.
22. Citado por Ismael Bucich Escobar, El Museo Histórico Nacional en su cincuentenario. 1889-1939. Con un apéndice de documentos relativos a su fundación e instalación, p. 37.
23. Ibidem, p. 37.
24. Ramón Melero García, Manual informativo de la Ciudad de Buenos Aires, p. 355 y ss.
25. Pbro. Manuel Juan Sanguinetti, San Telmo. Su pasado histórico, p. 187 y ss.
Información adicional
Año VI – N° 30 – marzo de 2005
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Categorías: ESPACIO URBANO, Plazas, Parques y espacios verdes, Vecinos y personajes, Historia
Palabras claves: Parque Lezama, Parque, Lezama, Zona Sur, Barracas, San Telmo, La Boca, Historia
Año de referencia del artículo: 1885
Historias de la Ciudad – Año VI Nro 30