El Dr. Enrique Carlos Corbellini —magistrado judicial y notable historiador—, fue, sin duda, uno de los estudiosos de nuestro pasado que con más autoridad pudo hablar de la Revolución de Mayo, entendiendo por tal a los vecinos de Buenos Aires que la impulsaron y a los sucesos que se produjeron en la singular semana que corrió entre el 18 y el 25 de mayo de 1810.
Fue el Dr. Corbellini quien afirmó que la Revolución de Mayo “es el nudo central de los acontecimientos históricos argentinos. Hacia ella marchaban las viejas fuerzas de la colonia y de ella parten las tendencias que sacudieron al país hasta 1880 y que lo agitan todavía. Es necesario estudiar los acontecimientos de la Semana de Mayo sin tener los ojos puestos en un protagonista determinado, como Belgrano, Saavedra o Moreno; sin tratar de defender al partido criollo o al partido español; sin mirar la cuestión con ojos derechistas ni izquierdistas, poniendo todo nuestro empeño en la más estricta neutralidad científica. Así veremos surgir el único protagonista importante, la pequeña ciudad de casas bajas y hombres empaquetados dentro de los vistosos trajes de la época, que creían en Dios y discutían con solemnidad acerca de la cosa pública. La pequeña ciudad escondida detrás de los papeles dispersos y de los hechos olvidados”.
Esta iluminante manifestación del gran historiador patriota es guía segura para cuantos desean entender cabalmente el proceso político que, iniciado en 1810, culminaría en 1816 con la formal declaración de nuestra independencia del rey Fernando VII, de la dinastía Borbón de la España que algunos erradamente llamaban metrópoli y de toda otra dominación extranjera. Si por una parte el 9 de julio de 1816 puso término al estado de revolución, al dar con la declaración de independencia origen a un nuevo estado soberano, por la otra dio comienzo a la gesta rioplatense para lograr que esa independencia fuera también patrimonio de las otras porciones políticas en que la monarquía hispana había dividido a la América por ella descubierta a fines del siglo XV.
Tras esta breve introducción al hecho revolucionario, comencemos a considerar si el pueblo porteño tuvo participación en una revolución que, iniciada en Buenos Aires, prontamente se extendió como brasa ardiente por todo el antiguo Virreinato del Río de la Plata.
Puestos ya en esta senda, preguntémonos cuántos habitantes, vecinos o no, había en Buenos Aires y sus suburbios en 1810. Respondamos que sesenta mil, si nos atenemos al padrón que se compuso en marzo de ese año por orden del virrey Cisneros; o sesenta y cinco mil según el censo realizado en agosto siguiente por disposición de la Junta Superior de Gobierno. ¿Cuántos de estos habitantes, vecinos o no, asumieron una participación activa en los sucesos que culminaron el viernes 25 de mayo de 1810? Seguramente, muchos menos, como siempre acaece en los momentos decisivos de la historia de todos los pueblos del orbe, pero también podemos agregar que, seguramente, cuantos tomaron participación activa en los prolegómenos del hecho revolucionario y en este mismo, tenían suficiente representatividad para dar sustento cívico a las graves decisiones tomadas o por tomarse.
Dos testimonios
Pretender negar, como en efecto se la ha negado, la participación popular en el hecho revolucionario por falta de expresiones multitudinarias, como las habidas en el París de 1789 o en el Moscú de 1917, es consecuencia lógica de desconocer las formas de vida y de expresión de nuestros antepasados.
Al respecto, es un testimonio importante el brindado por Juan Manuel Beruti, hermano de Antonio, y partidario del cambio político que se estaba produciendo. Al reseñar la elección de la Junta del 25, lo hace así: “No es posible que mutación como la anterior se haya hecho en ninguna parte con mayor sosiego y orden, pues ni un solo rumor de alboroto hubo, pues todas las medidas se tomaron con anticipación, a efectos de obviar toda discordia, pues las tropas estuvieron en sus cuarteles y no salieron de ellos hasta estar todo concluido, y a la plaza no asistió más pueblo que los convocados para el caso, teniendo éstos un cabeza que en nombre de ellos y de todo el pueblo daba la cara públicamente y en su nombre hablaba; cuyo sujeto era un oficial 2º de las Reales Cajas de esta Capital. Verdaderamente, la Revolución se hizo con la mayor madurez y arreglo que correspondía, no habiendo corrido i una sola gota de sangre, extraño en toda conmoción popular, pues por lo general en tumultos de igual naturaleza no deja de haber desgracias, por los bandos y partidos que trae mayormente cuando se trata de voltear gobiernos y instalar otros; pero la cosa fue dirigida por hombres sabios, y que esto se estaba coordinando hacía algunos meses; y para conocerse los partidarios se habían puesto una señal que era una cinta blanca que pendía de un ojal de la casaca, señal de la unión que reinaba…”
Coincidentes con los dichos de Beruti son los de Manuel Belgrano, reconocido por sus contemporáneos y por la posteridad tanto por su ecuanimidad como por su prudencia. El prócer dice: “El Congreso celebrado en nuestro estado, para discernir nuestra situación y tomar un partido en aquellas circunstancias, debe servir eternamente de modelo a cuantos se celebren en todo el mundo. Allí presidió el orden: una porción de hombres estaban preparados para, a la señal de un pañuelo blanco, atacar a los que quisieran violentarnos; otros muchos vinieron a ofrecérseme, acaso de los más acérrimos contrarios después por intereses particulares; pero nada fue preciso porque todo caminó con la mayor circunspección y decoro. ¡Ah, y qué buenos augurios!”
Presencia del pueblo
Indudablemente, hubo participación popular en el proceso revolucionario de 1810. Una participación que mostró unidos a los universitarios con los comerciantes, a los jefes militares con los sacerdotes, a la mayoría de los criollos con buen número de los peninsulares.
El académico Carlos S.A. Segreti analizó con lucidez el tema de la unión del pueblo de Buenos Aires y de su participación en el movimiento de 1810. Para ello comenzó recordando que una revolución triunfante -y la de Mayo lo fue-, se desarrolla en tres etapas o momentos. El primero es el de la conspiración y está a cargo de un grupo; el segundo está constituido por la toma del poder, y el tercero, el más importante, es el que debe concretar el ideario común. El mencionado historiador desarrolla su pensamiento con estas palabras: “¿Cómo saber cuándo una revolución es popular? No es posible que exista la intervención activa del pueblo en el primer momento, dado que entonces no habría conspiración, acción ésta que siempre se presenta como desarrollada por un grupo; pero ello no quiere decir que no exista un estado de necesidad de revolución general en el pueblo, por lo menos, en su mayoría, elemento más que suficiente para conferirle tal carácter. Estado de necesidad de revolución que, por otra parte, es aprovechado o agitado al máximo, dentro de lo posible por el grupo. De la misma manera, tampoco es necesaria la presencia física de todo el pueblo en el segundo momento. Es ésta una etapa en que la vida suele estar en juego y en la que es humano comprender porqué no todos están dispuestos a arriesgarla. ¿Qué sucede si se fracasa…? Es el momento que decide la fuerza, fuerza que debe ser sólo instrumento y no fundamento, pues si fuera esto último no se estaría dentro del tipo de revolución popular. Si la presencia física de todo el pueblo fuera en este segundo momento el único índice para caracterizar una revolución, debo decir que el mundo no conoce aún una revolución popular. En éste como en el anterior momento, lo que interesa es la existencia del estado de necesidad de revolución generalizado. No sucede lo mismo con el último: aquí es imprescindible la participación activa de la mayoría del pueblo, lo que se expresa de distintas maneras.”
La clave de una revolución
Precisamente, aquí esta la clave para entender que la Revolución de Mayo fue un hecho trascendente para el pueblo y realizado por ese mismo pueblo. Porque si la conspiración (el primer momento) fue obra de pocos, y si la realización (el segundo momento) se cumplió por decisión de una porción reducida de los habitantes de la ciudad, concretar el ideario común (el tercer momento) contó, más allá de devaneos jacobinos de unos pocos y de la resistencia de otros tantos, con una participación activa de todos los argentinos, ya llamados así por Vicente López en 1808, al cantar el triunfo sobre el invasor británico. Y esa participación activa de la mayoría del pueblo permitió consolidar en julio de 1816 lo comenzado en mayo de 1810.
Aceptada entonces la Revolución que recordamos en estos días como expresión de legítima ansia popular de participación en el gobierno, como una manifestación del sentimiento de unión nacional, bien cabe evocarla con esta esclarecedora reflexión del distinguido historiador cuyano Edberto Oscar Acevedo: “Quiero pensar en la historia de mi Patria para hacer más firme mi convicción actual de que, si en los acontecimientos decisivos de los años iniciales -Revolución, Independencia-, supo imponerse la prudencia de los políticos sobre las utopías de los ilustrados, hoy también, paso a paso y con su ejemplo, es preciso afirmar a nuestra República, defendiendo su tradición moral e institucional contra el ataque de sectarismos ideológicos que pretenden destruirla”.
Información adicional
HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año III – N° 15 – Mayo de 2002
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Categorías: Vecinos y personajes, POLITICA, Hechos, eventos, manifestaciones, TEMA SOCIAL, Vida cívica, Política
Palabras claves: 18 y el 25 de mayo de 1810, semana de mayo, Corbellini, popular
Año de referencia del artículo: 1810
Historias de la Ciudad. Año 3 Nro15