Periódicamente el nombre de Prilidiano Pueyrredón cobra particular atención al subastarse alguno de sus famosos cuadros; los precios pagados concitan el interés de los medios y del público. Esta notoriedad de su actividad artística, sin embargo, ha hecho que su tarea como arquitecto no fuera estudiada detenidamente.
Prilidiano había nacido en Buenos Aires el 23 de enero de 1823 y se recibió de arquitecto en el Instituto Politécnico de París, durante el exilio de la familia en la época de Rosas. Volvió a los 26 años, con el título bajo el brazo, acompañando a su padre, que habría de fallecer en la chacra del Bosque Alegre de San Isidro, en 1850.
Poco tiempo permaneció en su ciudad natal, el suficiente para pintar el retrato de Manuelita Rosas. Volvió a España con su madre, residiendo en Sevilla y, esporádicamente en Cádiz, donde tuvo amores con Alejandra Heredia, y retornó nuevamente al país en 1855.
En 1854, interesado en saber cómo estaba la edificación de la quinta que había proyectado para su amigo Miguel de Azcuénaga le escribió: “[…] lo veo a Ud. dirigiendo sus obras de los palomares. Cuando esté concluida la casa de la Chacra, no deje Ud. de participármelo, para acabar de decidir mi vuelta a Buenos Aires, porque no puedo resistir el deseo de ver el efecto de mi plano. Lo que no percibo bien es la armonía de la colocación y el estilo del palomar monstruoso”.
A poco de desembarcar en Buenos Aires, construyó un espléndido taller sobre la propiedad paterna de la calle de la Paz (hoy Reconquista y Bartolomé Mitre) donde se dedicó por completo a su trabajo como retratista. Por las tardes, ese ambiente se transformaba en una tertulia de la que participaban, a más del invariable Azcuénaga, Nicanor Albarellos, Leonardo Pereyra, Ignacio de las Carreras, Miguel Cané (padre), Mariano Gascón, Pedro y Antonio Vela, Miguel Martínez de Hoz, Henrique de Lezica y Martín Iraola.
Pronto el gobierno solicitó sus servicios como ingeniero, transformando la plaza de la Victoria y restaurando la Pirámide de Mayo. Ello fue un bálsamo para su espíritu, como le escribió a Alejandra Heredia: “Este país está tranquilo, Alejandra de mi alma, y yo me veo lleno de satisfacción, por cuanto mis paisanos me han dado más lugar aún que el que toda mi ambición, que es grande, como sabes, me apetece. Permanezco enteramente fuera de la política, pero sirviendo a mi país en mi carrera de ingeniero, en la cual el gobierno ha depositado en mí una confianza ilimitada; de suerte que me encuentro frente a todas las obras públicas que se van a hacer. No me es posible separarme de aquí”.
Pensaba volver a España, según le manifestaba: “[…] me propuse vender varias propiedades, para llevar fondos a España con que comprar allí otras, y asegurarme en Europa una subsistencia independiente de este país, cuyos continuos trastornos políticos son un gran inconveniente para mis inclinaciones y mi modo de vida”. Su madre en Buenos Aires estaba enferma y según su hijo: “[…] le escribo una carta al gobierno diciéndole que sus achaques no le permitían permanecer en el país, y que no teniendo más hijo que yo, le suplicaba que se lo dejara disponible. El gobierno le contestó que estaba bien, y desmandó todo lo dispuesto, y me dejó libre o más bien se vio libre de mí”.
El viaje siempre se dilató y jamás se concretó; al principio, porque “[…] he vuelto pues a poner las mismas fincas en venta, pero el momento es tan inoportuno, y tal vez se demore algunos meses, no obstante pienso que dejaré estas ventas pendientes y nos marcharemos de nuevo para Cádiz, dentro de un par de meses”.
Cuando se encontraba en Cádiz, le ofrecieron desde Buenos Aires un cargo en el Senado. En 1856 volvieron a reiterarle entrar en la política, aunque siempre rehusó la función pública.
Por la correspondencia con Alejandra Heredia nos enteramos que en Buenos Aires, el 31 de enero de 1856, “[…] me vinieron a traer noticias de que un nuevo puñado de revoltosos había aparecido en número de 200 hombres cerca de esta ciudad, y que se temía que la rebelión formase mucho cuerpo. Con este motivo el gobierno mandó tomar los caballos de las caballerizas y los soldados me llevaron el mejor de los míos. Fuéme preciso ir a rescatarlo, lo que no pude conseguir hasta ayer, después de muchas idas y venidas con un calor insoportable. La agresión de estos hombres ha puesto en bastantes apuros al país, y no deja de serme fatal porque me obliga a suspender ciertas operaciones. No obstante, este suceso no me obligará a suspender mi viaje; sino antes lo contrario, y si toma mucho cuerpo la guerra civil, saldré más pronto de lo que pensaba, aunque sea a costa de nuevos sacrificios, porque ya sabes el horror que les tengo a las revoluciones de estos países, que no tienen más objeto que el robo y las personalidades a las que de ningún modo quiero verme jamás asociado”.
El Nacional en su edición del 2 de abril de ese año informaba: “El señor Pueyrredón, que respira espíritu municipal por todos sus poros, presentó anoche a algunos miembros de la Municipalidad un bellísimo plano iluminado para decorar con árboles la pampa que llamamos plaza. El Señor Pueyrredón, como todos saben, es el hijo del Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, artista de mucho mérito y viajero que ha recorrido todas las capitales de Europa. El ornato de su ciudad nativa es la pasión pública que pone en actividad su inventiva, y no es sólo la reforma de la Pirámide ni la plantación de árboles en las plazas públicas la única idea útil que le preocupa”.
Alejandra Heredia le reprochaba que no viajara para reunirse con ella, por distintas razones que él alegaba. El 1° de noviembre de 1856 Prilidiano le explicaba: “Dices que tú que crees que yo no vuelvo a Cádiz porque estoy metido en cosas del Gobierno. Te engañas completamente. Verdad es que vivo muy allegado a los hombres de la autoridad, porque no lo puedo remediar por mi posición que me obliga a no huirles, porque me lo echarían en cara mis amigos; pero toda mi intervención se reduce a cooperar en obras de utilidad pública, monumentos nacionales y paseos públicos; pero esto sin compromiso ni sueldo alguno, y nada más que en los ratos que me dejan libres mis atenciones particulares. Por ejemplo, para las fiestas nacionales de Mayo, me ocupé de los adornos de la Plaza de la Victoria, y de refaccionar una Pirámide que hay en su centro, a la cual he agregado cinco estatuas que se están concluyendo actualmente. Además, siguen las mejoras de la Plaza, en la que se han plantado 300 árboles y se van a poner asientos y enlozados, a formar jardines y a rodearla con una reja. En el muelle voy a construir dos casillas para el resguardo. En el paseo Guardia Nacional estoy haciendo otros aumentos que ocupan una superficie mayor que tres veces la ciudad de Cádiz.
La catedral, que es sin duda la mejor y más vasta iglesia que hay en América del Sur, no está concluida por fuera, y yo voy a terminar su fachada con un gasto de 25 a 30.000 duros, que paga el Ayuntamiento. En los cuarteles o pabellones del Retiro estoy haciendo una gran gradería de asientos; en varias calles, puentes y canales para la salida del agua. En el hospital de locas, aumentos importantes y cerca de él una cárcel penitenciaria para mujeres y niños de mala vida. Todas estas cosas, ya te digo sin sueldo ni compromiso alguno, ni más provecho que el de dejar un nombre bien puesto y un recuerdo de utilidad para mi país, de manera que cuando lo vuelva a dejar, tal vez para siempre, no queden bienes de cuenta en manos muertas, sino que algún ser humano tome interés por la subsistencia de un hombreque ha servido lealmente a su Patria, no en partidos políticos, ni en intereses individuales, sino en objetos que a nadie ofenden ni dañan, sino que son en ventaja de todos. Para mejor garantía no sólo no pasa un cuarto por mis manos, sino que ni siquiera intervengo en los contratos con los maestros; hago mis planes bien detallados para que ellos nos entiendan bien, y yo no me vuelvo a acordar de la obra hasta que esta se hace. De este modo espero que jamás me podrán acusar de pevaricación en los dineros públicos. Tal es la parte que tengo en el gobierno: me han convidado para todo, y ya en Cádiz sabes que me llamaban para el Senado: ahora mismo me ofrecen un cargo altamente honorífico más elevado aún que aquel, pero lo he renunciado por dos razones, como he renunciado a los demás. La primera porque aún no me siento capaz para asumir las responsabilidades de esos altos puestos, la segunda, porque tendría que renunciar por muchos años a mi vuelta a Cádiz, lo que me sería doloroso en extremo. Yo soy, gracias a Dios, y bastante por mis padres, y por mí mismo; y no deseo más, sino que no se diga que he sido desafecto o indiferente por mi país y por una gente que me ha colmado de consideraciones y de respetos, que han ido más allá de lo que merecía. No quiero más gloria sino que a la hora de dejar la existencia, nadie pueda echarme en cara ninguna villanía, y que cada uno en su conciencia pueda decirse Pueyrredón fue un hombre de bien y no manchó el nombre ilustre de sus padres”.
La actividad de Pueyrredón en el embellecimiento de la ciudad llegó hasta el Cementerio de la Recoleta, en el que descansaban los restos de su padre y de algunos de sus parientes.
El Nacional informaba: “La capilla de este cementerio acaba de ser puesta en un estado de decencia digna de los objetos a que está destinada. Ha sido pintada de nuevo y tanto el gusto de las pinturas como los decorados, prueban que se ha procedido con inteligencia. Aprovechando esta vez más la buena disposición para cosas públicas del inteligente señor Pueyrredón, el Jefe de la Policía le encomendó la dirección de sus trabajos de arte, que aceptó de buena voluntad.”
La actividad de Pueyrredón en beneficio de las obras públicas de la ciudad mereció un comentario periodístico de El Nacional, cuando su nombre se proponía como uno de los candidatos al Concejo Deliberante, próximo a elegirse. Decía la nota: “Hay ciertos ciudadanos que se distinguen por su espíritu municipal. No tiene otro nombre el sentimiento que nos lleva a interesarnos en el ornato de una pirámide, la reparación de un templo, la erección de una escuela, el encabezar una suscripción para objetos de beneficencia, ornato, utilidad local, y de estos vecinos debiera componerse la Muncipalidad de la Ciudad de Buenos Aires”.
Los candidatos a ocupar los cargos eran: Manuel Sáenz de la Maza, Augusto Bornfeld, Alejandro Martínez, Tomás Armstrong, Eduardo Lumb, Manuel Regueira, Félix Celis, Adolfo Van Praet, Valentín Alsina, Carlos Pellegrini, Prilidiano Pueyrredón, Mariano Saavedra, Pedro Pico, Bernabé Ocampo, Juan M. Estrada, Juan C. Ocampo, Juan B. Peña y Rafael Trelles.
El prestigio de Prilidiano lo ponía en la mira para ocupar cualquiera. El primer día de 1857 le escribía a Alejandra Heredia: “Como te decía en mi anterior, me veía amenazado de empleos públicos que detesto y miro como una gran calamidad para un hombre y su familia. En efecto, a mediados del último pasado, me vi acosado por varios amigos, para que aceptase el puesto de Jefe de Policía; puesto lleno de responsabilidades porque tiene un poder ilimitado y sin contrapelos, y es mucho más amplio que el de cualquier ministro, aunque versa sobre otras materias. El jefe actual —don Cayetano Cazón— que es un íntimo amigo mío, y que quiere irse a descansar a Europa de sus cuatro años de fatiga, era el más empeñado, y me llegó a decir que el único consuelo que tenía al dejar tantos trabajos inacabados, era dejarlos en mis manos para que yo los concluyera. Otros, que se necesitaban hombres nuevos en la política activa, y sin compromisos en la pasada administración, que al mismo tiempo reunieran las condiciones de fortuna y de familia que yo tengo para garantía y que por tanto nadie podría, mejor que yo, ni aún tan bien, desempeñar ese cargo delicado, y por fin todos me hacían el argumento que con qué cara reprocharían los desórdenes que pudieran sobrevenir al país y sus desgracias, si me encerraba en mi egoísmo y en la vida privada, cuando el país, lleno de confianza me llamaba a cooperar en su servicio.
Yo los reuní a todos en un almuerzo en que comieron como si fuera a costa del erario público y les dije más o menos lo que sigue: “Yo señores, no tengo el conocimiento bastante del país para desempeñar cargos de esta naturaleza, no tengo la paciencia, ni la constancia que requiere sus quehaceres siempre renacientes, no tengo una mujer que cuide y hermosee mi casa solitaria, y que me consuele y halague después de tantos sinsabores y fatigas, en los cortos instantes que puedo conceder al reposo y, en suma, no quiero, no se me antoja matarme y perder mi quietud en servicio de unos comilones y más ingratos que tragones como Uds. que lo que quieren es tener quien les haga su santísima voluntad y gusto, so pena de sus mil lenguas criticonas, y estarse Uds. rascando las criadillas muy quietos y repantigados en sus casas. Brindo, pues, porque tengan ustedes un poco menos del egoísmo que a mí me reprochan, un poco más del patriotismo que a mí me suponen, y un poco menos de los cascos a la jineta que yo todavía tengo. Y por fin, señores, brindo otra vez porque rueguen al Todopoderoso que me deje ahora y siempre tranquilo al lado de mi señora madre, con la cual tengo bastante policía, política, gobierno y patria que administrar. He dicho. Sin embargo, de este estupendo discurso, no se han desanimado, y el Jefe actual se ha resuelto a continuar tres meses más, para ver, dicen, si me pueden convencer. Por fortuna, yo trabajé tan bien que no he sido electo Municipal en las elecciones del domingo pasado y creo que de este modo me escaparé del todo sin más negativas; pero aun cuando así no sea, estoy ahora más que antes, resuelto a no aceptar nada y a permanecer simple particular, no sólo por los inconvenientes generales de los empleos públicos de responsabilidad, sino porque estoy muy lejos de perder la esperanza de volver pronto a Cádiz”.
El Nacional volvió a ocuparse del ingeniero con motivo de su viaje a Quilmes, donde se ocupó del arreglo del templo parroquial: “El señor Pueyrredón, caballero que siempre se haya pronto para dar sus conocimientos científicos cuando lo cree necesario para alguna obra de interés público, ha pasado ayer al pueblo de Quilmes a dar su opinión sobre algunas reformas que la Municipalidad de este distrito quiere hacer en el templo. Muchos hombres desinteresados y dispuestos a emplear su tiempo en servicio público como el señor Pueyrredón, necesitamos para el bien del país.”
Uno de los candidatos a ocupar los cargos de Municipales por el barrio de Catedral al Norte era Pueyrredón. El diario El Nacional no tuvo ningún reparo en presentarlo casi como su candidato, e instaba a los lectores a votarlo en un artículo publicado en las vísperas de las elecciones.
“El Sr. D. Prilidiano Pueyrredón. El Colega de la mañana nos presenta la candidatura de este joven para ocupar la vacante que esa parroquia presenta para la elección del domingo, y nosotros apoyamos calurosamente la candidatura que se nos ofrece, porque el Señor Pueyrredón es hombre de ideas y de principios conocidos y con hombres como él la Municipalidad podrá llenar los objetos de su institución y dar algunas señales de vida, porque ahora es un cuerpo muerto que allí yace para eterna memoria de los que le dimos nuestro voto. El señor Pueyrredón ha prestado y presta servicios municipales de inmensa importancia para el país, porque no es de esos capitalistas que se amurallan detrás de su dinero y la causa pública les es ajena. Pedimos que mil votos nos den su candidatura”.
En el escrutinio resultó electo con 384 votos por su circunscripción parroquial. El 11 de febrero, en una sencilla ceremonia tomaron posesión los nuevos municipales y, al día siguiente, El Nacional comentaba: “[…] no es indiferente que el pueblo se haya interesado vivamente esta vez en la elección de municipales[…] del acierto en la elección resulta el buen consejo que habrá de dirigir los actos de la corporación que tantos bienes puede hacer a la ciudad”.
Sin embargo, muchas obras de la ciudad merecían la crítica periodística, la falta de veredas en “el paredón del Paseo de Julio, es una vergüenza que aún esté como cuando desembarcó Solís”, apuntaba un cronista con poco conocimiento de historia, ya que nunca llegó el navegante a estas costas. Y también de la inasistencia de algunos miembros del Concejo que, ocupados en las próximas elecciones para diputados, afirmaban: “[…] han ganado los cardales de la política y no se los puede ver ni en las comisiones ni el concejo”.
La forestación de la plaza mayor iniciada por Pueyrredón mereció un comentario periodístico para que se imitara la idea en estos términos: “Aunque al principio se rechazó esta idea generalizada en Europa, hoy después del buen ensayo que esto ha tenido en la plaza de la Victoria, recomendamos muy encarecidamente se haga otro tanto en la del Retiro…”.
Poco después, El Nacional anunciaba la renuncia de Pueyrredón al cargo de la Municipalidad, “por hallarse sobrecargado de trabajos más adecuados a sus hábitos y dedicado también a objetos de utilidad pública”.
En los primeros días de 1857, libre del cargo, volvía a comentarle sus tareas a Alejandra Heredia: “El Gobierno y la Municipalidad (el Ayuntamiento) me encargaron al mismo tiempo los planos de una obra de gran importancia y de una inmensa complicación. Dos meses de trabajo incesante me ha costado; trabajo desde las seis de la mañana hasta la noche; dos meses de idas y venidas, de no tener sosiego ni para comer. Después, y apenas mal concluidos esos planos, me ha llegado otra obra más difícil aún, que es la reparacion con grandes aumentos de un edificio viejo y grande, que existía dentro del fuerte construido por nuestros primeros fundadores, del cual se han demolido todas las obras de defensa; y hace ya un mes que estoy en esta obra, durará probablemente dos más. ¿Cuándo me desocuparé? No es posible preverlo, porque después de hechos los planos, será preciso construir los edificios y vendrán otras obras.”
En el Archivo de Juan María Gutiérrez se encuentra esta carta dirigida por Prilidiano Pueyrredón a doña Petrona Rosendi, que pedía su apoyo para que la Municipalidad de Buenos Aires le diera una habitación para fundar una escuela. Pocos días después se publicó en un periódico local la siguiente nota:
“Una casualidad ha puesto en nuestras manos la siguiente carta en verso, escrita con mucha soltura y gracia, dirigida por uno de nuestros amigos a una señorita que tiene un punto más de contacto con las Musas. Es el caso de una antigua patriota, la señora P. R., que regenteaba una escuela en época remota, escuela que desapareció como todas las otras en épocas del célebre cachafaz Juan Manuel de Rosas. Para establecer una nueva, y faltándole fondos, pretendió de la Municipalidad que la habilitase con el dinero necesario para el objeto, y se interesó con algunas personas para que éste, a su vez, hablase favorablemente a la Municipalidad.
Uno de ellos fue el autor de la carta que va enseguida, y al que pedimos nos disculpe su publicación porque la hemos obtenido de una manera casual, lo que en cierto modo nos autoriza a hacerla conocer de nuestros lectores aquí:
Sra. Da. Petrona
Mi respetable Matrona:
Hablé, clamé, repetí
su justa reclamación.
Proclamé en fin con unción
a todos cuantos vi:
a todos los perseguí
sin dejarles paz ni tregua,
tanto que ya de una legua,
andan huyendo de mí.
pero, ¡oh destino fatal!
Todos dijeron con arte,
“Que busque por otra parte
que nuestra pobreza es tal
que no contamos cabal
ni siquiera un peso fuerte
y está en ansias de la muerte
la Caja Municipal”.
Ni tampoco es incumbencia
de esta sabia institución
el dar habilitación
a nadie, tenga paciencia.
Con escuelas, en conciencia,
menos queremos asuntos,
porque don yo y todos juntos
darán en la Residencia
El Presidente, no más
ganarme hubiera querido;
pero el pícaro aburrido,
me dijo echándose atrás:
“Si su boca, ¡por San Blas!
al fin muda no se queda
me largo para Cepeda
y voy por San Nicolás”.
Con respuesta tan brutal
se marchitó mi esperanza
y a descansar de mi andanza
me retiré a este sitial;
donde sentado y no mal
le prevengo y le repito
que no la de dar ni un pito
el Cuerpo Municipal.
Con singular atención
y simpático respeto
saludo a usted el arquitecto
Prilidiano Pueyrredón.
Post data:
La Municipalidad
tiene la gran cualidad
que quitar y no dar plata.
El tiempo continuaba pasando y Prilidiano le confesaba a su primo, Adolfo Pueyrredón: “Mis trabajos no tienen posibilidades de éxito, porque el gobierno no tiene plata, según dice.”
El 25 de febrero de 1858 se dirigió al Ministro Barros Pazos en estos términos: “Tengo el honor de remitir al Señor Ministro los planos que por su Departamento me fueron encargados, proyectando una Casa de Gobierno en el local del antiguo Fuerte. Los trabajos de estos planos me han tomado algún tiempo más del que había ofrecido al Ministro en razón de mi mal estado de salud, que no me ha permitido ocuparme de ellos personalmente, y porque me faltó el joven don Luis Pellegrini, por compromisos anteriores ocupado en otros destinos. Sin embargo, exceden poco más de cuatro meses.
El Señor Ministro tendrá la bondad de dar a estos trabajos el verdadero significado que de mi parte tienen, a ellos me he contraído, altamente complacido de que el Señor Gobernador me haya creído capaz de presentarle algunas ideas; pero muy lejano de la pretensión de haber hecho lo mejor. Y será para mí suficiente recompensa, que tanto él como el Señor Ministro y mis amigos, queden persuadidos de mi deseo de servir al país y de ayudar en mi pequeñez, a los hombres eminentes que lo van llevando de la mano hacia la realización de nuestras más patrióticas esperanzas.”
El puente de Barracas se encontraba en arreglo. En medio de esos trabajos, el 25 de mayo de 1858 el Juez de Paz de Barracas al Sur le dirigió una nota al Ministro de Gobierno de la Provincia para poner “[…] en conocimiento de V.E. que ayer de 9 a 10 de la mañana, se notó una creciente que nos amenazaba, motivada por las lluvias. El puente está pasando por una prueba más que suficiente, la creciente es inmensa y su fuerza increíble, no obstante resiste en su totalidad, exceptuando la cabecera de este lado que se hundió e imposibilita el paso”.
Prilidiano Pueyrredón, Medrano, Panthou y Escribano propusieron reeemplazar el “[…] puente que se encontraba en completa ruina, por un sólido, espacioso y cómodo para el tránsito, que sea al mismo tiempo digno por su forma, elegante, de la cercanía de la ciudad de Buenos Aires”.
El 17 de marzo se acordó la concesión a la propuesta, de construirlo en “[…] hierro dulce fundido, abriéndose en su parte central por un espacio de 10 varas para dar paso a la navegación, su ancho total de 14 varas y 1 1/2 varas a cada lado para el tránsito de las personas, y las 11 1/2 destinadas al cruce de carruajes, carretas y ganado”. Se levantó sobre pilares de piedra de Martín García, con mesetas hidráulicas apropiadas a la naturaleza del agua del Riachuelo y a la fuerza y velocidad de las corrientes en los casos ordinarios y extraordinarios.
Luego se dedicó a construir las casillas del Resguardo en el Puerto, que venían reclamando desde mucho tiempo antes los diarios porteños. La Tribuna afirmaba que esos pedidos “[…] han surtido por fin efecto. Ya se está trabajando para hacer dos nuevas casillas de material en reemplazo de la ratonera de tablas que tan poco abonaba en favor de nuestro país”. Creía que el punto designado, debía ser no en el cordón sino pegado a la baranda del muelle.
Sin embargo, al día siguiente, aunque seguía manteniendo esa opinión, el cronista afirmaba “[…] hemos tenido ocasión de ver las zanjas, se va a dar a este edificio forma de octógono, lo que no dejará de ser elegante”.
Sobre las obras de la Casa de Gobierno, el 26 de agosto de 1858 Mitre le escribió a Pueyrredón: “Con fecha 18 del corriente se ha pasado a las HHCC los planos construidos por usted proyectando una casa de Gobierno, sobre la base de la antigua Fortaleza y nuevas oficinas de la Aduana, así como también la nota explicativa fecha 25 de febrero con que los acompañaba. El gobierno esperaba esta oportunidad para acusar recibo de aquella interesante nota y planos adjuntos, por cuyo trabajo se hace un deber en dar a usted las gracias. El hecho de pasar esos trabajos a las Cámaras para que se tengan presentes al tiempo de votar la suma que debe servir para la construcción de una Casa de Gobierno, manifestaré a usted que ellos han merecido su más completa aprobación y que usted ha desempeñado la comisión científica que particularmente se le encomendó de la manera más satisfactoria. Al acusar recibo de estos trabajos y al dar a usted las gracias, me cabe la satisfacción de felicitar a usted por ellos, pues además de ser una prueba de su consagración al servicio público, no dudo que servirán para aumentar el bulto de su crédito profesional en el difícil ramo de conocimientos que nos ha cultivado con tanta ventaja para honor del país, a que usted pertenece”.
En enero de 1859, se publicó en El Nacional una nota sobre la Plaza de la Victoria en cuya reforma Pueyrredón había tenido tanto que ver. Decía: “Paseo de las Delicias. Lo es sin duda la Plaza de la Victoria con su hermosa arboleda, sus elegantes caminos y ancha vereda, que sirve de paseo a las lindas e interesantes damas que han hecho de moda lucirse en este paseo. Ningún nombre más adecuado podrá dársele, porque en él se goza del ambiente fresco en las calurosas noches de verano y de las armonías delicadas con que la Banda del segundo batallón de Guardias Nacionales deleita a los concurrentes a ese paseo”.
Pueyrredón, además de su afición a la pintura, continuaba preocupándose por las obras de la ciudad, como el puente del Retiro, ubicado en Florida y Paraguay, que la Municipalidad pensaba echar abajo y que motivó una larga carta que publicó El Nacional el 12 de abril de 1859.
El 6 de febrero de 1861 don Federico Leloir, casado con su pariente Hortensia Aguirre, le entregó a Pueyrredón 10.000 pesos moneda corriente a cuenta de la construcción de un sepulcro en el cementerio de la Recoleta, contratado en la fecha por la suma de 41.528 pesos que el arquitecto no concretó por razones que desconocemos. A su muerte la testamentaría a requerimiento de Leloir del 22 de diciembre de 1870, le devolvió el adelanto.
El 26 de febrero de 1865, Pueyrredón firmó el proyecto de monumento sepulcral en el cementerio de la Recoleta, en el que descansaba su padre. Seguramente lo comenzó, pero tampoco lo pudo terminar, ya que dispuso en su testamento una suma de dinero para finalizar la obra, conservándose en el expediente sucesorio el proyecto.
Esta breve síntesis recoge parte de la actividad urbanista de Prilidiano Pueyrredón, más recordado por su obra artística, pero que merece el reconocimiento de los porteños porque también trabajó por el progreso y embellecimiento de su ciudad natal. ss
Fuentes
Archivo del Cementerio de la Recoleta.
Archivo General de la Nación.
Diarios
El Nacional.
La Tribuna.
Bibliografía
D’ONOFRIO, Arminda, La época y el arte de Prilidiano Pueyrredón, Buenos Aires, Sudamericana, 1944.
ESTRADA, Marcos de, Prilidiano con Pedro o con paz, La Prensa, noviembre de 1970.
GAMMALSSON, Hialmar Edmundo, Juan Martín de Pueyrredón, Buenos Aires, Goncourt, 1968.
GRANADA, Nicolás, Prilidiano Pueyrredón, El Diario, 12 de marzo de 1904.
GRANADA, Nicolás, Prilidiano Pueyrredón, La Tribuna, 6 de noviembre de 1870.
IBARGUREN (h), Carlos, Crónica de la histórica chacra de Aguirre en San Isidro. Hoy Museo Brigadier General Juan Martín de Pueyrredón, Museo Brigadier General Juan Martín de Pueyrredón, San Isidro, 1982.
PAGANO, José León, El arte de los argentinos, Buenos Aires, edición del autor, 1937, Tomo I.
PAGANO, José León, Prilidiano Pueyrredón, Buenos Aires, Academia Nacional de Bellas Artes, 1945.
ROMERO BREST, Jorge, Prilidiano Pueyrredón, Buenos Aires, Losada, 1942.
Roberto L. Elissalde
Investigador de Historia
Información adicional
HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año IV – N° 17 – Septiembre de 2002
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Categorías: ARQUITECTURA, Edificios destacados, PERSONALIDADES,
Palabras claves: Prilidiano Pueyrredón
Año de referencia del artículo: 1854
Historias de la Ciudad. Año 4 Nro17