Cercana a la zona tradicional del antiguo Abasto, muchos vecinos ignoran que existió una quinta famosa, propiedad de un cónsul de los Países Bajos, cuyos jardines con diversas variedades de plantas exóticas, congregaban a muchos curiosos y, entre ellos, la visita periódica del gobernador Rosas.
Nuestra historia comienza en la primera mitad del siglo XVIII cuando, proveniente del Alto Perú, arribó a la ciudad de la Trinidad –la actual Buenos Aires– don Juan Manuel de Lavardén. Llegaba con un gran bagaje de conocimientos y su fama de recto, a ejercer su profesión de abogado a la que se había dedicado después de abandonar su carrera eclesiástica.
Un hombre con las cualidades y los antecedentes de Lavardén no podía pasar inadvertido en la ”gran aldea” que era en ese entonces nuestra ciudad y en 1759 fue elegido regidor y procurador general. Al año siguiente, se lo nombró “juez de bienes de difuntos” y por una real cédula del 29 de marzo de 1761 se lo designó auditor de guerra y teniente general. Desempeñó sus cargos con responsabilidad y eficiencia y fue hombre de confianza y gran colaborador de su protector, don Pedro de Cevallos.
El 15 de octubre de 1750, en la Iglesia Catedral, contrajo matrimonio con doña María Josefa de Aldao y Rendón; fueron testigos del acto el Coronel Comandante don Alfonso de la Vega y doña María Teresa de Rendón, madre de la novia.
Según Taullard#,1 Lavardén hizo construir su casa en un estilo típicamente colonial en la calle del Rosario (actual Venezuela) casi frente a la callejuela que hoy se denomina 5 de Julio.
Su vida privada no estuvo exenta de grandes sufrimientos: de sus siete hijos, Manuel José, Alejandro, José Francisco, Celedonia Josefa, Polonia Josefa, María Martina y Juana Josefa, sólo le sobrevivieron el primero y las dos últimas. No llegaría a tener la satisfacción de ver a su primogénito triunfar en las letras y en sus emprendimientos económicos, pues falleció el 7 de agosto de 1777 a bordo de la sumaca Nuestra Señora de Olcheira en la que se había embarcado con destino a Santa Catalina, en cumplimiento de funciones propias de su cargo#.2 Por su alma se rezaron más de trescientas misas.
Nunca había sido un hombre de fortuna. Cuando se casó, su suegra, doña María Teresa Rendón, le hizo entrega de dos mil pesos en calidad de dote, parte en plata y parte en ropa; también recibió una herencia al fallecer su madre, pero su gran generosidad lo llevó a hacer préstamos y a otorgar fianzas que perjudicaron su patrimonio.
Al morir, entre sus pocos bienes, figuraba una quinta adquirida a los herederos de un tal Llano, “con cinco cuadras (manzanas) de tierra” arbolada y cercada de tunas, a la vera de una cañada, con una casita vieja, un horno de pan y otro grande para material, que fue tasada en 1.500 pesos y se le adjudicó a su viuda. Esa quinta estaba ubicada en los suburbios de aquel Buenos Aires y hoy daría frente a la avenida Corrientes y por los otros costados estaría limitada, aproximadamente, por las calles Gallo, Sarmiento y Jean Jaurés.
También quedaba su biblioteca integrada por libros jurídicos, de teología, gramática y clásicos, mucho de los cuales habría traído consigo al venirse de su Alto Perú natal. Y como correspondía a gente de su alcurnia, dejaba asimismo un cupé pintado, forrado en damasco de lana, con sus tres vidrios corrientes, eso sí, muy usado, muy trajinado por esos poceados caminos y calles de tierra.
Doña María Josefa Aldao, conservó la quinta hasta casi terminar el siglo y en 1798 firmó una promesa de venta a favor de Antonio González Varela quien se obligó a pagarle el precio en cuatro años.
¿Quién era el comprador? Nacido en España, en Ponferrada, hacía casi treinta años que había arribado a estas tierras donde ya estaba afincado su tío Antonio González Uria, poseedor de una “esquina” próxima al Cabildo y tres manzanas y media de tierra con varias construcciones, en el actual barrio de Balvanera, sobre el camino que era la prolongación de la calle que comenzaba a ser llamada “de las Torres”, nuestra contemporánea Rivadavia.
A Antonio González Varela, se lo conocía por el apodo de “Miserere” y era un personaje popular en esa zona que hoy abarca el vecindario del “Once”. Su sobrenombre terminaría identificando a los cercanos corrales del centro o de Caricaburu, situados donde hoy está la plaza y en terrenos adyacentes a la misma, y sería durante mucho tiempo un referente para ubicar a cualquier persona que se dirigiera hacia esos lugares. En aquel año de 1798, ya era dueño de la quinta que había pertenecido a su tío pues, al fallecer éste, se la había comprado a sus herederos.
Cuando murió el 14 de abril de 1801 “Miserere”, todavía estaba sin saldar el precio de la compra realizada por él a María Josefa Aldao. Su viuda, Josefa Ramírez, convino con la acreedora un nuevo plazo para el pago de lo adeudado y finalmente, después de algunas dilaciones, el 13 de enero de 1804, canceló la obligación pendiente y tomó posesión de la quinta. El 16 de febrero de ese mismo año, el Coronel de Ejército y Teniente Coronel del Regimiento de Infantería don Pedro de Arce, en representación de su suegra#,3 que estaba radicada en Colonia del Sacramento, le otorgó la correspondiente escritura#.4 La venta incluía la casa y el “obraje de horno”, todo lo plantado y el cerco que la rodeaba. Abarcaba “cuatro cuadras y cuarta en cuadro” según mensura que se había practicado el 14 de agosto de 1798.
Al mes siguiente, el 5 de marzo, Josefa Ramírez vendió la quinta#,5 tal como la recibiera, a Sebastián Undiano, hijo de Bartolomé de Undiano y Azcárate, alcalde de primer voto del Cabildo de Mendoza, y de Saturnina de Gastelu y Juarena, casado con Antonina de Ceballos. Natural de Pamplona, Sebastián Undiano y Gastelu se radicó inicialmente en Buenos Aires, pasando luego a Lima y de allí a Mendoza. Estando en esta ciudad, por real cédula del 15 de abril de 1803, el rey Carlos IV le concedió una de las compañías del regimiento de caballería de Mendoza, al frente de la cual se distinguió en la lucha contra los indios. Sus méritos en este sentido le granjearon la consideración general y fue electo alcalde de primer voto. Más tarde se lo designó juez consular y sucesivamente desempeñó puestos honoríficos y distinguidos en la administración civil y en el departamento militar#.6
En 1804 se trasladó a Buenos Aires con la intención de embarcarse para España, pero la guerra con Gran Bretaña se interpuso en sus planes y debió permanecer en esta ciudad, participando de las luchas contra los ingleses en 1806 y en 1807. Cuando en 1810 triunfó la revolución, su marcado españolismo lo convirtió en sospechoso.
El 27 de setiembre de 1810, el coronel Domingo French elevó al juez Dr. Don Joaquín Campana la lista y motivos de la detención de seis sujetos llevada a cabo el día 23 y entre ellos figuraba Sebastián Undiano. El parte presentado por el sargento mayor Alejandro Medrano el 27 de setiembre, decía que lo aprendió por denuncia de don José Ojeda, vecino de la Plaza de Lorea, quien lo acusaba de reunir en su domicilio mucha gente, según se lo había comentado don Felipe Arauz que vivía al lado de la casa de Undiano. Por su parte, un pulpero llamado Ramón Rom confirmó lo delatado por Ojeda añadiendo haberle oído pronunciar ciertas expresiones indecorosas contra la Junta. La falta de sustento de las acusaciones y las contradicciones en que incurrieron los testigos motivaron la inmediata liberación del detenido#.7
A pesar del feliz desenlace, el hecho fue suficientemente aleccionador y Undiano regresó a Mendoza. Allí fue denunciado como realista y condenado a muerte dos veces, salvándose por mediación de amigos influyentes.
De regreso en Buenos Aires, entabló una amistosa relación con Mariano Moreno. En 1817, el 26 de junio#,8 compró a Asencio y Patricio Ledesma, en setenta y tres pesos, un terreno al este de su quinta compuesto de 8 cuartos de tierra#,9 con frente al norte, cuyo terreno les había correspondido a los vendedores como herederos de su padre don Esteban Ledesma.
El 23 de julio de 1824#,10 Undiano vendió a Nicolás de Vedia la quinta que adquiriera en 1804 y siete de los ocho cuartos de tierra comprados a los Ledesma#;11 posiblemente lo hiciera con la idea de realizar el frustrado proyecto de radicarse en su siempre recordada Pamplona, donde falleció cinco años después. El comprador era también una personalidad sobresaliente, había nacido en Montevideo el 19 de enero de 1771 y desde temprana edad escogió la carrera de las armas, supo de guerras y revoluciones, de glorias y sinsabores, innumerables fueron las luchas en que intervino, participó del Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810 y del Congreso de Tucumán, ocupó cargos vinculados con su carrera y fue un hombre de una cultura superior que dominaba varios idiomas. A la lista de las múltiples actividades desarrolladas, agregó una más: en esa quinta que acababa de adquirir: ¡comenzó a fabricar ladrillos!
No siempre de Vedia pudo dedicar la debida atención a esta nueva empresa, otras ocupaciones de índole militar se lo impidieron y quizás fue por eso que el 29 de abril de 183112# vendió ambas fracciones a Federico Hornung por el precio de diecisiete mil pesos moneda corriente. En la escritura el vendedor aclaró que en la venta no se incluían los ladrillos cocidos y crudos existentes en los bienes vendidos, de los cuales podría disponer a su arbitrio dentro del término de un mes a partir de la fecha, y que si el comprador estuviera interesado en adquirirlos, se los vendería por la cuarta parte menos de su tasación.
Desde ese momento, se instaló en la quinta Juan Jorge Vermoelen –que como ya veremos era su verdadero adquirente– de origen belga, nacido en el castillo de Braeckegen, en Hermixen, el 24 de diciembre de 1797, que había llegado a Buenos Aires en 1815 y fue reconocido por el gobernador Las Heras como primer cónsul de los Países Bajos#.13
Vermoelen era un hombre culto, fino, acostumbrado al buen vivir. El 25 de octubre de 1823 había contraído matrimonio con María Antonia Rubio y de esa unión nacieron diez hijas: Luisa, Juana, Matilde, María Antonia, Carolina, Rosa, Sofía, Ana, Alcira y Margarita.
Su afición por las plantas hizo que convirtiera el lugar en un verdadero vergel; hacía traer de Europa almácigos y semillas y hermosas y variadas especies lo cubrían por doquier. Recuerda su nieto, el botánico Cristóbal M. Hicken14 #–que había nacido en la quinta el 1° de enero de 1875– que en la época en que los jardines particulares eran muy escasos, se cultivaban las plantas sin mayor interés y se veían siempre las mismas especies de la colonia, sólo hacían excepción los jardines de Holmberg, Vermoelen y Leblanc. El de Vermoelen, a pesar del color verde de sus puertas y bancos, proscrito por Rosas, era frecuentado por éste y su hija Manuelita para ver las novedades florísticas y se extasiaban ante ese color que armonizaba dentro de la casa colonial.
Nos cuenta también Hicken que hasta 1882 la plaza del Once era un descampado donde iban a descansar los carretones que desde lejanos puntos de las provincia traían los productos de las chacras y estancias. Allí, nos dice, se celebró la exposición continental y cuando ella terminó, una comisión de fomento, formada por vecinos de esa parroquia, se ofreció al Intendente para transformar ese descampado en lugar de solaz y recreo. Y agrega: Poseía mi padre, entonces, una gran fracción de la quinta de J. Vermoelen y con el abundante y variado material que se cultivaba, suministró a la sociedad de fomento todos los elementos necesarios para hacer de la plaza del Once una de las más hermosas de la ciudad.
El lugar formó parte del escenario de una anécdota que relata Navarro Viola#.15 Cuando a fines del verano de 1840, el general José M. Paz, ante la frialdad con que lo trataba el gobernador Rosas, comenzó a temer por su seguridad y resolvió fugarse al Uruguay, dos amigos le brindaron su ayuda: Carlos Atkinson y Samuel Hale. Estos, que conocían a Vermoelen, convinieron con él que el nombrado general pasara la noche anterior a su partida, en su renombrada quinta. Así se hizo y, al anochecer del día siguiente, después de reunirse con los demás integrantes del grupo evasor en la Barraca de la esquina noroeste de Balcarce y Chile, de propiedad de Hale, partió rumbo a Colonia.
En 1830 Vermoelen se concursó. El 4 de setiembre se presentó a la justicia alegando que un acontecimiento desgraciado lo había puesto en la necesidad de suspender sus pagos y que teniendo créditos ejecutivos a pagar, no lo podía verificar sin perjudicar al resto de los acreedores. En tan dura alternativa y considerando que su primer deber era salvar el honor en el manejo de los negocios, ya que no le ha sido posible salvar su fortuna, acompañaba el estado de sus créditos activos y pasivos y hacía cesión de sus bienes a favor de los acreedores. Pero no sólo su patrimonio se había deteriorado, su salud también estaba menoscabada: su médico le había diagnosticado una hepatitis crónica. Daniel Gowland, esposo de María Rosario Rubio y amante como él de las flores, le ofreció su quinta para ir a reponerse
En su declaración de bienes figuraron 1418 cueros, dos chacras en las inmediaciones de Paso de Burgos, un terreno, dos balandras, un saladero en Barracas, una barraca y otros bienes que totalizaban un activo de $ 437.260,73/4 para responder a un pasivo de $ 553.810,5.
En marzo de 1832, Vermoelen y sus acreedores llegaron a un acuerdo: lo adeudado se cancelaría mediante el pago, dentro de los cuatro años a partir de esa fecha, del doce por ciento del importe de cada uno de los créditos reclamados. Garantizaron el cumplimiento del deudor, Federico Hornung (que ya figuraba como dueño de su quinta), sus amigos del club, Adolfo van Praet, Pedro Holterhoff y Alejandro Spears, y su pariente político, Santiago Rubio.
El plazo venció y las obligaciones siguieron incumplidas. El síndico del concurso quiso dejar a salvo su responsabilidad y suscribió las correspondientes protestas. Nuevamente Vermoelen habló de la imposibilidad de poder cumplir y pidió una espera de tres años sin perseguirme del modo que actualmente existen (pues persiguiendo ahora a los fiadores no se haría sino aumentar el número de víctimas sin completar el fin deseado). En un párrafo del escrito que dirigió al síndico, Vermoelen expresó: con gran trabajo y contínuos ahorros he logrado (…) poner en manos de Don Federico Hornung durante al año 1834 un Capital por el cual (…) se comprometió satisfacer a su vencimiento el monto de la fianza que él y la que su cuñado Holterhoff habían firmado por mi del importe de $ 20.000 (…) además de esta cantidad sufro mayores atrasos por el mismo Don Federico.
Aquejado por su dolencia, Vermoelen murió el 4 de febrero de 1849, a la temprana edad de 51 años, dejando diez hijas menores de edad. Pocos días antes, el 6 de enero, el escribano Manuel José de Zeballos, a su requerimiento, debió acudir a la casa y lo encontró enfermo en cama. Vermoelen le dictó su testamento y, entre otras cosas, manifestó que todos los bienes que tenía habían sido adquiridos durante el matrimonio, pues los anteriores fueron envueltos y perdidos en el mal éxito de mis negocios. Aclaró que no debía y que tampoco le debían. Designó tutora y curadora de sus hijos a su esposa, liberándola de dar fianza por la gran confianza que le tenía y la nombró albacea, declarando herederas a sus diez hijas.
A todo esto, Hornung seguía como titular de dominio de la quinta. Este personaje –nos dice el historiador Carlos Fresco#–16 era de origen alemán y al llegar a la Argentina se puso en contacto con el representante de intereses alemanes, que era la casa Sebastián Lezica y Hermanos. Allí invirtió un capital que le había facilitado a crédito su compatriota y concuñado17# Francisco Holterhoff. Todo marchó bien hasta que en 1835 realizó una falsificación de letras que provocó la quiebra de la firma. Ese fue el motivo que lo llevó a huir y radicarse nuevamente en el Uruguay.
El 4 de mayo de 1863, Hornung, vecino de Montevideo, compareció ante el escribano José E. Corte de la ciudad de Paysandú (!), República Oriental del Uruguay, y manifestó que 30 años atrás, había comprado a su nombre a la persona, por el precio y bajo los límites que expresaba un contradocumento extrajudicial que había firmado en aquella fecha en Buenos Aires, una quinta con casa construida en dicho terreno, situada a inmediaciones de los Corrales de Miserere, entonces, y hoy conocido dicho paraje con el nombre de Mercado de Once de Setiembre. Agregó que esa venta, a pesar de haber sido hecha a favor de él, en el hecho no hubo otro objeto sino prestar un servicio de amistad a don Jorge Vermoelen (Juan Jorge Vermoelen) quien le había encargado la gestión y le facilitó el dinero para efectuar la compra.
Doña María Antonia Rubio, en calidad de albacea de su esposo y reconociendo que en el año 1831 su finado cónyuge había comprado la quinta poniéndola, por circunstancias que ignoraba, a nombre de Hornung, se presentó ante el Juez de Primera Instancia en lo Civil y le solicitó ordenara la protocolización de la escritura otorgada por éste, lo que se verificó el 3 de agosto de 1863 por ante el escribano José Victoriano Cabral en el Registro N° 1.
1886 fue un año lleno de acontecimientos gratos e ingratos para el resto de la familia Vermoelen: el 28 de julio, falleció doña María Antonia Rubio de Vermoelen#; su hija María Antonia, había muerto el 24 de junio#; su otra hija Sofía, había enviudado de Federico Reepen en abril y se casaría con su cuñado, Juan Reepen#,18 el día anterior del deceso de su madre; cuatro días antes de este luctuoso suceso, Jorge Hinrichs, esposo de Alcira Vermoelen, había emprendido un viaje de recreo a Europa sin destino fijo y el 10 de diciembre, Juana –una de las dos hijas que más habían cuidado a la progenitora–, ya de 48 años, se casó con Félix Marchetti, comerciante italiano de 43 años de edad.
Antes de la muerte de doña María Antonia Rubio y como consecuencia del fallecimiento de Juan Jorge Vermoelen, la primitiva quinta había sido dividida en fracciones que fueron objeto de adjudicación entre las hijas y la madre.
En la sucesión de esta última, se solicitó la venta de los lotes en que se había subdividido la parte de ella. Para la realización del remate se designó al martillero Juan B. Luqui, facultándolo para suspender el acto en caso de lluvia por cuanto los terrenos que se van a vender están algo apartados y no hay en las calles que los circundan ni tramway ni empedrados lo que motivaría la no concurrencia de muchos posibles adquirentes.
La subasta se anunció en varios diarios de la época, uno de los avisos decía: “J. B. LUQUI –Judicial– El domingo 5 de junio de 1887, a la 1 de la tarde, colosal remate de 31 lotes de terrenos, los más bien situado hasta hoy, en la parte más poblada y más alta, a una cuadra de la estación 11 de Setiembre, en donde se practican las obras de ensanches para la nueva estación del F. C. Oeste, a una cuadra del boulevard Corrientes. Estos terrenos se encuentran ubicados en las calles Anchorena, Bermejo, Segunda Cuyo (ó 70 A)”.
Quedan en el camino una serie de preguntas sin responder: ¿Cómo puede ser que en setiembre de 1830 Vermoelen manifestara que no tenía dinero para pagar a sus acreedores –que siguen sin cobrar en 1832– y en abril de 1831 Hornung comprara una quinta en diecisiete mil pesos con dinero de aquel?, ¿por qué Hornung demoró hasta 1863 para reconocer por un instrumento público la realidad sobre la compra de la quinta?, ¿qué pasó entre 1849 (año del fallecimiento de Vermoelen) y 1863?, ¿es verdad que a la fecha de su testamento Vermoelen ya nada debía o es una frase formal que el testador aceptó inadvertidamente?, ¿por qué los acreedores aceptaron dar por cancelados sus créditos mediante el pago de un doce por ciento del monto de los mismos cuando, aparentemente, el activo de Vermoelen daba para más?. El tiempo transcurrido y la documentación que conocemos, nos impiden dar una respuesta cierta, sólo podríamos conjeturar.
Notas
1.- Los planos más antiguos de Buenos Aires – 1580-1880 Ed. Jacobo Peuser, Bs., As., 1940, pág. 203.
#2.- Gammalsson, Hialmar Edmundo, El Virrey Cevallos, Editorial Plus Ultra, Bs. As., 1976, pág. 183.
3.- Pedro de Arce estaba casado con María Martina Lavardén. Comandó las fuerzas que inicialmente ofrecieron resistencia al invasor inglés en 1806.
#4.- A.G.N. Escritura de fecha 16 de febrero de 1804, pasada ante el escribano Inocencio Antonio Agrelo en el Registro N° 6.
5.- A.G.N. Escritura pasada ante el mismo escribano Agrelo en el Registro N° 6.
6.- Los datos biográficos de Sebastián Undiano y Gastelu, nos han sido suministrados por su descendiente Gonzalo Efraín Mercado, quien a través de sus investigaciones, ha logrado remontarse en su árbol genealógico hasta Francisco Jufré, abuelo de Juan de Jufré, fundador de San Juan de la Frontera.
7.- #A.G.N. IX-24-5-5 Legajo Guerra y Marina N° 46 exp. 49.
#8.- A.G.N. Escritura pasada ante el escribano Domingo Fresco en el Registro N° 7.
9.- #Un cuarto de tierra era la 1/16 parte de una manzana que, por lo general, medía 17,50 varas de frente por 70 varas de fondo, o sea 1225 varas cuadradas. En nuestro caso, los 8 cuartos de tierra equivalían, por consiguiente, a media manzana.
#10.- A.G.N. Escritura pasada ante el escribano José Manuel Godoy en el Registro N° 7.
11.- #El otro octavo ya lo había donado a María del Rosario Undiano.
12.- #A.G.N. Escritura pasada ante el escribano Luis López en el Registro N° 1.
13.- #Dato suministrado por el Lic. Arnaldo J. Cunietti Ferrando.
14.- #Evolución de las ciencias en la República Argentina, Vol. VII “Los estudios botánicos” por el Dr. Cristóbal M. Hicken, Imprenta Coni, Bs. As., 1923.
15.- NAVARRO VIOLA, Jorge, #El Club de Residentes Extranjeros – Breve reseña histórica en homenaje a sus fundadores, Buenos Aires, Imprenta y casa editora “Coni”, 1941.
16.- #Juan Manuel de Rosas – Entretelones de la compra de la casa quinta y demás propiedades en el bañado de Palermo, en La Gaceta de Palermo, año 1, N° 6, pág. 21.
#17.- Hornung estaba casado con Justina Núñez y Holterhoff, con Carlota Núñez, ambas hijas del matrimonio formado por Gregorio Núñez y Andrea Silveyra.
#18.- A.G.N. Sucesiones, legajo 7990.
19.- #A.G.N. Sucesiones, legajo 8683. La sucedieron, su hijo Manuel Germán Antonio Heineken y su cónyuge Juan Germán Heineken.
20.- #Sofía Vermoelen y Juan Reepen, se separarían en mayo de 1888
Carlos A. Rezzónico
Investigador de Historia
Información adicional
HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año IV N° 19 – Febrero de 2003
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Categorías: Palacios, Quintas, Casas, Biografías, Historia
Palabras claves: Juan Manuel de Lavardén, Antonio González Varela, Miserere, Vermoelen
Año de referencia del artículo: 1866
Historias de la Ciudad. Año 4 Nro19