Fragmentos de Barracas en la Historia y en la Tradición, de Enrique H. Puccia, editada por la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires en la colección Cuadernos de Buenos Aires Nº XXV en el año 1977.
LAS QUINTAS
Familias de gran figuración política y social residían en las lujosas casonas y en las señoriales quintas que bordeaban la calle Larga. Bajando por la barranca, a la izquierda veíase la Casa de Expósitos, llamada también “La Cuna”. Fundada en 1779 por el virrey Vértiz y reorganizada en 1823 por Rivadavia, se trasladó a ese lugar el 24 de mayo de 1874, donde sigue funcionando. Hasta 1891 contó con un “torno” sobre el cual se había inscripto una “cuarteta” que luego se suprimió y que decía:
Mi madre y mi padre / me arrojan de sí / y la caridad divina / me recoge aquí.
Anteriormente, la familia Balcarce tuvo allí su quinta de veraneo, la cual fue escenario de un suceso ya relatado, a raíz del “sitio” de 1852. Frente a ella, la de Antonino Cambaceres mostraba la prestancia de su ombú guardando la casa, que se caracterizaba por estar pintada de rojo. La finca ocupó el tramo oeste de la calle Larga, desde Caseros hasta la actual Ituzaingó, mas luego se fue reduciendo. Después es preciso consignar la de Díaz Vélez (a continuación de la de Balcarce), en la que era dable admirar una gran variedad de plantas indígenas, y además las de Torre, Revoll, López Lecube (que antes fuera de Manuel Mateo Masculino, creador de los famosos peinetones), y que estaba ubicada frente a la iglesia de Santa Lucía, donde hoy se prolonga la calle Martín García hasta Herrera). Enfrentándola, se hallaba la quinta de Torre, cuyos muros y verjas sirvieron de parapeto a muchos participantes del “tiroteo” que se produjo entre “cívicos” y “roquistas”, en las elecciones para senador, efectuadas en el atrio de la iglesia de Santa Lucía. Luego, las de Fair, Ramos Mejía, Llavallol, Cope, Villatte, Luro, Somellera, Navarro, Sáenz Peña, Ezcurra, Guerrero, Videla Dorna, Carreras, Alzaga, Senillosa, Elizalde, Santamarina, Quatrefages, Montes de Oca, Escribano, Zubiaurre, Serantes, Sarratea, Atkinsons, Mildberg, Darragueira, Miguens, Egusquiza, Hidalgo, Sáenz Valiente, Fresco, Udaondo, Herrera, Zubizarreta, etcétera. Expongamos algunas referencias sobre algunas de esas quintas:
Dícese que en la de Miguens (acera este de la calle Larga, entre las actuales Suárez y Olavarría), una tarde aciaga -el 16 de octubre de 1840- el caballero portugués Juan Nóbrega, casado con doña Juliana Miguens (padres de Carmen, luego esposa de Nicolás Avellaneda), encontró la muerte a manos de la “mazorca”. Nóbrega, acusado de integrar el grupo de conjurados en la llamada “conspiración de Maza”, fue sorprendido por los sicarios de Cuitiño entre los frutales de la quinta, “enlazado” y degollado.
En la Llavallol se instaló, antes “del 80”, un sanatorio del que se hizo cargo como director-propietario el doctor Eduardo Pérez, “especialista en nerviosas”, quien lo denominó “Instituto Frenopático” contando con la colaboración de los doctores Rafael Herrera Vega y Felipe Solá. Más tarde lo fue también el reputado neurólogo Dr. José M. Ramos Mejía.
Contigua al sanatorio se hallaba la quinta del doctor Luis Sáenz Peña (números 655 al 679), y luego la seguía la del senador Navarro, sobre la calle Industria (actual A. del Valle). En el nº 715 tenía su quinta el doctor Mariano J. Paunero, más tarde adquirida por Antonio Cambacerés, hijo de don Antonino. Por allí vivía un vecino apellidado Szwinger, quien había confeccionado una especie de “paracaídas” de su invención, anunciando con “bombos y platillos” que a cierta hora de un día determinado iba a arrojarse con él desde la azotea de su casa. Llegado el instante señalado, saludó desde lo alto a los numerosos vecinos que observaban expectantes todos sus movimientos; levantó los brazos, desplegando las alas adheridas a los mismos, y cual Ícaro se lanzó majestuoso al espacio. El resultado fue un golpe terrible que le dejó como saldo varias costillas rotas y una serie de magulladuras que pusieron término a cualquier otro ensayo.
En el nº 572 (actual) de la avenida, se levantaba la mansión de la familia Somellera. A la dueña de casa, doña Justa Cané, viuda de Florencio Varela, asesinado en Montevideo, le quedaron de ese matrimonio nueve hijos. Casada en segundas nupcias con el señor Somellera, fue a ocupar la propiedad. Devota de la virgen de Santa Lucía, a cuya vera vivía, esperaba la llegada de las fiestas patronales para levantar un altar frente a su casa, al igual que lo hacían las familias de Senillosa, Villatte y Navarro.
La quinta de los Guerrero abarcaba el lugar que hoy ocupan el Colegio de N. S. de Lourdes, la Capilla de Santa Felicitas y la Plaza Colombia. La mansión contaba en la esquina S.E. de Montes de Oca y Pinzón con un “quiosco” donde se hallaban los familiares y amigos de Felicitas cuando ocurrió la tragedia que le costó la vida. (A partir de 1909 en ese lugar funcionó la Subintendencia Municipal de Boca y Barracas, siendo posteriormente derruida la edificación para dar lugar a la iniciación de los trabajos de delineación y embellecimiento de la Plaza Colombia)
En cuanto a la quinta de la familia Zubiaurre, en la Avda. Montes de Oca 1051 (flanqueada por la que según la leyenda perteneció a Amalia, y la mansión de la familia Quatrefages), fue adquirida a fin de instalar en ella un sanatorio, dirigido por los doctores Pedro Más y José Solá. En 1900, el doctor Pedro Caride Massini ocupó el lugar de Más, y tiempo después quedóse a cargo .de todo, comprando la propiedad de Quatrefages y ampliando el establecimiento, que pasó a denominarse “Sanatorio Caride”. El edificio demolido en 1932, se alzaba, suntuoso y señorial, en el centro de un hermoso parque ornamentado con artísticas fuentes de agua y un lago artificial.
Más al sur (nº 1150 actual), la quinta de la familia Montes de Oca mostraba dos soberbios leones esculpidos en mármol, guardando la entrada. En cuanto a la quinta de Álzaga, lucía un caserón de primitiva arquitectura, “piezas separadas para el servicio, caballeriza, local para tartanas, plantas a granel, rosas, jazmines, un violetal inmenso, frutales, hortalizas y pasto, mucho pasto…” Asimismo, un espléndido bosque de naranjos que perfumaba el ambiente. Ya cerca de la hoy California, se hallaba la quinta de la familia Berisso (nº 1537 actual), luego la de Hidalgo, y en cuanto a la de Villatte, por allí situada, no haremos su descripción pero sí comentaremos unas referencias expuestas por la dueña de casa, doña Rosa Botet de Villatte, distinguida matrona cuya vida se extinguió en 1929, a los 93 años” La señora de Villatte, integrante de una familia que tuvo gran figuración en el Barracas de antaño, había nacido accidentalmente en la Colonia en 1835, en una propiedad de nuestro almirante y vecino don Guillermo Brown. La noble anciana describía un banquete de la gente de Rosas, en las “Tres Esquinas” de Barracas, al que fue obligada a asistir su madre por consejo de Cuitiño, para evitar los peligros que ella y sus pequeños pudieran correr, sabiendo que su esposo estaba entre los emigrados.
Asimismo, relataba sus emociones de adolescente cuando debía viajar en carreta desde Barracas al centro de la ciudad, para asistir a las tertulias de Armstrong, de Senillosa o de Obligado.” Y le brillaban los ojos al describir el primer “minué” en cuyos giros conoció al que luego fue su esposo -Adolfo Villatte-, rubio e hijo de franceses (con sus quintas en Barracas ambas familias), consumado bailarín, distinguido caballero, compañero y padre ejemplar durante más de sesenta años, hasta que la muerte se lo llevó.
Al fondo de la calle Larga, donde luego se instaló la Estación “Tres Esquinas” del Ferrocarril a Ensenada, tuvo su quinta don José Gregorio Hernández Plata, llegado al país en 1779 “con permiso de contratación de Indias”. Fue miembro del Cabildo, capitán de Patricios durante las invasiones inglesas, y casóse con doña Josefa de los Santos Rubio, que le dio trece hijos, uno de cuales, Pedro Pascual Rafael, fue padre del inmortal autor de “Martín Fierro”, José Hernández; que de niño residió durante año y medio en la quinta de su abuelo.
También la familia Sáenz Valiente tuvo su quinta y su mansión en la zona, levantándose su famoso “castillo” en la que es hoy calle Brandsen, a un costado del puente de ferrocarril.
Al N. E. de Barracas lucía su prestancia la quinta de Fernández Moreno y también se destacaron las de Sixto Fernández, el “portugués” Ferreyra, Klappenbach, Casajema, Massetti y Piñero.
EL ARROYO DE LAS PULGAS
A fines de siglo, muchas familias emigraron a otras zonas de la ciudad y pueblos cercanos. También tendieron a desaparecer las quintas de verduras que proliferaran a espaldas de las de veraneo, en el sector oeste.
Por esos lugares cruzaba serpetenteante el arroyo “de las pulgas”. Atravesaba los “campos de Pereyra” -algunos, agrestes, y otros utilizados como alfarares- arrimándose a “Los Olivos” y al llamado “pueblito de San Antonio”, para pasar cerca de la esquina que hoy forman Osvaldo Cruz y San Antonio, donde tuvo su “asiento” como “autoridad” del gobierno de Rosas el sargento Sandoval.
De allí, el arroyo se volcaba en el Riachuelo, existiendo a un costado de su desembocadura una pulpería rodeada de ombúes, que dejó su lugar a la fábrica de ladrillos de Ayerza. Aún se conservan los ombúes que protegían la pulpería. (Un pequeño brazo se desprendía del cauce del arroyo y cruzaba la calle Larga, el que fue desecado y rellenado en 1880). Allá por 1825, a orillas del Riachuelo y cerca del arroyo “de las pulgas” funcionó el saladero de don Mariano Escalada y John Miller, el inglés que introdujo el primer toro de raza en el país. Las instalaciones se remataron en 1831. En cuanto a otros establecimientos a orillas del Riachuelo, se hacía en ellos el tasajo, que luego se exportaba al Brasil…
EL MERCADO DEL SUR
En 1856, las carretas provenientes del sur continuaban acampando en la Plaza de la Concepción. Al establecerse la Municipalidad, don Antonio Modolell, dueño de varios terrenos ubicados sobre la calle Larga, llamada en esa época Santa Lucía, cercanos a la Capilla del mismo nombre, ofreció donar parte de los mismos para la instalación de un nuevo mercado exterior de frutos que reemplazaría al que funcionaba en la Plaza de la Concepción.
Ya el 17 de marzo de 1852 Modolell había hecho idéntico ofrecimiento ante el Jefe de Policía, aunque sin éxito. Al elevar su oferta a la Municipalidad, el donante destacó la ubicación de esos terrenos, cercanos al Puente de Barracas y al Puerto de los Tachos (actual Vuelta de Rocha) donde arribaban los barcos de ultramar, lo cual aseguraba una vía directa y rápida, evitando a las carretas la ascensión de la barranca para llegar a su lugar de destino, que era el Mercado de la Concepción.
Muchos creyeron descubrir, tras la aparente generosidad de Modolell, un afán inconfesable de valorizar sus tierras. Por otra parte, los comerciantes establecidos en torno de la Plaza de la Concepción clamaron alarmados contra esa posible disposición, pues de concretarse iba a implicar el éxodo de una numerosa clientela, y por consecuencia el derrumbe de sus intereses.
El apasionamiento llegó a tal grado -expresa el versado cronista del barrio de Constitución, Dr. José L. Maroni- que rebasó las comunes discusiones públicas y se adentró en el recinto municipal, donde los debates fueron tan acalorados como pintorescos, interviniendo en ellos las “barras” que aplaudían entusiasta mente o reprobaban airadas, de acuerdo con sus convicciones o conveniencias. Finalmente, en la sesión del 21 de octubre de 1856 se resolvió aceptar la oferta hecha por Modolell. Pero, al transcurrir los días, lejos de atemperarse los ánimos, ellos se exacerbaron aún más, con la participación del periodismo. Los comerciantes de La Concepción entrevistaron al gobernador Obligado, quien ordenó enviar una nota al Jefe de Policía, disponiendo que “se suspendiera toda orden relativa a los mercados, destinando en lo sucesivo para paradas de carretas un terreno público que existe al sur de la Concepción, como a seis cuadras” (entre las calles Buen Orden, Cochabamba y Salta). No terminaron allí los conflictos. Los concejales consideraron la determinación del gobernador como una extralimitación en sus poderes, y se dirigieron a la Cámara de Senadores, protestando por ese desconocimiento a sus resoluciones. Fue necesario designar una comisión, la cual se abocó a la compleja tarea de encontrar una solución sin menoscabar el prestigio de las partes litigantes.
Finalmente se resolvió instalar dos mercados; uno en el lugar designado por el gobernador, con el nombre de “Sud del Alto” y el otro en el terreno donado por Modolell, a denominarse “Mercado del Sud del Bajo”. Sin embargo, la Municipalidad volcó sus preferencias por el “del Alto” y dispuso el traslado del comisario de guías desde el Puente de Barracas, donde ejercía sus funciones, a dicho mercado. En esa forma, las carretas cargadas de productos de la campaña sureña, se veían precisadas a marchar por la calle Larga, pasar de largo ante el “Mercado del Bajo” y ascender la empinada barranca en demanda “del otro”, a efectos de que el comisario visase las cargas.
Tal procedimiento significó un golpe de muerte para la marcha del mercado instalado en Barracas. Poco tiempo después, Modolell dio razón a quienes dudaron desde el primer instante de su generosidad… ante ese fracaso que obrara en desmedro de la valorización de sus tierras, reclamó el reintegro de su donación. Como era de prever, nada logró.
El 17 de octubre de 1887, el H. C. Deliberante aprobó el contrato “ad-referendum” firmado por el señor Intendente con la Sociedad “Banco Constructor de La Plata”, para establecer un Mercado de Abasto en el centro del edificio denominado “Pasaje Juárez Celman”, situado en la Avda. Montes de Oca, formando esquina a las calles San Luis y Herrera.
El mismo se inauguró en el transcurso de 1889 con el nombre de “Mercado Banco Constructor” (conocido más tarde por “el de Cartland”), y tenía su entrada principal por Montes de Oca (acera oeste), entre Santo Domingo y San Luis (luego Tres Esquinas y hoy Osvaldo Cruz), el que funcionó hasta promediar la primera década del presente siglo.
También en la sesión celebrada el 29 de abril de 1889 se aprobó el contrato con el “Banco Industrial Constructor”, autorizando a esta empresa a levantar “un mercado de abasto en la manzana comprendida entre las calles de Herrera, Universidad, Brandsen e Industria”.
El mismo fue denominado “Mercado Santa Lucía”, tenía su entrada por la calle Herrera (frente a la Plaza Vértiz) y funcionó hasta cercano 1923.
LA ESQUINA DE “LA BANDERITA”
Las actividades del barrio se concentraban en el cruce de Montes de Oca y Uspallata, donde se enfrentaban -esquinas sudeste y sudoeste- el almacén “La Luna” y el de Palet, luego ferretería de Chiappe y Bossio; y en la esquina de Montes de Oca y Suárez, conocida por “La Banderita”, que fue también la denominación que llevó un tiempo la segunda de las calles citadas, en su tramo hasta Sola, luego Salta, Segunda Salta y hoy Vieytes.
En ese cruce hacían alto las carretas, ante una casilla allí instalada, a fin de abonar el “peaje”. (Establecido por la H;. Sala de Representantes de la Provincia de Buenos Aires el 19 de abril de 1834)
El 1880 la calle sólo estaba empedrada en su parte media, siendo los costados de tierra. Las funciones inherentes a la casilla fueron cumplidas en sus postrimerías por un viejo vecino, don José M. Irureta.
Ese lugar fue el más popular del Barracas de antaño. En la esquina noroeste -parada de “postas” en sus viajes al sur- se encontraba el despacho de bebidas de los hermanos Berisso, instalado en una casa de tipo colonial, con un gran alero de tejas y con postes y cadenas a su frente, que servían de palenques. En las inmediaciones se estacionaban coches y “breckes”, a la espera de pasajeros, a fin de trasladados a lugares alejados de ese centro de actividades y aun a otros cercanos, cuyo trayecto se tomaba dificultoso por la carencia de aceras. También abundaban los “changadores”, que provistos de un correón de cuero crudo y un pedazo de “cotín”, esperaban los “llamados”.
El 12 de mayo de 1887 “La Prensa” publicaba esta noticia: “La población de Barracas fue presa ayer de pánico por una novillada escapada de los corrales de abasto, que invadió sus calles, causando estragos y haciendo víctimas de su furor a los transeúntes que encontró en el camino. Tomó por Montes de Oca y se repartió en lafo adyacentes”.
El comisario don Justo Villegas y el cuerpo de vigilantes a sus órdenes trataron por todos los medios de desviar a los animales de los lugares transitados, pero igualmente hubo varios heridos graves e infinidad de contusos por cornadas y caídas al tratar de huir.
Viejos vecinos nos relataron hace años el hecho, recordando que muchos de los animales penetraron en el despacho de bebidas de los Berisso, derribando, bancos y mesas en su avance, ante la sorpresa primero y la algazara después, de los parroquianos.
Información adicional
Año VII – N° 34 – diciembre de 2005
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Categorías: PERSONALIDADES, Escritores y periodistas, Biografías, Historia
Palabras claves: historiador, historia, ciudad, libro, memoria
Año de referencia del artículo: 2020
Historias de la Ciudad – Año VI Nro 34