Recordar en este septiembre de 2001 a uno de los más grandes entre los argentinos es un ejercicio doloroso.
Todos lo glorifican (o lo que es infinitamente peor, se apropian de sus títulos para atribuírselos, con ligereza imprudente, a mediocridades), pero pocos siguen sus preceptos. Las consecuencias están a la vista.
Dirigir una mirada sobre las condiciones de la educación argentina actual y pensar en Sarmiento resulta desgarrante para quienes conservan alguna sensibilidad. Ya ni pretendo que la mirada sea profunda ni la sensibilidad muy marcada.
Desde hace muchos años la estulticia, la superficialidad, la carencia de razonamiento, la ignorancia, el descaro y la corrupción, no son solo patrimonio de marginales sino que reinan en todas partes. Los resultados hablan por sí mismos.
La decadencia que tiene su punto inicial en 1930 desbarranca a la Argentina en un proceso de deterioro que encuentra uno de sus puntos más oscuros en la “Noche de los bastones largos” de 1966, cuando una pléyade de educadores e investigadores fue obligada a dejar el país.
Y hace veinticinco años culminaron el derrumbe y la tragedia, hipotecando casi definitivamente nuestro futuro en todos los campos: institucional, educacional, cultural, político, jurídico, económico, social, industrial, etc.
La responsabilidad no es única. Todos tenemos alguna parte: los gobiernos constitucionales, porque no hicieron honor de sus obligaciones respecto de los mandatos de sus tradiciones ni la voluntad de sus votantes; los gremios docentes, imbuidos de un espíritu corporativo que, en función de reivindicaciones sin duda muchas veces justas, permitieron el constante deterioro de la formación de maestros y profesores en cuanto a idoneidad y calidad profesional. Y por cierto también hay responsabilidad de los ciudadanos, de las familias, que aceptaron sin protesta el cambio del concepto del éxito, permutando la búsqueda de la excelencia del ser humano a través del conocimiento, por los logros económicos a cualquier costo; sacrificio y trabajo por diversión; responsabilidad y solidaridad por egoísmo e individualismo extremo; orgullo por la apropiación del conocimiento, por la simple posesión de un diploma. Frivolidad, desgano, superficialidad, oportunismo…
Y no tenemos un Sarmiento para iniciar otra vez la obra. O si lo tenemos, lo mantenemos encerrado, escondido, acallado, ignorado. Los maestros claman por una educación que poco a poco va desapareciendo, con una escuela que es más comedor para paliar el hambre, que ámbito de crecimiento y formación personal y social de los alumnos, en un país que en su ceguera, llama para su salvación a una tropilla que tiene como bandera, que la misión de los investigadores es lavar los platos…
Recordemos a Sarmiento, al menos para poder hacer una breve reflexión sobre nuestra realidad refiriéndonos a sus ideas.
Desde sus inicios, el estadista muestra con sus opiniones muchas veces contradictorias la enorme riqueza de su pensamiento, una mentalidad siempre en posición creativa, aguda en sus observaciones, persistente en la defensa de sus ideales, batallador sin tregua.
No lo asustaron ni los hombres ni las ideas, y a todos se refirió con su palabra inflamada. Tanto en sus escritos memorables, artículos, notas, cartas, libros (Facundo, Viajes, Argirópolis, Recuerdos de Provincia y cien etcéteras que completan más de cincuenta tomos) como en debates intensos, el gran sanjuanino fue deviniendo en gran argentino, contribuyendo a la construcción de la patria desde innúmeros espacios ocupados con su acción enérgica, eficaz, vanguardista para sus tiempos, y aún para los nuestros.
Su visión de un universo en perpetua transformación tenía un asidero firme, —con todas sus contradicciones—, en las teorías evolucionistas. En su homenaje a Darwin, comprobó que las ideas acerca de un universo limitado y estático, propias del conocimiento vulgar que había adquirido en su juventud, rompían ahora esos encasillamientos y se abrían resueltamente hacia el espacio sin fronteras del infinito.
Mientras la dirigencia del 80 miraba hacia Europa, Sarmiento calibró las tendencias dominantes en el mundo moderno, y en sus textos anuncia que el siglo XX ya no pertenecerá al viejo continente sino a los EE.UU., cuya fuerza expansiva se proyectaría sobre todo el planeta. Su intensa brega por la educación es prueba fehaciente que había previsto las consecuencias que ello traería para su propia patria.
Sabía, por estudios y por suprema intuición, que una nación de inmigrantes que no perfecciona el ejercicio de las libertades políticas está condenada al fracaso, y trabajó con detenimiento para que la educación fuera la herramienta de la asimilación. Recibió el gobierno con 30.000 alumnos primarios y lo dejó con 100.000. Desde 1868 hasta 1874, creó 800 escuelas nuevas, contratando docentes norteamericanos para formar más sólidamente a los nuestros. Sobran las muestras de lo acertado de su accionar.
Y cuando habla de las libertades políticas no podemos menos que traspolar a estos tiempos de deterioro de lo político esa exaltación, cuando desde los establos, relinchos histéricos cuando no ignorantes, nos gritan que la política es la culpable de todos nuestros males…
Define Félix Weinberg: “A sus 74 años funda un nuevo diario, “El Censor”, emprendiendo una violenta campaña contra el candidato del gobierno Juárez Celman y su entorno, con la sagacidad de un luchador que, sin prejuicios, sabe vislumbrar el porvenir entre las confusiones y los equívocos de un ambiente trasmutado, que ya no era el de su generación. Estériles esfuerzos sin embargo, que los sucesos del 90 justificarían plenamente”.
La realización del primer censo nacional en septiembre de 1869, representa la aplicación de un concepto científico a la gestión de gobierno, generando un instrumento que permitió a las autoridades tener una representación aproximada de la realidad argentina. Aunque previsto desde hacía algunos años, el interés de Sarmiento por su concreción es otra muestra de su preocupación por el futuro.
De su luminoso testamento extraemos: “Partiendo de la falda de los Andes nevados, he recorrido la tierra y remontado todas las pequeñas eminencias de mi patria. Al descender de la más elevada, me encuentra el viajero sin los haces de los líctores, amasando el barro informe con que Dios hizo el mundo, para labrarme tierra y mi última morada. No se describirá con menos frases vida más larga. He vivido en todas partes la vida íntima de mis huéspedes, y no como viajero. Dejo tras de mí un rastro duradero en la educación y columnas miliarias en los edificios de escuelas que marcarán en la América la ruta que seguí. Hice la guerra a la barbarie y a los caudillos en nombre de ideas sanas y realizables, y llamado a ejecutar mi programa, si bien todas las promesas no fueron cumplidas, avancé sobre todo lo conocido hasta aquí en esta parte de América. He labrado, pues, como las orugas, mi tosco capullo, y sin llegar a ser mariposa, me sobreviviré para ver que el hilo que depuse será utilizado por los que me sigan. Nacido en la pobreza, criado en la lucha por la existencia, más que mía, de la patria, endurecido en todas las fatigas, acometiendo todo lo que creí bueno, y coronada la perseverancia con el éxito, he recorrido todo lo que hay de civilizado en la tierra y toda la escala de los honores humanos, en la modesta proporción de mi país y de mi tiempo; he sido favorecido con la estimación de muchos de los grandes hombres de la tierra; he escrito algo bueno entre mucho indiferente; y sin fortuna, que nunca codicié porque era bagaje pesado para la incesante lucha, espero una buena muerte corporal, pues la que me vendrá en política es lo que yo esperé y no deseé mejor, que dejar por herencia millares de ciudadanos en mejores condiciones intelectuales, tranquilizado nuestro país, aseguradas las instituciones y surcado de vías férreas el territorio, como cubiertos de vapores los ríos, para que todos participen del festín de la vida, del que yo gocé solo a hurtadillas.”
“Sarmiento, agitador de espíritus, constructor de la nacionalidad, persiste airosamente en las entrañas del país, en cada rincón, en cada entrevero, en cada anhelo de futuro. Su mensaje secular (mensaje esencial de la patria misma) palpita y empuja, muerde y construye, gritando sin fatiga y sin blandura la esperanza antigua y preferida, siempre renovada y tenaz, de la redención de nuestros hombres y de nuestra tierra”, describe con acertadas palabras Weinberg.
José Martí, el héroe cubano, lo definió en un homenaje a su trayectoria múltiple: “glorioso y anciano ex-presidente, verdadero fundador de la República Argentina”
Conservemos, al menos, la esperanza que la historia permita que el futuro nos depare hombres que con una mirada serena y constructiva basada en la obra de este grande, nos ayuden a superar el muladar infernal en que nos encontramos atrapados.
Información adicional
HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año III – N° 11 – Septiembre de 2001
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Categorías: CULTURA Y EDUCACION, PERFIL PERSONAS, Escritores y periodistas, Presidentes,
Palabras claves: Prócer, educador,
Año de referencia del artículo: 1868
Historias de la Ciudad. Año 3 Nro11