El “degüello”
¡No se asusten! No se trata de asesinato alguno ni de artículo sobre la Mazorca o cosa por el estilo. A esta “sanguinaria” palabra se le dio una nueva acepción en tiempos del comienzo del servicio tranviario en Buenos Aires. Podría tener como sinónimo la sisa, pero eso es quedarse con el vuelto. En cambio aquí se trata de revender lo ajeno en beneficio propio; para ser más explícitos, revender boletos usados. Maestros en el tema, si no catedráticos, fueron sin duda los mayorales de tranvía. A decir verdad, no les fue difícil iniciarse en la costumbre ya que en cierta manera contaban con la complicidad del mismo viajero que, con ello, retribuían de algún modo atenciones recibidas. No era para menos. Como no había paradas determinadas, salvo en las bocacalles, las detenciones podían hacerse en el lugar elegido por el pasajero, lo que a veces coincidía con la misma entrada de la casa. Y eso de que a uno le detengan el tránguay delante de la puerta, que le ayuden a subir o bajar y hasta que en una de esas lo acompañen hasta dentro del zaguán con algún bulto que se trae… bueno, de algún modo había que agradecerlo. Luego era frecuente, si no común, que casi instintivamente el viajero al pagar detuviera el corte del boleto con un “Pero ¡por favor amigo! deje, deje…”, manera muy cómoda de dar a su incondicional una especie de propina adelantada que, por supuesto, financiaba la misma empresa.
Facilitó mucho la cosa al principio la utilización de fichas metálicas (o de fibra, según la compañía) que, al igual que los cospeles del subte, se compraban en las estaciones o salas de espera de la línea. Con ellas se pagaba el viaje en lugar del dinero como en el subterráneo hasta hace poco (nada hay nuevo bajo el sol). Para evitar ir por ellas a la estación, comenzó la costumbre de preguntarle al guarda si tenía para vender. ¡Y por supuesto que tenía! La ficha al consumidor y la venta… a mi bolsillo.
Estas primeras maniobras originaron una verdadera “guerra de boletos” que las empresas librarían desde varios frentes. En primer lugar, las fichas salieron de circulación. Esta carencia de mercadería fue sustituida rápidamente por los boletos que empezaron a correr igual suerte, ya por aquel que evitaba el corte “por gentileza”, como ha quedado dicho, o porque simplemente el mayoral los recogía del piso para volver a venderlos.
Aparecieron entonces “los inspectores”, que caían de improviso en el tranvía para controlar que todos hubieran pagado su pasaje. Pero eran tan mal vistos por ambas partes (mayoral y viajero) que más de una rencilla hubo con tal de escarnecer a tan odiado funcionario. Baste con el apodo con que se los bautizó y que persiste hasta hoy día: “el Chancho”. Luego se dispuso el despunte para inutilizarlos para la reventa y hasta se hicieron impresos con el nombre del día. Algunas empresas llegaron a hacerlos “para el día” con fecha completa. Sin embargo, a pesar del retiro de las fichas, los boletos numerados, fechados, despuntados, “el chancho” o la mar en coche, el “degüello” continuaba y a veces recrudecía.
Entonces las compañías contraatacaron. El Anglo-Argentino, por ejemplo (y le siguieron otros) inventó la “Lotería del Tranvía”, consistente en un sorteo mensual de sumas en efectivo sobre los números de los boletos vendidos en el lapso entre sorteo y sorteo. Eran de cien pesos moneda corriente, con premios mayores de 500. Estas loterías se componían de varias series, porque se hacía una por cada tipo de boleto, según su valor. Con esto se intentaba que los viajeros no se desprendieran del pasaje e impedir su reventa.
El Tramway Rural, por su parte, abrió otro frente con un sistema muy usado hoy día, por ejemplo en los lavaderos de autos. Canjeaban diez boletos usados en sus tranvías por un vale que permitía hacer un viaje gratuito. La propuesta venía impresa en cada pasaje y con la firma de los hermanos Lacroze, certificando el compromiso (Figura 1). De paso digamos que es interesante ver en el reverso de los mismos un resumido “Reglamento de Servicio” de la empresa. Como vale de canje, los Lacroze mandaron imprimir en la Compañía Nacional de Billetes de Banco de Nueva York, un hermoso billetito que, más que vale, aparentaba una pieza de papel moneda (Figura 2). Su valor era de 2,00 $m/c, costo del viaje de una sección de tranvía, ya por su practicidad como por su aspecto, comenzó a circular como un billete más en las transacciones domésticas. Es que si lo miramos bien, no sólo su aspecto, sino hasta su redacción incentivaba a ello. Decía:
TRAMWAY CENTRAL
Este billete se recibirá como equivalente
de dos pesos moneda corriente, valor
de un pasaje en esta línea, o en su defecto
lo pagaremos a la vista.
F. y J. Lacroze
Pero broma, bromita o sin querer queriendo, como dice el Chavo, con el tiempo esa ingerencia en el mercado monetario trajo una inesperadas consecuencia que llevó a los Lacroze a recibir una querella judicial por parte del Estado Nacional, en la que prácticamente se los acusaba de ¡emisión clandestina de moneda! Parecería un chiste, pero no lo fue. Hubo intimaciones, se pidió la intervención municipal y, en definitiva, todo terminó con la prohibición del famoso “vale” por decreto del Presidente de la República que transcribimos:
Buenos Aires, 17 de febrero de 1882.
CONSIDERANDO:
Que esos billetes constituyen un verdadero billete de banco desde que su texto expresa la obligación de ser pagado su importe al portador y a la vista, en caso de no entregarse en alguno de los tramways de la Empresa, en pago de pasajes.
Que nadie puede emitir billetes de Banco ni ningún otro documento que pueda servir o hacer las funciones de moneda en circulación, sin la previa autorización que no han solicitado ni les ha sido acordado a los Sres. F. y J. Lacroze, firmantes de aquellos billetes.
Que el artículo 22° de la Ley de 24 de octubre de 1876, establece que desde esa fecha ningún Banco legalmente constituido podrá hacer emisiones a otra moneda que no sea la Nacional, requisito que ni siquiera ha observado la Empresa del Tramway Central, desde que los billetes que ha introducido al mercado establecen un tipo de moneda distinto al autorizado por la Ley Nacional.
Que la prescripción de la Ley de Octubre de 1876 ha sido confirmada y ampliada por los artículos 13° y 14° de la de 5 de Noviembre último: 1°) al ordenar que los
Bancos de emisión con existencia autorizada deberán dentro de un plazo determinado cambiar toda su emisión en billetes por otra en moneda nacional; 2°) al imponer a los mismos establecimientos la obligación de retirar de la circulación todo billete de menos valor de un peso; 3°) principalmente al prohibir expresamente, desde 30 días de la fecha de la Ley citada, emitir nuevos billetes por fracción de peso; disposiciones que han infringido doblemente los Sres. Lacroze, desde que sus billetes, a más de representar una moneda que no es de las que determinan las Leyes de 1876 y 1881, expresan un valor menor a un peso nacional (2 pesos m/c. equivalían a 5 centavos de la nueva moneda nacional).
Por estas consideraciones, y siendo un deber del Gobierno velar por el fiel cumplimimento de las Leyes del Congreso, impedir abusos y evitar confusiones en la circulación monetaria por emisiones ilegales y fraudulentamente verificadas.
El Presidente de la República
DECRETA:
Artículo 1°) Queda prohibida la emisión y circulación de los boletos o billetes firmados por F. y J. Lacroze, cuyo texto dice “Tramway Central. Este billete se recibirá como equivalente a dos pesos moneda corriente, valor de un pasaje de esta línea, o en su defecto lo pagaremos a la vista”.
Artículo 2°) Comuníquese al Ministro del Interior para que haga saber a la Municipalidad de la Ciudad, que debe adoptar las medidas correspondientes para hacer efectiva la prohibición a que se refiere el artículo anterior, adoptando las medidas policiales que fueren necesarias.
Artículo 3°) Líbrese oficio a la Administración de Rentas para que manifieste a la mayor brevedad por qué causas ha permitido la introducción de esos billetes, que llevan el timbre de la “Compañía Nacional de Billetes de Banco de Nueva York”, faltando a lo dispuesto en las Leyes vigentes y a lo terminantemente resuelto en el Acuerdo General de Gobierno de 27 de Noviembre de 1878.
Artículo 4°) Remítase este expediente al Procurador Fiscal de Sección de la Capital, con más los antecedentes que suministre la Administración de Rentas, para que ante el Juzgado Federal deduzca las acciones a que hubiere lugar, contra los Sres. F. y J. Lacroze y demás que corresponda.
Artículo 5°) Comuníquese, publíquese e insértese en el Registro Nacional.
ROCA, Juan J. Romero
Como hemos visto, la cosa fue seria. Pero los Lacroze continuaron con su tranvía, no obstante haber sido acusados —justificadamente como vimos— de emitir moneda ilegalmente. Y también continuó el “degüello” a pesar de todas las precauciones de las Empresas. Si no que sirva de testimonio un boleto de los años del eléctrico (Figura 3), en cuyo dorso se solicita “a los señores pasageros que reparen si los boletos salen del aparato que lleva el mayoral, y si el timbre suena al salir cada boleto”. Y… no hay caso, hay costumbres muy difíciles de desarraigar.
Información adicional
HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año IV N° 18 – Diciembre de 2002
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Categorías: TEMA SOCIAL, TRANSPORTE, Tranvías, trenes y subte, Cosas que ya no están, Costumbres
Palabras claves: degüello, boleto
Año de referencia del artículo: 1880
Historias de la ciudad. Año 4 Nro18