A partir del 22 de abril de 1897, comenzó a rodar por Buenos Aires un nuevo vehículo de transporte público: el tranvía eléctrico. Se trató del primer ensayo sobre una línea en construcción que, desde la Plaza de Mayo, habría de alcanzar el barrio (casi el pueblo) de Belgrano. A partir de allí, comenzaron a aparecer nuevas compañías de tranvías eléctricos, mientras que las de tracción a sangre existentes, gradualmente irían adoptando el nuevo sistema de tracción.
Esto hizo que fuera necesaria la formación de conductores idóneos, para lo cual cada empresa creó un grupo de instructores que formarán al nuevo personal que, adoptando la nominación inglesa de motorman, reemplazaría a los populares cocheros de los de tracción a sangre. No fue fácil al principio, ya que como es de suponer, no resultaba igual, dominar una “cucaracha” que a uno de esos nuevos “mastodontes electrizados”. La impericia de los primeros tal vez quede sintetizada en una tapa de la popular “Caras y Caretas” que ya en 1898 presentaba a la Muerte llevando en brazos un tranvía eléctrico con un poético epígrafe que decía socarronamente:
“Quiso la Muerte un día
que no quedara aquí bicho viviente,
y como otro remedio no tenía
nos mandó este tranvía
que está matando a tanta gente…
Tragicómico tal vez, pero no muy gracioso para las compañías que veían su prestigio mal parado. Así fue como en un principio se adoptó en todas el salvavidas, artefacto delantero que evitaba arrollar a los viandantes, perfeccionando a su vez el sistema de enseñanza.
Tomaremos como ejemplo la Escuela de Motormen del Anglo Argentino, una de las principales empresas de Buenos Aires y la mayor de todas a partir de 1909, cuando también pasó a ser la más grande en toda Iberoamérica y una de las más importantes del Mundo. No queremos decir con esto que el resto formaba sus motormen “a la bartola”, usando una terminología bien criolla; sino que lo hacemos por haberse tratado de una escuela muy bien organizada, con programa, aula y curso práctico completo.
Fue su creador el inspector D. Eduardo Fayi. Antiguo servidor del Anglo, a quien un cronista de la revista “Fray Mocho” apodara “el Joaquín V. González de la enseñanza tranviaria…” Ingresado a la compañía en 1891 junto con Hipólito Cano y Joaquín Paludé, con quienes conformó el grupo de profesores, a los que se sumó Eugenio Fayi, hijo del director, como maestro de mecánica completando el plantel.
La escuela tenía su asiento en la estación “Jorge Newbery”, nombre dado en homenaje al ilustre hombre que, entre otras cosas, era ingeniero electricista. Ubicada en la Av. Rivadavia entre Agüero y Sánchez de Bustamente, estaba la primitiva estación del ramal a Flores del Tramway Argentino de Billinghurst, compañía sobre la que se creó el Anglo Argentino cuando aquel se la vendiera a los ingleses en 1876. Actualmente ocupa dicho predio la administración de Metrovías por el lado de Bartolomé Mitre y la estación “Once” del Automóvil Club Argentino por el de Rivadavia.
El curso duraba aproximadamente un mes. Comenzaba la fajina del aspirante con las clases de conocimiento del controler y la práctica de marcado de puntos. Para esto, se contaba con una tarima alta en la que se había colocado un bien número de controlers uno junto al otro, para ser utilizados por los distintos alumnos. Éstos debían responder a las órdenes del instructor que, debajo y frente a ellos, les indicaba: —”Marque dos!.., —” Marque cinco!.., y el alumno debía poner su supuesto tranvía en 2 ó 5 puntos. El resultado de su maniobra era visto por el instructor en una aguja que funcionaba solidaria a la manija de marca, pudiendo de esta manera calificar la eficiencia del aspirante. La verdad es que al principio resultábale a los pobres tan difícil como acertar en el juego de la murra, pero prácticamente no había alumno que en un día de baqueteo no saliera airoso y “experto en la manija…”
Paralelamente se dictaban clases teóricas de reglas de tránsito y comportamiento en público así como de los reglamentos internos. A continuación se salía a la calle con los coches escuela. Eran tres: el 1, el 2 y el 5; estando a cargo de Fayi, Cano y Paludé respectivamente. Su interior estaba modificado: los asientos se ubicaban contra las ventanillas, agregándosele algunos dispositivos adicionales como llaves térmicas de corte de corriente, cajas de fusibles, etc. Se comenzaba así con el llamado “dominio de la calle”; al principio en vías poco transitadas, entrando metódicamente en lugares más congestionados. A todo esto se agregaban las clases de mecánica que, como hemos dicho, estaban a cargo del hijo de Fayi. Para ello contaba con un coche especial al que, por su configuración, habían bautizado como “la jaula”. Y en verdad lo era, por cuanto había sido construido con la parte superior de un imperial del Tranvía La Capital por el mecánico Pedro Gómez a iniciativa del Ing. Juan Nicosia. Su particularidad era la de tener todos los circuitos a la vista de modo de enseñar la anatomía completa del coche a la perfección.
Luego de una semana de “coche escuela” pasaban a coches de línea durante otros 20 días, siempre acompañados por un Inspector de servicio que los controlaba. Las clases comenzaban a las 6 de la mañana, y luego de un pequeño descanso, se reiniciaban a las 2 de la tarde, alternando la práctica con el repaso de lo teórico y el reglamento.
Finalmente llegaba la hora de la verdad… La mesa examinadora la componían: El Sr. Patou, Inspector General de Motormen del Anglo; el Director de la Escuela D. Bernardo Fayi y el Inspector Municipal. En general el 85 % de los aspirantes aprobaba, dándosele al resto una segunda oportunidad en la que, difícilmente “descarrilaban”.
Una vez recibidos, les correspondía escalar posiciones dentro del plantel de sus colegas de manija. Se comenzaba como suplente y había que esperar las vacantes para ascender a efectivo. Entonces se entraba en la escala que en argot tranviario comenzaba por el turno del pavo, lo que correspondía al último turno de servicio. Era el primer escalón. Luego cuando se pasaba al penúltimo, se salía de gallina para después en el antepenúltimo salir de pollo, entrando en la categoría general para ir corriendo los horarios año a año hasta llegar a tomar el primer turno de servicio en la culminación de la carrera y volver a tocarse con el pavo que un día había sido.
Constituida en 1939 la Corporación de Transportes de la Ciudad de Buenos Aires, la nueva empresa mantuvo el sistema del Anglo, el que a su vez se trasladó a Transportes de Buenos Aires, donde se siguieron creando conductores con los mismos pasos y artilugios que cuando Fayi creara la Escuela ce Motormen del Anglo Argentino.
Años pasaron desde entonces, y centenares los aspirantes que se sometieron a las pruebas de reacción en emergencias con que los acosaban los instructores , a fin de analizar los reflejos que para estos casos poseía el aspirante. Viene a mi mente un caso del que mucho se ha reído mi familia y, finalmente hasta el mismo protagonista y que, como testimonio de lo dicho anteriormente, creo que vale la pena recordar. Se trata del caso de un tal Enrique, paisano de mi papá, aspirante a “graduarse” de motorman en los tranvías de Lacroze. Todas las tardes, según le era costumbre, caía a tomar mate que doña Consuelo, mi abuela, preparaba indefectiblemente para despedir a sus hijos que, terminadas sus tareas en el taller de calzado que tenían en el fondo, volvían a sus casas. No le habían ido bien las cosas a Enrique en los últimos días, entrando en la rueda matera con la consiguiente lista de denuestos contra el inspector. Según contaban, aquel día era crucial, porque su grupo ya estaba listo para aprobar. Previendo la ocasión, la buena de mi abuela había agregado a la merienda unos “cachelos torrados”. Todos en ronda en el patio delante de la cocina, y el Enrique que no aparecía. Al fin se abrió la puerta de calle con furia, y aparece el “Licenciado”.¡¡ — Jesús!! Qué cara traaae…murmuró por lo bajo la abuela. No bien puso los pies en el patio tomó la gorra y una pelota N° 5, tal patada le pegó, que por encima de la medianera fue a parar a las chapas de la casa vecina. Un sonoro y rabioso : —¡mal rayo lo parta al cundanado espeutor! E cómanle las raposas e non deixen pedazo d’ele sobre a terraaa!!!!!! fueron sus buenas tardes. No sabían los demás como contener la risa que el pobre daba con tanto improperio gesticulante, que, a pesar de las circunstancias, lo convertían en un comiquísimo y gratuito “número vivo”. En medio de aquella batahola verbal, no se le ocurre mejor cosa a mi tío José que preguntarle: – ¿Y cómo te fue?… Para que!! De no se porque los demás lo contuvieron, se lo come vivo. Calmado, más luego empezó a contar. Resulta que la cosa no iba mal, pero cuando llegaron a una barranca el inspector, que advirtió que le había tomado el tiempo cuando accionaba la llave de paso tirando del cordel que había en la plataforma, le dijo:
— Bueno, siga no más solo que yo lo vigilo desde adentro, Cuando empezó a repechar la subida le cortó la corriente con la llave interior y allí quedó descolocado y con el tranvía que se le iba para atrás. En resumen: bochado! Visto lo impetuoso de su genio fue mi papá quien le puso por apodo: “Enrique do Rayos”, el que le quedó para siempre, de allí que nunca supe su apellido. Ah… Repitió, pero al fin fue mótorman de Lacroze como quería, aunque por poco tiempo, porqué enseguida vino la Corporación, y como lo que a él le gustaba era el uniforme verde…, poco lo disfrutó.
De las fotografías
Las fotografías que ilustran el artículo pertenecen a la última escuela de motormen durante la gestión de Transportes de Buenos Aires, en la que se mantuvo el sistema de enseñanza creado por Fayi en al Anglo Argentino.
Información adicional
HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año I – N° 5 – 2da. reimpr. – Mayo de 2009
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Categorías: TRANSPORTE, Tranvías, trenes y subte, Cosas que ya no están
Palabras claves: capacitación, chofer
Año de referencia del artículo: 1940
Historias de la Ciudad. Año 1 Nro5