No…, no piense el lector que nos vamos a dedicar a “Lima” la estación de la línea “A” de nuestros tranvías subterráneos en la que muchísimos viajeros del oeste porteño trajinamos a diario para combinar con otras líneas. De la que hablaremos hoy es, o mejor dicho fue, otra muy distinta que no estaba muy distante de la mencionada, apenas a unas tres cuadras y sobre cuya existencia, con seguridad, una buena mayoría tendrá total desconocimiento. Nos referimos a la estación “Lima” del Ferrocarril del Sud.
¿Lima del Ferrocarril del Sud…? se preguntarán con toda seguridad… ¿pero con qué nos está saliendo este tío? Pues sí. Hagamos un poco de historia.
Ya hemos dicho, y más de una vez, que el servicio tranviario de nuestra ciudad fue inaugurado el 27 de febrero de 1870 por los Lacroze y los Méndez con sendas líneas paralelas y que, aunque siendo los primeros, ya tenían antecesores. Parece una incongruencia, y lo es, pero… cosas de porteños. Por extraño que parezca, antes de que se instalaran los tranvías… ¡ya los había! (como después de eliminados, los siguió habiendo). Eran un tanto especiales, pero lo eran. Se trataba de lo que muy acertadamente el Prof. Dr. Cristian Werckenthien, desgraciada y prematuramente desaparecido, dio en llamar: “prototranvías”, acertada terminología que aclara suficientemente lo dicho y que a prima facie parece un disparate. Se trata de las dos líneas que pertenecieron, una al Ferrocarril del Norte y la otra al del Sud. La función de ambas no era otra que salvar la larga distancia que existía (para ese entonces) entre sus terminales y el centro de la ciudad, lo que los desfavorecía sobre todo en lo que a transporte de viajeros se refiere. El pionero fue el Ferrocarril del Norte que, desde el Retiro, tendió la vía por el Paseo de Julio (hoy Av. Leandro N. Alem) hasta el flanco de la Casa de Gobierno que da por la calle Rivadavia, lugar donde estableció una estación desde la que partían los tranvías, conforme a la salida de los trenes. Comenzó a circular el 14 de julio de 1863 y, nos guste o no, fue el primero.
El Ferrocarril del Sud, inaugurado en 1865, no podemos decir si tomando la idea o no, hizo lo propio tendiendo una línea tranviaria desde su terminal de la Plaza Constitución hasta la plaza de Montserrat a lo largo de la calle Lima, comenzando sus servicios a partir del 3 de febrero de 1866. A pesar del idéntico fin de ser complemento de las líneas ferroviarias, este último tenía sus diferencias con el primero. En primer lugar que si bien estaba destinado fundamentalmente al servicio de los usuarios de los trenes, también podían utilizarlo aquellos que desearan hacerlo a lo largo de su recorrido. Su horario, claro está, estaba en correspondencia con la llegada y partida de los trenes. Otra característica era que al llegar a Constitución entraba al interior de la estación para estacionar al otro lado del andén del que partían los trenes en lugar de hacerlo en la calle, como el del Norte, brindando así una comodidad adicional a los viajeros, sobre todo en días de lluvia. Si vamos al caso, se adelantó a lo que 60 años después ocurriría en la estación del Once entre el F.C.O y el Subte del Anglo con aquello de “Del subte el tren, sin cambiar de andén”.
Todo muy bonito (si no resabido); pero… por un extremo de la línea: la estación Constitución ¿y por el otro…?; pues del otro lado la estación “Lima”, que es la que da título a este articulejo. Ubicada a poco de cruzar Belgrano, ocupaba un barracón propiedad de la familia del Dr. Durañona, situado en la vereda de los números impares (le correspondía el 117 de la vieja numeración) vale decir en la manzana en que varias décadas después se hizo el Ministerio de Obras Públicas. Desde ella se expendían boletos para el tren a la vez que podían despacharse pequeñas encomiendas. El tráfico fue algo reducido en los primeros tiempos. Según las estadísticas viajaron en 1867: 45.500 pasajeros; 59.000 en 1868 con un bajón a 56.500 en 1869.
El año 1870 nos encuentra con los tranvías netamente urbanos ya instalados en Buenos Aires; y a las distintas empresas que se han largado a entretejer una tupida red en la ciudad se suma el propio ferrocarril prolongando su recta línea por Lima y su continuación Cerrito hasta la esquina de Tucumán, a una cuadra de la Estación del Parque, terminal del Ferrocarril del Oeste. Puesta en servicio el 24 de abril de 1870 mejora notablemente el tráfico de viajeros que la aprovechan también para llegar a esa otra estación, al punto que ese mismo año la estadística sube a 217.500 usuarios y al año siguiente a 450.500.
Pero el surgimiento de nuevas compañías hizo que el ferrocarril perdiera interés en explotarla pues era fácilmente reemplazada por otras, y terminó vendiéndola en septiembre de 1872 por 6.000 libras esterlinas al Tramway Ciudad de Buenos Aires (primera empresa inglesa de la ciudad) que la integró a su red. Una cosa digna de destacar es que el “Ciudad de Buenos Aires” mantuvo la partida de sus coches desde dentro de la estación Constitución, para continuar brindando la comodidad a los pasajeros del tren de no tener que salir a la calle en busca del tranvía.
Durante su existencia, el tranvía del F. C. Sud estuvo a cargo de Diego S. Moore, jefe a su vez de la estación Lima. A pesar de su apellido era un criollo, aunque sí hijo de ingleses, quien por su labor se ganó el reconocimiento tanto de sus superiores como del público usuario. Esto hizo que cuando el ferrocarril se desprendió de la línea, pasara a ocupar un puesto de jerarquía dentro de la empresa.
Bibliografía
Buenos Aires Herald, Gran Bretaña en la evolución de la Economía argentina, 1945.
Municipalidad de la Capital, Recopilación de Leyes, Ordenanzas, Decretos y Contratos de Concesiones de Tranvías, 1908.
RÖGIND, William, Historia del Ferrocarril Sud, 1861, 1936.
Información adicional
Año VI – N° 31 – junio de 2005
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Categorías: TRANSPORTE, Tranvías, trenes y subte, Historia, Mapa/Plano
Palabras claves: Estación, tranvía, Constitución, tren, subte, ferrocarril, línea
Año de referencia del artículo: 1870
Historias de la Ciudad – Año VI Nro 31