Stephan Dimitrievich Nefedov, tal su real nombre y apellido, nació en el seno de una humilde familia de Baiervo, pequeña aldea de cien o ciento veinte habitantes, ubicada en una desolada región de la estepa rusa, en Mordovia. Su padre, pasada la época de labranza, abandonaba su precaria vivienda, trasladándose al cercano Volga, donde —como barquero— podía recibir unos pocos e imprescindibles rublos mensuales.
Ese fue el pequeño mundo que conoció el futuro artista nacido el 27 de octubre de 1876. Las costumbres milenarias de esas familias, sujetas al dominio de los zares, donde se practicaba una economía de subsistencia y regía el derecho de servidumbre, imponían que la tierra de labranza pasara, de generación en generación. Sin embargo, cuando Stephan tenía sólo cuatro o cinco años, se obligó a los pocos pobladores a abandonar sus humildes viviendas, ya que el propietario de las tierras, poderoso y rico comerciante de San Petersburgo, se aprestaba a iniciar la explotación de los bosques próximos. Los acongojados y resignados habitantes iniciaron el éxodo tratando de encontrar, en la inmensidad del espacio que se ofrecía a su vista, un nuevo enclave.
Lo encontraron a orillas del Besna, uno de los tantos afluentes del Volga, donde los mujics —tal el nombre que se da a los campesinos rusos— comenzaron a reconstruir, junto con la aldea, su mundo de trabajo, de fe, de religiosidad. Y es allí donde el pequeño Stephan, mientras su padre remolcaba barcazas en el Volga, empieza a modelar las arenas, que plácidas y limpias se ofrecen a sus manos para despertar su imaginación.
Pero su vida estuvo signada por azarosas alternativas. Una noche, cuando nada lo hacía presagiar, el río se salió de madre y en pocas horas la fuerza imparable de las aguas arrasó la aldea. El miedo, el salvataje y la huída, provocaron escenas de dolor que fueron captadas por la mente infantil de Stephan, que no pudo borrarlas de su memoria.
Muchas y difíciles fueron las vivencias del joven Nefedov en su adolescencia y juventud, durante los cuales debió atravesar momentos de dura lucha. Fue en 1893, en la Feria de Todas las Rusias, en Novgorod, la ciudad natal de Gorki, donde Erzia encontró su definitiva vocación. Fue tan fuerte la impresión que le causó la pintura de dos paneles decorativos allí expuestos, que decidió dedicarse por entero a las artes plásticas. Sus primeras experiencias fueron en la pintura de íconos, siendo en poco tiempo reconocido por dicha labor. En 1901 decidió viajar a Moscú y seguir las clases nocturnas de la Escuela de Artes y, posteriormente, la Escuela de Pintura, Escultura y Arquitectura. Aquí debió superar distintos escollos, consecuencia de su origen campesino, ya que si bien las reformas de Alejandro II habían permitido el ingreso a la escuela secundaria y a la universidad de jóvenes que no pertenecían a la nobleza, la norma era resistida. Moscú vivía para esa época bajo la severa autocracia de Nicolás II, un momento de férreo control policial y opresión popular.
La limitación de sus recursos lo obligó, hasta su graduación en 1906, a trabajar en distintas ocupaciones. Los cinco años en Moscú fueron de singular importancia en la vida del escultor: descolló entre todos sus pares y se ganó el respeto de quienes, inicialmente, lo habían despreciado.
Al igual que su colega ucraniano Aleksander Archipenko, Erzia renegaba de las reglas convencionales de la Academia, buscando —como Archipenko— desarrollar un estilo propio.
Impresionado por la represión de la marcha popular del 22 de enero de 1905 hacia el palacio de San Petersburgo, o la huelga general y la marcha de campesinos del 14 de octubre de ese mismo año, intuyendo que en ese clima de violencia no podría desarrollar su arte, aceptó una invitación para viajar a Italia, en mayo de 1906. Allí iniciaría una nueva etapa artística que merecerá el reconocimiento internacional.
Fue entonces que adoptó el seudónimo que lo haría famoso en el mundo de las artes plásticas: el nombre de la tribu de Mordovia a la que él mismo pertenecía: Erzia.
Su permanencia en Italia fue una sucesión de claroscuros. Según contara en Buenos Aires el propio Erzia, tras llegar a Italia muy poco tiempo tardó en darse cuenta de que su mecenas era un personaje sumamente extraño que,quiso utilizarlo para sus propios fines. El magnate no resultó tan magnánimo como esperaba y, celoso de su propia libertad, el escultor abandonó la villa y, sin una lira, partió hacia Milán.
La conquista de la ciudad lombarda no fue fácil. Durante largos meses debió vivir en la calle, durmiendo al aire libre, trabajando en empleos esporádicos que le permitían ganar unas pocas liras. Ello no menoscababa su espíritu ni le impedía, moldear pequeñas obras en arcilla o barro. Fue ésta oscura labor la que le hizo trascender en un medio en que, no obstante su baja categoría social, conservaba una herencia histórico-cultural que permitía apreciar la belleza de la creación plástica. Sin reparar en la humildad de su atuendo, sencillez que conservaría durante toda su existencia, Erzia fue invitado a algunos salones artísticos recibiendo en uno de ellos, de parte de un reconocido crítico de arte, la invitación para presentarse en la Exposición Internacional de Bellas Artes de Venecia. Provisto por su nuevo benefactor de los medios que no poseía: taller, herramientas y bloques de piedra, el artista pudo realizar su obra Última Notte, que se presentó con gran suceso de crítica y público. Con ella se inicia su particular estilo escultórico en el cual, si bien la figura es importante, impacta al espectador la espiritualidad que el artista pudo volcarle. En esta primera obra quiso expresar el dolor de un hombre que, con fe en el futuro, espera encadenado el momento de su ejecución. Es una representación de aquellas jornadas de revuelta popular de enero de 1905, cuando cientos de personas fueron muertas en la abortada marcha sobre el palacio de San Petersburgo.
El resonante éxito de Venecia impulsó su presentación en el Salón de Milán meses más tarde. Esta ciudad fue el escalón mágico que puso al ignoto escultor ruso en las puertas del total reconocimiento por parte del público de la Europa Occidental. Sus obras deslumbraron y comenzó a ser invitado permanente de salones y reuniones privadas. Museos y coleccionistas comenzaron a adquirir sus obras y el dinero a acumularse en sus arcas, pero lo que preocupaba al escultor no era su floreciente situación económica, sino su deseo de incorporar a su patrimonio intelectual la inspiración de los grandes maestros a los cuales, si bien admiraba, no deseaba imitar. Contemporáneo de Archipenko y de Maillol, sentía como ellos una independencia total de las escuelas vigentes, buscando con ahínco un estilo personal donde lo psicológico se vuelve trascendente.
A su presentación en Milán siguieron luego las participaciones en exposiciones en Munich, Niza y en el célebre Salón de Otoño de París. Su llegada a la capital francesa estuvo precedida por elogiosos comentarios de la prensa ante los trabajos del artista que, fuera de todas las escuelas imperantes, mostraba un arte de contenido propio, con un profundo sentido humanista. Como ocurriera en anteriores ocasiones y habría de suceder en otras posteriores, Erzia, que había llegado a París con una buena cantidad de dinero, estaba tiempo más tarde sin ningún franco. Para salvar la difícil situación económica, durante varios meses se desempeñó como vendedor ambulante de verdura. Fue precisamente por una publicidad callejera que supo de la apertura del Salón de Otoño. Sintiendo la necesidad interior de plasmar en el bronce una antigua idea, trabajó incansablemente pudiendo, cinco minutos antes de la expiración del plazo, presentar el grupo escultórico que llamó Fusilamiento, realizado casi a tamaño natural. París valoró esta inspirada obra del Maestro, como comenzó a llamársele, y ella fue adquirida por un importante diplomático del Imperio y enviada a Rusia. El hijo del barquero del Volga era ya reconocido como un gran escultor ruso. Sus presentaciones en la Exposición Internacional de Roma en 1911, en los Salones de Otoño de París de 1912 y 1913 y en la Galería Georges Petit, también en 1913, van sumando continuos reconocimientos.
El éxito económico acompaña esta etapa de la vida del escultor, que instala su vivienda y taller en un antiguo castillo rodeado de un parque de ocho hectáreas. Pero no es esta bonanza lo que le hace feliz. Su espíritu sereno, su soledad buscada, su paz interior, le dan la armonía necesaria que luego traslada a la piedra, al bronce y al mármol.
En la época de su residencia en París, un considerable número de argentinos toma contacto con su obra, adquiriendo esculturas, que enviadas a Buenos Aires, pasan a formar parte de las valiosas colecciones de la aristocracia local. Mucho tuvo que ver en ello la presencia de Marcelo T. de Alvear, cuya actividad social y mundana era harto conocida. El futuro presidente residió en el continente europeo durante varios años. Durante su estadía en la capital francesa conoció a Erzia, circunstancia que incidiría años más tarde para la presencia de éste en Buenos Aires.
Tras su clamoroso éxito en París,donde fue bautizado como el “Genio de los Bosques del Volga”, viaja a Londres y luego a Italia, que sería la última etapa de este periplo.
La vuelta a casa, tras esta experiencia en los grandes centros de la cultura europea occidental, se debió a la invitación que le cursara Nicolás II, quien deseaba encomendarle la creación de un museo que albergara su importante obra.
Se iniciará una nueva etapa en la vida del destacado artista, que se extenderá por doce años, durante los cuales los acontecimientos políticos vividos adquieren para él especial significación.
A poco de partir de Italia, hallándose aún en camino, estalla la guerra mundial, y el conflicto armado entre Alemania y Rusia. Los acontecimientos vividos en Rusia forman parte de la historia social de este siglo. La revolución de Octubre y los sucesos posteriores, hasta la asunción del poder por Stalin, son hechos de conocimiento general.
No es extraño entonces encontrar sus obras exhibidas en uno de los primeros, eventos soviéticos dedicados al arte, como fue la 22a. Exposición de la Asociación de Pintores de Moscú, celebrada en 1918, a poco de consolidarse el dominio de los bolcheviques.
Los difíciles primeros años de la Revolución conllevan ciclos de luchas civiles, desorganización del estado, reorganizaciones sucesivas, etc. El artista intentará substraerse de ese clima inusitado e inesperado de violencia, para poder continuar su obra. Así, entre 1918 y 1925, el escultor viajó por distintas ciudades en el sur del país: Ekaterinburg, Novorossiysk, Batumi y, finalmente, Bakú, donde permaneció entre 1923 y 1925.
Durante todo ese período trabajó en piedra, mármol y madera, tallando en este material centenares de piezas, tenía una especial aptitud para ello, y un legado natural de sus antepasados. En efecto, era común entre los campesinos mordivianos que ellos mismos construyeran los pisos, las ventanas o las puertas de sus viviendas. Era una ocupación que se llevaba a cabo durante los crudos meses de invierno, siendo el jefe de familia, el abuelo o el padre quien, cobijado por el fuego del hogar, realizaba su obra ante la atenta mirada del resto de su familia, cuyos miembros observaban el manejo del cincel captando los más jóvenes cómo el material se integraba a tal proceso creativo. Trataba de encontrar la mayor expresividad con el menor daño en el contorno de la madera, dejando al espectador completar, con su propio pensamiento, la imagen buscada.
De regreso a Moscú participa, en 1926, en varias muestras estatales. El reinicio de los intercambios artísticos entre la Unión de las Repúblicas Soviéticas Socialistas y Francia, consecuencia del restablecimiento de sus relaciones diplomáticas, permite el viaje de Erzia a París.
El reencuentro con el París de la década del ‘20 de libre expresión artística, conmueve al escultor, aún cuando ninguna de las corrientes plásticas en boga llega a modificar su estructura de pensamiento. Si durante su paso anterior por Europa había permanecido indiferente ante los movimientos del cubismo, el futurismo y el arte abstracto, ahora tampoco se inclina reverente ante los cultores del surrealismo. Puede sí, volver a apreciar la obra de uno de aquellos escultores a quien más admiraba, Emile-Antoine Bourdelle, con quien lo unían circunstancias y pensamientos comunes.
Las noticias que Stephan Erzia recibía sobre los acontecimientos en su patria y, fundamentalmente, el dirigismo que se pretendía imponer a la actividad plástica, lo hicieron rechazar la posibilidad de regresar a Rusia, pasando a otros países del continente europeo, ofreciendo exposiciones en Bélgica, Suiza y Suecia. Ninguna de ellas aceptó organizarlas. Es que en ese momento existía una gran tensión política y eran pocos los países que reconocían a la Unión Soviética como la sucesora legal de la Rusia Imperial.
Descartada aquella posibilidad, hecho poco conocido, Erzia consiguió una visa para entrar al Uruguay. Desde allí, pasar a la Argentina no fue difícil. Tenía pasaporte soviético, con sólo un año de validez. Sin embargo, las autoridades argentinas no le prestaron atención y le permitieron vivir y trabajar. Incluso, tiempo después, obtuvo su documento argentino, la Cédula de Identidad, N° 1.120.784.
La elección del destino final por parte del escultor europeo era producto de la aceptación de una invitación de la Asociación Amigos del Arte, la conocida institución creada en 1924, que dirigía Elena Sansinena de Elizalde, convertida de inmediato en punto de convergencia de las más diversas e importantes personalidades de la cultura, donde ya habían expuesto, previo a la llegada de Erzia, Agustín Riganelli, Benito Quinquela Martín y Pedro Zonza Briano, también reconocidos anteriormente en los salones europeos.
Si bien no se conoce quién fue el artífice de la invitación que, debido al grado de amistad que “Bebé” Elizalde tenía con el presidente Alvear, es posible haya surgido de éste la idea de traer la exposición del escultor ruso a Buenos Aires. Lo cierto es que el 25 de abril de 1927 el diario “La Nación” le dedicaba dos columnas, haciendo conocer que “procedente de Moscú ha llegado a Buenos Aires el escultor ruso Stephan Erzia”. En negrita, encabezaba el artículo un título donde se afirmaba: La revolución rusa no ha inspirado nuevas formas en el arte; subtitulando: “Ha influido en todas las manifestaciones de la vida, pero no en la pintura y la escultura.”
Tales manifestaciones resumían las declaraciones del recién llegado, que al periodista había respondido en aquella forma, agregando que “cuando el Soviet ha querido sugerirme ideas o indicarme normas estéticas contrarias a mi sentir personal e íntimo, he preferido abandonarlo todo y marcharme”.
Finalmente se inauguró la muestra prometida en el nuevo salón de Amigos del Arte, que, para ese entonces, ya ocupaba la planta baja del famoso local de Van Riel, en la calle Florida. Como no podía ser de otra manera, el presidente Alvear le dio la bienvenida inaugurando la exposición.
Las obras de Erzia gozaron de la inmediata aceptación del público y parte de la crítica especializada. Mucho incidió que, como se dijo, varias familias tradicionales bonaerenses tenían ya sus esculturas, adquiridas durante la permanencia de sus miembros en Europa.
Radicación en Buenos Aires
Durante sus primeros años en el país, estuvo relacionado con la agencia comercial soviética para la América del Sur, instalada en Buenos Aires, recibiendo a través de ella información de cuanto ocurría en su país. Al producirse la revolución de 1930 y asumir la presidencia el Gral. Uriburu, dicha oficina fue clausurada bajo la acusación de encubrir actividades políticas, cosa —por supuesto— cierta. Como derivación de tal situación, el escultor ruso fue invitado a abandonar la Argentina. Erzia no aceptó la intimación, aduciendo que él no era político sino un creador, un artista, y que para él era muy importante la libertad artística.
Luego de las primeras semanas en Buenos Aires, los pasos del reconocido Maestro lo sitúan en lo que ya era conocido como barrio de Boedo, aún cuando Boedo era sólo una calle que le daba tradición a la comunidad vecinal. El singular artista alquiló una amplia casa ubicada en Av. La Plata 535, domicilio que habría de conservar durante casi diez años, hasta que en 1936 se trasladó a Olleros 1777. En 1941 se lo encuentra en lo que sería su último domicilio porteño: un amplio caserón en la calle Juramento 1434.
Erzia en Boedo
Ahora que ya sabemos dónde vivía el escultor en su primer taller en Argentina, vamos a tratar de dilucidar si efectivamente, como pensamos, esta residencia en Boedo tuvo mucho que ver con su decisión de radicarse en Buenos Aires.
¿Cómo y qué era Boedo en 1927 y años sucesivos? Boedo, como bien la definiera el periodista Alberto Cortazo, era ya una ciudad, “la capital del arrabal”, como la denominó Dante A. Linyera en el popular tango de Julio de Caro.
El afincamiento de Antonio Zamora, la aparición de la serie “Los Pensadores”, editada bajo su dirección, el agrupamiento alrededor de su recién fundada Editorial Claridad, en Boedo 837, de los escritores, poetas y plásticos que conformaron el Grupo de Boedo, los payadores, músicos, bailarines e intérpretes que nutrían sus decenas de cafés, la apertura de los primeros cines y teatros, fueron todos eslabones de una sólida cadena que permitió a Boedo constituirse en un foco inigualable del movimiento intelectual, al que acompañaba un desarrollo comercial importante.
González Castillo y su amistad con Erzia
La República de Boedo primero, la Universidad Popular luego, la Peña Pacha Camac más tarde y el Teatro Florencio Sánchez finalmente, señalaron el ímpetu creativo de una personalidad insoslayable si de Boedo ha de hablarse: José González Castillo fue el hombre símbolo de un barrio que le acompañó en todos sus emprendimientos y que lloró su muerte, ocurrida en 1937, como la de ningún otro.
Este fue el hombre al cual se acercó Stephan Erzia cuando instaló su vivienda-taller de Av. La Plata. O viceversa. Pudo haber sido el autor de “Los dientes del perro”, quien iniciara el acercamiento. Lo verdadero es que ambos personajes se convirtieron en inseparables compañeros y la firma del escultor aparece en el acta fundacional de la recordada Pacha Camac, junto a las de, entre otras personalidades, los también artistas plásticos Agustín Riganelli, Antonio Sassone, Vicente Roselli, Rafael Bertugno y Caputo Demarco.
Su figura se hizo popular en la Av.Boedo. Alto, huesudo, con un gran sombrero echado sobre sus ojos orientales; un blusó largo y, caído a ambos lados de la boca, el largo bigote. Una sonrisa perdida en su rostro de facciones orientales. Cuando él y González Castillo caminaban juntos hasta la Peña Pacha Camac, una multitud se iba formando tras ellos, siguiendo los pasos de ambos “Maestros”.
El “barquero del Volga”, como le llamaban sus cofrades, participaba en todas las actividades de la peña, ya fueran exposiciones colectivas, como tenidas gastronómicas.
Este era el barrio porteño de Boedo, con vida y alma propias, que pretendía ser, como Montparnasse, o como el viejo Montmartre de París, uno de los aspectos genuina e invariablemente típicos de Buenos Aires. González Castillo dijo una vez “De Boedo a Montparnasse hay un paso nada más”, y así quedó esculpido en la placa que el escultor Sepuccio Tidone realizó para homenajear al fundador de la peña, colocada al frente del edificio de Boedo 1058, domicilio del fallecido dramaturgo.
Creemos que los antecedentes mencionados permiten considerar como en extremo probable que sus vivencias en Boedo hayan determinado en Erzia su decisión de permanecer en Buenos Aires por largo tiempo. Volvamos entonces a encontrarnos nuevamente con el Maestro ruso.
Entre el quebracho y el algarrobo
Tras el suceso de su primera exhibición en Amigos del Arte, realizada en 1927 se produce un hecho que influirá decisivamente en su futura actividad plástica. Descubre dos típicas especies arbóreas argentinas: el quebracho y el algarrobo. Se enamoró de ellas, de su dureza, sus texturas, sus colores, sus formas, sus raíces. Y viajó hacia los bosques del gran Chaco argentino para volver con troncos de todas las formas y medidas, que dieron un particular color a sus sucesivos talleres. Viéndolas, soñando con las formas que ya había avisorado en muchos de ellos, dijo a poco de llegar, refiriéndose al hallazgo de la madera: “Es bella como un metal, es fuerte y dulce como el hierro. No puedo expresar lo que siento al verlas por la noche iluminadas a través de las claraboyas. Me parece que hablan un lenguaje lleno de misterio y de poesía.”
Ese momento marca el inicio de un nuevo período creativo; un propio lenguaje escultórico propio en el cual el algarrobo y el quebracho le permiten perfeccionar su técnica, a favor de las excelentes posibilidades que le ofrecían tales materiales. Erzia supo encontrar en los nudos y en las vetas de estas maderas hasta ayer extrañas, las imágenes de su tierra nativa, de su infancia, las figuras de los retratos que mantenía en su mente.
Aquí pudo plasmar la imagen de Tolstoi, en una pieza de algarrobo en la cual creyó ver, en las vetas y nudos naturales de la madera, el cabello al viento, las cejas tupidas, la barba y patillas del recordado escritor. Sólo le bastó extraer el material superfluo y con el mágico toque de su cincel, producir un retrato escultórico que adquirió inmediata fama en el exterior, donde se le conoció a través de distintos registros fotográficos.
El “Moisés” de Erzia
Pero la obra más importante del artista, aquella que despertó las más elogiosas críticas, que recibió el unánime aplauso de los entendidos, fue sin duda, el retrato escultórico de Moisés, creado en 1932. Tallado en una enorme pieza de algarrobo (197 x 100 x 115 cm) difiere, por su originalidad, de todas las esculturas conocidas. El escultor se esforzó en conservar las delineaciones naturales de la madera lo máximo posible. La imagen es simple, emanando de la figura una gran solemnidad. Inmediatamente la escultura, a la cual Erzia consideraba entre sus mejores trabajos, despertó el interés de coleccionistas y museos. Se habla de una oferta de quinientos mil dólares que el escultor rechazó. No quiso desprenderse de ella y hoy se exhibe en la Galería de Saransk.
Su vida entre salones y muestras
Luego de su presentación en Amigos del Arte, se sucedieron, entre 1928 y 1932, cinco exposiciones anuales en Galería Müler, en 1936; expuso en la Sociedad Rural; el 5 de agosto de 1941 inauguró —en su nuevo taller de Juramento 1434— una exposición de más de cien de sus obras; en ese mismo año también intervino en una muestra organizada con motivo de la Primera Exposición Forestal Argentina.
Durante el período que se extiende entre 1931 y 1946 sus participaciones en los principales salones oficiales fueron permanentes. En 1936, en el XXVI Salón Municipal, obtiene el segundo premio, con su obra “Pensamiento”. Es una talla en quebracho, de 50 x 60 x 37 cm., donde una cabeza femenina surge de la áspera madera. Por su carácter de premio adquisición, esta obra forma parte del patrimonio del Museo de Artes Plásticas Eduardo Sívori.
También en ese año de 1936 la Municipalidad de Buenos Aires adquiere, en forma directa y por la importante suma -para la época- de $ 10.000, una figura femenina, sedente, en actitud de hallarse adormecida o en descanso, esculpida en mármol siberiano, en forma de relieve, mostrando partes de su cuerpo visibles y otras su bosquejo en nacimiento.
En el salón de 1941 presentó dos obras en quebracho, tituladas “Cabeza”. Una, de 60 x 66 cm. recibió el Premio Artista Extranjero. En el Primer Salón Municipal de Otoño, de Artes Plásticas, en 1945, obtiene el Primer Premio Adquisición con “Fantasía”, una cabeza de mujer tallada en quebracho, que mide 60 x 50 x 40 cm. Erzia realizó su última presentación en un Salón Nacional en 1946, mostrando sus obras “Tristeza” y “Alma”, ambas esculpidas en la misma madera.
Repatriación de Erzia
Al restablecerse en 1946 las relaciones diplomáticas con la Unión Soviética, arriba al país Mijail Serguéev, designado embajador ruso en Buenos Aires. Su esposa, Tamara Severova, era artista plástica, pintora y escultora egresada de la Academia de Bellas Artes de Leningrado. Tal circunstancia los hizo asiduos concurrentes a salones y exposiciones. En una de estas visitas, acompañados por el canciller Juan Atilio Bramuglia, visitaron el XXXVI Salón Nacional de Artes Plásticas, encontrándose allí con las dos pequeñas esculturas de Erzia, las ya nombradas “Tristeza” y “Alma”.
Poco después el diplomático conoció personalmente a su compatriota, siendo a partir de allí frecuentes los encuentros entre ambos. Serguéev visitó el taller, su esposa Tamara realizó dos retratos del artista, uno esculpido y otro al óleo (ambos están en el museo etnográfico de Saransk) y fue invitado permanente en las recepciones de la embajada. Su septuagésimo cumpleaños lo celebró con una fiesta a bordo de un barco soviético. En 1947 el embajador, previa conformidad de Erzia, inició los trámites oficiales para su repatriación, que recién se concretaron en septiembre de 1950 cuando —con un permiso especial del gobierno argentino— pudo embarcar en con él todas sus obras y gran cantidad de maderas de quebracho y algarrobo. Llevaba en su corazón uno de sus sueños incumplidos: el museo que albergara su producción de tantos años.
Penurias en Moscú
Desaparecido el régimen comunista, la verdad sobre la situación de Erzia luego de su ansiado regreso a tierra natal no tardó en conocerse. No fueron fáciles para el hijo del barquero mordoviano los primeros meses en su patria. Al llegar no encontró ningún apoyo estatal y, como en esos años se dependía exclusivamente del gobierno, debió vivir con muchas privaciones. Después de más de un año, la Municipalidad de Moscú le facilitó un taller para su trabajo y le asignó, además, una pensión de seiscientos rublos, costándole el alquiler la mitad de esa suma.
Como esta resolución estatal significaba cierto apoyo, al permitirse la difusión de sus trabajos, el público comenzó a llegar al taller, especialmente los estudiantes de arte, congregándose los domingos dos o dos mil quinientas personas que formaban largas filas, provocando algunos alborotos. Este hecho, que ahora parece inocente, no lo era en la década del 50, años en que el control estatal era muy fuerte. Aquellos estudiantes, que tanto comenzaron a admirarlo, siempre que llegaban a la casa del Maestro reunían entre todos algo de dinero y se lo dejaban dentro de un libro. Los testigos de la época relatan las penurias que debió soportar, pero comentan que siempre contaba de su vida en nuestro país, citando que él quería mucho a la Argentina.
Reconocimiento y muerte en Rusia
Teniendo en cuenta el interés que demostraba el pueblo y los desórdenes que se producían en las cercanías de su taller, la Academia, que regulaba la actividad de los artistas plásticos, le comunicó al escultor que se autorizaba una exposición de sus obras. Fue, en 1954, el principio de la liberación artística.
El éxito de la muestra no cambió la forma de vida de Stephan Erzia. Siguió trabajando en su taller, dando clase a un reducido número de alumnos, ajeno a los problemas económicos, recluido en sí mismo, hasta que una tarde, el 26 de noviembre de 1959, cuando estaba trabajando en una gran cabeza, de pronto cayó de pie, como fulminado, aún con la herramienta con la que estaba trabajando en su mano. Falleció como él hubiera elegido, sosteniendo el escoplo de acero con el que escribía la historia de su retrato.
Luego de su muerte, su tercer sueño se hizo realidad. La Galería de Arte de Mordovia inauguró en Saransk, su ciudad capital, el Museo Stephan Erzia que conserva cerca de 200 esculturas, la mayor parte de las cuales fueron creadas en nuestro país. Sólo una tercera parte de ellas, por razones de espacio, está expuesta al público.
En la República Argentina el Museo Eduardo Sívori conserva tres de aquellos tesoros, lamentablemente guardados en sus depósitos. En el Museo Quinquela Martín puede también apreciarse una de sus obras y aquella adquirida por la Municipalidad en 1936, se pierde —entre el abandono y la desidia— en un depósito municipal.
Sin embargo, suman decenas las que se encuentran formando parte de colecciones privadas. Quizá, con la colaboración de museos, coleccionistas privados y algún mecenas, se pueda —en un futuro próximo— organizar la Exposición que el artista y Buenos Aires se merecen.
Información adicional
HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año I – N° 5 – 2da. reimpr. – Mayo de 2009
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Categorías: PERFIL PERSONAS, PERSONALIDADES, Artistas plásticos y escultores, Arte,
Palabras claves: Stephan Erzia
Año de referencia del artículo: 1935
Historias de la Ciudad. Año 1 Nro5