*Educador, historiador, investigador, escritor, conferencista, académico, directivo de entidades sin fines de lucro. Presidente mandato cumplido de la Junta Central de Estudios Históricos de la Ciudad de Buenos Aires. Presidente fundador del Instituto Belgraniano del Partido de Tigre. Miembro Correspondiente del Instituto Nacional Belgraniano.
Pocos personajes en la historia de la humanidad son merecedores de ínclito respeto, elogio, gloria y honor como el egregio general don Manuel Belgrano. Su talentosa figura y humildad sin par, hacen que reverenciemos su modelo de vida virtuosa en todos sus aspectos, la cual debe ser tomada de ejemplo por toda la sociedad argentina, americana y mundial.
Para principiar esta comunicación nos situamos en la ciudad de San Miguel de Tucumán, a fines del año 1819. En aquellos días la que luego fuese motejada Jardín de la República, donde se podía encontrar a una parte prominente de la otrora sociedad virreinal en vías de transformación, lucía todo su esplendor contrastante con la incierta situación por la que atravesaba un incipiente proyecto de Nación, el cual por momentos parecía perderse ante la sombra inexorable de la anarquía.
Luego de una vida intensa, azarosa y dedicada por entero a la integración de la Patria naciente, encontramos en aquel terruño al general don Manuel Belgrano, triste, empobrecido, cuasi solo y hasta olvidado.
Sumamos a la situación descripta su harto deteriorada salud que le había obligado a renunciar al mando del Ejército del Norte, convertido entonces en defensivo y de observación, con una tropa mermada, sin recursos y por momentos insurrecta.
Ante tal situación que le limitaba in extremis es que decide regresar a su Buenos Aires natal para culminar sus días. Así se lo comunicó con onda amargura a uno de sus pocos y más fieles amigos, José Celedonio Balbín en estos términos “Yo quería a Tucumán como a la tierra de mi nacimiento, pero han sido aquí tan ingratos conmigo, que he determinado irme a morir a Buenos Aires, pues mi enfermedad se agrava cada día más”.[1]
En tales condiciones se decide a iniciar su último gran periplo, no sin antes ser asistido por el referido Balbín con dos mil pesos plata, los que nuestro general aceptó en calidad de préstamo y con cargo de inmediata devolución cuando el gobierno le abonase los ingentes importes que le adeudaba en concepto de sueldos devengados.[2]
En los primeros días del mes de febrero de 1820 abandonaba con profunda melancolía, pero con su espíritu inalterable la ciudad de su último destino castrense. Aquella a la que había salvado del invasor, contribuyendo con sus dotes de estadista al mayor progreso de su sociedad, bregando incansablemente por cultivar el buen trato y fineza en las costumbres destacando así, una vez más, sus nobles inclinaciones y elevado espíritu.
Entre los pocos, pero buenos que lo acompañaron con fraterna amistad contamos a su doctor, el médico y naturalista Joseph Redhead, su capellán el presbítero José Villegas y dos de sus ayudantes de campo, Gerónimo Helguera Velarde y Egmidio Salvigny. Algo más de dos años antes, el 13 de diciembre de 1817, Belgrano había apadrinado el triple enlace de estos dos oficiales junto a su otro ayudante Francisco Antonio Pinto y Díaz, después general y presidente de Chile, con las hermanas Luisa, Crisanta y Cruz Garmendia y Alurralde.[3]
Así, en medio de un viaje tortuoso, rodeado por una indiferencia colectiva, socorrido por los amigos mencionados y alguna que otra alma caritativa, aquejado por los frecuentes dolores y casi sin pronunciar palabra, arribaba a Buenos Aires el 1° de abril de 1820.
Instalado en su casa paterna situada en la otrora calle Regidor Antonio Pirán 430, recibió los cuidados afectuosos de su familia.
Dicha calle hoy se denomina avenida Belgrano, nominación esta última que lleva en honor a su ilustre memoria desde el 7 de agosto de 1821, cuando Bernardino Rivadavia propendió a su apertura con un ancho de treinta varas convirtiéndola así en avenida.[4]
Algunos días más tarde fue llevado a casa de su hermana en las costas de San Isidro buscando paliativo con un mejor clima y tranquilidad para alivio de su enfermedad. Desafortunadamente, ya no había remedio para su quebrantada salud, regresando al solar paterno donde pasó las jornadas que le quedaban en cama o sentado en su sillón casi inmóvil, recibiendo escasas visitas.
Profundamente abatido por los males que aquejaban su cuerpo, con su alma consternada por las injusticias que veía en su derredor, no de su familia ni amigos, pero sí del tambaleante gobierno, de una situación política insostenible y de una lucha fratricida carente de sentido, llegó el 25 de mayo de 1820, día en que decidió otorgar su testamento.
A efectos de verificar este acto de última voluntad, requirió la presencia en su domicilio del prestigioso escribano Narciso de Iranzuaga, uno de los siete notarios titulares de registro existentes en aquel tiempo en Buenos Aires. Este personaje, a quien le cupo la destacada tarea de redactar en primera persona, lo cual era de uso en la época, el testamento de Belgrano, había cumplido actividades de análisis y estudio acerca de la utilización del puerto de la Ensenada hacia 1799, por encargo del comerciante Casimiro Antonio de Necochea.[5] El 29 de mayo de 1807 fue designado Escribano Público y del Número de Buenos Aires manteniendo su oficina hasta 1831, año en que la vendió a Manuel de Llames.
Cumpliendo el cometido para el cual había sido requerido, el notario procedió de tal forma a consumar el acto en el reverso de un papel sellado de tres reales, con la leyenda “Sello tercero para los años undécimo y duodécimo de la libertad mil ochocientos beinte, y mil ochocientos beinte y uno” (sic) y con el sello que reza “Supremo Poder Executivo de las Provincias Unidas del Río de la Plata”, consignando en el margen la naturaleza del acto “Testamento/del S.or d.n Manuel/Belgrano” (sic).[6]
El documento comienza con la filiación del testador, donde nuestro prócer invoca su calidad de Brigadier de los Ejércitos dejando en claro el rango que le correspondía y por ende cómo debía y debe ser tratado. Continúa diciendo de las Provincias Unidas en Sud América, denominación que figura en el acta de nuestra emancipación política datada el 9 de julio de 1816, siguiendo a su vez con una larga serie de invocaciones religiosas corrientes en la época.[7]
Transcribimos el encabezado del testamento para mayor dato: “En el nombre de Dios y con su Santa gracia amen. Sea notorio como yo Dn. Manuel Belgrano, natural de esta Ciudad, Brigadier de los Exercitos de las Provincias Unidas en Sud América, hijo lexítimo de Dn. Domingo Belgrano y Peri y Da. María Josefa González difuntos: estando enfermo de la […….] que Dios se ha servido darme pero por su infinita misericordia en mi sano y entero juicio, temeroso de la infalible muerte a toda criatura e incertidumbre de su hora, para que no me asalte sin tener arregladas las cosas concernientes al descargo de mi conciencia y bien de mi alma, he dispuesto ordenar este mi testamento…………..”.[8]
Le siguen cinco cláusulas, encomendando en la primera su alma al Creador, disponiendo la sepultura de su cuerpo amortajado con el hábito del patriarca Santo Domingo e inhumado en el panteón familiar existente en dicho Convento.
Cabe acotar que sus padres estuvieron muy vinculados a la Orden de los Dominicos, que se encontraba a escasos metros de la residencia familiar, llegando a ser su progenitor don Domingo Belgrano Peri, Hermano de su Venerable Orden Tercera.[9] Fallecido don Domingo el 24 de septiembre de 1795 su viuda, doña María Josefa González Casero obtuvo licencia para sepultar allí a su esposo, a ella misma y a sus hijos.[10]
En las cláusulas tercera, cuarta y quinta, declara su ser de estado civil soltero, las deudas que poseía y lo que le adeudaban, figurando entre esto último los sueldos de que el Estado le era moroso, designando a su hermano el canónigo Domingo Estanislao Belgrano como albacea y heredero, revocando y anulando cualquier otro testamento o voluntad que hubiere otorgado.
El documento finaliza con las observancias de estilo, la data y la presencia de los tres testigos necesarios para formalizar el hecho, cerrando las rúbricas del testador, cuyo trazo denota la gravedad de su estado de salud y del amanuense.
Respecto de los testigos “…llamados y rogados…..” (sic), corresponde acotar que fueron tres destacados vecinos relacionados con el general Belgrano, nombrados Manuel Díaz, José Vicente Mila de la Roca y Juan Pablo Sáenz Valiente.
Manuel Díaz, nacido en el partido de Las Conchas, actual localidad bonaerense de Tigre en 1775 y fallecido ya centenario en 1881, combatió bajo las órdenes del comandante de aquel puerto Carlos Belgrano, uno de los hermanos del prócer, impidiendo el desembarco de los realistas en aquellos parajes, con destacada actuación en la Reconquista de Buenos Aires de 1807.[11]
José Vicente Mila de la Roca fue un comerciante catalán llegado al Río de la Plata a fines del siglo XVIII, quien extendió la capitulación de Buenos Aires cuando se rindió el ejército británico en 1807, siendo secretario privado del general Belgrano durante la campaña del Paraguay. Falleció en 1854 radicado en Montevideo.[12]
Juan Pablo Sáenz Valiente (1792-1827), fue un acaudalado vecino de Buenos Aires, siendo sus padres, el alcalde de segundo voto Anselmo Sáenz Valiente y Juana María Pueyrredón, colaborador de su progenitor y productor de diversas empresas mercantiles, accionista del Banco de Buenos Aires y de la Sociedad de Minas de Famatina.[13]
Así se encaminaba hacia la Patria Celestial el ínclito general don Manuel Belgrano, percibiendo cómo toda su lucha, desvelos y magna obra peligraba ante la inestabilidad política y social del momento.
Permítasenos hacer una lacónica digresión acotando que nuestro eminente personaje debió ser una persona metafísica. Sabemos que estudió en Europa esta enseñanza interna, pero sin lugar a dudas tiene que haberla practicado, al ser un hombre polifacético, preocupado por el bien común, autor de nobles fundaciones y con una fuerza interior nada común.
Afirmamos lo anteriormente expuesto en el hecho que ante el piélago de calamidades que le tocaron en suerte y hasta expirar, nada turbó su espíritu sereno.
Así, en la aciaga mañana del 20 de junio de 1820, partió hacia el encuentro con el Eterno, de manera apacible, quieta, sin ostentación de ningún tipo, dada la serenidad de su conciencia y la inmortalidad de su alma, perpetuada en su magna obra.
Caben para él tres locuciones latinas aplicables literalmente:
- AD PERPETUAM REI MEMORIAM, es decir “para perpetua memoria del hecho”, porque son múltiples sus nobles acciones, enseñanzas y legados.
- DEFUNCTUS ADHUC LOQUITUR, es decir “difunto aún habla”, porque él permanece vivo a través de su pensamiento y labor infatigable.
- FINIS CORONAT OPUS, es decir “el final corona la obra”, porque su final coronó su magna labor de vida.
[1] GIMENEZ, Ovidio (1999): Vida, época y obra de Manuel Belgrano, 1° edición, Buenos Aires, Ciudad Argentina, p. 720; Confr. BALBÍN, José Celedonio: Apuntes sobre el General Belgrano (informe verbal de Gerónimo Helguera sargento, ayudante del general), Documentos del Archivo Belgrano, tomo I, pp. 239 y ss.
[2] GIMENEZ, Ovidio (1999): Vida y época……….., ob. cit., p. 721; Confr. BALBÍN, José Celedonio: Documentos del Archivo Belgrano, tomo I, pp. 239 y ss.
[3] MIRANDA, Arnaldo Ignacio Adolfo (2007): La familia Garmendia y sus descendientes en las Provincias del Río de la Plata, 1° edición, Buenos Aires, Sociedad Argentina de Historiadores, pp. 40 y ss.
[4] CUTOLO, Vicente Osvaldo (1994): Buenos Aires; historia de las calles y sus nombres, 2° edición, Buenos Aires, Elche, tomo I, pp. 147-148.
[5] CUTOLO, Vicente Osvaldo (1968): Nuevo Diccionario Biográfico Argentino, 1° edición, Buenos Aires, Elche, tomo III, p. 662.
[6] ARCHIVO General de la Nación Argentina (en adelante AGN): Registro 4 de 1820, fs. 120 vta., 121 y 121 vta.
[7] CUNIETTI FERRANDO, Arnaldo José (1970): El testamento de Manuel Belgrano, Buenos Aires, casa Pardo, folleto s/f. (este autor realiza un prolijo estudio en forma escueta consignando la reproducción facsimilar y la versión paleográfica del documento).
[8] AGN: Registro 4 de 1820, fs. 120 vta., 121 y 121 vta.
[9] Igual disposición había adoptado su padre Domingo Belgrano Peri, al otorgar poder para testar el 8 de abril de 1795. En dicho documento pedía ser sepultado “…en la Iglesia de Nuestro Padre Santo Domingo, siendo amortajado mi cuerpo con el hábito de la Sagrada Religión y como Hermano que soy de su Venerable Orden Tercera…”.
[10] GIMENEZ, Ovidio (1999): Vida y época……….., ob. cit., p. 730; Confr. CUNIETTI FERRANDO, Arnaldo José (1970): El testamento…………….., ob. cit.
[11] CUTOLO, Vicente Osvaldo (1968): Nuevo Diccionario………………., ob. cit., tomo II, p. 551.
[12] CUTOLO, Vicente Osvaldo (1968): Nuevo Diccionario…………….., ob. cit., tomo IV, p. 555.
[13] CUTOLO, Vicente Osvaldo (1968): Nuevo Diccionario…………….., ob. cit., tomo VI, p. 541.
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Categorías: ACONTECIMIENTOS Y EFEMERIDES, Bicentenario BELGRANIANO
Palabras claves: Manuel Belgrano
Año de referencia del artículo: 2020