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Parece Mentira

La columna de Carlos Cantini

Un indio en el Tortoni

Carlos Cantini

Gran Café Tortoni, C. 1924. Fuente Google

Es casi unánime que el Tortoni es el café que más nos representa. Por su carácter cosmopolita y su magnificencia. Por el iluminismo que le aportaron artistas, políticos, científicos y personalidades que lo concurrieron. Pero este no es un relato de Civilización. Sino de Barbarie. Porque lo que les comparto hoy es la historia de un indio.

A principios del siglo XX Rosaura era una joven viuda perteneciente a la clase alta porteña que frecuentaba el Café Tortoni cuando iba de compras a la Casa Wright. Siempre acompañada por Casimiro (nombre visionario), un indio ranquel, prisionero de la Conquista del Desierto, que su padre había recibido siendo niño en una repartija y, con los años, cedido para que la asistiese y protegiese en su viudez. No había sitio en la ciudad donde Casimiro se sintiera tan a sus anchas. El salón plano y dilatado. Un pasillo extenso. Todo le recordaba a su pampa. En el Tortoni ajustaba su mayor habilidad como ranquel: la vista. Rosaura conocía esta capacidad genética y lo utilizaba para que le “marcara”, ni bien cruzaban la puerta, cuáles caballeros que se le acercaban a la mesa lo hacían con genuino interés o escondían sospechosas pretensiones. En la pampa el humo es traicionero. Se ve de lejos. Y la mirada de los indios descubre a la distancia: actitud, semblante e intenciones. Luego de varios meses, un buen día, mientras observaba una partida de billar parado sobre la silla (como lo haría desde el lomo de su caballo) sintió el fresco que la puerta vaivén traía de la calle. Había ingresado un caballero solo, con una niña de la mano. Casimiro los miró tomándose un segundo de más para luego sentarse. Como toda respuesta afirmativa bajó la vista llevando su quijada al pecho.

(El negacionismo de una clase dominante nunca permitió que esta historia se popularice. A mí me fue narrada en un hospedaje de ruta en las afueras de Santa Rosa, La Pampa, luego de atravesar el cruce del desierto, por Jacinto, dueño del acogedor sitio de descanso, y nieto de la relación que Casimiro inició con la niña que marcó esa mañana en el Tortoni).

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Año de referencia del artículo: 2020

 

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