Se llamaba Arthur García Nuñez. Fue periodista, escritor, humorista y pensador de excepcional ingenio. En la época de oro de la radiofonía argentina, Wimpi atrapó la atención de la audiencia con sus célebres charlas radiales. Fue libretista de Pepe Iglesias, “El Zorro” y de Juan Carlos Mareco, “Pinocho”, entre otros.
Comenzando la década del 50 la radiofonía argentina estaba en todo su esplendor.
Mileti, “El hombre invisible”; Ferreira Basso, “El otro lado de las cosas”; Américo Barrios, “¿No le parece?”; Juan José De Soiza Reilly, “Asómese a la vida”, “Los Pérez García”, el “Glostora Tango club” y el infaltable Wimpi, eran algunos de los títulos y protagonistas de los programas que captaban la total atención del público mayor de edad.
Comenzaba a hablarse, con cierto escepticismo, de la pronta llegada de la televisión. Los comentarios eran muy variados, encontrándose desde los incrédulos (¿o era desconocimiento?) que decían que no era posible que una máquina de cine proyectara simultáneamente en muchas pantallas, hasta aquellos que esperaban esta maravilla con ansiedad.
Así arribó el año 1951. El 17 de octubre se hizo realidad la primera transmisión oficial del canal estatal, Canal 7. Muy contadas familias de Capital Federal y del primer cordón del Gran Buenos Aires habían podido acceder al costoso aparato que les permitiría ver ese espectáculo. Una antena con la dirección Este-Oeste delataba a quien poseía un receptor y las casas de artículos del hogar comenzaban a exhibir uno funcionando, donde el público —sin distinción de edad— se reunía a mirar con cierta sorpresa y mucha curiosidad.
Recién en la década del 60, con la proliferación de fábricas de TV y la aparición de los canales 9 y 13 se comenzó a popularizar la TV. Muy pronto entrarían al aire Canal 11 y luego el 2.
Eran tiempos de radios a válvulas, que tardaban segundos —y hasta minutos— después de encendidas, para que se hicieran audibles. Radios que continuaron con su liderazgo hasta entrada la década del 60, cuando comenzó su ocaso.
Los 40 y 50 eran años donde podía prácticamente escucharse la radio por la calle, pese a que todavía no existían las de transistores. ¿Cómo? Simplemente caminando por una vereda de barrio y escuchando la voz que salía de las casas ya que todas estaban sintonizadas en la misma emisora. Toda una magia irrepetible donde el radioescucha ponía la escenografía y hasta, en algunos casos, jamás llegaba a conocer al periodista o actor.
¿Quién fue Wimpi?
Wimpi fue un fenómeno irrepetible de la radiofonía argentina, que reunía la profundidad ligada a la simplicidad. Interesaba tanto a un analfabeto, que sin duda lo entendía, y a un erudito que seguramente encontraría una nueva pista de conocimiento o de investigación.
Para seguir con la tradicional soberbia porteña diremos que Wimpi fue un genio “rioplatense”.
Cuando un uruguayo pasa inadvertido, es decir como un ser humano común, nos referimos a él como lo que es: un uruguayo.
Pero si, en cambio se trata de Horacio Quiroga, Roberto Tálice, Julio Sosa, Florencio Sánchez, el Conde de Lautremont, Mario Pardo, Juana de Ibarbourou, Cayetano Silva, Julio Pardo, Juan Carlos Onetti, Enrique Saborido, Gerardo Mattos Rodríguez, José Razzano… y otros, ya no se dice escritor, poeta, autor, compositor o intérprete nacido en Uruguay sino “rioplatense”.
Ratificando esa arrogancia diremos que el uruguayo rioplatense Arthur García Núñez, que posteriormente se bautizara Wimpi, nació en Salto, Uruguay, un 12 de agosto de 1906.
El humor y el absurdo que siempre acompañaron su obra lo saludaron ya desde su llegada al mundo; por error del empleado del Registro Civil es anotado como Núnez con “n” en lugar de “ñ”. ¡Y eso que en esa época no existían las computadoras carentes de “ñ”!, de manera que se trató simplemente de un error.
Según Horacio Ferrer, fue el único hijo del matrimonio entre una brasilera y un hacendado uruguayo de acomodada situación económica, mientras que el periodista Alfonso Rey menciona a dos hermanos, que lo acompañaron fielmente en los finales de su vida.
Se trataba de Mario y de Luis. No queda claro si estos hermanos lo eran por parte de padre o madre, dado que los progenitores de Wimpi se separaron cuando apenas contaba con siete años de edad, y en ese momento era hijo único. Disuelto el matrimonio, Arthur se instala con su madre en Buenos Aires, en el barrio del “caserón de tejas”. Allí, en Belgrano, cursa la escuela primaria en el colegio “Casto Munita” y posteriormente el secundario en el “Mariano Moreno”, del barrio de Almagro.
Como un fugaz y huidizo cometa orbita en las facultades de Medicina, Ingeniería y Derecho, pero ninguno de esos estudios le interesa. Quizá, porque le interesan todos.
Wimpi era un típico autodidacta; un espíritu renacentista para el cual todo es motivo para el asombro del hombre, ese hombre al cual llamará en sus columnas orales o escritas, el “tipo”.
A los diecisiete años, cuando ya había dejado los claustros universitarios y su madre contrae un nuevo matrimonio, decide cumplir con un sueño postergado desde los catorce.
Había tenido a esa edad un poderoso shock emocional, un contacto lindante entre lo mágico y lo revelador, una puerta abierta hacia el abismo infinito del misterio: la lectura de Horacio Quiroga.
El destino lo llamaba a seguir las huellas del Maestro y compatriota Quiroga, y con algo de dinero y un exiguo equipaje se encamina hacia la Meca: el Chaco. Trabaja de hachero y luego como empleado de la Dirección de Tierras y Colonias.
Dos años en contacto con la dureza climática ponen fin a su experiencia, y con los diecinueve años retorna a Buenos Aires junto a su madre.
En contacto con los gauchos descubre lo férico del paisaje humano del hombre de campo.
De allí saldrán Cuentos del Viejo Varela, El fogón del Viejo Varela y Los cuentos de Don Claudio Machin.
Parte nuevamente, esta vez al Salto Oriental, a la estancia paterna, donde, realizando todo tipo de tareas, se integra con la paisanada, captando la riqueza de su ingenio.
Descubre el mal uso dado a la palabra cultura: el hombre común de campo, en esos tiempos, era analfabeto y por lo tanto tildado de inculto: Arthur descubre en esos hombres sabiduría, profundidad y humor.
Quizá por eso, el posteriormente auto bautizado Wimpi, en su pensamiento y humor sea simultáneamente sencillo y profundo.
Es bastante común confundir profundidad con complejidad innecesaria y lenguaje simple con superficialidad. Nada más erróneo. Lo profundo puede expresarse en forma clara y comprensible y muchas veces lo abstruso esconde superficialidad.
Año 1928. El joven Arthur ya tiene 22. Tres años en la estancia han generado muchos choques con su padre, un rígido patrón feudal a quien molesta que su hijo tenga trato llano con la peonada.
Viaja a Montevideo, donde el clima cultural lo atrapa.
Ya está totalmente entregado a estudiar para obtener su “título de autodidacto”.
Antropología, física, psicología, sociología, historia, química, biología, literatura, filosofía, son algunas de sus pasiones. El centro de todo siempre es el “tipo”.
Ese hombre esclavo de sí mismo, que gasta su vida para vivir, le provoca asombro. El asombro platónico, padre de toda la filosofía.
Entiende la pasión por el dinero como medio y no como fin.
Con humor sarcástico (del griego sarkasmós, risa amarga) se ríe del tipo que al decir de Homero Manzi “no está en el misterio”.
Viene al caso recordar un fragmento de una de las tantas charlas radiales en las que Arthur ya es Wimpi. En ella se refiere al afán desmedido del “tipo” que siempre quiere más y más.
Dice así:
“Una vez un pobre millonario invitó a un rico tipo a contemplar su colección de joyas.
Fulguraban como soles.
Cuando terminó la entrevista el rico tipo se despidió diciendo:
-Le agradezco a usted que haya compartido conmigo este tesoro.
-¡Cómo compartido, si sólo lo ha mirado!
-¿Y qué otra cosa puede hacer usted con él?”
Volvamos al Montevideo de 1928, a los 22 años de Arthur.
Como nuestro Roberto Arlt, también profundo buceador del alma humana, ingresa al periodismo haciendo policiales. Como el autor de Los siete locos, sus crónicas tienen esa alquimia de misterio, humor y costumbrismo.
Las columnas de El Imparcial de Montevideo ya llevan el sello del futuro Wimpi.
Parafraseando a Manzi, Wimpi “ya estaba en el misterio”. Entra en esa redacción portando extraños libros de esoterismo y física cuántica, de neurobiología y de la naciente cibernética, pero a todo esto le suma una excepcional generosidad sin límites. Primero la amistad y el prójimo, luego él.
Cobra una herencia familiar importante, pero simultáneamente se entera que un trabajador del taller del diario posterga su casamiento por falta de recursos económicos. La decisión es inmediata. Juan Carlos Mareco, de quien luego Wimpi sería libretista y amigo, relató el hecho al periodista Alfonso Rey: “Tomá estos tres mil pesos —le dice Wimpi al trabajador del taller— y llevá a la botija al Registro Civil”.
Años después, cuando ya cubierto de fama y gloria ganaba fortunas, le agradecería a su esposa la administración de sus cuantiosas ganancias. Y a propósito de su desmedida generosidad decía que “si no fuera por Caracol, yo andaría por la calle con un tachito, pidiendo comida”.
Aclaremos lo de “Caracol”. Durante su noviazgo, Wimpi le había dicho cierta vez a su Raquel “tu nombre tiene para mí resonancias musicales de caracol marino. Te llamaré Caracol.”
Muere Arthur García Núñez y nace Wimpi
Arthur García Nuñez ya tiene 29 años.
Era un hombre de complexión gruesa, de puños fuertes y gran fuerza física. No sabemos exactamente cuál era su estatura. Sin duda era más bien bajo. En una fotografía de fines de 1955 aparece saludando a su antiguo compañero del colegio Mariano Moreno. Se trata del almirante Isaac Francisco Rojas, en ese momento vicepresidente de la República, y según puede observarse ambos son de una estatura similar, aunque la de Wimpi parece menor que la de Rojas.
Dejó El Imparcial, pasó por el vespertino Uruguay, de Natalio Botana, y luego ingresa en El Plata.
Piedra Libre se llama el programa radial donde Arthur comenta, a modo de consultorio sentimental, inquietudes y experiencias de los oyentes.
Y justo aparece “ella”. Tiene veintitrés años. Se trata de una delicada y sensible vecina con quien diariamente Arthur intercambia sonrisas en la calle.
Cierta vez le dice a quien luego llamaría Caracol: “No deje de escuchar mi audición de hoy”.
Por medio de Piedra Libre Arthur da piedra libre a su pasión por Raquel Notaroberto. A través de la radio le declara su amor, naciendo así una pasión que sólo morirá cuando Wimpi se retira de la vida física en septiembre de 1956.
Se había casado con Caracol el último día de septiembre de 1939 cuando el fuego irracional invadía al mundo con la absurda guerra mundial.
Ya se llamaba Wimpi por decisión propia y así lo relata en su libro Vea Amigo:
(…)”Félix García Sarmiento, se puso Rubén Darío: nombre de pastor judío y rey persa. Neftalí Reyes se puso Pablo Neruda, nombre de apóstol y exótico apellido checo. Friedrich von Hardemberg se puso Novalis: parecen las primeras notas de una barcarola.
¡Entonces qué se iba a poner uno si ya la gente importante se había puesto todo!
Se puso Wimpi. Una vez cierta oyente cultísima le habló a uno por teléfono para preguntarle si Wimpi había sido algún personaje de la mitología nórdica. A ella le sonaba esa W del principio a cosa del Walhalla, el Olimpo de los dioses nórdicos.
Había muchos personajes en aquel sitio y sus contornos que empezaban con W: las Walküren, aquellas mujeres guerreras que se cortaban un pecho para poder apoyar el arco; el gigante Wafzudnir; Wodan, padre de los dioses.
-No, amiga, no. Wimpi es el apellido del gordito ése que anda siempre con el marinero Espinaca. Popeye. El gordito se llama J. Wellington Wimpi.
La oyente colgó.
(…) Pero ¡hete aquí! —como dice la gente correcta— que en la exposición canina de Palermo, acaba de ganar el primer premio un perro pelo duro que se llama Wimpi.
Ahora sí, que uno está seguro de perdurar. Cierra, uno, los ojos, amigo y ve la escena, en sexto grado, en una escuela de aquí cincuenta años. El niño pasa al frente. La clase es de Historia.
El maestro pregunta: —¿Quién fue Wimpi?
Y el niño responderá: —Wimpi fue un charlista pelo duro de Radio El Mundo que ganó el primer premio en la exposición canina de Palermo.
¡Que linda que es la inmortalidad!, amigo”.
Radio Carve
A mediados de la década del 40 Wimpi ingresa en Radio Carve, y se produce su feliz encuentro con el muy joven Juan Carlos Mareco, un estudiante de Derecho becado por el Liceo de Carmelo, que se destacaba por sus dotes artísticas y la flexibilidad de su voz en las famosas troupes estudiantiles.
La oportunidad se le presentaba en Radio Carve, pero su familia no veía con buenos ojos que un Mareco y becado, estuviera haciendo programas cómicos e imitaciones por radio.
El dúo ya nacía: libretos de Wimpi para el hombre de las voces múltiples, pero el problema era la presión social para un jovencito de una familia conocida de Carmelo.
Hay que buscar un seudónimo, y el mismo Mareco propone llamarse Pinocho.
De inmediato Wimpi elabora una metáfora: “Estupenda idea. Supongamos que el viejo fabricante de muñecos (Gepetto), al crear su mejor títere, le roba el alma a una calandria. Y así, como la calandria imita a los pájaros, nuestro Pinocho se lanzará a los caminos imitando tipos humanos.”
Wimpi inicia una etapa de idas y venidas de Montevideo a Buenos Aires.
En el vespertino porteño Noticias Gráficas inicia su columna,“La taza de tilo”, luego “Los cuentos del Viejo Varela”. En 1948 ya es solicitado por muchos y diferentes diarios, revistas y radios de Buenos Aires y Montevideo.
En Radio Belgrano, una de las emisoras más escuchadas, hacen furor sus libretos interpretados por Pepe Iglesias “El Zorro”. “Pinocho”, “El Zorro”, “La Craneoteca de los Genios” y las “Charlas de Wimpi” son escuchadas por todos.
Los personajes creados por nuestro biografiado e interpretados por Mareco o Pepe Iglesias ganan la calle. En todos encontramos un humor profundo, creativo, fino, filosófico, un humor que desaparece cuando detrás de la espontánea carcajada venía la obligada reflexión, donde lo light contemporáneo quedaba excluido.
En 1952 aparece El Gusano Loco que agota inmediatamente tres ediciones.
Wimpi está dedicado únicamente a la radio y a sus escritos finales.
Duerme apenas tres horas por día. Cada vez más café, mate y cigarrillos.
En junio de 1956 un primer infarto intenta ser como una advertencia. Tres meses después, el domingo 9 de septiembre, se nos va cuando acababa de cumplir medio siglo.
La obra de Wimpi
De sus diez libros, solo dos de ellos fueron editados en vida. Los ocho restantes son recopilaciones de sus columnas en diferentes diarios, revistas y de algunos programas radiales. Gran parte de la obra, aquella que se emitiera por tanto tiempo por el “éter”, seguramente se ha perdido. Solo pocas se conservan grabadas y editadas, ocurriendo lo mismo con las columnas de los diarios y revistas.
Quien más publicó a Wimpi fue la desaparecida Editorial Freeland. Allí vieron la luz Ventana a la calle, Viajes alrededor del sofá, La taza de
ilo, Cartas de animales, El gusano loco, Vea amigo, Los cuentos del viejo Varela, La risa, Los cuentos de Claudio Machin, El fogón del viejo Varela y La calle del gato que pesca. En la solapa de algunos libros de esta editorial se menciona la próxima aparición de Los craneolitos. No sabemos si llegó a editarse.
Algunos testimonios sobre Wimpi:
Manolo, su sastre.
(Citado por Horacio Ferrer).
“Sí, el amigo Wimpi fue un ser excepcional. Toda vez que él venía a vestirse aquí solíamos charlar muy largo. Era, por cierto una delicia dialogar con su infatigable ingenio; atender a su sonrisa; disfrutar de su restallante palabra.”
Juan Carlos Mareco:
“Un ser excepcional, único. En él todo era ingenio y sabiduría.”
Roberto Goyeneche:
“Cerebro único. Una vez, en la Radio mientras esperaba la hora de salida al aire hablé con Wimpi. No sé por qué le pregunté: dígame Wimpi, ¿a usted que le sugiere un hombre que está pescando?
Wimpi me contestó de inmediato: es un marionetista manejado desde abajo del agua…”.
Algunos fragmentos
“El desagerao” (de Cuentos del viejo Varela).
“Pedro Sotillo era lo más exagerado para todo.
En las atenciones y en los castigos.
Tanto invitaba con ginebra al caballo —un overo poroto— cuando le aguantaba el resuello en algún tirón medio temerario, como curtía a lazo a la bataraza cuando se le empedernían los huevos y se pasaba dos días sin poner.
Dijo, una vez, en rueda aparcera, el viejo Nicasio Ituño:
-Una ocasión yendo por el callejón e’ los Gómeces, lo picó una pulga a Pedro Recalde y al él querer manotiarselá, ella de’un salto le ganó la delantera.
Tonce Recalde le cerró piernaj’al montao ¿no? ¡ y a lonja y rodaja! Galope y galope nomá se apeó, se le echó encima, dispué e’ revolcarse loj do un rato pudo redotarla y, cuantito la vió redotada, sacó el caronero y la degoyó”.
Elogio de la mentira
(de Los cuentos de don Claudio Machin)
“En el año 1911, Hans Vahinger, de la Universidad de Halle, publicó un libro titulado “Die Philosophie des Als Ob”, La filosofía del Como Si. Vahinger le llamó a su sistema “positivismo idealista”. Pero se lo conoce, más bien, por ficcionalismo.
El autor demuestra que el conocimiento es un resultado del esfuerzo que el hombre realiza para adaptarse al medio: consiguientemente, viene a constituir una función creada por la especie para su conservación.
El pensamiento, en la ciencia y en el mundo, trabaja con “ficciones”. El hombre sabe que esas “ficciones”, a las que utiliza como instrumentos para realizar sus fines, son ficciones, en efecto.
Dicho de otra forma: las considera como suposiciones que sirven de ayuda, pero que no son verdad.
Empero, él las usa “como si” lo fueran. El “como si” —als ob— pues, es un recurso fundamental en la construcción del conocimiento del que luego se hace gala.
En psicología el hombre considera al “YO” “como si” fuera una sustancia. Y al “Hombre Económico” en Economía, “como si” fuera un ente palpable.
Y al concepto de libertad en Política, “como si” la libertad, en Política, consistiera en otra cosa que en un derecho al pataleo.
La materia, por ejemplo, no es verdad.
Henri Poincaré, la más alta autoridad europea de fines del siglo XIX, reconoció que uno de los descubrimientos más asombrosos que los físicos hubieran anunciado, ya en aquella época, fue de que la materia no existe.
Apenas ocurre que los sistemas de soles atómicos, girando a una velocidad de 200.000 kilómetros por segundo, conceden a la materia esa apariencia de continuidad. De la misma manera que cuando una rueda gira rápidamente, diríase que los rayos forman un disco macizo.
Merced a la pavorosa velocidad con que se desplazan en sus órbitas, las partículas electrónicas impiden el paso de la luz por la distancia que media —por el hueco que queda— entre un átomo y otro.
Pero si esos sistemas de soles atómicos se detuvieran, o si sólo disminuyese su velocidad, los cuerpos constituidos por átomos tornaríanse invisibles.
Estamos entonces enterados de que los espíritus no crean la verdad ni la falsedad. Crean creencias. Y una creencia es verdadera cuando existe un hecho correspondiente a ella y es falsa cuando el hecho correspondiente no existe.
Pero esa correspondencia entre el hecho y la creencia, se obtiene, en el mundo, por medio de la convención.
La verdad es, apenas el fruto de una serie de convenciones.
Recién cuando se conviene en que algo sea verdad, es que llega a serlo. Tres naipes del mismo palo, son tres pedacitos de cartulina con figuras de color semejante.
Pero cuando se ven afectados por las leyes del truco, son “flor”. Porque se convino de antemano en que lo fueran.
La verdad, pues, así considerada -sin directivas y sin aprensiones- carece de fuerza para detener al honrarlo mentiroso.
Claro que hay que establecer una diferencia entre “mentira” y “engaño”.
“Mentira” viene del latín “mentiri”, de “mentior”: imaginar; de “mens”, “mentis”: imaginación; del sánscrito “mavis”: inteligencia; de “man” , pensar.
“Engaño”, viene, simplemente, de “en-ganno”, “ganno-en”: sacar provecho. (…)
EL GAUCHO “BOLACERO”: UNA ACTITUD LÚDICA.
(…) Nadie ha incidido, aún, animosamente, en la rica veta de esa mentalidad que, no siendo la de un primitivo propiamente dicho, ha quedado fuera de los estudios de Levy-Brühl, de Franz Boas, de James Frazer y de tantos otros -anteriores y posteriores- que desde antes de “La mentalidad primitiva”, hasta después de “La rama dorada”, se ocuparon de las conciencias pre-lógicas. El gaucho únicamente fue considerado por los detractores o los panegiristas de su condición y significado.
No se abocó, seria y honradamente, aún, a su observación crítica, nadie que hubiese sido capaz de realizar, utilizándolo como elemento rezumante de temas, direcciones y sentidos, una faena de investigación, revelación y decantamiento, como las que se han cumplido en torno al aborigen.
Repetimos que, en lo que no es personal, carecemos -al menos por ahora- de la aptitud que ese trabajo reclama.
Pero hemos consignado la ausencia de todo estudio serio sobre la mentalidad del gaucho, para explicar por qué somos nosotros, apenas, quienes señalamos la importancia que tiene, para su estimativa psicológica, la predisposición por lo exorbitante que aparece en sus narraciones.
En tanto que la lírica, en su significado esencial, es un movimiento que suele desvincularse del entendimiento lógico,están arrecidos de una suerte inusitada -y enérgicamente caracterizadora- de lirismo, estos cuentos gauchescos.
En los altos de las patriadas, en las treguas de las travesías, en la pulpería tradicional -ocasiones nunca desaprovechadas para contar- el gaucho ha pasado, muchas veces sin él mismo advertirlo, de la narración del “sucedido” a la más fantástica de las patrañas.
Empero, “el intento de aturdir la imaginación mediante una fantasía exorbitante, cuantitativa o cualitativamente, no opera sólo como función poética o forma lírica.”
Es una típica función lúdica. Y la función lúdica -el juego como tal- está llena de sentido.
“Todo juego significa algo.”
Se ha tratado de establecer la razón y la finalidad biológicas del juego -de la actitud lúdica, que lo es, también, la de quien tiende a producir un efecto sorprendente, con la exageración de que reviste a sus relatos- a través de muchas teorías.
Van ellas desde la que estima al juego como la liberación de un exceso de energía vital, pasando por la que lo considera como una descarga inocente de impulsos dañinos, hasta quienes sostienen que puede consistir en un ejercicio que adiestre para desempeñar futuras actividades serias que desde ya se intuyen.
Véase, pues, de cómo el estudio del gaucho “bolacero”, de la “fantasía creadora”-por emplear un término de Jung- del gaucho, de su actitud lúdica, podría constituir un recurso importante en la formulación de su psicología, y, consiguientemente, en el replanteo de su significado histórico.”
Wimpi, aunque desconocido por muchos, hoy sigue siendo un paradigma de otra época, con otros valores humanos. Puede ser que alguna vez vuelvan a tener vigencia. Será tal vez entonces, cuando nuestro querido personaje será seguramente revalorizado. f
Bibliografía
– REY, Alfonso, Estampas bravas, Ediciones Cooproart Ltda., Buenos Aires, 1973.
– WIMPI, Textos varios, Editorial Freeland.
– DÍAZ, Geno, Nota e ilustración, en Revista Gente, Buenos Aires, 8 de abril de 1973.
– FERRER, Horacio y SÁEZ GERMAIN, Alejandro, “Wimpi”, en Revista Gente, Buenos Aires, 31 de julio de 1969.
– Testimonios orales de Juan Carlos Mareco, “Pinocho”, y Roberto Goyeneche.
Información adicional
HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año V N° 25 – Febrero de 2004
I.S.S.N.: 1514-8793
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Categorías: PERFIL PERSONAS, Varón, PRENSA,
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Año de referencia del artículo: 1950
Historias de la ciudad. Año 5 Nro 25