Desde el 4 de junio de 1946 el general Perón y su segunda esposa, María Eva Duarte de Perón, vivieron en el Palacio Unzué. He aquí algunos detalles de sus vidas en esa mansión hoy desaparecida, que integran el Capítulo 1 del libro de la autora: “Eva Perón. La Historia Secreta”.
La residencia presidencial
El predio ubicado entre las Avenidas Alvear (actual Libertador General San Martín) y General Las Heras y entre las calles Agüero y Austria —donde hoy se encuentra la Biblioteca Nacional—, en el coqueto barrio de Palermo Chico, fue durante muchos años, Residencia Presidencial. La superficie total se veía privada de una pequeña porción de tierras, ocupada por la mansión de la familia que encabezaba Honorio Pueyrredón, sobre Las Heras en la esquina con la calle Agüero (actual Plaza de Lectores de la Biblioteca Nacional). De la casa original de los Pueyrredón sobrevive el arco con balcón sobre Avenida Las Heras.
La casa principal, es decir, la residencia propiamente dicha, constaba de una edificación suntuosa de dos plantas, emplazada en el centro de un amplio parque con un armonioso jardín, un grupo de garajes, dependencias de servicio, el casino de oficiales de la custodia, un departamento a tal fin y edificaciones linderas independientes para vivienda del personal.
Se erguía, igual que la mayoría de las edificaciones adyacentes, en una superficie elevada, una barranca natural que se defendía de las inclemencias pasadas del Río de La Plata, sobreelevación que aún se puede apreciar en la actualidad.
La residencia presidencial era conocida como el “Palacio Unzué”, ya que en 1937 cuando el Estado Nacional la expropió, pertenecía a esta tradicional familia. La utilidad pública de la casa, inherente a toda expropiación, era convertirla en residencia permanente de los presidentes argentinos y sus respectivas familias en la Capital Federal. En rigor de verdad, a excepción del presidente general Edelmiro J. Farrell que solía pernoctar en el Palacio, el primer mandatario que vivió con continuidad allí, fue el general Perón.
Los presidentes anteriores utilizaron la residencia de la calle Suipacha 1034, también en Buenos Aires.
El jardín de Rubén Darío
A pedido de la familia Unzué, el jardín fue diseñado y realizado por Rubén Darío. De estilo poético, con toques románticos y exóticos, era el marco adecuado que se merecía ese maravilloso palacio.
A los pies de la escalera de acceso a la residencia colocó el poeta plantas de ámbar, que al florecer perfumaban la entrada y le otorgaban prestancia con sus grandes flores blancas. Un pequeño oasis formado por un conjunto de veinte palmeras apiñadas ante un pequeño estanque, que brindaba alojamiento a cientos de sapos, se veía desde la casa.
No dejaba de sorprender al visitante un pino que crecía paralelo a la tierra, inclinado, y a lo largo de su tronco nacían claveles del aire que creaban una visión de ensueño. Todavía se puede apreciar un inmenso gomero sobre la calle Austria, que servía de referencia al matrimonio para sus paseos.
Durante los seis años que vivió allí Evita, se sentaba junto con Perón en los primeros peldaños de la escalera de entrada, desde donde les llegaba el aroma arrobador de flores, plantas y rocío, para poder dialogar en privado.
Finalmente, el parque de la residencia fue testigo del entierro de alguno de los caniches del general.
La casa
La planta baja no tenía prácticamente utilidad para el matrimonio. En el primer piso eligieron instalarse; contaban con un dormitorio principal, otro de huéspedes, vestidores, biblioteca, escritorio y un pequeño comedor diario, además de las dependencias de servicio y administrativas. La escalera de mármol que conducía a la primer planta tenía forma de “Y”; también había un ascensor, pero se encontraba del otro lado de la casa entre la biblioteca y el salón dorado. De esta bifurcación de la escalera, se podía ir al ala derecha o al ala izquierda y estas alas daban a su vez a un balcón interno que permitía observar la planta baja.
Se destinó un pequeño departamento para el hermano de Evita, Juan Duarte.
En el segundo piso había preparadas habitaciones para que el personal hiciese uso de ellas de ser necesario. Contaba también con dependencias del garaje presidencial dentro del predio.
El personal
Eran autoridades de la residencia un Intendente y un Subintendente. Mientras en Palermo no había mayordomo, sí existió el cargo en Olivos, donde el presidente y su familia debían permanecer por expreso cargo del donatario, al menos un mes del año.
El personal estable que trabajó hasta la revolución de 1955, provenía, salvo pequeñas modificaciones, mayoritariamente de gestiones anteriores, algunos por ejemplo desde 1938 y estaba integrado por cuatro mozos, un cocinero, un carpintero y un electricista. Dos hombres colaboraban con el presidente en cuanto su arreglo personal. Una mujer, que se integró con posterioridad a la asunción del general Perón, sería la persona de confianza de la primera dama y junto con el último intendente, prácticamente los únicos empleados que ingresaron a la mayordomía luego de habitar el matrimonio la residencia.
Fuera del núcleo mencionado, algunas otras personas trabajaban en distintas oficinas, como la que se encargaba de leer la correspondencia que llegaba de todo el mundo para el presidente, o la oficina del Jefe de la Casa Militar. Se sumaría también personal de la ayuda social que tendría a su cargo la clasificación de la correspondencia que llegaba para Evita, con pedidos diversos. Ella utilizaba esa oficina como despacho, pues no tenía escritorio propio.
La custodia asignada al presidente contaba también con casino y un departamento; eran oficiales y suboficiales provenientes de la Guardia de Infantería de la Policía Federal. Un número reducido tenía contacto con Perón y Evita, aproximadamente treinta personas en total. El primer Jefe de Custodia Presidencial para el general fue el comisario Vindé, en el caso de Eva Perón se trató del comisario Limeres. Ambos fueron sustituidos luego por Zambrino y Mileo, respectivamente.
Vida y costumbres
Desde el primer día Perón se levantó siempre a las cinco y treinta de la mañana. Evita lo hacía un poco más tarde, sobre todo en los últimos tiempos de su vida, dado que se acostaba a la madrugada. En un principio ambos se retiraban alrededor de las veintidós horas. Si el presidente prolongaba sus actividades por la noche, debido a una velada de gala o algún agasajo, sus horarios de día continuaban invariables.
Desayunaba en la residencia, solo o con algún colaborador inmediato. Trataba de llegar siempre entre las seis y veinte y las seis y treinta a la Casa de Gobierno. Aprovechaba el trayecto para dar un pequeño paseo por la ciudad, todavía a oscuras. Si concurría al odontólogo retrasaba su llegaba hasta las siete de la mañana.
Volvía, salvo imprevistos, a las doce en punto para almorzar. En los primeros años siempre lo acompañaba Evita; después, debido a sus actividades, lo hacían en contadas ocasiones, durante los fines de semana y en los cumpleaños o jornadas festivas. El menú que preparaba el cocinero era amplísimo, pero sencillo. Jamás pedían una comida determinada y mucho menos exótica.
Perón dormía una siesta de una hora o cuarenta y cinco minutos a posteriori del almuerzo y Evita salía por algún compromiso o para el Ministerio de Trabajo y Previsión (actual Palacio de la Legislatura Porteña).
A las quince o dieciséis, el presidente retornaba a la Casa de Gobierno o se quedaba excepcionalmente en el escritorio de la residencia, donde firmaba los despachos. Las rúbricas las hacía con lapicera estilográfica y como había que esperar buen rato para que estuviera completamente seca, apoyaba los libracos ocupando todos los sillones y sillas que tenía a tiro, por lo que el valet de turno permanecía a su lado ayudándolo en esos menesteres. Si esta tarea no se hacía en la semana, el sábado era el día indicado.
Si se quedaba a almorzar en la casa de gobierno, un edecán o su secretario privado llamaban a la casa y uno de sus colaboradores personales le alcanzaban ropa limpia y, acorde con el protocolo, si debía concurrir a un acto oficial o militar.
A Perón le gustaba la carne bien cocida, casi quemada; la acompañaba con un vino de mesa tinto al que agregaba otro tanto de soda y con un tenedor revolvía el líquido para sacar un poco de gas. Las bodegas de San Vicente y de la propia residencia rebalsaban de botellas de vino finísimo, presentes que enviaban de todas partes del mundo. Como nadie las consumía el General se preguntaba “¿quién tomará todo esto?”
Evita prefería las milanesas con papas fritas. A Perón le gustaba comer cada tanto un buen plato de tallarines con salsa boloñesa. Era amante de la “comida tranquila”, de la parsimonia entre plato y plato, por lo que solía quejarse de que los mozos retiraban muy rápido la vajilla; “parece que nos están echando”, se quejaba. De frutas o jugos ambos preferían pomelo, porque la naranja y la mandarina no le caían muy bien al general.
Evita no fumaba, Perón sí. En su cigarrera se colocaban 5 cigarrillos rubios y 5 cigarrillos negros (por lo común Particulares y Saratoga unos años más tarde). Si estaba en su escritorio leyendo o estudiando algún tema pedía un pocillo de café negro y encendía un cigarrillo.
Por lo común, tenía buen sentido del humor, aunque era muy concentrado, no disfrutaba de reuniones, ni cumpleaños o fiesta alguna. Prefería estar solo con su esposa, sin familiares; a pesar de ello cuando los recibían era muy atento y cordial. “Las visitas son lindas cuando llegan y cuando se van” era la frase repetida por él.
Lo importunaban las reuniones partidarias donde por enfrentamientos internos se armaban discusiones sin fin; en esos momentos se daba media vuelta y pedía que lo llamasen cuando estuvieran de acuerdo.
Leía y estudiaba muchísimo; preparaba él mismo sus discursos o conferencias, pasando horas encerrado en su escritorio entre libros y papeles. En estas ocasiones exigía silencio absoluto.
Las diversiones o distracciones no eran muchas: el General y Evita concurrían a espectáculos deportivos; daban a solas algún paseo en auto por la ciudad.
Perón era hincha de Boca Júniors, aunque se ha creído erróneamente que pertenecía al Racing Club debido al apoyo que esta entidad recibió de manos del ministro Cereijo, tan fanático que la gente, para referirse a Racing Club hablaba de “Sportivo Cereijo”.
Los viernes por la noche partía la mayoría de las veces a San Vicente, de donde retornaban los domingos por la tarde. Cuando se quedaban en la capital, todos los que estaban en la residencia veían junto a ellos los filmes que les enviaban de la Subsecretaría de Informaciones.
Al general le gustaba también probar alguna moto; un día, por ejemplo, la custodia lo perdió y él llegó hasta Saavedra. No le gustaba manejar de noche.
Tanto en San Vicente como en la residencia, él demostraba vastos conocimientos de botánica. Sabía los nombres científicos de las plantas, aún de las variedades más exóticas, sorprendía al jardinero reconociendo las distintas especies y sus requerimientos de agua, fertilizantes, etcétera.
Los perritos caniches eran su distracción preferida, se desesperaban al verlo y él con un golpecito con las palmas a modo de seña, lograba que pegaran un gran salto para tenerlos entre sus brazos.
Lo primero que preguntaba al levantarse era la hora en que Evita había vuelto. Como ella escuchaba su pregunta desde la cama, todos le decían “llegó a las once” y con la mano, por abajo, le mostraban con los dedos la verdadera hora, gran parte de las veces, luego de las dos de la mañana.
El matrimonio tenía su dormitorio, pero cuando Evita llegaba tarde dormía en la habitación de huéspedes. Especialmente en los años de mayor actividad de Evita, descansaban en habitaciones separadas.
Respecto a los amigos, la señora de Alberto Dodero venía a saludar seguido a Evita. Vivía a pocos metros de la residencia, sobre la calle Gelly y Obes, donde actualmente funcionan dependencias del Ministerio de Justicia de la Nación.
Si ella descansaba en el dormitorio matrimonial, el personal despertaba al presidente golpeando la puerta,exactamente a las cinco y treinta de la mañana.
Muy de vez en cuando ponían música en el tocadiscos. Perón trajo de su departamento en la calle Posadas su propia colección de grabaciones clásicas o tropicales.
Bebidas blancas no consumía ninguno de los dos; él soólo vino común en la mesa y excepcionalmente un whisky cuando había invitados; ella gustaba de una copita de oporto muy de tanto en tanto.
La residencia era una casa de trabajo. Los fines de semana el general mantenía idénticas costumbres que el resto de los días, salvo en lo relativo a ir a la casa de gobierno. Se levantaba a la misma hora y ella aprovechaba para descansar un rato más, ya que se acostaba muy tarde. Dormía la siesta. Si no lo hacía. Caso contrario ella iba a algún hogar de tránsito u obra en construcción para ver si todo marchaba bien. Luego de la siesta se proyectaban prestrenos.
Para las fiestas de Navidad o Año Nuevo, Evita tenía siempre una atención con los que diariamente trabajaban a su lado: una tarjeta de salutación con la sidra y el pan dulce, que entregaba personalmente. Para Perón se trataba de un día más.
El cuarto del valet se ubicaba casi enfrentado al matrimonial. El cuarto de la señora que colaboraba con Evita hasta 1948 —año en que se casó— se encontraba sobre uno de los laterales del dormitorio del matrimonio; luego vivió en los edificios adyacentes a la residencia.
Cada tanto alguno de sus colaboradores personales ayudaba al presidente a ordenar su placard y a separar las prendas pasadas de moda.
Perón decía “vamos a tirar lo que no sirve, porque después pasa el tiempo y no sabemos qué sirve y qué no sirve”. Las sastrerías que confeccionaban las ropas para el presidente eran Pinetto, The Brighton e Isola para la sastrería militar. Si se trataba del frac para la función de gala, Perón requería de los servicios de la colaboradora de su esposa para hacer el moño, ya que según él, uno de sus valet “tiene las manos como dos morcillas”.
El presidente utilizaba una loción de la casa The Brighton y los perfumes que le regalaran y fueran de su agrado. Otros productos para el tocador presidencial se compraban en la “Franco Inglesa”.
El personal se vio obligado a variar por completo sus actividades y horarios con la llegada del matrimonio Perón. El general Farrell, presidente que vino a reemplazar a Pedro Pablo Ramírez en el sillón de Rivadavia, poseía un gran sentido de la camaradería y organizaba con frecuencia asados en la residencia presidencial hasta altas horas de la noche. Se escuchaba música folklórica, guitarreando uno de los miembros de la custodia, muy diestro en esas artes.
La austeridad del matrimonio Perón se traducía en sus gustos culinarios y en las escasísimas ocasiones en las que el palacio se vestía para recibir invitados. Generalmente solos en los cumpleaños. Pocas veces con escasos invitados a una cena íntima. En dichas ocasiones concurrían, por ejemplo, Oscar Nicolini y su esposa, Juan Duarte y Blanca Duarte de Álvarez Rodríguez y algún otro funcionario que gozaba de la amistad del matrimonio. Evita era quien organizaba la cena (nunca con relación al menú), ya que el general no quería ni enterarse de esos temas.
Luego de la caída de Perón, en septiembre de 1955, la residencia fue demolida. Una vez desaparecida se proyectó en el lugar la construcción de la Biblioteca Nacional, obra felizmente culminada luego de muchos años.
Información adicional
HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año II – N° 10 – Julio de 2001
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Categorías: Palacios, Quintas, Casas, PERSONALIDADES, POLITICA, Presidentes,
Palabras claves: Residencia Presidencial, Peron, Evita
Año de referencia del artículo: 1949
Historias de la Ciudad. Año 2 Nro10