La Expansión Europea con la denominada “Carrera de Indias” que disputaron las coronas de Portugal y Castilla para alcanzar una ruta alternativa hacia la India, generó resultados territoriales diferentes. Portugal, a partir de la visionaria propuesta de Enrique “El Navegante” que consistía en circunnavegar el continente africano, puso en marcha su proyecto con la toma de Ceuta en 1415. Para garantizar el reabastecimiento de los barcos y aspirar mediante el intercambio comercial con cierta “sustentabilidad” de tan oneroso emprendimiento, se implementaron un conjunto de factorías, cuyas marcas siguen vigentes en la actualidad con las capitales de diversas naciones. Este “modelo” de organización territorial fue posible dada la existencia de un régimen de acumulación de productos para la comercialización, que tan sólo requería de algunos establecimientos donde almacenar las mercaderías que se intercambiaban.
Castilla basó su propuesta en el proyecto de Colón, cuando ni siquiera se sospechaba la presencia de un continente con el convencimiento de poder replicar la experiencia portuguesa mediante la implementación de factorías. Sin embargo, la inexistencia en el área antillana de riquezas acumuladas para comerciar, llevaron a modificar rápidamente la estrategia por la de una colonización efectiva, garantizando así la producción de bienes para la exportación a la metrópoli. Por ello surgió la necesidad de crear asentamientos urbanos desde los cuales se organizaría, en una primera fase, una producción de carácter extractivo (plata y oro) cumpliendo los requerimientos del mercantilismo de estado que se basaba en la acumulación de metales preciosos.
La condensación cultural de las ciudades americanas
A partir de la colonización castellana, nuestro continente se convirtió en un campo de experimentación urbana debido a la necesidad de fundar ciudades. Se pueden diferenciar dos etapas: la primera de tipo “experimental” que abarcó desde los primeros asentamientos hasta 1573, en la cual se registraron la mayor cantidad de fundaciones. La segunda etapa, a partir de las Ordenanzas sobre Descubrimientos nuevos y Poblaciones dictadas ese año bajo el reinado de Felipe II, por las cuales toda nueva fundación debía ajustarse a un conjunto de criterios perfectamente estipulados en las mismas, que con algunas pocas modificaciones regirían hasta el final de la etapa colonial.
Un criterio fue determinante y se convirtió en la principal característica de la ciudad colonial iberoamericana: un trazado regular, indicativo de una planificación racional del espacio, donde la “manzana” fue la unidad y su principal protagonista.
En este sentido cabe destacar que en la ciudad americana convergieron las marcas culturales más significativas de la cultura Occidental; podemos remontarnos al antecedente conocido más lejano, con Hipódamo de Mileto (siglo V a.C.) quien concibió una ciudad con una estructura racional basada en el orden y la geometría. Sus intervenciones más reconocidas fueron los trazados de su natal Mileto y del Pireo. La clave fueron las calles rectas que se cruzaban perpendicularmente. En aquella propuesta los edificios públicos todavía no contaban con una ubicación precisa dentro de la traza. Este modelo urbano proliferó con las grandes expansiones tanto del Helenismo como del Imperio Romano. Los campamentos militares romanos que se establecían en los territorios que se conquistaban se basaban en dos ejes principales, que recibieron los nombres “cardo” y “decumanus”, se cruzaban en el centro de la ciudad. Un conjunto de calles paralelas y perpendiculares a ambos ejes definían espacios rectangulares o cuadrados. En la confluencia de los ejes se ubicaban los edificios públicos más importantes.
En la Península Ibérica, según Javier Aguilera Rojas, la tradición romana fue recuperada con Alfonso X en las Siete Partidas, con recomendaciones de un trazado ordenado, sin establecer aún una forma concreta, donde ya aparecía la plaza como elemento urbano característico. Las experiencias más regulares se dieron con Alfonso I el Batallador (1104-1134) en la zona Vasco-Navarra, con ciudades como Sangüesa y Puentelarreina.
Las ciudades fundadas en los territorios recuperados a los musulmanes en el proceso de la Reconquista conformaron el antecedente más directo de las ciudades hispanoamericanas. Las mismas denotaban una clara influencia del tratado “El Dottzé del Crestiá” (1385) del monje franciscano Francesc Eximenic, para quien el cuadrado era la forma perfecta. Cada manzana resultante del trazado era un cuadrado que devenía del cruce de calles paralelas y perpendiculares. Por el carácter estratégico-militar, estas ciudades fueron amuralladas diferenciando claramente el ámbito urbano (intramuro) del ámbito rural (extramuro).
Los Reyes Católicos aplicaron estos conceptos cuando fundaron Santa Fe de Granada en 1492, donde se firmó la Capitulación para el primer viaje de Colón. Se la considera un antecedente para la fundación de Santo Domingo llevada a cabo por Nicolás de Ovando (1506), primera ciudad estructuralmente planificada en los inicios de la conquista desarrollada en el área caribeña o antillana.[Fig. 1]
El pasaje de la etapa antillana a la continental implicó un punto de inflexión en el proceso colonizador. La presencia de grandes civilizaciones propició un encuentro cultural diferente. Las primeras respuestas implicaron una gran transferencia de experiencias. De allí que expresiones góticas, prácticamente agotadas en Europa, y las nuevas concepciones renacentistas se fusionaron con la realidad americana en una síntesis peculiar, como se advierte en la ciudad de México fundada por Cortés sobre la precedente Tenochtitlán azteca.[Fig. 2]
El historiador José Luis Romero hizo una clasificación de las ciudades hispanoamericanas de acuerdo con la función que cumplían en el territorio. La primera expresión y sin duda la más difundida fueron las ciudades-fuertes que privilegiaban la necesidad de efectuar una ocupación militar del territorio, resguardándose tanto de posibles ataques de los aborígenes como de otras potencias europeas. A medida que fue avanzando la colonización se fueron diversificando las funciones que debían cumplir las ciudades. Hubo ciudades emporios que operaban como puntos de enlace y ciudades puerto destinadas a asegurar el mecanismo monopólico en su contacto con la metrópoli. Otras fueron ciudades escala, verdaderos centros de aprovisionamiento que posibilitaban el traslado de un lugar a otro. Las ciudades mineras , como Potosi [Fig. 3] lograron asentamientos demográficos de alta densidad y aseguraban la extracción metalífera tan preciada por la Corona, por lo que las ciudades indígenas congregaban las comunidades que serían utilizadas como mano de obra. Sin duda, todo un muestrario de asentamientos urbanos con un concepto de ciudad muy diferente al actual, fuertemente enlazados entre sí organizando el espacio ibeoamericano de tal forma que si ficcionalmente hiciéramos una radiografía de estos “Reinos de las Indias Occidentales” podríamos apreciar que la columna vertebral no era otra cosa que una red de ciudades.
“Hay que reconocer que muchas de las ideas urbanísticas del Renacimiento, que no pasaron de doctrina, utopía o ejercicio ideal del intelecto en los países de Europa donde se originaron, tuvieron su campo de realización real en América en la ingente obra de colonización española”
Las Ordenanzas sobre Descubrimientos nuevos y Poblaciones promulgadas por Felipe II en el Bosque de Segovia (1573) condensaron conceptos “tradicionales”, como el Tratado de Vitrubio “De Architectura”; “modernos”, de experimentación teórica en Europa pero de implementación efectiva en América, como podemos observar con los planos de Joseph Formento, para la ciudad de Trujillo en Perú [Fig. 4]; “utópicos” como las audaces proyecciones de Tomas Moro en “Sobre el estado óptimo y sobre la desconocida isla de Utopía” de 1516 [Fig. 5]. Germán Arciniegas sostiene en “América en Europa” que hacia 1570 se habían radicado en América 140.000 españoles y portugueses que seguían “viendo en sus países de origen las mismas miserias que señalaba Moro, y en América las mismas “esperanzas”. En cierta medida estos “rebeldes” a las modalidades imperantes en Europa fueron los que intentaron forjar una realidad diferente y por ende peculiar en el nuevo continente.
“En llegando a la localidad donde debe fundarse el nuevo asentamiento (según nuestra voluntad debe ser una localidad vacía y ocupable sin molestar a los indios o con su consentimiento) el plano con las plazas, calles y parcelas debe trazarse en el terreno mediante cuerdas y piquetas, empezando por la plaza principal, desde la cual las calles deben ir hacia las puertas y las principales vías de acceso, dejando suficiente espacio abierto, de modo que la ciudad pueda extenderse siempre de la misma manera…La plaza central debe situarse en el centro de la ciudad, de forma oblonga, con la longitud igual, al menos, a una vez y media su anchura, puesto que esta proporción es la mejor para las fiestas en las que se usan caballos y para otras celebraciones. La amplitud de la plaza será proporcional al número de habitantes, teniendo en cuenta que las ciudades de las Indias, siendo nuevas, están sujetas a crecimiento; y se entiende que crecerán. “
“Las cuatro calles principales conducen fuera de la plaza, cada una de ellas desde el punto medio de cada lado, y dos desde cada uno de los ángulos. Estos deben estar orientados hacia los cuatro puntos cardinales, porque así las calles que salen de la plaza no estarán expuestas directamente a los cuatro vientos principales. Toda la plaza y las cuatro calles principales que divergen de ella estarán provistas de pórticos, porque son muy necesarios a las personas que en ellos se congregan para comerciar…”
Ordenanzas sobre Descubrimientos nuevos y Poblaciones (1573)
Lógicamente, las ciudades producto de este modelo poseían un alto grado de semejanza entre sí, con la impronta de una estructura conocida como de planta en forma de damero o de traza cuadricular que cumplía con el requisito de posibilitar una rápida expansión. Cabe destacar la importante configuración espacial, con un contenido que actualmente consideramos más territorial que estrictamente urbano.
Para una rápida comprensión del fenómeno podemos recurrir al esquema propuesto por el arquitecto Jorge Enrique Hardoy (1972) quien presentó una división en sectores intercomunicados que perfilaban el funcionamiento físico y social de aquellas ciudades:
Primer sector. Su centro estaba organizado alrededor de la Plaza Mayor, que podía ocupar una o dos manzanas y congregaba los principales edificios públicos: Cátedral, Cabildo y según la jerarquía, Palacio Virreinal o Residencia del Gobernador. El reparto de solares que se establecía desde la fundación iba conformando anillos concéntricos en rango social decreciente hacia la periferia. De allí que los funcionarios civiles, eclesiásticos o militares de mayor rango, los comerciantes más destacados o los principales funcionarios administrativos coronaran la Plaza Mayor. Otros edificios públicos que se ubicaban en dicho sector eran los conventos, hospitales, colegios y eventualmente universidades. El espacio público fue privilegiado con las principales obras de infraestructura como: adoquinado, sistema de iluminación o fuentes de agua. El tipo de vivienda característica fue de una sola planta organizada espacialmente alrededor de uno o más patios. La aparición de casas de dos plantas (llamadas Altos) recién se difundió durante el siglo XVIII.
Segundo sector. Definido como zona de transición donde vivían los empleados menores de la administración, los pequeños comerciantes, los artesanos libres y en general familias blancas y mestizas de ingresos medios y bajos. Con menor cantidad de iglesias y comercios, era una traza menos compacta con viviendas más pequeñas y modestas que solían contar con huertas en el fondo.
Tercer sector. Correspondía a los suburbios. De muy lenta densificación, formaba parte de la expansión de la ciudad. Era una vasta extensión en la cual convivían las quintas de veraneo, con productoras de frutas, verduras o leña para la ciudad.
Cuarto sector. Área de explotación rural que abastecía a la ciudad y donde se realizaban las producciones características de la zona, incluso para la exportación.
La fundación de una ciudad implicaba toda una organización territorial, de allí que la distancia mínima entre poblados estaba pautada en 5 leguas. La traza de la ciudad era el fragmento estrictamente urbano en el que estaban previstos los solares a ser repartidos entre los pobladores. Las medidas conservaban denominaciones medievales tales como peonía y caballería, que en el ámbito urbano representaban 28 por 14 metros ó 28 por 52 metros y en el ámbito rural 6 ó 30 hectáreas. Se trataba de concesiones reales denominadas mercedes, que se entregaban gratuitamente a cambio de ciertos compromisos como edificar el solar, cultivar los predios y la prohibición de venderlos en un plazo menor a 4 años. La ciudad se reservaba una zona para posible expansión y uso común, denominada ejido, para esparcimiento de los vecinos y utilizable como tierra de pastoreo. También contaba con propios que eran terrenos y fincas que el gobierno de la ciudad se reservaba para obtener recursos mediante su alquiler. Los vecinos podían acceder a tierras cercanas a la ciudad destinadas a cultivo y labranza que se denominaban chacras. Fuera del ámbito urbano estaban las haciendas ganaderas o estancias privadas que constituían las asignaciones de mayor tamaño destinadas a la cría y pastoreo de ganado. En todos los casos la utilización de bosques (provisión de madera para la combustión) y aguas eran de libre uso.
“La ciudad, que es la sede del poder como una de sus principales razones de ser, domina políticamente al campo, imponiéndole su autoridad y su ley . Su papel consistió esencialmente en concentrar y de esta manera alentar la fuerza de persuasión y la fuerza de coerción de la metrópoli en el cuerpo de la sociedad colonial”
Se trataba de un concepto de ciudad que superaba ampliamente la traza inicial (el diseño) y su posterior consolidación como espacio urbano construido (el trazado), lo que actualmente llamaríamos el núcleo urbano; equivale a decir que cada ciudad abarcaba una gran marca o impronta territorial. Por ello el fundamento urbano que asignamos al proceso de colonización castellana se basa en el hecho que, en la estructura Iberoamericana, la ciudad organizó el territorio. Este fenómeno se diferencia de la propuesta portuguesa en el actual Brasil, que fue netamente rural con epicentro en plantaciones y haciendas, donde las ciudades son un fenómeno posterior que se desarrolló como requisito para la comercialización y exportación de las materias primas, entre las que destacamos el azúcar.
Un conjunto de Ciudades prefiguraron nuestro país
Con la Real Cédula del 16 de diciembre 1617, en el área del Río de la Plata, , se establecieron dos Gobernaciones: la de Guayrá con capital en Asunción (integrada además por Villa Rica, Ciudad Real y Jerez) y la de Buenos Aires o Río de la Plata con capital en Buenos Aires (integrada por Santa Fe, Corrientes y Concepción del Bermejo en el actual litoral de nuestro territorio). Más allá de una más adecuada organización territorial se inició un rebalanceo de la región, desplazándose la primacía largamente detentada por Asunción hacia la ciudad de Buenos Aires. Un indicador claro del fenómeno puede advertirse con la creación del Obispado de Buenos Aires en 1620, que hasta entonces era dependiente del Paraguay. Esta jerarquización de Buenos Aires inmediatamente tropezó con los intereses limeños, que se manifestaron rápidamente ante la Corona y obtuvieron el establecimiento de la Aduana seca de Córdoba (7 de febrero de 1622).
La competencia entre Buenos Aires [Fig. 6] y Lima [Fig. 7] fue dura y lógicamente la capital virreinal siempre contó con mayor respaldo por parte de la Corona. De allí que rápidamente fracasaron varios emprendimientos como el del gobernador de Buenos Aires, José Martínez Salazar, fundando el tribunal de la Audiencia en 1661, que fue suprimido diez años después. Un aliciente, al menos, para el orgullo local, fue cuando el Rey distinguió a Buenos Aires con el título de “Muy noble y muy leal” por la acción del coronel Baltasar García Ros al hacer rendir el bastión portugués instalado en la Colonia del Sacramento (1705).
“El crecimiento de Buenos Aires en su primer siglo de vida fue lento pero continuo. Si consideramos el número de almas que encerraba la población en la época que nos ocupa —unas dos mil, más o menos— la cantidad parece insignificante comparada con el aumento rápido de otras ciudades por aquel tiempo; mas si tenemos en cuenta las condiciones en que se desarrolló su vida durante cien años, hemos de admitir que el solo hecho que existiera fue casi un milagro y que su pequeño adelanto resultó en verdad notable. En efecto: las prohibiciones comerciales que pesaban sobre ella, su aislamiento geográfico y su pobreza habrían malogrado cualquier otra población” (pp.393).
Recién a mediados del siglo XVIII se pueden advertir claros signos de refuncionalización territorial en plena etapa Borbónica, con la creación de dos unidades territoriales con gobernadores propios, pero subordinados a Buenos Aires: Montevideo (luego casi toda la Banda Oriental) y Misiones (para las comunidades guaraníes tras la expulsión de los jesuitas), y la mayor intervención registrada: la creación del Virreinato del Río de la Plata con capital en Buenos Aires (1776) [Fig. 8] .
Dicho Virreinato comprendía las gobernaciones del Río de la Plata, Montevideo, Misiones, Malvinas, Paraguay y Tucumán; la presidencia de Charcas (Alto Perú) y los territorios de la jurisdicción de las ciudades de Mendoza y San Juan del Pico, que hasta entonces dependían del gobierno de Chile. Los mandatarios locales en el Río de la Plata, Paraguay y Tucumán eran los Gobernadores. Cuyo y los distritos del Alto Perú tenían Corregidores.
La Ordenanza de Intendentes (1783) fue el último intento de organización territorial en la etapa colonial y por cierto el que más afectó sobre la posterior implementación de nuestra realidad nacional. Por la misma se dividió el virreinato en ocho Intendencias que tomarían su nombre de las principales ciudades (capitales) donde residirían los intendentes:
Por Real Orden del 5 de junio de 1784 se creó una novena Intendencia con capital en Puno (en lo que eran las provincias del Callao abarcando los distritos de Puno, Lampa, Chucuito, Azangaro y Carabaya) por ser demasiado extenso el territorio incluido en la Intendencia de La Paz. Posteriormente (1796) dicha jurisdicción fue transferida al virreinato del Perú.
Hubo también otro tipo de organización territorial: las provincias de Mojos y Chiquitos continuaron junto con Montevideo y los pueblos de Misiones como gobernaciones militares, fuera del sistema de intendencias e inmediatamente subordinadas al virrey.
Estos antecedentes históricos coloniales de nuestras provincias nos permiten comprender los distintos niveles de organización territorial que se inicia con la fundación de 13 ciudades desde tres corrientes pobladoras. A partir de ellas se organizaron con la Real Cédula de 1567, dos gobernaciones (Buenos Aires y Tucumán) y un Corregimiento (el de Cuyo dependiente de la Capitanía de Chile) formando parte del Virreinato del Perú hasta 1776, en que pasaron a formar parte del Virreinato del Río de la Plata. Con la Real Ordenanza de Intendentes de 1782 y su rápida modificación con las Reales Declaraciones de 1783, quedaron conformadas las tres Intendencias que comprenderían las futuras provincias que participaron en la Organización Nacional mediante la sanción de la Constitución de 1853.
La cuadrícula como patrimonio urbano
Buenos Aires carece de un “casco histórico” que refleje su período colonial; lo más “tradicional” que podemos mostrar a nuestros visitantes está en el barrio de San Telmo, pero es del siglo XIX. La arqueología urbana seguramente nos proveerá de respuestas precisas, en tanto la ausencia de improntas materiales llevó al armado de conjeturas y especulaciones que desvirtuaron más de lo que ayudaron a recuperar plenamente nuestra memoria urbana.
En la historiografía de Buenos Aires, se suele diferenciar una ciudad moderna que se desplegó en las últimas décadas del siglo XIX de una “Gran Aldea” previa, muy precaria, que para algunos autores se retrotrae hasta 1810.1 La seductora contradicción del título de la novela de Lucio V. López2 al expresar una “Gran” dimensión física sin mayor jerarquía urbana que una “Aldea”, se convirtió en el contraste preferido para quienes presentaron la modernización que posibilitó a la ciudad de Buenos Aires convertirse en “La París de América” prácticamente como si hubiera sido un proceso desde la nada (“ex-nihilo”).
De hecho, a partir de 1880, con la capitalización federal y el proyecto de Torcuato de Alvear como Intendente, se fueron borrando prolijamente las huellas previas, sobre todo del período colonial, por haberse convertido en símbolo de atraso. Se opera cirugía profunda en el damero, ya sea con la apertura de la Avenida de Mayo, el trazado de dos Diagonales o las mismas vías del ferrocarril, pasando por la descentralización de las sedes de los poderes públicos de la Plaza de Mayo. Se modificó profundamente el criterio de centralidad de las “Plazas Mayores”, demoliendo ciertos “símbolos” urbanos previos como la recova que dividía las Plazas de Mayo y de la Victoria, hasta la relocalización de los sectores acomodados, etc. Esta gran operatoria urbana construyó toda una escenografía de la Modernidad aplicada a un sector central de la ciudad que implicó una profunda “desmaterialización” de los primeros tres siglos de su existencia.
Este fenómeno llevó a que cuando se pretendió recuperar “huellas” urbanas previas, se haya recurrido a una “reconstrucción” tanto teórica como material. Baste como ejemplo por un lado las investigaciones realizadas por Carlos Morales, Guillermo Furlong, José Torres Revello, Mario J. Buschiazzo, Vicente Nadal Mora, Juan Kronfuss, que intentaron construir un “modelo” de la arquitectura colonial, y por otro el propio estilo “Neocolonial” de las primeras décadas del siglo XX, con propulsores como Martín Noel que intentaron volver a dotar de raíces de larga duración a una ciudad que parecía sucumbir “identitariamente” frente al avance cosmopolita de inmigrantes.
Es mucho lo que desconocemos todavía de nuestra ciudad, pero sin duda vale la pena seguir preguntándose sobre la etimología de nuestras “manzanas”,3 como también por la caprichosa orientación de nuestra cartografía, que presentó la ciudad vista desde el Río de la Plata (reemplazando la convención del “Norte” por la del “Oeste”) o incluso acerca de su esencia como “ciudad-puerto” sin contar con la correspondiente infraestructura durante tres siglos.
Sin embargo, la “ciudad colonial” venció al tiempo y para ello no necesitó de la materialidad de sus edificios o viviendas particulares; lo hizo mediante la marca cultural de su cuadrícula, de sus manzanas, que siguió vigente en toda su increíble expansión.
Al caminar por Buenos Aires, sus calles cargan con la densidad cultural de un patrimonio intangible que ha ido formando diversas capas donde en las más profundas se hallan los ideales de Hipódamo, de Vitrubio o de Moro. Luego se formaron capas que se propagaron por los barrios cargadas de sainetes y tangos; y asi podríamos seguir desglosando su espesor cultural. Pero para poder hacer estas operaciones simbólicas es importante que no perdamos de vista que todo empezó con la “manzana” y llegados a este punto volvernos a preguntar: ¿por qué se les habrá llamado “manzana”?
Notas
1.- Cf. GUTMAN, Margarita (y) HARDOY, Jorge Enrique, (1992) Buenos Aires. Madrid, Editorial MAPFRE. El Capítulo III “La Ciudad Republicana, 1810-1880” comienza con la formación de la “Gran Aldea”.
2.- LÓPEZ, Lucio V. (1884), La Gran Aldea. Costumbres Bonaerenses. Buenos Aires: Imprenta Martín Biedma.
3.- Una colega, la Lic. María Inés Alonso, me comentó que en el dialecto bable se denomina “pomarada” [que viene de la palabra francesa pomme (manzana)] la delimitación de la propiedad privada rural mediante hileras de manzanos.
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Rodolfo Giunta
Lic. en Historia – Docente universitario
A cargo de la coordinación de
“La manzana de las Luces”.
Información adicional
HISTORIAS DE LA CIUDAD. Una revista de Buenos Aires
Declarada de “Interés de la Ciudad de Buenos Aires” por la Legislatura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Año III – N° 12 – Noviembre de 2001
I.S.S.N.: 1514-8793
Registro de la Propiedad Intelectual N° 100.991
Categorías: ESPACIO URBANO, embarcaciones, Historia, Mapa/Plano
Palabras claves: conquista, Colon, factorías, extracción, urbanización, cartografía
Año de referencia del artículo: 1500
Historias de la Ciudad. Año 3 Nro12