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El agua en el bidón

Villa General Mitre

Mural Centenario para villa Mitre

“Cuanto más se intente cazar un pájaro más alto vuela”
Amalia Jiménez Galán

EL AGUA EN EL BIDÓN
Crear un mural en la calle no siempre es conocido por la gente común.
Los vecinos quisieron homenajear barrio en su centenario, regalándole un mural que contara un poco sus historias. Después de transitar unos cuantos años por sus veredas ya había comenzado a quererlo.
Me convocaron en las vísperas de la inauguración, un año antes. Tiempo que consideraba suficiente para dedicarle toda mi experiencia de años, desde aquella muchacha con ganas de saber todos los secretos de la alquimia que utilizaban los artistas para parir la historia en sus escenarios de papel y tela, cuando no, ofrecer el pesado hijo de una escultura sobre un pedestal.
Tanto esfuerzo me conmovía preguntándome para qué viajar tan temprano apretados en un colectivo, cuidando de no manchar a los pasajeros con alguna pintura fresca, la cual no debía soltarse de ninguna manera cuando una perdía el equilibrio ante las frenadas. Tanta pasión por seguir, hacía que no importara amasar la arcilla que aguardaba en los piletones, úteros hediondos, esperando que anestesiadas manos formaran las creaciones infinitas de tantos alumnos de la escuela de bellas artes.
Todas las lecciones aprendidas no alcanzaron durante once años de preparación en las diversas escuelas para desembocar frente al alto muro infinito de setenta metros de largo . Faltaba esa última experiencia para comprender la distancia que me separaba de la tarea de pelar papas hasta adentrarse en este mundo inmenso y necesario .
Desde mi mesa de trabajo iban desfilando bocetos a escala considerando la ubicación de los personajes según su importancia, en la ochava, punto cardinal al Este favorecía la iluminación que destacaba mejor la importancia de la educación, mostrada por niños con uniforme tomados de la mano. Al costado izquierdo, dedicaría al campo, la fábrica de ladrillos y el trabajo de herrería, una visión placentera desde la plaza de enfrente. Por la otra calle, el tranvía 99 y los homenajes a quienes aportaron todo a la cultura, la ciencia, la música, el deporte, terminando en un canto a la esperanza resumida en una pareja que se abraza.
Como una periodista, recorrí los alrededores mirando lo que otros mirarían, entrevistando a aquellos que me contaran lo que necesitaban ver, recordando cómo fue creciendo su barrio acompañados por gente que vivió en el barrio para engrandecerlo, los cuales insuflaron de vida la historia que otrora comenzara siendo chacras, alfalfares, herrerías creciendo a la vera de un arroyo donde las bestias iban a abrevar, a la vez que los niños bajaban a juntar caracoles.
Según el espectador se ubicara, consideraba si iban diagonales o no, si el trayecto fuera visto desde la plaza de enfrente o simplemente se pasara caminando junto a la pared.
Al cabo de muchas reuniones, los moradores iban aportando sus ideas a medida que les servía mi mano ejecutora. Sin saber que ellos me dictaban, y yo traducía.
¿Cuánta gente se necesitaría para semejante derrotero? Las ganas de comenzar, arrimaban a unas cuantas personas que revocaran, fijaran, blanquearan, midieran, trazaran, juntaran dinero para comprar elementos, hasta que un día, me quedé sola frente al muro.
¿Alguien se imaginaba cómo llegaban los elementos al lugar de trabajo?
¡Es como ir de compras al súper, pero con un carrito doméstico! Todita una mañana cuesta no olvidarse de llevar todo en las alforjas. Unas seis veces ida y vuelta desde mi casa hasta las siete cuadras caminando. ¡El ingenio lo heredé de mi padre, que se animó a construir solo, una parte de la casa, plantó veinte árboles frutales y hasta operó una gallina!
Así es como saltaban las cosas al rodar en el “changuito” cuadrado al menos veinte frascos de mezclas de pintura acomodados en cajas de plástico, las que fueron adaptadas como reservorio usando botellas de gaseosas cortándolas por el medio y cubrirlas con la tapa que sobró, cuidando que no se seque la pintura acrílica.
Todavía faltaba la caja de herramientas, los trapos, pinceles, rodillos y palos para llegar tan alto , cuando no se hacía con la ayuda del andamio. Caballetes, escalera y una madera todavía calzaba en las rendijas de los costados. Todo, atado con una cuerda elástica de modo que todo llegue después de cruzar las siete calles empedradas y siete veredas, cuidando que no se caigan de costado .
Conseguir el permiso de la escuela para realizar el mural en sus paredes, fue casi una gestión estatal. Me permitieron guardar todo por largos meses, en el predio de estacionamiento, cuya entrada consistía en portones corredizos cuyos rieles en el piso, debían soportar pasar cuatro ruedas del andamio cargado con veinte litros cada uno de los toneles de colores primarios, blanco y negro, y de todo lo demás.
Probé que las mujeres pueden hacerlo. Tomando una envión para salvar ese lomo de burro, ya estaba camino a llevarlo donde se necesitara. Se sabe que el agua potable escasea en el mundo. Que nuestro país posee una red hídrica espectacular, pero en ese lugar no.
¡EL AGUA!! . ¡También mi carromato cabía un bidón, además de agua para beber más dos banquitos!
Mi padre también fue sastre. Así que aprendí de él la idea de coserme todos los bolsillos que necesitaba cuando en la mochila que cargaba en la espalda ya estaba colmada.
Trabajar en la calle es duro. Hay que considerar cuidarse del frío Llevando un campeón con capucha por si llueve. El viento sopla y cuando viene del sur, te vuela los bocetos. Asi es que me enfrené. Me sentía vulnerable.
A estas alturas pensaba: ¿Es mucho pedir ayuda? Pues hubo dos muchachos ayudantes, uno de ellos, estudiante de bellas artes, que se quedaron conmigo hasta el final… Fue justo pagarles de mi bolsillo por la tarea realizada. Mi trabajo, fue regalo para mi barrio.
Pretendo echar por tierra la idealización de la gente sobre que la tarea de ser una pintora es lírica, romántica, de que piense que el que pinta se libera…que deja volar su imaginación.
Pero, pudieron comprobarlo cuando se animaban a aceptar mi invitación a pintar con la idea que cuando uno le da la oportunidad a alguien de ser partícipe de embellecer la ciudad, la obra se hace carne de ellos y no permitirán que sea dañada.
Pero, ¿Por qué será que el que viene a ayudar dura no más de dos días?
Otra vez solos. ¡Pensar que fue posible que haya durado un año y seis meses, yendo todos los días! . En el trayecto hubo vandalismo, hubo desplantes por ambiciones políticas, peleas por mezquinar la manguera que me prestaba la escuela, escasez de dinero para comprar materiales para seguir con la obra.
Lloraba por la calle por ser incomprendida.
La obra debe continuar. No siempre tenía a mis ayudantes cada día .
El caso es que faltando veinte metros para terminar la obra, un día encontré vacío el lugar que me habían asignado para resguardar el material. Ni andamio, ni pinturas, ni tachos ni escalera. Casi estaba por quebrarme. Me repuse de inmediato recordando un teléfono que me podría salvar.
Allí mismo, junto al enfermo que me pedía color, pedí rogando al funcionario, que me conocía benefactora de la comuna, que me ayude con lo que necesitaba para seguir. Sin perder tiempo esa misma mañana estacionó una camioneta trayendo escalera y andamio. Días después, volvía a tener los elementos que necesitaba. Se cumplía una nueva etapa y agradecí que alguien creyera en mí. Y como decía Amalia Jiménez Galán “Cuanto más se intente cazar un pájaro más alto vuela”. La obra concluyó y se inauguró, fue bendecida, hubo discursos, niños con banderas, bailes folklóricos, poesía y hasta chocolate con churros.
Ya estoy preparada para seguir una bandada de pájaros.
Marta Celli

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2023 /

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