Llegué a Argentina en el ‘49 y a los 15 años era el más joven peluquero que existía. Nací en Pontedeume, La Coruña, en un pueblo que tiene 11 siglos. Mi padre era perseguido políticamente. Mi bisabuelo, mi abuelo y mi padre eran peluqueros. Llegamos a Barracas en el ‘51 y mi padre compró este local un 25 de agosto, el Día del Peluquero. Cuando llegué me encontré con la inmensidad de una fábrica como Textil Piccaluga o Helados Laponia. Tú tienes que comparar un pueblo campesino con esta ciudad inmensa. Fue un transformación para mí. Me encontré con una cantidad de riqueza que allá no había; la abundancia de la comida, que en mi pueblo no existía. En la Estación Sola se recopilaba toda la producción de cereales que venía del sur. Siempre había
50 o 60 recibidores del grano. Me gustaba ver pasar por aquí los carros tirados por caballos y esas montañas de bolsas trabadas… era un arte verlas así, colocadas, dibujadas. Había una clase obrera con un nivel económico fuera de lo común, cualquier obrero tenía una cadena de oro al cuello. Mi papá estaba muy contento de estar aquí. Se podía hablar y pensar libremente. El hombre que quería ser libre, aquí no tenía problema. Podía creer en dios o no creer, ser anarquista o no serlo. Recuerdo que en la calle Lanín había muchas familias italianas, polacas, españolas. Era un mundo de gente y todos vivíamos integrados. Había muchas organizaciones hechas por idealistas pensantes que luchaban por la reivindicación de la gente que trabajaba. Los que más hacían reuniones eran los socialistas, toda gente preparada, pero los comités peronistas y radicales estaban al mismo nivel. Tengo buenas amistades en el barrio. Un amigo de acá, cuando yo compré mi casa y no tenía dinero, me dio la plata sin firmar nada. Aquí la gente te respeta como eres, y yo la respeto mucho también. Soy la peluquería más antigua de Buenos Aires con 65 años en el mismo local.
Román Lamas
Datos: Barracas / 16/04/2020 / peluquería, oficio