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Ciudad de Buenos Aires

La Batalla de Caseros y la entrada triunfal del General Justo José de Urquiza en Buenos Aires

Rodrigo Leonel Salinas

"Entrada Triunfal del General Justo José de Urquiza en Buenos Aires". 19 de febrero de 1852., 1939. Mural realizado por la pintora de origen francés Léonie Matthis (1883-1952) para la estación homónima de la “Línea E” de Subterráneos de Buenos Aires.

 “Con el auspicio de un pueblo soberano que lucha heroico por su emancipación, bajo el amparo del Palio de Belgrano celeste y blanco de nuestro Pabellón; ya va asomando y nace bella aurora de un nuevo día de mágico esplendor con Sol radiante que otrora nos brindara en el Campo de Caseros su fulgor (….)”[1].

A mediados de 1851, el General entrerriano Justo José de Urquiza se negó a renovar la Delegación de las Relaciones Exteriores al Brigadier Juan Manuel de Rosas. Por tal motivo, el 1º de mayo de ese mismo año formuló un “Pronunciamiento” desde la ciudad de Concepción del Uruguay que implicaba una declaración de guerra contra el gobernador bonaerense. La situación era particularmente grave, ya que el caudillo entrerriano estaba al mando del ejército de la Confederación. A continuación se trasladó a territorio uruguayo para conformar el denominado “Ejército Grande de la América del Sur[2]. Alentado por la diplomacia británica y ambicioso en extremo, Urquiza no dudó en traicionar a Rosas, levantando un programa de organización constitucional que incluía la libre navegación de los ríos interiores, aun cuando la tinta con la que se habían firmado los tratados que documentaban el reconocimiento de la soberanía fluvial argentina por parte de Inglaterra y de Francia no se había secado. Urquiza no estaba dispuesto a resignar su poder exponencial sobre las provincias del Litoral, ni su relación comercial con Montevideo, ni mucho menos a aceptar el monopolio del puerto de Buenos Aires.

Viendo que las relaciones políticas entre ambos líderes eran cada vez mas tensas, Simón Pereyra (Iraola), el último de los dueños en adquirir la chacra de Casero en la década de 1850, le ofreció su apoyo incondicional al gobierno de la Provincia, además de su nueva propiedad como base para el acantonamiento de las fuerzas bonarenses. Este hecho quedó muy bien reflejado en una sus cartas enviadas a Rosas cuando le manifestaba que “Sabe usted muy bien que tengo un nuevo establecimiento llamado Caseros, y allí se encuentran bueyes, carretas y algunas maderas que servirán de buena leña. Todo lo presento lleno del mayor gusto y con el más fervoroso deseo de ayudar en lo posible al Excelentísimo Señor Gobernador. Quiero expresarle así mi voluntad de contribuir al exterminio del infame, traidor, salvaje unitario Urquiza”[3]. Frente a ello, el “Restaurador de las Leyes” no dejó pasar el ofrecimiento y concentró parte del Ejército Federal en las inmediaciones de la casa, a la espera de que se presentaran inminentemente las fuerzas del Gral. Urquiza. Para ello no sólo contaba con el apoyo de los hombres de la Provincia de Buenos Aires, sino también de algunas provincias del Interior, como San Juan, La Rioja[4] y Tucumán.

 

EL PALOMAR- ÚLTIMO BASTIÓN ROSISTA

El 2 de febrero de 1852, en las horas previas al desarrollo del conflicto, el palomar sirvió de alojamiento, punto de reunión de los jefes del Ejército Federal y la posición fuerte en la que se apoyó Rosas. Por la noche, el gobernador bonaerense convocó a una reunión de sus altos mandos, ocasión en que el Coronel Martiniano Chilavert (1798- 1852) manifestó su disidencia por mantener a las huestes en actitud defensiva, ya que tal actitud les restaba libertad de maniobra a sus tropas. Con la excepción del Coronel César Díaz [5](quien nos ha legado sus gloriosas “Memorias” de los sucesos acaecidos en aquella jornada), el resto de los jefes desaprobaron el proyecto de Chilavert, por lo que decidió mantenerse en el sitio.

Ese día, el sector de la casa se encontraba protegido por diez piezas de artillería y el Batallón de Tenientes-Alcaldes. Mientras tanto, Rosas observaba atentamente el movimiento de las tropas de Urquiza desde el interior de la casa y ordenó la redistribución unos 23.000 hombres, 50 piezas de artillería y 4 cohetes bajo su mando. El ala derecha la apoyó en la casa de Casero; por  su parte, hacia la izquierda, se  hallaban tres divisiones de caballería bajo las órdenes del Gral. Lagos, mientras que hacia el norte de la misma dispuso un martillo defensivo compuesto por grupos de carretas y dos regimientos de caballería como reserva, al mando de los generales Sosa y Bustos. Pese a ello, Rosas ignoró los consejos de sus oficiales más experimentados que le advirtieron sobre lo inapropiado del lugar para librar una batalla y prosiguió adelante con sus planes, aunque más tarde lo lamentaría.

 

EL AVANCE DEL “EJÉRCITO GRANDE”

¡Soldados! Si el tirano y sus esclavos os esperan, enseñad al mundo que sois invencibles; y si la victoria por un momento es ingrata con algunos de vosotros buscad a vuestro general en el campo de batalla, porque el campo de batalla es el punto de reunión de los soldados del ejército aliado, donde debemos todos vencer o morir. Este el deber que os impone a nombre de la Patria, vuestro general y amigo, Justo José de Urquiza (…)”[6]

 En 1851, Domingo Faustino sarmiento (1811-1888) se embarcó hacia Montevideo con el firme propósito de unirse a las filas urquicistas. Luego fue ascendido al cargo de Teniente General y, desde su cargo, ofició como boletinero y jefe de la imprenta volante del “Ejército Grande”, narrando las vicisitudes del avance de las tropas sobre Buenos Aires. Según la narración del prócer sanjuanino, el ejército cruzó el Río Paraná y atravesó el territorio santafecino, depuso al gobernador José Pascual Echagüe (1797-1867) e instaló un “gobierno amigo”. En el mes de enero, atravesó las poblaciones semivacías de la Provincia de Buenos Aires y, finalmente, el 2 de febrero de 1852, arribó al bañado del Río Las Conchas (actual Río Reconquista) por el Puente de Márquez, pasando al descanso con sus avanzadas sobre el arroyo Morón[7], comprobando entonces la presencia de numerosas tropas federales en las alturas de Caseros, cuando el caudillo entrerriano inició su proclama con las siguientes palabras, “¡Soldados! Hoy hace 40 días que en el Diamante cruzabais las corrientes del Paraná, y ya estáis cerca de la ciudad de Buenos Aires, y al frente de vuestros enemigos, donde combatiréis por la libertad y la gloria (…)”[8].

Urquiza y sus aliados pronto advirtieron que el ala izquierda era el flanco débil de las tropas del gobernador bonaerense y hacia ella dirigieron su arsenal. El ataque a las fortificaciones de Caseros (la casa, el palomar y una trinchera de carretas) estuvo a cargo del Batallón de Infantería Voltígeros (tiradores), compuesto por unos 500 hombres, quienes pertenecían a la División Oriental, comandados por el Coronel César Díaz[9] y al mando de un mercenario español, el Teniente Coronel León de Palleja (1816-1866). Este batallón penetró en el interior de la casona e hizo prisioneros a todos los enemigos que encontró a su paso, dando comienzo a la batalla.

 

EL DESARROLLO DE LA BATALLA

En las primeras horas de la mañana del día 3 de febrero (7 AM), se produjo el choque de ambos ejércitos en los pagos de “Monte Caseros[10]. A pesar de que las fuerzas eran parejas, la lucha fue tan breve que algunos testigos la calificaron de “simulacro de combate[11]. El Gral. Cesar Díaz atribuyó esto simplemente a la “indisciplina de las tropas de Rosas, a la impericia o la nulidad de los jefes que las mandaban y a la superioridad indisputable de las fuerzas de Urquiza”.

El cuerpo de soldados de Rosas, desacatando a sus jefes, esperó la llegada de un pelotón del bando contrario, quienes al ingresar al patio de la casa los atacaron a quemarropa. Disipado el humo, los clarines sonaron a degüello y los soldados de Urquiza, “ciegos de ira”, avanzaron por todos los rincones masacrando a los moradores. Se calcula que alrededor de las 7.30 AM, el “Ejército Grande” tendió su línea de batalla a un kilómetro de las posiciones rosistas, desde la cual el caudillo entrerriano distribuyó a sus 23.000 hombres y 60 piezas de artillería, según el siguiente orden: frente a la casa de Casero, la División Oriental. Desde dicha posición, Urquiza arengó a sus hombres diciendo: “Orientales, vosotros sois unas de las más fuertes columnas del ejército aliado, y una de las fundadas esperanzas de la causa de la libertad. Yo os anticipo mis felicitaciones por vuestra conducta en este día, que no dudo corresponderá a vuestra esclarecida fama (…)”[12]. A la izquierda, la División Brasileña apoyada por la brigada del Gral. Rivera y 38 piezas de artillaría bajo el mando del Gral. Pirán. A la derecha, cinco batallones bajo las ordenes de Galán y las divisiones de caballería de Medina, Galarza, Ávalos y Lamadrid. A retaguardia, y como reserva, las divisiones de caballería de López y Manuel Antonio Urdinarrain. Al respecto, en los recuerdos infantiles del escritor Guillermo Enrique Hudson (1841-1924) aparece una dramática escena de aquellos momentos, cuando el naturalista relataba: “Una mañana llegó a nuestros oídos el distante rugir del cañón. Nos enteramos de que se estaba librando una gran batalla con el mismo Rosas al frente de su ejército. Durante varias horas aquel aciago día se siguió oyendo el tronar de las detonaciones. A la tarde, llegaron rumores de la derrota de los defensores y la marcha del enemigo sobre la ciudad de Buenos Aires. Todo aquel día fue un incesante desfile de los vencidos que disparaban despavoridos hacia el sur en pequeños grupos. Entre ellos llegó a las casas un grupo de soldados pidiendo caballos de recambio y, habíamos advertido que uno de ellos era un oficial, un joven lampiño de unos veintidós años, de rostro singularmente atractivo. Lo que más nos chocó fue ver que era el único desarmado, pero como presentía que la intención de sus hombres era asesinarlo huyó tratando de alcanzar la casa del viejo alcalde. Los sitiadores lo metieron en el rancho y se llevaron por la fuerza al infortunado, a quien obligaron a montar y acompañarles nuevamente. Volvieron a retomar el camino y no muy lejos de la casa lo bajaron del caballo y lo degollaron (…)”[13].

Cerca de las 10 de la mañana, Urquiza empezó su ataque principal- con la masa de su caballería- abatiendo al ala izquierda enemiga. La División Medina atacó frontalmente a la formación de los lanceros rosistas, integrado por unos 2.000 hombres bajo el mando de Lagos, mientras Lamadrid intentaba envolver al ala federal. La División Medina, rechazada en un principio, logró en una nueva carga derrotar a los lanceros, lo que obligó a Rosas a hacer participar su reserva, las divisiones de Sosa y Bustos, medida ésta que fue contrarrestada por la caballería de Galarza y Ávalos, los que arremetiendo con energía, lograron amplio éxito, ante una débil resistencia rosista. Mientras tanto, Lamadrid, que se había alejado en demasía del campo de acción, retornaba al mismo sin llegar a intervenir en la batalla.

Casi simultáneamente con la carga de la caballería, Urquiza ordenó el ataque de su ala izquierda: la División Oriental bajo el mando del Coronel Díaz tenía como objetivo el Palomar de Caseros. Al encontrarse a tiro de fusil, hizo un alto y formó un ángulo recto con el ala derecha de Rosas. La división de Urdinarrain, que siguió este movimiento se colocó a la izquierda de las tropas orientales, tras un bosquecillo de talas ubicado entre la casa de Casero y el arroyo Morón. Fue entonces cuando el Coronel Díaz ordenó que el batallón de Voltígeros a las órdenes del Teniente Coronel Pallejos atacara la casa y el atrincheramiento de carretas. Las tropas avanzaron pero, al llegar al alcance del fuego de la Infantería de Rosas, debió detenerse ante el avance de la División Brasileña y la de Galán.

Cerca del mediodía estas tropas iniciaron el ataque. El coronel Pereyra Pintos, al mando de dos batallones, hacía cesar la resistencia de las tropas ubicadas en la casa de Casero, mientras los hombres de Galán obligaban a retroceder a la Brigada de Díaz. Simultáneamente a estos movimientos, la División Oriental lograba ocupar la totalidad del edificio. Por entonces gran parte de las fuerzas de Rosas iniciaron la retirada, aún cuando quedaba firme el centro de la posición bajo el mando del Coronel Díaz, cuya brigada contaba con el apoyo de las baterías de Chilavert. Cuando ambas agrupaciones fueron embestidas por la división al mando de Galán, ambos jefes depusieron sus armas dando por finalizada la contienda. El combate, aunque recio, fue de corta duración, sin embargo, Díaz demostró su satisfacción con los resultados obtenidos, aduciendo que “la gloria de haber contribuido a la caída de Rosas me pareció superior a todas las glorias (…) y toda la ambición de mi alma se encontraba en aquellos momentos satisfecha”[14].

 

CLAUDIO CUENCA- TESTIGO PRESENCIAL DE LOS HECHOS

“Esta cara impasible, yerta, umbría, hasta ¡Ay de mí! para la que amo, helada. Sin fuego, sin pasión, sin luz, sin nada, no creas que es ¡ah, no!, la cara mía. Porque esta, amigo, indiferente y fría, que traigo casi siempre, es estudiada…es cara artificial, enmascarada y aquí, para los dos, la hipocresía. Y teniendo que ser todo apariencia, disimulo, mentira, fingimiento y astuto artificio en mi existencia, tengo pues que mentir, amigo, y miento (…)”[15].

 El poeta, doctor y cirujano mayor del ejército rosista, Claudio José del Corazón de Jesús “Mamerto” Cuenca (1812-1852)[16] fue un testigo presencial de los sucesos acaecidos durante el conflicto armado, ya que ese día se encontraba atendiendo en el “hospital de sangre” ubicado justo por detrás del palomar de Casero. Fue entonces cuando Urquiza le ordenó al General uruguayo César Díaz que atacara a los oponentes. Desde lo alto del mirador, los jefes del palomar midieron la situación y, al comprobar la gran desventaja numérica, resolvieron capitular. Luego, se prosiguió a enarbolar la bandera blanca y cesó el fuego. Cuenca se dirigió entonces a su improvisado hospital levantado a cielo abierto y reanudó las tareas de restañar las heridas, pero con gran sorpresa sintió una descarga cerrada de fusilería en el lugar. La soldadesca de Rosas, haciendo caso omiso de la rendición, esperó la llegada de un pelotón de las tropas vencedoras, esperando poder parlamentar. Mientras los clarines sonaban a degüello, se veía a las tropas de Urquiza avanzar por todos los rincones, masacrando a los moradores.

Según la biografía presentada por el historiador Fermín Chávez (1924-2006), Cuenca murió en brazos de los doctores Claudio Mejía y Nicomedes Reynal[17]. Entre los escombros se encontraron los manuscritos que el escritor realizó en las vísperas de la batalla, y en el cual se dirigía a Rosas, fugitivo a la hora de su agonía, cuando decía: “y esto es ni mas ni menos lo que ahora te está, perverso Rosas, sucediendo; estás en tu expiación, y ya la hora de purgar tu maldad está corriendo. Fuiste cruel y altivo; pues bien, llora como estuviste riendo, cuando tu pobre prójimo lloraba (…)”[18]. El Dr. Mejía- compañero y fiel amigo de Cuenca- fue hecho prisionero por las fuerzas de Urquiza, pero consiguió recuperar el cadáver, con sablazos en la cabeza, los hombros y los brazos, y una estocada en el vientre, y el inseparable maletín de su amigo con su obra poética. Cuenca fue enterrado por sus amigos ocho meses más tarde, el 10 de septiembre de 1852, cuando trasladaron y exhumaron sus restos en el Cementerio de La Recoleta.

 

LA RETIRADA A SANTOS LUGARES

 “A las 3 de la tarde el ejército aliado victorioso estableció sus reales en el mismo campo de Santos Lugares, que pocas horas antes habían ocupado 23.000 hombres consagrados a la opresión del país y a la defensa de su tirano (….)”[19]

 Una vez finalizado el combate, y cuando vio que todo estaba perdido, Rosas abandonó el campo de batalla para refugiarse en la casa del Ministro inglés acreditado en Buenos Aires. Confiaba en la diplomacia británica para su seguridad y sus hijos. Esa misma noche, mientras la ciudad era saqueada por malhechores, el ex gobernador bonaerense se embarcó en un navío de guerra rumbo a Gran Bretaña. Unas semanas más tarde, arribó al puerto de Southampton y falleció en 1877, tras veinticinco años de exilio, en una chacra de su propiedad[20].

Según las Memorias del Gral. Díaz, luego del triunfo del ejército aliado de Urquiza, quedaron en su poder mas de 7.000 prisioneros, 60 piezas de artillería, 800 carros, 500 carretas, numerosas caballadas, más de 4.000 fusiles esparcidos en el capo de batalla, la mayoría de las pulperías de los alrededores quedaron barridas y ciertos depósitos de vestuarios sufrieron también gran menoscabo, “algunos regimientos de infantería arrojaron las armas y huyeron desbandados sin quemar un cartucho, otros se contentaron con hacer una descarga antes de abandonar sus puestos”. 

En el punto atacado por la División Oriental es donde hubo mayor oposición, allí quedaron más de 200 muertos y “creo que puede apreciarse la pérdida por ambas partes en 2.000 hombres fuera de combate”. Es por eso que se dio órdenes a todos los jefes de división para que patrullaran los alrededores de la zona y fusilaran a cualquier individuo que fuera visto in fraganti en cualquier desorden. Muchos soldados de los escuadrones de caballería que habían quedado dispersos o heridos luego de la batalla, entraron en grupos a los campos de “Santos Lugares”, un antiguo campo situado en las cercanías de Caseros, el cual cubría según el historiador del Partido de Tres de Febrero, Horacio Callegari, una vasta área de veintitrés millones de varas cuadradas, cuyo propietario había sido Manuel Lynch (1800-1884)[21] desde 1850. En efecto, Díaz nos cuenta que “la noche se pasó en calma, y en lo que respecta a mí, creo que no dormí saboreando el placer de la victoria”.

 

EL DERRUMBE DE LA CONFEDERACIÓN ROSISTA

Rosas, herido de bala en una mano y viendo ya que la batalla estaba perdida para su bando, huyó al centro de Buenos Aires. En el llamado “Hueco de los Sauces”, ubicado en el actual barrio porteño de Constitución (hoy Plaza Garay) redactó su renuncia, en la cual expresaba las siguientes palabras: “Creo haber llenado mi deber con mis conciudadanos y compañeros. Si más no hemos hecho en el sostén de nuestra independencia, nuestra identidad, y de nuestro honor, es porque más no hemos podido (…)”[22]. Pocas horas después, protegido por el cónsul británico Robert Gore, Rosas se embarcó en la fragata británica “Centaur “rumbo al exilio en Gran Bretaña.  Alrededor del mediodía, empezaron a llegar los primeros fugitivos del bando rosista anunciando la devastadora derrota. Tras horas de conflicto armado, Buenos Aires quedó acéfala y se iniciaron saqueos por parte de grupos de vándalos. El Gral. Mansilla se mostró incapaz de detenerlos, aunque permitió que tropas de las flotas extranjeras entraran en la capital para proteger a sus ciudadanos, diplomáticos y sus propiedades. Sin embargo, el vandalismo continuó hasta el día 4[23]. Dichas tropas estaban compuestas apenas por seis batallones de guardias nacionales que se disolvieron al saber de la derrota.

El 5 de febrero, a pedido de los enviados extranjeros, Urquiza mandó tres batallones para imponer el orden en los alrededores de la ciudad. Al finalizar la batalla, la legislatura designó como gobernador del Estado de Buenos Aires al escritor y abogado Alejandro Vicente López y Planes (1784-1856)- autor de la letra del Himno Nacional Argentino en 1812- quien ocupó interinamente la cartera bonaerense hasta el 26 de julio de 1852. Por su parte, el día 17 de febrero, dos semanas exactas luego de ocurrida la batalla, Celedonio Gutiérrez (1804-1880), gobernador de la Intendencia de Salta de Tucumán, comunicó a los gobiernos provinciales- quienes habían apoyado a Rosas en un principio- desde su cuartel general situado en la localidad de El Manantial, el aniquilamiento de Juan Crisóstomo Álvarez (1819-1852), jefe de la expedición de ejército de exiliados en Chile. Tras el triunfo de Urquiza, todas las legislaturas de las provincias del noroeste apoyaron al caudillo entrerriano y muchos de sus protagonistas, como Felipe Varela (1821-1870), serían años más tarde los protagonistas principales del ideario federal en armas.

 

URQUIZA ENTRA EN BUENOS AIRES

El 19 de febrero de 1852, tras cumplirse dos semanas de finalizado el conflicto en Caseros, el Gral. Urquiza entró triunfante en Buenos Aires, en un desfile montando el caballo de Rosas[24], con el firme propósito de echar las bases de la organización del país. Esa misma semana, los legisladores del Alto Tribunal- quienes antes se habían declarado en contra del “Pronunciamiento” realizado por el entrerraino en 1851- sancionaron una ley al día siguiente, dando “un voto de gracias al benemérito general Don Justo José de Urquiza, por el servicio que ha prestado a la Nación”[25]Ya instalado en el Caserón que Rosas tenía en San Benito de Palermo, y que funcionaba como residencia particular y sede de su gobierno, Urquiza ordenó fusilar al Coronel Chilavert por la espalda (castigo reservado a los traidores de la Patria), pero cuando lo llevaron al sitio de fusilamiento, éste exigió ser baleado de frente y a cara descubierta. Se defendió a golpes, pero fue ultimado a bayonetazos y golpes de culata, permaneciendo su cadáver insepulto por varios días.

 

* BIBLIOGRAFÍA UTILIZADA:

[1] Primera estrofa de la Marcha de Tres de Febrero. En Moreno, Carlos y Callegari, Horacio; “La antigua chacra de Diego Casero”; Ediciones Fundación Banco Cooperativo de Caseros, Buenos Aires, 1994, p. 211.

[2] En el Ejército Grande participaron 8.500 entrerrianos, 5.500 correntinos, 4.500 porteños, 3.000 brasileños, 1.700 uruguayos y 800 santafesinos. En Hernández, Fausto; “Biografía de Rosario”, Rosario. Ediciones Ciencia, 1939.

[3] Esta carta se encuentra en AGN X-21-3-4 Juzgado de Paz de Morón (1848-1852).

[4] El caudillo riojano Felipe Varela (1821-1870) se dedicó a las labores de pastoreo, a llevar arrías a Copiapó y a hacer funcionar su molino de Guandacol (al oeste de la provincia de La Rioja) y que, no obstante esto, ya tenía buenos antecedentes guerreros.

[5] El general Cesar Díaz nació en Montevideo el 16 de julio de 1812 y sus “Memorias” fueron publicadas por su sobrino Adriano en la Ciudad de Buenos Aires en 1878.

[6] Segundo párrafo del fragmento de la “Proclama de Urquiza” a sus tropas (3 de febrero de 1852).

[7] La caballería pudo vadearlo sin dificultad, pero la infantería y la artillería debieron utilizar un único puente situado a vanguardia del ala derecha, lo que obligó a las tropas a desplazarse hacia el sur, constituyéndose en una sola columna de marcha, acción ésta que se ocultó por un movimiento del regimiento de caballería correntina al mando del Coronel José Antonio Virasoro. En Moreno y Callegari, p. 18.

[8] Primer párrafo de la Proclama de Justo José de Urquiza a sus tropas. 3 de febrero de 1852. Ese día, el caudillo entrerriano recorrió la línea donde se posicionaba su ejército y arengó a las tropas con un discurso que causó impresión en el ánimo de los soldados, que entendieron que luchaban por la libertad y la gloria.

[9] El General César Díaz estuvo a cargo de las Fuerzas Orientales. Fue Ministro de Guerra uruguayo y luego Encargado de Negocios de la República Argentina. Fue fusilado en 1863.

[10] El nombre de “Monte” se debe a que en la zona había numerosas plantaciones frutales, especialmente durazneros, con los que se obtenían las frutas que servían de alimentación a los pobladores del lugar y para la comercialización en otros mercados más próximos al centro de la ciudad.

[11] Sáenz Quesada, María; “La Argentina. Historia del país y de su gente”, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2000, p. 336.

[12] “Memorias del General César Díaz”. Biblioteca Artigas. Colección Clásicos Uruguayos, Vol. 129. Edición a cargo del Departamento de Investigaciones del Museo Histórico Nacional, Montevideo, 1968.

[13] Hudson, Guillermo Enrique; “Allá lejos y hace tiempo”, Ed. Goncourt, Buenos  Aires, 1978.

[14] “Memorias”, ídem. 1968.

[15]  Fragmento de un poema titulado “Mi cara”, encontrado en un bolsillo de la casaca del médico militar tras su fallecimiento en el campo de batalla. 3 de febrero de 1852. Para mayor información diríjase a Ramini, Tomás; “Calle Cuenca”. Artículo biográfico en el sitio web Su Revista Barrial (Buenos Aires).

[16] En 1851, el escritor Cuenca fue designado Cirujano Mayor del Ejército de Juan Manuel de Rosas. Sin prejuicio de ello, desarrollaba al mismo tiempo en la Universidad de Buenos Aires las cátedras de anatomía, fisiología, materia médica y cirugía. Simultáneamente, con su profesión cultivaba las letras con asiduidad; pero también con recatado silencio, compuso epigramas, idilios, madrigales, comedias y dramas. Cuenca era en lo íntimo adverso a la política de Rosas, y esto lo señaló en su producción poética.  Ante los ojos de la sociedad, el joven médico se dedicaba de lleno a su profesión y al dictado de su cátedra. Nada dejaba percibir el drama oculto que lo atormentaba de tener que formar parte de los hombres de Rosas y en su intimidad se desahogaba espiritualmente con su fecunda producción literaria. Así, volcaba  en sus poemas sus verdaderos sentimientos, poemas que llevaba permanentemente en un maletín que no se desprendía de él ni para dormir, pues muchas veces lo utilizaba como almohada.

[17] Chávez, Fermín; “Iconografía de Rosas y de la Federación”. Ediciones Oriente, Buenos Aires, 1974.

[18] En Moreno y Callegari, ídem, p. 80.

[19] Díaz, César, Memorias.

[20] Dellepiane, Antonio; “El testamento de Rosas. La hija del dictador”, Oberón, Buenos Aires, 1957.

[21] Manuel Lynch arrendaba dichas tierras para las quintas que proveían de verduras, frutas y forrajes a la ciudad de Buenos Aires. Pero al fallecer éste en 1884 y luego del correspondiente juicio sucesorio, todos sus bienes pasaron a mano de su segunda esposa, doña Ignacia Espinosa, quien muere en 1889, comenzando entonces la primera subdivisión en medio de un casi interminable juicio iniciado por parte de otros propietarios vecinos que reclamaban derechos sobre partes de esos terrenos aduciendo errores en las mensuras. Finalmente, el pleito se resolvió favorable a la familia Lynch, pero con la obligación de practicar una nueva y exacta medición de esas tierras. En Callegari, Horacio; “Historia del Partido de Tres de Febrero y sus localidades”, Ediciones Fundación Banco Cooperativo de Caseros, Buenos Aires, 1993, p. 103.

[22] Frase citada en Rosa, José María; “Rosas nuestro contemporáneo”. A. Peña Lillo, Buenos Aires, p. 124.

[23] En Pieke, Carlos; “El gaucho a través de los años”. La Batalla de Caseros. Versión disponible en Internet.

[24] Casas, Juan Carlos; “Como Urquiza en Buenos Aires”, Diario “La Prensa”, 13 de abril de 2003.

[25] Bravo Tedín, Mario; “La otra cara de Caseros: Los gobernadores que apoyaron a Rosas”. En Revista “Todo es Historia”, N.º 627, Febrero de 2020.

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