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Ciudad de Buenos Aires

50 verbos, millones de páginas. Los libros de actas de las entidades sin fines de lucro

Alejandro Segura

Libros de actas, C. 2017.

“En la ciudad de Lanús, Partido del mismo nombre, Provincia de Buenos Aires,
en el barrio denominado “Villa Higueritas”, a los tres días del mes de marzo
del año mil novecientos ochenta y cuatro, siendo las dieciocho horas,
se reúnen por voluntad propia un grupo de vecinos del mismo,
a los efectos de proceder a la fundación de la
Sociedad de Fomento vecinal de Villa Higueritas”.

 

Personalmente, desde el año 1992, he trabajado con Libros de Actas de Sociedades Mutuales de Extranjeros, Cámaras de Comercio e Industria, Sociedades de Fomento, Cooperadoras de Salas de Primeros Auxilios, Cooperadoras Escolares, Clubes Deportivos y Sociedades de Bomberos Voluntarios. El resultado de esta tarea fue la conversión de estas Actas en documentos que me permitieron discurrir a lo largo de historias institucionales, barriales locales y regionales.

Los Libros de Actas me llevaron a la microhistoria, a la teoría de las generaciones, a la psicología institucional, a la antropología barrial, al urbanismo y a la historia popular; y por ende, a revisar todo lo aprendido en la Facultad de Filosofía y Letras. Y en este sinfín de estudios -siempre tentativos y desde luego pobres e incompletos- fue creciendo mi interés por los libros de actas en tanto libros de actas.

Una de las aristas que siempre mantuvo mi interés en las actas institucionales es su infinita capacidad de cuidar lo que se dice y cómo se dice. Esto me ha obligado siempre a compulsar y completar la información que ellas ofrecen con distintos documentos: libros de decretos y declaraciones, actas de los Concejos Deliberantes, periódicos locales, otras instituciones, boletines de las propias entidades y entrevistas a vecinos, entre otros.

Al mismo tiempo, con el correr de los años mi interés por la forma en que se escriben los libros de actas fue creciendo, y me llevó a considerarlas más atractivas e iluminadoras. Desde el contorno al que estos documentos pudieron llevarme en un principio, pasé, finalmente a enternecerme en su coquetería adusta, su humilde aspiración literaria.

Comprar un libro de actas es una acción fundante. Incluso antes que se realice la asamblea inaugural de una institución, alguien ha comprado ya el Libro de Actas. En la reunión inicial, la asamblea designará un Secretario  que generalmente ha de cuidar este instrumento vital, y posiblemente llenar las primeras páginas. Muchas veces se busca alguien que tenga “linda letra”, y por lo menos alguien que “sepa escribir”.

De allí en adelante, por cada reunión que celebre la Comisión Directiva de la entidad, o por cada reunión de la Asamblea de socios, se labrará un acta. Estas actas son el instrumento en el que se volcarán todos los temas que se vayan tratando en las reuniones.

El volcado del texto sobre el papel no es una actividad del todo libre, el texto se debe labrar según reglas precisas, que establece claramente el Estado. Los presentes en la primera reunión firmaran en el costado del libro, y el presidente y secretario abajo del texto.

El ARTÍCULO 66 de la Ley de Asociaciones Civiles dice:

“Libro de Actas- En este libro deberán asentarse en forma correlativa de acuerdo a la fecha de celebración, las reuniones de socios en asambleas generales ordinarias y extraordinarias como así también las reuniones de los miembros del órgano de administración y del órgano de fiscalización.

En todos los casos deberá hacerse mención a la fecha de celebración de la reunión, del carácter de la misma, dejándose expresa constancia del horario de apertura y cierre de ella, de la cantidad de miembros presentes, los que deberán estar individualizados correctamente, en caso de reuniones de la comisión directiva y de la comisión revisora de cuentas, del orden del día fijado y tratado y de los resultados que surjan del tratamiento de cada uno de sus puntos con la determinación de las mayorías resultantes de la votación que determinara su correspondiente aprobación.

Cada una de las actas asentadas en este libro deberán estar firmadas por el Presidente y Secretario de la asociación, salvo aquellos supuestos de asambleas en las que se hubiese elegido a otros socios para firmar el acta a ser asentada en este libro”.

El Estado parece presentarse entonces como límite: allí el comienzo fastuoso, breve y tintineador de cada acta: “En la ciudad de…”. Y en el final: “No habiendo otros asuntos que tratar y preguntado por la presidencia si algunos de los señores presentes deseaban hacer uso de la palabra, como ninguno la solicitara se da por terminado el acto siendo las diecisiete y cuarenta y cinco horas”. Exagerando, podríamos decir que detrás de cada acta está el poder represivo del Estado. Efectivamente, el Estado se reserva el rol de visar, dar sugerencias, y rubricar las actas. Sin embargo esto no se realiza con asiduidad, y en verdad no es algo a lo que las propias entidades den mayor trascendencia. A veces incluso ironizan sobre ello, por ejemplo, incluyendo sin necesidad las observaciones de los veedores: “Leída y aprobada el acta de la reunión anterior continuose con la correspondencia la que, previo trámite, previo trámite de práctica se destina al archivo, tomándose debida nota del acta que con fecha 25 del mes actual levantara personal de la Superintendencia de Personas Jurídicas y que dice: “En las actas de asamblea se debe transcribir el orden del día. La Comisión Directiva se deberá reunir tantas veces como indica el art. 16 de los estatutos. Anualmente a continuación del activo y pasivo se deberá transcribir el cuadro de pérdidas y ganancias y hacerlo firmar por Presidente, Secretario, tesorero y Revisores de Cuentas”.

¿Habrá copiado el Estado la norma de la tradición? Al menos la Ley de Asociaciones Civiles que determina cómo debe confeccionarse un acta -que transcribí antes- es de la primera década del siglo XXI, pero se ajusta bastante a la forma en que una sociedad italiana de 1880 iniciaba sus actas: “assemblea ordinaria del 7 gennaio 1883 – Alle ore 4 pm venere aperta la seduta alla presenza dei signori che seanno descritti nell margini”.

Como sea, esta eventualidad torna a las actas un tanto monocordes. El estudioso toma aquí por el atajo, haciendo una simple resta matemática, quita el principio y quita el final, dejando solo los “asuntos a tratar”, el verdadero cuerpo del texto. Mi experiencia indica que se pierden muchas cosas leyendo de esta manera. Muchas veces, el encabezamiento y el final, nos permiten saber cuánto duró la reunión de comisión directiva, un dato importante que puede cerrar el sentido del cuerpo del texto. Es decir, para conocer lo que dice el acta, se debe leer el acta completa. He encontrado actas en las que el cuerpo son apenas dos párrafos en los que se hace mención a la correspondencia recibida y a la baja de socios, pero que refieren una reunión que duró cinco horas…

Una segunda instancia de represión está dada por el contexto social e institucional, fundamentalmente el que remite a las demás instituciones civiles, y el que ejerce la propia entidad, que controla aquello que se puede decir de aquello otro que no se puede decir: hay en las actas una estética moral que se expresa en una serie de giros y más que nada en el ocultamiento de ciertos aspectos de lo que sucede en la entidad. Me ha sucedido encontrarme con algún evento de vital importancia para la estética de una ciudad, en la cual una entidad participó de manera activa, y en el cual se produjo un debate enconado que dividió a las instituciones y a los vecinos en bandos encontrados y en los que el libro de actas solo dice: “La entidad actuó en bien de la ciudad”, nada más, para resumir horas y horas de palabras y de acciones. Otro ejemplo de elusión: “Se aprueba la nota enviada al señor director de Acción Directa de la Secretaría de Trabajo y Previsión, Tte. Cnel. Don Domingo Mercante, en la que se le manifiesta estar de acuerdo con los puntos de vista expuestos al señor Director por la Cámara de Comercio, Propiedad e Industria de la Provincia de Buenos Aires con respecto al proyecto sobre Salario Mínimo Vital Móvil, salario mínimo, etc. Presentado por la Confederación de Empleados de Comercio de la República a la Secretaría de Trabajo y Previsión. Igualmente se aprueba el telegrama enviado al señor Presidente de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires, dándole conformidad a las gestiones realizadas con idéntico objetivo que las dichas en el párrafo precedente y autorizando a dicha entidad invoque el nombre de la Liga en futuras posibles actuaciones que con motivo del proyecto sobre salario etc. realizará…”  ¿Cuáles son los puntos de vista a que se refiere el acta?, ¿cuáles son las gestiones realizadas?

A veces, directamente, las actas no se escriben: en 1920, Ángel Bonifacini, fundador y primer presidente de la Liga de Comercio e Industria de General San Martín (año 1911), fue designado intendente del municipio. Ese año, no se registra ningún acta. ¿No hay sucesos que contar?

Una marca de la distancia que nos imponen los libros de actas, y que las convierte en un género impersonal, es que se rigen por el “se” impersonal: “se eleva, se toma conocimiento, se trata, se confirma, se da lectura, se da por concluida, se decide, se acuerda, se accede, se analiza, se le ofrece, se da fin, se da comienzo, se evalúa, se corrige, se analiza, se explica, se da por finalizada, se aprueba, se acepta, se firma, se conversará, se adecua, se expone, se revisa, se procede, se fija, se propone, se inicia, se realiza, se recibe, se solicitará, se toma nota, se establece, se remite, se produce, se desarrolla, se ultiman detalles”. El “se” impersonal evita el “nosotros”, dotando de un tono de objetividad al cuerpo del acta, es decir a los “asuntos a tratar”.

A eso se suman los verbos que he enumerado. En general, son verbos propios del registro escrito formal (y preferentemente administrativo o normativo); lejanos del registro coloquial familiar (lejanos, incluso, del registro usado en situación coloquial de relativa confianza). En otros tiempos, ¡hace muuucho!, a este registro se lo llamaba también “lenguaje culto” (volveré sobre esto)

De la lista que ofrezco, en particular, hay algunos que sí pertenecen al registro coloquial familiar (por ejemplo: conversar, firmar, ofrecer) pero en las actas “se tiñen” de las propiedades de la forma de escrito objetivo. Ese “teñido” obedece a su inclusión en una misma serie con los otros que menciono, pero especialmente a su combinación con la forma “se”, muy común en los géneros administrativo y normativo.

Generalmente, este tipo de escritura surge de manera automática, y es curioso que tanto sociedades de fomento, como cámaras de comercio e industria, que representan distintas posiciones de la sociedad, se valgan por igual de ella. Pero muchas veces el automatismo no se verifica; se percibe una intencionalidad por contrariar estos usos, lo que nos habla de la conciencia que se tiene de esta modalidad de escritura. He visto actas que reflejan un alto grado de ironía en el uso de los verbos. En alguna oportunidad me he encontrado con el verbo “ventilar” para referirse a los asuntos tratados: “Se ventilaron las siguientes cuestiones”. Otras veces aparece restada la objetividad no en el verbo, sino en el asunto: “se da de baja a fulanito de tal porque murió”. Muchas veces, un simple adjetivo rompe la objetividad: “habiéndose llegado a la fría conclusión de que, por el momento nada indicaba como conveniente o razonable para la Entidad afrontar tal empresa”, o “se decide citar a los más caracterizados almaceneros del Partido para que constituyan la sub comisión del gremio”.

Con tan solo estos pocos verbos que he mencionado, y esta forma verbal, se han escrito millones de páginas, a mano, en muchos casos con buena letra, y en distintos idiomas (He leído algunas actas de sociedades italianas, escritas en italiano, hasta el año 1949). Esto es algo que me resulta maravilloso; con no más de cien verbos, las instituciones populares nos cuentan una historia de sueños y trabajos a través de sus Libros de Actas.

La aspiración a la palabra precisa, el cuidado de la gramática establecida es testimonio de un candor, y también de un trabajo consciente, nunca espontáneo sobre la escritura. Como vimos, en algunos momentos hay también una burla descarada a las reglas.

 

Podemos estudiar los libros de actas como documentos que nos permiten entrar a la historia de un barrio o una ciudad. Y en este sentido se convierten en perlas inesperadas. Por ejemplo, estudiando los libros de actas de la Sociedad Fratellanza Italiana de San Miguel, encontré una fecha alternativa de nacimiento de la localidad de José C. Paz. Allí, los libros de actas son una transparencia que nos permite relacionarnos con los bordes, con los bordes pasados y actuales, el contexto reciente y de menor a mayor: la institución, el barrio, la ciudad, el país, e incluso en una historia microscópica, el mundo de larga duración.

Un libro de acta es un documento y a la vez un relato: cuenta una historia, la sitúa en un lugar preciso y va avanzando sobre ella cronológicamente, en algunos casos llegando hasta la actualidad. Como historiadores, sabemos que no todos los documentos han sido concebidos como relatos, un libro de cuentas, por ejemplo. (Es cierto que el estudioso puede convertir cualquier documento en un relato. Pero el libro de actas se funda como relato desde su origen: presenta la evolución de unos hechos, sostiene personajes y los mata, encadena y desencadena secuencias, aspira a un fin).

Y aunque se sabe que las actas están pegadas a su contexto, uno quisiera sospecharlo, su moral se funda en otra raíz. Hay en ellas una aspiración elegante, ornamental, propia del lenguaje culto que se hablaba hace trescientos años. En este remontar el lenguaje a tiempos pasados, a ¡muuuchos! años atrás, tres formas tienen estos textos de esquivar una realidad a veces menos elegante: una por elusión; otra por menoscabo e ironía, otra por compactación.

Históricamente, estos textos se afilian a un pasado que surge en nuestro país en el siglo XIX: cada acta, en un punto reproduce una anterior, todas están selladas por el mismo estilo, que aspira a la elegancia despojada, seria, objetiva. Por parecer un lenguaje educado, hay un rechazo a la mala palabra, a las construcciones inapropiadas, y un uso de términos precisos, toda vez que esto se puede ejercer.

En definitiva los libros de actas están cargados por un sentido moralizante, primer atributo de los inmigrantes que llegaron a Argentina en el siglo XIX y se convirtieron en líderes primero, y luego en sujetos autónomos de sus colectividades. La buena conciencia, la moralización del conjunto aflora una y otra vez en los “asuntos a tratar”.

Si encontráramos en los libros de actas de una sociedad de fomento a la sociedad barrial, a la cultura del barrio inmediato, poco diríamos de las actas como obra de las sociedades populares. Más bien habría que tratar de alejarlas del barrio, para entrarse en ellas como un acontecimiento histórico en sí mismo. Uno puede “crear” al libro de actas como documento histórico, y esto, como historiadores, nos llevaría a levantar las mejores cosechas. Pero pensar en los libros de actas como conjunto, nos conducirá, tal vez por un camino más sinuoso y lento, a encontrarnos con millones de páginas (solo había en 1900 más de mil entidades de extranjeros en Argentina, con sus respectivos libros de actas) en las que podremos leer que también los que no gobiernan aspiran a “decidir”, “evaluar, “proceder”, “acordar”, “analizar”, “aprobar”, etc. etc.

Información adicional

Categorías: Grupos, Vecinos y personajes, Partidos, agrupaciones, Asociaciones y agrupaciones barriales, Actividad-Acción
Palabras claves: asociaciones, actas, barrio

Año de referencia del artículo: 2017

2do congreso

Libros de actas

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